lunes, agosto 21, 2006

Fuera de la stasis

Siempre fue así: o poco o demasiado.

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Un día, poco rato antes de irme a trabajar, me suena el timbre. Abro y es un obrero (con correspondiente casco de obrero) que me dice que era parte de la cuadrilla que estaba trabajando en la casa de al lado. Me cuenta que terminaron el trabajo y que les sobró mezcla y materiales, ofreciendose a arreglar mi algo desastrada vereda por una módica suma. Como también estuve de obras recientemente sé que su módica suma dista bastante de ser el mejor precio en plaza, pero -le explico- estoy por irme a trabajar, no voy a estar en casa y para peor no tengo un mango encima, por lo cual tengo que pasar de su oferta. Entonces el obrero me empieza a contar que las cosas están muy feas en su casa, que el poder hacer esa changuita le vendría como un respiro, que por tener la vereda tan rota me pueden multar (lo que es cierto porque a la IMM no le alcanza con los impuestos municipales y la contribución inmobiliaria, y es capaz de sacarte dinero porque vos no arregles lo que deberían arreglar ellos), que es un profesional y que puede hacer un muy buen laburo. Le explico la verdad: no tengo un peso encima y no voy a estar a la hora en que termine el trabajo para pagarle. Queda triste, le digo que bueno, que si puede pasar a cobrar al otro día de mañana que está bien, que haga el laburo. Me dice que sí, que lo va a consultar con el compañero que lo iba a ayudar.

Al rato vuelve a sonar el timbre, está otra vez el obrero con otro obrero con casco, me dicen que no cobraron la jornada y que están tan pelados que si se van ahora al otro día no tienen ni para el ómnibus de vuelta para cobrar el trabajo, y me dicen si no les puedo dejar la guita en el minimarket de enfrente, que ellos terminan el laburo y pasan a levantarla. Me quedo pensando porque eso me implica ir hasta el cajero automático, a unas seis cuadras, volver y encargarle al pibe del minimarket el que les pague; una serie de operaciones que no tengo ni tiempo ni ganas de hacer. Pero cuando con desesperada insistencia están empezando a llorarme de nuevo la milonga con que es una pena no aprovechar el material que sobró y a explicarme lo bien que va a quedar la vereda finalmente cedo y les digo que está bien. Voy hasta el cajero sacó la guita y se la dejo al flaco del minimarket, diciéndole que se fije al menos desde ahí que los tipos hayan hecho algo.

De tardecita vuelvo a casa, paso por el minimarket y pregunto si pasaron a cobrar, lo que me confirman. Llego a mi puerta y veo que la parte donde se habían levantado las baldozas está cubierta de (lo que parece) material y arena, y cercada con algunas baldozas puestas haciendo carpa alrededor de la obra para que no la pisen. Pero no tiene muy buen aspecto; barro un poco la arena de encima para ver cómo quedó el relleno y encuentro más arena, mojada, y abajo más arena, y ni un cm. cúbico de material. Compruebo así que el agujero sigue tan feo como antes, sólo que bastante más grande ya que levantaron varias baldozas para armar la parodia de arreglo. Supongo que deben estarse cagando de la risa, festejando como me embatataron y como se ahorraron media hora de trabajo y dos baldes de mezcla. Qué pillos, fueron más vivos que yo, que "buenasnoches" que soy, cómo me voy a confiar...

Me doy cuenta de que no llego a enojarme siquiera pero que mi opinión sobre algunas cosas está ligeramente modificada. En fin, otro pequeñito pedazo de mi diminuto continente de filantropía que se hunde sin hacer mucho ruido.

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Sábado Show le hace una entrevista central a Pablo Tosquellas, mini-me sustituto de Gustavo Escanlar y colaborador en la nueva temporada de Zona Urbana, programa decidido a llenar ese vacío de derechismo terrorista y melodramático que nos dejó la muerte de Heber Pintos. En la entrevista Tosquellas deja en claro que su diferencia con Escanlar es que éste tenía un perfil cultural y él un perfil político. A continuación lo re-afirma opinando de cultura: ante la pregunta de qué piensa del cine uruguayo -que es como que a mí me pregunten qué opino del turf local- Tosquellas recurre a su inefable humor y contesta "¿Hay cine uruguayo?" y a continuación se contesta a sí mismo afirmando "Whisky me pareció una porquería y 25 Watts infumable", reduciendo -casi con encono- el cine nacional a las dos películas de Stoll y Rebella. Una respuesta que habrá hecho las delicias de su jefe Ignacio Álvarez, que luego de ver Whisky, se quedó una semana abotonado en su programa de Radio Sarandí diciendo en loop lo aburrida que le había parecido (en cambio le pareció mucho más divertido e interesante el suicidio de Juan Pablo Rebella, a lo que sí se preocupo de cubrir de amarillo vómito).

