viernes, agosto 18, 2006

La pasión de Melvin

Fue una de las noticias de la semana pasada, y todavía no se acalló: un día Mel Gibson se tomó hasta el agua de los floreros, agarró su auto y enfiló a 160 kmph por Malibú en su Lexus hasta que lo pararon. Mientras le prendía fuego al espirómetro sólo con respirarle cerca, Gibson se despachó al parecer sobre "los fucking judíos", diciendo que "los judíos empiezan todas las guerras". En realidad crónicas más detalladas dicen que además de esas observaciones sobre los judíos, Gibson también hizo comentarios machistas y declaró ser "el dueño de Malibú". Es decir, un clásico discurso beodo de alguien que se tomó una botella de tequila y se transmutó de príncipe a sapo impresentable, como suele suceder con ese brebaje mexicano. Pero solo la primera parte de sus divagaciones ebrias fueron tomadas en cuenta, tal vez porque uno de los policías que lo detuvo -y al parecer el que recibió la perorata- era de origen judío. E inmediatamente todo el mundo en Hollywood y EE.UU. sintió que tenía algo que decir al respecto y en una de esas algo que hacer.

Después del incidente la cadena ABC canceló al parecer una miniserie sobre el holocausto judío que Gibson iba a dirigir. No hay ninguna casualidad en este fuera uno de sus trabajos pendientes; su versión del martirio de Jesús, La pasión de Cristo, lo había puesto en una situación dudosa en este tema ya que el rol de los judíos ortodoxos (Cristo era un judío, no olvidemos ese detalle) en la película no era muy favorable, por lo cual una miniserie sobre el Holocausto debía ser una buena forma de reconciliación, y de paso de diferenciarse con su padre, un fanático cristiano que no cree que el Holocausto haya tenido lugar.

En todo caso es un tema que ha estado rondando a Gibson desde hace tiempo, por lo que no es de extrañarse de que, desinhibido etílicamente, se le haya ocurrido decir cosas así. Sin embargo una declaración pública que hizo después del incidente apela a la perplejidad. Gibson dice: "Estoy en proceso de entender de dónde salieron esos comentarios malintencionados durante mi exhibición de ebriedad, y pido a la comunidad judía, a quienes he ofendido personalmente, ayuda en mi viaje hacia la recuperación. Una vez más, pido una mano a la comunidad judía. Sé que habrá muchos en esta comunidad que no quieran ayudarme, y es comprensible. Pero rezo porque esta puerta no esté cerrada para siempre".

No ha tenido demasiada suerte en su pedido: más de un representante y algunos actores (como Rob Schneider) han declarado que no quieren saber más nada del australiano, la presentadora Barbara Walters declaró que "no piensa que quiera ver otra película de Mel Gibson", el senador republicano Tom McClintock -que lo tenía como su más notorio seguidor- ha rechazado públicamente su antiguo apoyo y el publicista Andy Behrman ha encabezado una suerte de campaña de boicot hacia el director y su trabajo argumentando que quiere dejar en claro que "el anti-semitismo no está bien en Hollywood ni en ninguna otra parte".

Curiosamente la mayor aliada de Gibson en este insuceso es la misma que lo metió en él: la botella. Gibson se metió inmediatamente en una clínica de rehabilitación y sus defensores, algunos de ellos de la comunidad judía como Jodie Foster o el productor Dean Devlin rápidamente saltaron a aclarar que el australiano es un encanto de persona pero que es el trago lo que le hace decir disparates. Devlin en particular dijo: "es un alcohólico, y sin justificar lo que dijo, porque no hay excusa para eso, la que hablaba era la enfermedad, no la persona". No es una mala excusa: la cultura estadounidense es muy tolerante con las caídas -siempre y cuando se sea cristiano y capaz de "renacer" luego de ellas- y no olvidemos que tienen a un alcohólico reformado al volante de la Casa Blanca. Ahora, habría que decirle a Devlin que una enfermedad que se pone tu ropa, compra un par de litros de tequila, maneja tu auto por Malibú y manipula tu lengua pastosa para insultar a una etnia entera, es tremenda enfermedad, y debe ser producida por semejante virus o bacteria.

Estos son los hechos, ahora, ¿desde cuándo lo que un borracho -por más famoso que sea- le balbucea incoherentemente a otra persona, en este caso a un policía, es motivo de debate y persecución?

