jueves, setiembre 28, 2006
Mucho macho
This is what you want / this is what you get
Los diarios argentinos de ayer repasan la 5ª jornada del Pepsi Rock (¿se acuerdan cuando los recitales no llevaban los nombres de sus sponsors? ¿cuando estaba mal visto?) y cuentan la misma anécdota con diversos grados de incomodidad: al parecer los programadores del P.R. se olvidaron de que hoy en día es exigencia inapelable de las bandas el que sólo las escuchen a ellas y a las bandas de sus amigos o que se le parecen mucho (porque la música es un sentimiento y no puedo parar) y programaron a una banda indie (El Otro Yo) con una banda de aguante latino y charrúa (No Te Va Gustar) y dos cuatro de copas (Las Pastillas del Abuelo y Smitten) que de cualquier forma eran más compatibles con la banda uruguaya, cometiendo el sacrilegio de dejarles cerrar a la banda de los hermanos Aldana, que la vienen remando allá desde hace unos quince años, y no a la maravilla celeste (bueno, casi celeste porque Emiliano Brancciari, aunque muy afecto a tocar el himno, usar la remera de la selección y cantar 'A Don José', sigue siendo un argentino nacido en Munro). Qué cosa loca, que desubicados, a ver cuántos velódromos llena EOY si viene a Montevideo...
Entonces claro, una rabieta bárbara para los fans de NTVG, que son locales donde jueguen y qué -según la primera crónica de la RS en La Nación- se divirtieron cantando unos simpáticos cantos de hinchada que reivindicaban alternativamente la pertenencia a la Argentina o a la R.O.U., pero dejando en claro que chilenos no, de ninguna forma. Brancciari, que al parecer no escuchaba del todo bien, hizo un correctísimo llamado a no discriminarse entre argentinos y uruguayos, cosa que los cánticos no intentaban pero, bueno, la intención era noble.
Pero también de corto alcance; cuando los NTVG habían cumplido con el tiempo estipulado de su actuación, Brancciari hizo pata ancha y declaró: “Nos quedan tres canciones y las vamos a tocar, sea quien sea la banda que viene después” y procedieron a tocarlas mientras su entusiasta público cantaba “El Otro Yo, El Otro Yo, se va a la puta que lo parió”, lo que no fue reprendido por el bravío cantante. Porque lo sexy no quita lo valiente.
Epa, a estos varones no los conocía. De hecho, si mal no recuerdo porque la gente cambia mucho, el manager de NTVG se dedicaba a pasar a EOY en su programa de radio sabatino cada vez que podía y los consideraba la mejor banda de América Latina o algo así (pero puedo estar equivocado, porque creo recordar que en aquel entonces consideraba a las bandas como NTVG algo así como, digamos, una garcha). Pero bueno, en aquel entonces tampoco tocaban el himno nacional ni llenaban estadios. Ni elegían a los periodistas que se portaron bien con ellos para darles las notas que les negaban a los demás, ni prepoteaban a los que se filtraban y les hacían preguntas tan jodidas y desubicadas como "¿viven de la música?", ni interrumpían un concierto de 20.00 personas para putear a alguien que escribió que una canción de ellos les parecía una porquería, ni buscaban por el mínimo común denominador cual es la canción que conocen más uruguayos para tocarla y que todo el mundo cante, ni festejaban triunfos de partidos políticos, ni tenían nada contra Chile, huevón, sino que incluso iban a tocar allá...
Que yo recuerde tampoco los de EOY en ninguna de sus visitas a Uruguay aprovecharon a su mayoría de público para prepotear a otras bandas y de hecho las crónicas del concierto de PR dicen que no hicieron ninguna alusión sobre el escenario a los cánticos de los fans del otro grupo (que emigraron apenas terminó de tocar NTVG, porque la admiración es un sentimiento excluyente) y se limitaron a tocar bien, por lo que dicen los comentarios, mejor que la banda que los precedió.
No tengo grandes simpatías por EOY y me suele inflar mucho los huevos ese discurso infanto-mongo de adolescentes de 30 y pico que los caracteriza. Un discurso que si pretende ser naif a lo Beat Happening habría que avisarles que apenas llega a tonto. Pero el par de veces que los vi en vivo, vi a una banda que tocaba bien y que estaba realmente entregada en el escenario, una cosa que siempre me pareció apreciable. No me parecen unos radicales dignos de las bandas de las bandas de las que se inspiran (posiblemente hacer una versión de Nirvana en castellano no sea menos demagógico -en ciertos ámbitos- que tocar 'A Don José'), pero hay que respetar la poca especulación que hay detrás de sacar un disco como El Otro Yo de El Otro Yo, o el que hayan pasado por las manos de Santaolalla sin que este les haya podido meter un charango o una quena desubicados en alguna canción (el disco en cuestión es malísimo, pero es de ellos).
Y no tengo noticia de que le rompan los huevos a las otras bandas con las que tocan porque ese día se levantaron y les pareció que tenían la pija muy larga. Pero al mismo tiempo tampoco tengo noticia de que Brancciari haya escrito una canción tan agradable como 'La música' o 'Alegría'.
Pero bueno, arriba la buena onda y que a cada uno vaya a verlo la gente que se merece y se le parece. Yo ya abrí el paraguas y me atengo a la amable advertencia de que no me iban a gustar. Eso si es un sentimiento y no puedo parar.