Pero bueno, esa es la opinión de un respetable periodista como Tosquellas sobre las dos mejores películas que se hayan hecho en Uruguay, y sobre gustos no hay nada escrito. Tal vez Tosquellas no haya entendido esas películas, yo, por ejemplo, no entiendo como alguien a quién le matan a un hermano en una reyerta motivada por el fútbol le sigue gustando el fútbol, reconociéndose como fanático y proclamándolo con orgullo haciendo la salvedad de que, bueno, desde que acuchillaron al hermano ya no va a la cancha "porque se pone nervioso" (pero aclarando que tiene cable para seguir viendo al bolso). Buenísimo Tosquellas, sos una luz en la oscuridad, el cielo es el límite.


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Hablando de Tosquellas, vi una edulcorada entrevista televisiva que le hizo al presidente de la R.O.U. y una respuesta me llama la atención. Tosquellas le pregunta qué extraña de cuando no era presidente, que le hubiera gustado hacer y que ahora no puede. Tabaré Vázquez responde melancólicamente que le hubiera gustado ir a ver una (relativamente) importante pelea de box que hubo en esos días, pero que como es presidente no pudo.

Dejo de lado la risible paranoia de este hombre tan cobarde e hipocondríaco que no recuerda que su predecesor -el infame y odiado Jorge Batlle- no tenía ningún problema en asistir a las carreras de caballos de Maroñas en el pico de la irritación pública que había generado. O que el abominable Julio María Sanguinetti siguió paseándose por el Shopping de Punta Carretas sin escoltas días después de aprobar la indignante Ley de Caducidad, y prefiero otorgarle el mínimo márgen de dudas de que no pudo ir a ver la pelea porque está muy atareado (como cuando no pudo ir a la asunción de Evo Morales porque estaba muy atareado, pescando), pero algo me rechina: ¿pelea de boxeo dijo?

¿Es posible que el cruzado de la salud, el defensor de los fetos, el protector compulsivo de los pulmones de los adultos, sea un fan del boxeo? ¿De un deporte que consiste en molerse a trompadas provocando daños que van desde la deformación permanente del caballete nasal hasta la muerte cerebral instantánea? ¿El doctor Vázquez, que se ha autoerigido como vigilante protector de todas nuestras acciones autolesivas, disfruta contemplando a un chico -generalmente de clase baja- le produce Parkinson a trompadas a otro a cambio de dinero? Hay algo ahí que no me cierra, doctor.

Yo, que soy un mal hombre, sí disfruto viendo como dos gladiadores se matan uno al otro en un ring y la elegancia y valor del juego de los guantes, pero eso es porque en algún momento me di cuenta de que todos nos vamos a morir y que la hipocondria es una batalla perdida que se libra contra la libertad y la belleza de la intensidad vital. Así que yo sí puedo gozar de ese espectáculo. A un policía de la salud debería darle un poquito de vergüenza el entretenerse con lo que -desde su habitualmente incomprensivo punto de vista- debería considerarse mero daño físico. Bueno, tal vez sea porque mientras se están demoliendo uno al otro, los púgiles no fuman.

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Vi por tercera vez -y por casualidad- en el año a los Psiconautas, banda noise de bajísimo promedio de edad y que está avanzando a los saltos; no parecen la misma banda de quilombo casi amateur que vi hace seis meses y están aprendiendo a diferenciar los distintos matices expresivos del ruido y separarlo del mero bardo. Y una cosa que me parece particularmente interesante: están empezando a escribir en español.