Yo no soy de los que creen en la disculpa de la ebriedad. Creo que la diferencia entre lo que uno hace en pedo y lo que uno hace sobrio es mínima: si uno se convierte en una bestia irresponsable al beber, entonces el momento de responsabilidad es el momento en que uno decidió hacerlo. Pero creo también que dentro de la ebriedad hay matices de disculpa. Es decir; hay cosas que no serían del todo admisibles estando sobrio pero que lo son si uno se tomó un litro de gin Old Drunk. Es parte del juego de la deshinibición que los occidentales buscan en el alcohol y viene siendo parte de la conducta humana desde que a Juan Pitecantropo se le fermentó el racimo de uvas que había dejado arriba del cráneo de un mamut. Y el que lo rechace a priori es un fucking musulmán, un monoteísta en busca de adeptos o un amargo terminal.

Pero, y ahí está el viejo problemilla por el cual las leyes terminan haciéndose a la medida de los peores y no de los mejores, ¿dónde está la frontera entre lo admisible y lo que no lo es? (dentro de los protocolos ebrios, claro está). Es díficil porque cada grupo humano -y cada persona- tiene una medida distinta y generalmente la frontera se mide en grados: es admisible decirle a tu novia que no sea botona cuando se enoja porque llegaste a casa con olor a taberna, con un gorrito irlandés y caminando como W.C. Fields, no es admisible que además traigas marcas de lápiz de labio alrededor del pene. Es admisible el que a uno se le ocurra dar su radical opinión sobre varias cosas que aquejan al mundo, no es admisible confesar tu desprecio permanente hacia tu interlocutor y todas sus opiniones, y así se pueden dar mil ejemplos. Las únicas varas de medida son el sentido común y la relación específica que se tenga con los terceros.

Claro está que estoy hablando de borrachos no peligrosos socialmente; si el ebrio de marras está disparando un pistolón al cielo mientras declara su odio a la humanidad, la frontera del exceso punible está mucho más clara. O si viene haciendo eses a 160 por Malibú, como el bueno de Mel, que ha sido condenado a tres años de libertad condicional por manejar en ese estado, además de la obligación de asistir a Alcohólicos Anónimos (lo cual inutiliza totalmente la propuesta de A.A., que depende de la voluntad del alcohólico, por lo que una asistencia coaccionada pierde todo sentido, pero eso es otro tema).

(Para mí el conducir peligrosamente en estado de ebriedad es un delito y el atropellar a alguien en ese estado es lo mismo que apuntarle por la calle y levantarlo como si se estuviera jugando al Carmaggedon. Pero también creo que no existen delitos "en potencia" y que la lógica de la punición preventiva es digna de fascistas. Quiero decir; estoy de acuerdo con que se le retire la libreta de conducir permanentemente a quién venga a contramano por la rambla y luego no pueda hacer el cuatro (ni el dos), pero pienso que el Estado no tiene derecho a someter al espirómetro a nadie en "controles de rutina", es decir, a nadie que no haya infrigido una ley de tránsito. Hay biologías y resistencias diferentes, cosa que los dictadores de la salud deberían tener en claro).

Mel Gibson es un tipo complejo, posiblemente simpatizante del extremismo de la derecha cristiana, pero con el bastante mundo como para ser un poco más articulado que el común de los republicanos estadounidenses (le gusta, o dice que le gusta, el trabajo de Michael Moore). De cualquier forma Gibson ha apoyado explícitamente causas por lo menos dudosas como la pena de muerte o la re-elección de George W. Bush. También se ha adentrado en el campo de la crueldad irracional, criticando las investigaciones con células madre y condenando la eutanasia de Terry Schiavo, aquella mujer totalmente paralizada a la que le quedaba como único acto digno el morir y que la basura religiosa de aquel país torturó durante años manteniéndola viva a pesar de su condición irreversible. Y eso sin hablar de La pasión de Cristo y todo lo que implica. Es decir, no es un derechista livianito el australiano.

Pero ninguna de estas opiniones explícitas y amplificadas por todos los medios irritó nunca a ninguno de los judíos de Hollywood ni a ninguno de los vigilantes de la corrección política. No, en cambio un par de frases en pedo dichas en un ámbito que sólo se había hecho público mediante una coacción, pero que podría considerarse privado -recordemos que Gibson es detenido por un par de policías y ahí se va de boca, no se pone a gritar sus opiniones en medio de la fiesta a la que había asistido antes-, hace que todo reviente y que Gibson se convierta en una bestia negra.

