miércoles, setiembre 13, 2006

La breve eternidad

De vez en cuando uno se encuentra con un trabajo sobre algún tema cuyo objeto de estudio no nos gusta, además disentimos de la hipótesis y de la forma en la que está presentada; y sin embargo dicho trabajo nos resulta interesantísimo, aunque más no sea de una forma antropológica, como si estuvieramos observando las raras creencias y costumbres de una tribu que nos resulta totalmente extraña.

Eso me pasó recientemente viendo Live Forever (2003) , un documental de John Dower sobre el auge y caída del britpop en la primera mitad de los años noventa. Por de pronto el documental plantea cinco hipótesis dudosísimas:

a) El britpop fue lo mejor que le pasó a la música inglesa desde la era dorada de los Beatles y los Rolling Stones.

b) Durante su tiempo, Inglaterra se entregó por completo al britpop que dominó los charts sin competencia alguna.

c) El fenómeno britpop fue totalmente popular, creciendo de abajo hacia arriba sin que el hype de prensa haya sido decisivo.

d) Hay una relación política directa entre el triunfo de los laboristas de Tony Blair y el auge del britpop.

e) Oasis es una banda enorme.

Yo disiento de las cinco hipótesis, para mí hasta la llegada del britpop Inglaterra siempre produjo música interesante o más, y el britpop es justamente la abdicación de cualquier pretensión artística, la caída en lo obvio y lo seguro, y la afimación de los números de ventas como único valor a respetar. También creo que simultáneamente al britpop se desarrolló el pop de laboratorio, el pop toyotista que hoy en día domina el mercado mundial -es decir que su éxito no fue tan homogéneo-, y también cosas mucho más interesantes y ligadas con la electrónica, el pop de calidad o la psicodelia (Massive Attack, Underworld, The Beta Band, las bandas escocesas...). Creo que el fenómeno britpop fue el mayor mazazo de publicidad indirecta (o explícita) que haya dado la prensa con intenciones de credibilidad crítica. Creo que Tony Blair es un reverendo hijo de puta, el peor ejemplo mundial de la desfiguración final de la izquierda, y que su coincidencia con el britpop es meramente la de compartir un cierto resurgimiento del nacionalismo inglés (además de también compartir la sobrevaloración de algunos observadores), y por otra parte el britpop me parece uno de las olas musicales más despolitizadas y líricamente nulas de la historia del rock. Por último, por supuesto, Oasis no me parece una banda enorme más allá de lo cuantitativo.

Odié al britpop con dedicación y desprecio durante su auge hace una década; no sólo no pude engancharme con ninguna de sus bandas señeras, sino que además vi a su éxito como una usurpación, fogoneada por el fantástico poder publicitario de la prensa británica, del corto pero legítimo reinado de la generación del underground norteamericano. No fui fan del grunge, pero sí de las bandas laterales al mismo, del indie agresivo y cimentado en el hardcore y la no-wave que en ocasiones fue embolsado junto a Pearl Jam o Soundgarden pero que era otra cosa. Y cuando las cosas parecían ponerse interesantes aparecieron estos ingleses afrancesados que sin saber componer gran cosa (y tocar menos), fueron vendidos como la gran revolución musical que el mundo necesitaba. Pero es muy difícil venderle Pulp a un admirador de los Kinks, The Jam y Steve Harley, tan difícil como venderle Franz Ferdinand a alguien que se conoce los discos de Talking Heads de memoria. Hay una cierta degradación evidente. Para peor la mejor banda de la movida, The Auteurs, nunca llegó a gran cosa.

Pero con toda esta carga de juicios y prejuicios encima, disfruté de Live Forever que, entre otras cosas, se devora a sí mismo por un error involuntario: el documental comienza -como antecedente ilustrativo- con un concierto masivo de los Stone Roses y luego pasa a la presentación en Top of the Pops de Nirvana. Nada en la hora y media que sigue a estas imágenes se aproxima al carisma y la intensidad de estas bandas. Es como comenzar un documental sobre Darío Silva con imágenes de Spencer y Morena, para luego argumentar que Silva fue mucho más importante y mejor jugador, exhibiendo como prueba la millonada en dólares de su pase y compararla con el dinero movido por los pases de los otros dos. Un chiste, casi. En un momento Jon Savage, a quién uno consideraba por lo menos un tipo que vivió muchas cosas, habla sobre el impacto de la presentación de 'Some might think' de Oasis en TOTP, evocándolo como un momento único y deslumbrante en el que se ve al mundo cambiar. Y uno espera algo como los Sex Pistols en el legendario playback de 'God Save the Queen', o a Chris Novoselic pegándose semejante piña con el bajo en la entrega de premios MTV mientras Dave Grohl putea por el micro a Axl Rose y Kurt Cobain deambula narcotizado por encima de los amplificadores. O algún impacto similar de carisma y poder visual (pienso en videos y performances de bandas tan disímiles como The Cult, Guns'n'Roses o At the Drive-In) y en lugar de ello hay una banda mal vestida y absolutamente carente de carisma -a excepción del cantante- tocando un tema pobre dentro del pobre repertorio de la banda. Y uno se queda pensando que Savage estuvo en la primera fila cuando surgieron los Clash, los Pogues, Jesus & Mary Chain, los Smiths, Primal Scream... y te dan ganas de cagarlo a trompadas por vendedor de espejitos o por idiota.