Puede parecer un viejo prejuicio psicobolche pre-globalización, pero las bandas que escriben en puro inglés -algo que es plaga en el underground local- me tienen los huevos llenos. No me vengan con la excusa de que "el inglés suena mejor". La pija suena mejor; suena menos propio y ahuyenta el cuco de tener que sonar como uno, distanciandose de la propia personalidad y facilitando una mímesis más completa del modelo elegido para imitar. No me molesta el que eventualmente alguno escriba una canción en inglés porque la empezó a componer así o la excusa que sea, y muchas de mis canciones favoritas del rock rioplatense han sido escritas en dicho idioma. Pero no conozco a nadie que escriba mejor en inglés que en castellano, y no conozco a nadie en estas latitudes -excepto a Luca, supongo, y al Garza- que haya dicho algo interesante en inglés.

Hace poco me enteré que una conocida banda pop local cuya principal virtud eran algunas letras hedonistas y de notable naturalidad sin grandes pretensiones poéticas, decidió grabar su nuevo disco totalmente en inglés. Genial; seguro que en Inglaterra están desesperados por escuchar una mimética versión uruguaya de su música. Y el amigo Jorge Drexler anda en similares vericuetos, en compañía al parecer de algunos músicos de Radiohead, en lo que puede convertirse en el gran encuentro cultural de los popes del aburrimiento.

Si no se tiene nada que decir, bueno entonces que no se diga nada -yo escucho más música instrumental que cantada- pero que me ahorren el simulacro de expresión verbal y la abdicación del idioma. O canten una boludez fonética, tipo 'I Zimbra' o algo así. Después de todo ya se sabe: cuando no queda nada queda el viejo Dadá.

Los Psiconautas, que además son tan jovenes que pueden terminar inventando un idioma propio, están probando cosas con una curiosidad admirable y es casi inevitable que encuentren una voz propia. Pero esa voz va a ser -aunque sea parcialmente- en castellano o no va a tener interés.

(En un momento, antes del show, me acerco al escenario y veo algo asombroso: estos hijos de puta, que además se producen un complicado show escénico vestidos al revés y tocando de espaldas, imprimen sus listas de temas, que incluso están adornadas con dibujitos. Muchachos, eso es, cómo decirlo, un poquito afrancesado...)

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El suplemento Qué pasa fue durante muchos años una pequeña isla semi-progre en el mar conservador del diario El País. No exactamente de izquierda -válgame Dios- pero cumpliendo funciones de izquierda, algo así como el policía bueno dentro del mamotreto represivo del diario. Esto se debía en buena parte a su director, Leonardo Haberkorn, que mantenía un tono distanciado y cuidado en el suplemento, distancia que sólo rompía con sus editoriales que, fueran sensatos o tonterías caprichosas (como cuando insultó gratuitamente a todos los fumadores), siempre estaban bien escritos y argumentados, y además tenía la buena costumbre de mandar callar de vez en cuando al viejo sucio de Jorge Batlle.

Haberkorn abandonó la dirección del Qué Pasa hace algo más de un mes, cediendo el puesto a Antonio Álvarez, proveniente del riñón de la casa, es decir, de El País (de la sección de "Sociedad" para ser exacto), y uno se quedó esperando a ver si se notaban los cambios. Y sí, se notan: a menos de un mes, en pleno conflicto del Líbano, el Qué Pasa se despachó con una violentamente unilateral tapa en la que se leía "Hezbollá" escrita con caracteres que chorreaban sangre, algo con mucha sintonía con la página de editoriales del diario que contiene el suplemento. El penúltimo número es un monográfico sobre el malo más malo Fidel Castro, al que se pretende abordar en la forma más objetiva posible. Pero no hay caso, hay reflejos condicionados como en el editorial de Álvarez, que utiliza el término "asesinar" para describir la ejecución de Ochoa por narcotráfico, algo con lo que estoy de acuerdo -matar a alguien por comerciar con nobles sustancias es asesinar- pero que es lo que preveen las leyes cubanas para dicho delito. Es decir que es una ejecución, en todo caso. Pero dejando de lado esa sutileza hay otro mensaje mucho más explícito y es la reserva de la contratapa para que opine sobre el viejo de la barba un personaje peculiar: el ex presidente Julio María Sanguinetti. Sí, ya sé que adentro hay también algún testimonio del viejo Chifflet para balancear, pero contratapa es contratapa y Sanguinetti es Sanguinetti. Con ese criterio si hacen un monográfico sobre el aborto este va a cerrarse con una opinión de Monseñor Cotugno y si hacen uno sobre Nacional va a terminar con una columna de Damiani.