No me interesa Gibson -que le den por el culo por borracho chupacirios- pero si me interesan dos cosas presentes en todo este asunto. La primera es el automático corporativismo de buena parte de la comunidad judía y su persecución instantánea de todo lo que consideren una demostración de antisemitismo -palabra que debería ser re-definida rápidamente porque parece estar monopolizada por la comunidad judía, dejando afuera a todos los demás pueblos semitas-, montando campañas de persecución (generalmente presentadas como "autodefensa") instantáneas de todo lo que ellos consideren como tal. Voy a aclarar algo innecesariamente: para mí cualquier persona que crea, por ejemplo, que personajes como Robert Zimmerman, Henry Kissinger, Sigmund Freud, Rosa Luxemburgo, Orlando Pettinati, Franz Kafka, Arik Sharon, Karl Marx, Lou Reed, Primo Levi, Alberto Bensión, Sarah Silverman, Adrián Suar, Richard Hell y Noam Chomsky tienen alguna característica negativa en común (además de ser humanos) por la ascendencia de sus apellidos, esa persona es un imbécil.

Dicho sea esto, la presión por considerar a todo ese conglomerado humano como una unidad homogénea positiva por las mismas circunstancias no es menos imbécil. El apoyo en bloque de las comunidades judías del mundo entero a la nación de Israel cuando esta decidió bombardear un país entero como castigo al secuestro de dos soldados, ha generado mucho más antisemitismo del que mil borrachos famosos como Gibson podrían conseguir si se pasaran 24 hs. al día leyendo Los protocolos de los sabios de Sion con megáfonos en Times Square.

Claro, es tentador reducir el antisemitismo al ejemplo de un actor borracho y ya arrepentido. Es tentador porque es una discusión muy fácil de ganar y, ya que estamos, englobamos el rencor del mundo en un exabrupto tosco e indefendible. En fin, es todo un tema.

Pero es la segunda cosa que me interesa la que me motivó a escribir este largo post, y es algo que ya mencioné en el mismo: al final del día todo este incidente se limita a un borracho intentando ofender al policía que lo está deteniendo -es decir, que tiene poderes sobre uno- de todas las formas posibles mientras está siendo detenido como medida preventiva (Gibson, que se sepa, no llegó a dañar a nadie). Y el mundo estuvo opinando sobre un delito de opinión prácticamente privado.

Quién esto suscribe no cree en los delitos de opinión, aunque estos sostengan las peores infamias. Pero además hay una gran diferencia entre algo que se dice con el ánimo de insultar a una persona en particular y lo que se difunde como propaganda. Gibson arrugó e hizo el mea culpa más exagerado que yo haya escuchado en mi vida (sólo le faltó circuncidarse en público con un alicate), cuando simplemente debería haberse negado a hacer comentarios sobre el tema, del que posiblemente no recuerde gran cosa.

Aún así no parece ser suficiente y hasta sus defensores le recriminan el mal momento, o se lo adjudican a la "enfermedad" alcohólica. En los mismos días del incidente la popular opinóloga estadounidense Ann Coulter dijo que la respuesta israelí ante los secuestros había sido discreta ya que deberían haber arrasado el sur del Líbano de punta a punta. Lo dijo sobria y amplificada por todos los medios disponibles. Ok, yo creo que tiene derecho a decirlo, como yo tengo derecho a decir que es una triste puta ignorante, y como Mel Gibson tiene derecho a decir -sin ser juzgado más que en el ámbito de su privacidad- que "los judíos empiezan todas las guerras" en una conversación privada sin que esta trascienda y, sobre todo, sin que todo el mundo se sienta autorizado a condenar. Las guerras de la identidad consiguieron identificar a los crímenes con sus descripciones verbales y a sobredimensionar el poder de las palabras hasta convertirlas en objetos y el discurso prohibido crece como un tumor de silencio, y los policías del lenguaje no duermen nunca.

En fin, hace varios miles de caractéres que doy vueltas para decir simplemente que hay algo jodido cuando un borracho insulta a un policía y el mundo cierra filas atrás del de azul. Porque, como dice el cartelito de arriba, a veces vos tenés que decirle al Hombre como te sentís.





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