domingo, julio 02, 2006

Mirando canciones XIX: Lady Shoes

Recuerdo perfectamente la primera vez que escuché a Jesus Lizard, no la primera vez que escuché hablar de ellos (había leído una nota, creo que una Spin, en la que los ponían por los cielos y había llegado a la conclusión de que me iban a gustar), sino la primera vez que escuché en realidad uno de sus discos. Recuerdo la impresión: nunca, jamás, había escuchado nada tan feo. Me desagradó tanto que, tras darle un par de días por las dudas, días en que el desagrado hacia lo que oía no disminuyó, fui a devolver el disco a la disquería del gordo Henry, quién me lo había fíado sin poder emitir un juicio acerca de algo que a él también le había parecido un adefesio auditivo, pero que sospechaba que podía ser bueno. Para mí era una porquería, algo tan horrible que de hecho se me volvió inolvidable.

Ese es uno de los misterios de la estética que los consumidores superficiales de cultura demoran, o generalmente nunca llegan, en entender; la tan mentada "frustración del horizonte de expectativas" con la que han definido, en mi opinión acertadamente, al arte. La auténtica ruptura de los parámetros de disfrute que tenemos aceptados y que impresiona tan fuerte que no sólo no podemos disfrutarla sino que la rechazamos, pero nos conmueve. Burroughs, David Lynch, Pere Ubu, Edgar Varese, Lamborghini, Cecil Taylor, David Cronenberg, Beckett, ... me ha pasado muchas veces, tantas que ya conozco la sensación así que vuelvo a revisar una y otra vez lo que me aterro tanto antes de descartarlo para siempre, cosa que rara vez hago ante un estímulo tan poderoso. Eso es algo que no mucha gente hace, se necesita tiempo, resistencia y curiosidad para hacerlo. Y la recompensa no es resolución sino más inquietud.

Unos meses después volví a comprar el mismo disco, la misma copia. El disco era Liar, desde entonces uno de mis cinco discos favoritos de todos los tiempos y una pieza de violencia estética a la que ninguno de los supuestamente ultra-radicales grupos noise de Williamsbourg está siquiera cerca de aproximarse .

Hoy, once o doce años después, me resulta un poco extraña tanta repulsión inicial, al fin y al cabo los Jesus Lizard eran básicamente una banda de rock, incluso casi una banda de heavy blues, pero contextualizándolo me parece lógico: en aquel entonces yo estaba colgado de bandas como Sonic Youth, Pixies, Sugar, Wedding Present, o Pavement, bandas que tal vez se ponían en el mismo estante que los Jesus Lizard pero que eran fundamentalmente distintas. Eran en definitiva bandas introspectivas, cultas, sensibles y algo poppy; Jesus Lizard era un volcán de rock misántropo totalmente fuera de control en apariencia pero con el método de demolición más disciplinado de la historia del rock. La banda que tus novias detestan y tus amigos músicos escuchan con la boca abierta, tratando de contar los tiempos y fracasando miserablemente.

En una reseña reciente en la Pitchfork un crítico coetáneo mío explicaba que el mundo de la música alternativa se ha endulzado y ablandado tanto que su hermano, apenas veinteañero ahora, se asustaba y atribuía a problemas mentales la música de grupos que el crítico denominaba como "evil indie", un neo-género que ejemplificaba con los gloriosos nombres de Big Black, Brainiac, Melvins y, por supuesto, Jesus Lizard. Si en realidad existe ese sub-género tengo que decir que posiblemente sea mi clase de música favorita; músicalmente más heavy que punk, estéticamente más industrial que rockera, zeppelinianamente más Page que Plant, técnicamente más virtuosa que voluntarista... luces negras devotas no a la fealdad o la pura confrontación sino a la búsqueda de un nuevo parámetro de belleza y energía nietzcheana, más allá del bien y el mal, más allá del deber ser y del deseo de identificación empática.

Es probable que el nombre de David Yow no sea de los primeros que salten al hablar de poesía en el rock o en la música moderna, pero su lírica -saboteada por la imposible dicción del cantante, que suele vocalizar a borbotones, en un gruñido ebrio que se vuelve aún más inentendible por su técnica de cantar tapándose la boca o tapando el micro con la mano- posiblemente no sea de calidad tan evidente para un fan de Jim Morrison o de Ryan Adams, ni tampoco es el tipo de cosas que uno cita en un mail destinado a seducir a una chica, pero es algo de una vitalidad imposible e inaceptable que va a contramano de todo lo que uno pude considerar como lírico. Veamos si no a la letra de 'Lady Shoes'