En fin, el período más o menos objetivo, libre e interesante del Qué Pasa fue lindo mientras duró. Tal vez sea mejor que todo vuelva a la normalidad y la coherencia. Que los perros hagan guau y los gatos hagan miau.

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Finalmente vi, con muchos años de atraso, el monumental documental de Terry Zwigoff hiciera -hace ya más de una década- sobre su amigo, el dibujante Robert Crumb. Supongo que muchos de los lectores ya lo habrán visto y a los que no solamente puedo decir que es una de las piezas de realidad pura y dura más auténticas que se hayan filmado nunca, y un raro documento sobre la salvación por la vía del arte -o del éxito monetario, algo que no queda precisamente claro.

Pero una vez asimilado el impacto de esta obra perturbadora me meto en la web para confrontar opiniones críticas sobre el mismo y me encuentro a la enorme mayoría de las reseñas citadas en la imdb abotonadas en el mismo punto: la polémica diferida, presente en el documental entre el crítico de arte Robert Hughes y la ensayista feminista Deirdre English.

Esta polémica tiene un cierto sentido en el documental y English, a pesar de lo literal de su lectura, le saca una cierta ventaja al banana de Hughes, quien compara a Crumb con Brueghel y otras sandeces clásicas de curador entusiasmado frente a un micro, pero en todo caso es un aspecto menor del documental. En cambio casi todas las reseñas que encuentro en la web -escritas en su mayoría no cuando el documental se estrenó (1994) sino revisándolo ante su edición en DVD casi diez años después- tienen que plantar bandera en la discusión y abrir un enorme paraguas para hablar bien de Crumb, o lisa y llanamente despreciarlo pero reivindicando a la película como un valioso documento sobre personas enfermas. Y ahí me dan ganas de aplicarles una eutanasia particularmente cruel a los imbéciles que escriben sobre cine y arte en el mundo actual y que se creen que pueden calificar a alguien como Robert Crumb de enfermo.

Yo soy de una generación a la que el acceso a la obra de dibujantes como Robert Crumb fue partiucularmente difícil ante la casi total ausencia de ediciones en español y la imposibilidad práctica de conseguir ediciones originales. Conocí a Crumb mediante dos volúmenes de "Comix Underground U.S.A." españoles, editados en pleno "destape" y fiebre ibérica por el comic, que recogían -ahora lo sé- material de los primeros tres o cuatro números de Zap Comix. Y aún con esa aproximación parcial -que en realidad era incompleta y que ni siquiera sabía del lugar privilegiado de Crumb- el trabajo del tipo rompía los ojos. Cuando años más tarde Fierro publicó algunos de sus trabajos tardíos ('Mis problemas con las mujeres', etc.), confirmé que el poder del tipo era algo excepcional y único dentro del formato comic.

Pero a lo que voy es que la obra de Crumb es amplia, muy amplia, y tiene la extraña cualidad de estar muy poco mediada por el superyó. Es decir, Crumb trabaja con materiales de su interés y obsesión en estado bruto y que no -algo evidente para cualquiera que haya leído media viñeta de su trabajo- tiene un lugar político-social definido ni arenga con respecto a nada. Sí, claro que especialmente en sus primeros y más conocidos trabajos están llenos de un espíritu satírico y crítico, muy de los 60, hacia EE.UU. y su cultura, pero cualquiera que lo haya seguido hasta su obra más reciente puede darse cuenta de que la búsqueda posterior de Crumb es tan insular, tan anti-social y tan auto-obsesiva que calificarla dentro de patrones de misoginia, racismo o pornografía es no haber entendido nada, nada en absoluto. Están viendo a un dragón y de lo único que pueden hablar es sobre si es comestible o no.

Pero son estos instrumentos de medición los únicos que pueden manejar sin pánico la mayoría de los imbéciles críticos actuales, son los únicos que pueden entender. Y cuesta, porque Crumb es capaz de dibujar una historieta de contenido claramente racista o misógina junto a otra que podría interpretarse como directamente racista o misógina y otra que trata con problemas esenciales de la discusión del racismo y la misoginia pero que no se para en ninguna parte. ¿Qué hacemos entonces con Crumb? Bueno por lo menos ponemos su carácter de artista entre comillas relativas y aclaramos que es "polémico", "chocante" o "discutible", y apreciamos el documental de Zwigoff sin que nos interese mucho el objeto de su estudio y sin tener que demostrar aprecio -por Dios- a ese personaje tan "enfermo". Cuando uno empieza a cuestionar a alguien como Robert Crumb, que ha hecho de la incorrección y lo inclasificable la tinta misma de sus dibujos, por motivos de corrección política, se está cerca del grado cero del pensamiento.