Es muy llamativo como a apenas diez años de su apogeo, muchos de las estrellas del britpop presentes en el documental parecen unos has-been totales. Damon Albarn habla como si fuera un jazzero recordando sus tiempos de gloria allá en los 50, Jarvis Cocker parece un junkie pasado de edad que todavía se viste raro para ver si se voltea a alguien... quiero decir, John Lydon en el 86 o Mick Jagger en el 75 no parecían tan decadentes y derrotados, y todavía estaban por escribir 'Rise' y 'Waiting for a friend', respectivamente. Uno se siente tentado en establecer una relación directamente proporcional entre la velocidad de subida y el agotamiento de la energía vital. Pero no todos terminaron como perdedores, y el documental es salvado de la depresión por los grandes triunfadores del mismo: los hermanitos Gallagher.

Por un lado está Noel, sentado en un amplio sillón victoriano, haciéndose el Ray Davies lumpen, hablando hasta por los codos y creyéndose mucho más inteligente de lo que es. En una de sus primeras intervenciones, Noel aprovecha para aclarar que su mejor melodía, la del primer y segundo verso de 'Live Forever' es en realidad la misma de la del estribillo de 'Shine a Light' de los Rolling Stones, y para demostrarlo tararea ambas. Y me deja pensando en que una de las características realmente propias del britpop es el descaro con que asumen sus hurtos musicales, como si la originalidad fuera algo totalmente intrascendente. Es decir; los Clash robaron cinco o seis veces el riff de 'I Can't Explain' de The Who, pero siempre intentaron contextualizarlo en una temática y un desarrollo melódico que excusara el préstamo. Cuando Elástica saqueó a Wire y a Pretenders, Blur a Madness y Oasis a medio mundo, no les importó un sorete a la vela el disimularlo. De haber sido bandas más cultas uno hubiera pensado en alguna conexión con el plagiarismo y algunos de las neovanguardias posmodernas, pero da la sensación de que es simple falta de escrúpulos (rescato sin embargo a la única canción de la época que sí fue acusada de plagio, la excelente 'Bittersweet Symphony' de The Verve -una canción mucho más grande que el grupo que la compuso- que como se recuerda tuvo que compartir royalties y derechos de autor con los Stones por culpa de unos míseros compases samplados de la versión orquestal de un tema al que no se parece en nada).

Pero volvamos a los Gallagher; si Noel es divertido, lúcido y razonablemente sincero, el que vale todo el documental es Liam. El Gallagher chico, posiblemente la figura más carismática del britpop, es absolutamente hilarante. No por su ingenio o rapidez mental, sino por todo lo contrario: sentado, gordo y con el peor corte de pelo del mundo, Liam es tan asombrosamente estúpido que uno siente que está viendo This is Spinal Tap II. Ni Ozzy Osbourne o Sid Vicious en sus momentos más extremos de semi-muerte cerebral narcótica dieron la impresión de completa imbecilidad que irradia sin dificultad este cantante mancusiano que ni siquiera entiende las elementales preguntas que le hacen. Cuando minutos después Noel vuelve a aparecer en el documental hablando de su hermano como si fuera la respuesta británica a Beavis & Butthead, definitivamente uno lo entiende, pero no quita que las intervenciones de Liam sean lo más gracioso del filme.

Escuchando la música y declaraciones de Oasis en un contexto temporal y estético adecuado, como es en el caso de Live Forever, uno se asombra de la sencillez -a medio camino entre la genialidad y la idiotez- de su propuesta y de la idea alrededor de la que gira la banda: la simple fusión de estilemas de las dos bandas más impactantes de la historia del pop y el rock británicos, los Beatles y los Sex Pistols, reduciendo los aspectos (y acordes) más angulares y complejos de ambas bandas y manteniendo el mensaje de esperanza colectiva de los primeros y la arrogancia mediática de los segundos. Es brillante, es como lo del tipo que inventó el Martín Fierro: a priori el mezclar queso y dulce de membrillo no parece la mejor idea, pero alguien la tenía que hacer y es lógico que miles y miles de personas le interese. La idea dio como fruto una canción, a veces distorsionada, otras veces acústica, pero solo una canción; Oasis es una banda de una sóla canción, tan limitada que los obliga a recurrir a covers simplificados de otros artistas (Neil Young, los propios Beatles) para darle matices a sus shows en vivo . Eso no es necesariamente malo; muchas de mis bandas favoritas, como Jesus Lizard, High Rise o Mötorhead, son bandas de una sola canción, pero la canción de Oasis es tan seductora como plana. Seduce al escucharla -como en el documental- fragmentariamente, en disco sus habituales tres minutos se hacen largos y rara vez soporta el ser escuchada nuevamente el mismo día, pero a quién le importa; ¿quién escucha hoy en día una canción atentamente, varias veces, con devoción? ¿quién tiene tiempo?