There's a girl, playing her piano, there's a little girl, playing her big piano
While her mother gives her an enema, while her mother
While her mother gives her an enema, while her mother
And then the daddy comes in and jacks off on the piano, and jacks off on the piano
And jacks off on the piano, and jacks off on the piano
Meanwhile, the local maternity ward, nurse comes in with a great big sledgehammer
She kills all the little babies, destroys the monitoring system
Says she got some time to stick around
She calls the doctor, said look what I've done
She calls the doctor, said look what I've done
She calls the doctor, said look what I've done
Doctor comes in, pops a boner and jacks off in her cap
And then the motel manager comes by
And takes a little shit in his hand, and then he takes a little shit in his hand
And then he takes a little shit in his hand
And the he puts it on like lipstick, lipstick, he puts it on like lipstick, lipstick

'Lady Shoes' no es la canción más representativa de Jesus Lizard ni la mejor. Ni siquiera es la mejor del disco que la contiene (Goat, 1991), en el que hay piezas mucho más dinámicas y rotundas como 'Here Comes Dudley' o 'Mouth Breather', pero igual es un tema de la concha de la madre. Y es posiblemente el texto más deliberadamente provocativo de Yow y el que ejemplifica mejor lo extremo de su lírica para quienes no la conozcan a fondo.

Un gran epígono de la escuela de la abyección lírica que tal vez haya inaugurado Genesis P-Orridge pero que tiene raíces hasta en bluseros antediluvianos como Skip James, Yow dio señales al comienzo de su carrera de ser más que nada un ferviente admirador de Birthday Party, demasiado feo y falto de glamour gótico para ser el Nick Cave norteamericano pero lo bastante loco como para volver las performances de su banda Scratch Acid unas auténticas ceremonias de violencia escénica, y lo bastante tejano como para darle a su vociferaciones psicopáticas una autenticidad que el australiano lider de los Bad Seeds jamás pudo darle a sus incursiones bluseras. En su trabajo en Jesus Lizard, Yow se alejó cada vez de su (superada) influencia de Cave y se acercó más al trabajo de dos de los mejores escritores que hayan pasado por la cultura del rock: Don Van Vliet y Mark E. Smith, a los que le agregó un toque de violencia avant-garde pura y mucho de blues sureño, de mugre inculta de norteamericano horrible. Sus letras suelen ser como pequeñas viñetas psicóticas de predicador abusivo presa del delirium tremens, de odio descontrolado que no puede ser sedado por litros de alcohol de grano barato, odio en el que de vez en cuando brillan extrañas lagunas de lucidez sobre la que brilla la disciplina casi marcial de la música.

En comparación con los textos de sus canciones más brillantes como 'Gladiator', 'Fly on the wall' o 'Glamorous', 'Lady Shoes' es simple y evidente en sus intenciones de grand guignol, de yuxtaposición de opuestos, de amabilidad y repulsión, pero su efectividad es tan clara que vale la pena seleccionarla antes que otras. Todo está presente en pocas líneas: eyecciones, gore, refinación, familia, sexo, locura... no hay justificaciones de ningún tipo para esta pequeña fábula psicópata, este circo de horrores hardcore englobado bajo la etiqueta fetichista de "zapatos de dama".

Tal vez se puede argumentar que su juego de provocaciones, de enfermeras aplastando cráneos de bebés a martillazos estaba un poco visto de más en 1991, cuando fue editada la canción. Al fin y al cabo la infame 'Slug Bait' había sido compuesta cerca de quince años antes. Pero hay algo totalmente propio de Yow y que se puede considerar su ars poética condensada en un verso y que es la soberbia frase final: el manager del hotel pintándose los labios con un sorete. Un juego absoluto de transgresiones a lo John Waters o el Aktion Theatre vienés se habría contentado con meter la coprofagia, o la pura mierda, como elemento y dejarlo ahí apestando contra el universo, Yow, que en el fondo es un formalista, culto y consciente de la tradición que está haciendo pedazos, le da una orientación estética y como tal una orientación moral. Es decir, no se come el sorete, lo usa como lápiz de labios. Y en este pequeña originalidad estético-abyecta es donde se ve la mano de un talento especial, del ojo que ve las mecánicas de la belleza en todo, en la más profunda de las medianoches de repulsión y locura. No es casualidad que la canción termine con ese verso, eso es lo que es en cierta forma Jesus Lizard: una intención embellecedora realizada con el más infame de los materiales, de los deshechos. No, David Yow no era tu poster-boy gótico, tu Lord Byron heroinómano en su público sacrificio romántico, tu pelotudo pretencioso que recita analogías entre su, o tu, anemia y la tez lunar. David Yow era y es un artista del Siglo XX. Un artista tejano, el estado de la estrella solitaria. La estrella con voluntad de agujero negro.





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