"Ah... Er... no puedo decir si esto es importante, si esto conmueve de alguna forma o si esto informa con expresividad sobre algún aspecto de la condición humana. No puedo contextualizar, no puedo definir y no puedo empatizar este estímulo con ninguna de mis vivencias inmediatas, y para peor, no puedo identificarme con ninguno de los personajes ¡Pero sé que no está bien que alguien dibuje a un padre haciéndose felar por la hija! Así que va en el estante de los malos. Y eso significa que soy un crítico. Vengan y bésenme la brújula".

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En la Brecha de la semana pasada el INAC (Instituto Nacional de Carnes) publica un anuncio de página entera a todo color. En el mismo se ve a un joven de lentes y corbata escribiendo en un PC a lado de una nutrida biblioteca. El sobreimpreso de la fotografía dice: "Si el Uruguay dejara de vender carne, muchas cosas desaparecerían de golpe". Luego un texto amplía explicando que la carne genera muchos puestos de trabajo, que la gente se beneficia, que al parecer -como para justificar la imagen- están usando informática, etc. Y termina definiendo a la carne como "El valor país".

Ok, uno algo sabe de semiótica y publicidad, al menos lo bastante como para darnos cuenta de que lo que importa es la imagen y la frase más legible ("Si el Uruguay dejara...") y es bastante evidente de que es la formulación publicitaria de uno de los estribillos más repetidos por los productores ganaderos: nosotros le damos de comer al país. Ustedes tienen computadoras gracias a nosotros.

La exportación de carne es, sin dudas, la principal fuente de ingresos del Uruguay, y su anticuado sistema de producción no estabulada es -a menos que se sea vegetariano- un sistema bastante natural, limpio y hasta humano para la explotación de los bovinos. Pero su clara preponderancia en la balanza comercial uruguaya ha hecho de que los estancieros ganaderos una clase de inusual poder e influencia en el sistema político, consiguiendo que la carga impositiva de la que se quejan tanto sea -proporcionalmente- la menor de cuanto negocio haya en el país, y eso sin hablar de los eternos privilegios financieros que son exclusivos de su clase y ajenos al resto de los mortales. Sin embargo y a pesar de todo, uno entiende que una producción tan esencial para la balanza comercial y que depende muchas veces de factores tan inestables como el clima o las enfermedades, tenga algunos beneficios comprensivos y alguna consideración extra. Pero es la función de una producción exportable, no significa necesariamente que "nosotros les damos de comer".

No, oligarcas caracagadas con la inteligencia de una vaca faenada. Yo entiendo que culearse tanto a mamíferos no humanos termina afectando la percepción de las cosas, pero ustedes no me dan de comer, ni a mí, ni a mi familia, ni a mis amigos ajenos a la ganadería, ni al 99,8% de los uruguayos. Yo como porque me levanto y voy a laburar todos los putos días, para cobrar mi puto sueldo del que me descuentan todos los putos impuestos e intereses que ustedes jopean saltando de bache en bache en sus 4 X 4. Yo tengo una computadora porque me la pague peso a peso con mi salario del que ustedes no aportan una micra de centavo y porque ocupo mi lugar en una sociedad en la que cada función es un engranaje que permite, defectuosamente, que yo tenga mi computadora, los niños vayan a la escuela y los familares de los ganaderos no se parezcan a carpinchos.

Ese paternalismo de considerarse esenciales porque fortuitamente quedaron al principio de la cadena de exportaciones es una de las cosas más ofensivas del latifundismo capitalista nacional. Esa cultura del patroncito con derecho a pernada que los hace seguir resistiéndose a la agremiación de los trabajadores rurales -como si fuera un privilegio- en virtud de que "hay días que no trabajan ocho horas". O que se resisten como perros cimarrones ante la descabellada intención de fijar para los peones un salario mínimo de alrededor de 100 dólares mensuales.