Los Gallagher tienen la excusa de su ingenua sinceridad y algunos de sus discos serían muy simpáticos proveniendo de una banda menor y con más entusiasmo que ideas, algo como los Social Distortion en EE.UU., pero el tamaño alcanzado gracias al hype mediático les quita ese plus de simpatía que tal vez merecerían. A la gente le gusta decir que la música es buena o mala independientemente de cuánto venda, eso es una pelotudez, porque en el S.XXI el "cuánto venda" de una banda está directamente relacionado con la capacidad de intromisión sin permiso de su música en todas partes y lo inevitable de su propuesta. 'Wonderwall' pudo haber sido una baladilla agradable si uno la escuchaba eventualmente en un programa radial, obligado a escucharla una y mil veces por todas partes se convirtió en una mierda, porque a las obras de arte medianas -como es el caso de 'Wonderwall' o 'Live Forever'- la repetición desnuda sus carencias y limitaciones, es decir, la empobrece. En cambio 'I Am the Walrus', uno de los temas de los Beatles que los Gallagher suelen tocar en versión for dummies, podría sí soportar una exposición tan extrema, no porque esté legitimada por sus autores sino porque es una canción rica, una canción con decenas de planos de significado y sonido.

Tal vez los Oasis no fueran muy concientes de lo que estaban haciendo y viviendo, las bandas que su ejemplo generó si lo eran. Cuando The Strokes reprodujo el mismo esquema de simplificación y reducción, solo que cruzando el Atlántico y cambiando las bandas fusionadas, ya no había ninguna ingenuidad, sólo la evidencia del éxito fácil.

(Es inevitable que en este momento despotrique un poco: ¿es posible que en Uruguay se haya hecho lugar para una suerte de movimiento britpop -sí, ya sé que britpop uruguayo es un oxímoron, pero dicen que existe-, es decir un clon de un clon de un clon, con todo lo que esto implica de daño genético, y que haya sido bienvenido como "un soplo de aire fresco"? ¿es posible que los medios con mayor capacidad de difusión se hayan entregado a estas bandas como si las mismas hubieran descubierto la pólvora? ¿puede esto pasar simultáneamente al momento en el que están surgiendo bandas jóvenes como Santacruz, Pompas, Buceo Invisible, HPLE, Psiconautas o Imao, y que siguen activas y en su mejor momento propuestas como Los Terapeutas, Supersónicos, Asamblea Ordinaria o Buenos Muchachos? ¿en el tiempo en que aparece, como un rayo en la oscuridad, el fenómeno de las murgas jóvenes, de las puestas en escena asombrosas de La Mojigata, La Gran Siete o Queso Magro? ¿es posible que con esta fauna musical Va X Vos pase durante un mes seguido unas filmaciones mal hechas en vivo de una de estas bandas britpop y hasta el día de hoy no se haya siquiera mencionado una vez el nombre de Danteinferno? Viendo Live Forever, compruebo con más tristeza que asombro como una de las bandas de brit-uru-pop calca no solo el fraseo nasal de Liam Gallagher sino también su peinado, su postura corporal, su ropa y la posición exacta en la que está colocado el pie del micrófono... un efecto mímico. Como los monos cuando aporrean una computadora. Y siento que me están tocando los huevos. Paladines mediáticos del brit-uru-pop: ya cumplieron su experimento de generación de hype (a su manera otro fenómeno mímico), ya se sintieron parte de la fábrica de sensaciones inglesa por un rato. Ahora cierren el pico y denle espacio a los que lo necesitan y merecen. Si no pueden tener buen gusto al menos traten de ser justos; salgan del camino y llévense sus espejitos a otro lugar de cipayolandia.)

Cuando termina Live Forever, uno tiene una serie de sensaciones encontradas -y muchas ganas de escuchar a los Stone Roses para confirmar que el país que dio a Led Zeppelin y The Fall (que por supuesto estuvo activa durante todo el fenómeno britpop, sacando discos épicos y perfectos que jamás fueron tapa de la NME) no sufrió alguna clase de enfermedad psíquica degenerativa, pero curiosamente la sensación primaria es de nostalgia. No sólo hacia los días juveniles de la historia privada de cada uno, días que coincidieron con el auge del britpop, sino también hacia las propias bandas. Porque, la verdad, comparar a Blur o a Pulp con los Kinks o los Steve Harley es una crueldad, pero a la luz de lo que vino después: la explosión del pop adolescente toyotizado y fabricado por estudios de marketing en vivo, bueno, por lo menos todavía había rayos de talento y gracia. Todavía daba la impresión de que la música pop estaba orientada a gente que había alcanzado la pubertad. ¿Quién dijo que la teoría de la evolución no tenía fisuras?.





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