El razonamiento es tan imbécil que sólo puede explicarse por la hipertrofia del derecho de propiedad, considerado una suerte de derecho divino en la sociedad actual. Realmente parece que esta gente considera al resto de la socieadad como una suerte de parásitos mamando la sangre que le pueden succionar a sus vacas que viven en sus campos, sin jamás pasárseles por la cabeza que tal vez el usufructo privilegiado de los medios de producción de un país tenga que ser correspondido con una cierta sociabilización de sus beneficios. O que esos beneficios no tengan que ser concedidos de forma graciosa cuando a ellos se les ocurra dandole una palmadita en la cabeza a los médicos a los que los mantienen con vida o a los maestros que les enseñan a limpiarse el culo.

Ese es el problema de pasar más de treinta años sin que se escuchen los terribles términos de "reforma agraria".

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Los tiempos cambian y en el suplemento Vayven del El Observador decidieron contratar a un macho de verdad. Entre tanta mariposa que anda quejándose líricamente por ahí, a Rodrigo Guillenea, columnista habitual de Vayven, le gusta demostrar en su machaza columna (que lleva el gallardo nombre de Fuiyvolví) que tiene dos huevos así de grandes y que el puritanismo sexual del diario de los Peirano es bastante flexible cuando se les enfrenta un macho.

En el número dedicado obligatoriamente a la infame Noche de la Nostalgia, Guillenea se rasca la calva producida por el exceso de testosterona y hace su lista de las cosas a las que le tiene nostalgia. Cosas de macho, por supuesto, entre las que están la Madonna más putona, Bud Spencer y Bruce Lee, el Tinelli que se garchaba a las bailarinas... una macha lista con tanta hombría como para permitirse tratar a Jet Li de metrosexual (literalmente)... nostalgias de macho, no de bailarín de ABBA, por si no les quedó claro, escritas con la prosa de un semental tan hombre que nadie dudaría de su heterosexualidad ni aunque lo filmaran felando a marineros en la Plaza Independencia.

Pero a mí, que como alguna lectora me recuerda, tengo también mi propensión al machismo y a la liturgia de la virilidad tradicional, Guillenea me mata y me convierte en un bailarín de ballet con el octavo punto nostálgico, que reproduzco en su totalidad: "El portero de boliche: El verdadero era el de antes, el que si entrabas borracho te trompeaba mano a mano y encima, si le ganabas, entrabas gratis siempre. Basta de patovicas en barra, afeminados y anfetaminados, que sentís que peleás contra un gran frasco de esteroides."

Miro la foto del columnista que ilustra la nota y, a pesar de la gorrita (debajo de la cual Guillenea mira e intimida a la cámara) me parece que tiene más o menos mi edad, lo cual sería lógico porque compartimos el marco referencial. Pero, ¿ganarse a las trompadas el derecho de entrar gratis a los boliches, llenándole la cara de dedos a los porteros? La mierda... ¡mucho macho! , ¡en mi barrio no éramos tan machos!, ¡cuando nos trompeaba un portero, caíamos al suelo y sangrábamos, y de vez en cuando llorábamos como magdalenas! ¡poca cosa más! ¡nunca conocí a nadie que empleara el sistema Guillenea para volverse VIP! ¡pero capáz que eso diferencia a los machos de los machomenos! ¡Varón...! ¡Y varón que no deja de serlo por la edad, ya que por lo que sugiere el párrafo, sigue arriando patovicas -ahora en barra- como Steven Seagal en una taberna! ¡y uno que se agarra a El Observador para el churrete sin saber que sus columnistas pagaban las entradas a los boliches a trompada limpia! ¡tiempos salvajes aquellos tiempos...!

Ahora, me extraña que en la enumeración se haya salteado algunas tonterías que también se hacían en aquellos días de hombres, no de astroboys y danisumpis; Rodrigo: ¿no te tenés nostalgia de la época en la que, cuando un policía se atrevía a pararte por la calle, uno lo cagaba a palos con su propio garrote y luego le robaba el auto para hacer picadas por la Rambla con la sirena a todo volumen..? ¿o cuando en lugar de sacar a bailar a las chicas las enlazábamos con nuestras gigantescas porongas, largas y hábiles como trompa de elefante, y las arrastrábamos a la zona oscura del pub dónde las atendíamos de a cinco? ¿o cuando no había dj's ni maricones de esa calaña y bailábamos al ritmo de la percusión que hacíamos golpeando los huesos de nuestro enemigos muertos...? ¡Ese era un tiempo de machos! ¡Pucha, qué nostalgia...!

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Mi amigo Ivan me trae de NYC un libro que desconocía pero que era evidente que me iba a gustar. Se trata de A Drink With Shane MacGowan, una suerte de autobiografía sobre el dios de los cantantes borrachos que consiste en la transcripción de varias charlas de MacGowan con su novia desde hace décadas, la periodista Victoria Mary Clarke. Al parecer la idea era recolectar material para que Clarke escribiera una biografía propiamente dicha, pero les gustó el formato de las desgrabaciones -que están en algún lugar entre la entrevista propiamente dicha y la charla pícara de pareja-, y decidieron publicarla así.

Para la gente que se guía por las apariencias el libro puede ser una sorpresa, porque, aunque hay muchos relatos de excesos épicos y quilombos formidables, el Shane MacGowan que emerge del libro no es la bestia intoxicada que su personaje público sugiere sino un compositor cultísimo, capaz de conversar con naturalidad desde James Joyce hasta Al Green, que tiene una visión política interesante sobre el mundo actual y enamorado hasta la médula de la tradición cultural de su país, que conoce como el fondo de su vaso. Un libertario, un bohemio salvaje y un rebelde pero que a la vez no tiene problemas en revelar su infinito cariño por su familia (algo similar a lo que inesperadamente había revelado en su autobiografía el otro gran punk irlandés, John Lydon), su mujer y sus amigos. En realidad estas cualidades no son tan sorprendentes para quién haya examinado la riqueza de sus textos y la profunda humanidad romántica que hay debajo de sus dientes podridos y su voz de ebrio terminal.

Hay, en los diálogos con su mujer, una notable serenidad que viene de alguien que no ha sido sereno. Hay anécdotas descacharrantes que son como la cima del iceberg de las poli-adicciones de MacGowan (por ejemplo uno se entera que uno de los motivos de la devastada dentadura del irlandés fue que se partió varios dientes cuando en un viaje de LSD se le ocurrió comerse una copia del Pet Sounds de los Beach Boys) y mucha sabiduría de bar. De hecho, MacGowan tiene una opinión muy interesante y es la de que los borrachos de bar son gente mucho más instruída de lo que se cree porque -al contrario de otros adictos como los adictos al trabajo o los adictos a la familia- interralacionan mucho socialmente e intercambian opiniones informativas con otras personas con mucha mayor frecuencia que la mayoría de los hombres modernos.

Algo ilustrador sobre la cabeza de MacGowan es el que en las numerosas fotos que ilustran el libro no haya ninguna con los Pogues o los Popes. No, el tipo reserva ese espacio para las fotos con amigos, con su novia, con su famila (¿se puede creer que la madre de ese hombre tan asombrosamente feo era una modelo, y que su hermana es bellísima?) y en los lugares que le gustan.

Hay solamente una foto relacionada directamente con los Pogues y es la que ilustra la portada del simple de 'Rainy Night in Soho'. El motivo es obvio, en la foto están él y Victoria Mary Clarke, con quién MacGowan había empezado a salir hacía poco y para quién fue escrita la canción. 'Rainy Night in Soho', por desgracia no incluida en ninguno de los LPs originales de los Pogues, es una de las más bellas canciones que MacGowan haya escrito, tal vez la más hermosa de todas. La escucho por enésima vez mientras escribo esto, es larga, épica y cada estrofa está escrita con el corazón en la mano. Una canción que celebra el amor mientras advierte que parte del mundo alrededor cae en el infierno. Una canción que culmina con una declaración enorme: "And you're the measure of my dreams".

"Vos sos la medida de mis sueños". Chicas sensibles que leen este blog, si algún tipo les dice con voz sincera alguna vez que ustedes son la medida de sus sueños, encámense con él aunque sea tan feo como Shane MacGowan. Porque no es una cosa que un hombre diga con ligereza.

Además posiblemente sea fan de los Pogues o lector de este blog, buenos motivos para rescatarlo de entre el mar de idiotas.

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La noticia dio la vuelta al mundo y consiguió irritarme en forma definitiva: en Inglaterra están -por pedido de algunos "padres preocupados"- estudiando el modificar varios dibujos animados de Tom & Jerry en los que aparecen fumando para que los niños no reciban esa mala influencia. Genial; tenés a un gato y un ratón imaginarios y fantásticos que viven dinamitándose el uno al otro, arrojándose hachas y cuchillos, hiriéndose de todas las formas posibles y con la mayor crueldad imaginable, y lo que se te ocurre es borrar las escenas en las que el ratón o el gato aparecen disfrutando de un cigarrillo, consiguiendo que la histeria de la salud no solo opere sobre las representaciones del presente y el futuro, sino que también comience la tarea estalinista de modificar el pasado. Buenísimo, todo un ejemplo de precaución inteligente. Yo estoy seguro de que todos los fumadores comenzaron a aspirar humo para parecerse a un ratón dibujado.

¿Saben qué? Esto, que puede ser algo menor, fue para mí el punto que sobrepasó lo que ya era intolerable. Ya está, ya sabemos de que se trata y ya basta. Pequeñas mierdas cobardes, infectos y sucios policías de la salud, ovejas auto-capadas y devotas del corral, ya sabemos que es lo que ustedes quieren: imponer un régimen de imbecilidad mundial en el que el único valor diferencial del bien y el mal sea la autopreservación y el miedo a no seguir las instrucciones. Esas instrucciones dictadas por ustedes desde sus pequeñas torres de buchoneo institucionalizado. Basura pestilente con la mente tan sucia como para censurar al gato y al ratón con el que crecimos abrazados, lambeguascas hipcondríacos, sirvientes de Mammón, besadores de supositorios, dictadores de enfermería, subhumanos recubiertos de plástico esterilizado, ya bastó.

Los fumadores y los amantes de las distintas formas -saludables o insalubres- de intoxicación adulta y voluntaria no tenemos por qué aguantar más su fascismo pseudo-filantrópico y su permanente discriminación apoyada por el puño servil del Estado.

Pero si el juego es discriminar, bueno, discriminemos entonces. ¿No vas a compartir esta copa de vino conmigo, despreciando así mi ofrecimiento de desinhibición moderada, bajada de defensas y sociabilización etílica? Entonces fuera de mi puta casa, persona paranoica. ¿Vas a estar parado ahí de la cara, amargándonos, fiscalizando -y quién sabe si no vigilando y anotando mentalmente- nuestra drogadísima reunión musical? Patada en el orto y afuera, a la calle, guardabosques. ¿Querés que apague el cigarrillo que seda mis nervios, me mantiene delgada y me hace parecer tan cool como Marlene Dietrich? Entonces te lo voy a apagar en la frente, bombero wannabe. ¿Te creés autorizado para opinar sobre mi vida sexual y sus riesgos? Que venga alguien y eche a este paparazzi clínico que no respeta la intimidad de mis partes. ¿Estás haciendo gimnasia en los parques de mi barrio, ofendiendo mi nariz con el fétido olor de tu transpiración y la falta de elegancia de tu ropa? Empezá a correr porque suelto al perro. Y así. Legítima defensa y respuesta pura y dura. Fuego con fuego.

La sensación de culpa, inculcada durante años por los propagandistas del miedo a la muerte, los que han establecido la falsa identidad entre duración y calidad de vida, ha debilitado y convertido en tristes resignados a los bon vivants, a los que saben que la parca va a subir al colectivo, sea en esta o en la próxima parada y a los que aman la intensidad de las decisiones no convenientes, esas pocas decisiones no egoístas que nos diferencian de los animales en un sentido positivo.

Los aprendices de botones, los diminutos dictadores domésticos, esas criaturas chiquitas y temerosas, nos vienen corriendo a ponchazos desde hace años, subidos a nuestra propia culpa y a nuestro deseo de no-intervención en las vidas privadas. Eso no puede ser, no puede ser más poderosa una persona tan cobarde como para tenerle miedo a algo tan inocuo e intangible como el humo de segunda mano. Esos puercos tan envalentonados que pretenden decidir lo que se puede hacer en nuestros bares, en nuestros centros comunitarios y en nuestros cuerpos. No, enanos: Muera la hipocondría, Viva la Muerte.

Recordemos el consejo perfecto del gran Primo Levi, quien dijo luego de salir de Auschwitz: "Si hubiera podido filtrar un mensaje desde el läger (el campo de concentración), habría sido este: no dejeis que os hagan en vuestras casas lo que nos hicieron aquí adentro."





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