Los diarios argentinos de ayer repasan la 5ª jornada del Pepsi Rock (¿se acuerdan cuando los recitales no llevaban los nombres de sus sponsors? ¿cuando estaba mal visto?) y cuentan la misma anécdota con diversos grados de incomodidad: al parecer los programadores del P.R. se olvidaron de que hoy en día es exigencia inapelable de las bandas el que sólo las escuchen a ellas y a las bandas de sus amigos o que se le parecen mucho (porque la música es un sentimiento y no puedo parar) y programaron a una banda indie (El Otro Yo) con una banda de aguante latino y charrúa (No Te Va Gustar) y dos cuatro de copas (Las Pastillas del Abuelo y Smitten) que de cualquier forma eran más compatibles con la banda uruguaya, cometiendo el sacrilegio de dejarles cerrar a la banda de los hermanos Aldana, que la vienen remando allá desde hace unos quince años, y no a la maravilla celeste (bueno, casi celeste porque Emiliano Brancciari, aunque muy afecto a tocar el himno, usar la remera de la selección y cantar 'A Don José', sigue siendo un argentino nacido en Munro). Qué cosa loca, que desubicados, a ver cuántos velódromos llena EOY si viene a Montevideo...
Entonces claro, una rabieta bárbara para los fans de NTVG, que son locales donde jueguen y qué -según la primera crónica de la RS en La Nación- se divirtieron cantando unos simpáticos cantos de hinchada que reivindicaban alternativamente la pertenencia a la Argentina o a la R.O.U., pero dejando en claro que chilenos no, de ninguna forma. Brancciari, que al parecer no escuchaba del todo bien, hizo un correctísimo llamado a no discriminarse entre argentinos y uruguayos, cosa que los cánticos no intentaban pero, bueno, la intención era noble.
Pero también de corto alcance; cuando los NTVG habían cumplido con el tiempo estipulado de su actuación, Brancciari hizo pata ancha y declaró: “Nos quedan tres canciones y las vamos a tocar, sea quien sea la banda que viene después” y procedieron a tocarlas mientras su entusiasta público cantaba “El Otro Yo, El Otro Yo, se va a la puta que lo parió”, lo que no fue reprendido por el bravío cantante. Porque lo sexy no quita lo valiente.
Epa, a estos varones no los conocía. De hecho, si mal no recuerdo porque la gente cambia mucho, el manager de NTVG se dedicaba a pasar a EOY en su programa de radio sabatino cada vez que podía y los consideraba la mejor banda de América Latina o algo así (pero puedo estar equivocado, porque creo recordar que en aquel entonces consideraba a las bandas como NTVG algo así como, digamos, una garcha). Pero bueno, en aquel entonces tampoco tocaban el himno nacional ni llenaban estadios. Ni elegían a los periodistas que se portaron bien con ellos para darles las notas que les negaban a los demás, ni prepoteaban a los que se filtraban y les hacían preguntas tan jodidas y desubicadas como "¿viven de la música?", ni interrumpían un concierto de 20.00 personas para putear a alguien que escribió que una canción de ellos les parecía una porquería, ni buscaban por el mínimo común denominador cual es la canción que conocen más uruguayos para tocarla y que todo el mundo cante, ni festejaban triunfos de partidos políticos, ni tenían nada contra Chile, huevón, sino que incluso iban a tocar allá...
Que yo recuerde tampoco los de EOY en ninguna de sus visitas a Uruguay aprovecharon a su mayoría de público para prepotear a otras bandas y de hecho las crónicas del concierto de PR dicen que no hicieron ninguna alusión sobre el escenario a los cánticos de los fans del otro grupo (que emigraron apenas terminó de tocar NTVG, porque la admiración es un sentimiento excluyente) y se limitaron a tocar bien, por lo que dicen los comentarios, mejor que la banda que los precedió.
No tengo grandes simpatías por EOY y me suele inflar mucho los huevos ese discurso infanto-mongo de adolescentes de 30 y pico que los caracteriza. Un discurso que si pretende ser naif a lo Beat Happening habría que avisarles que apenas llega a tonto. Pero el par de veces que los vi en vivo, vi a una banda que tocaba bien y que estaba realmente entregada en el escenario, una cosa que siempre me pareció apreciable. No me parecen unos radicales dignos de las bandas de las bandas de las que se inspiran (posiblemente hacer una versión de Nirvana en castellano no sea menos demagógico -en ciertos ámbitos- que tocar 'A Don José'), pero hay que respetar la poca especulación que hay detrás de sacar un disco como El Otro Yo de El Otro Yo, o el que hayan pasado por las manos de Santaolalla sin que este les haya podido meter un charango o una quena desubicados en alguna canción (el disco en cuestión es malísimo, pero es de ellos).
Y no tengo noticia de que le rompan los huevos a las otras bandas con las que tocan porque ese día se levantaron y les pareció que tenían la pija muy larga. Pero al mismo tiempo tampoco tengo noticia de que Brancciari haya escrito una canción tan agradable como 'La música' o 'Alegría'.
Pero bueno, arriba la buena onda y que a cada uno vaya a verlo la gente que se merece y se le parece. Yo ya abrí el paraguas y me atengo a la amable advertencia de que no me iban a gustar. Eso si es un sentimiento y no puedo parar.
lunes, setiembre 25, 2006
Alí boma yé
Contrariamente a lo que pueden suponer los lectores habituales de este blog, yo no desprecio al deporte, sino todo lo contrario. Uno de mis grandes pesares es no haber sido bueno en ningún deporte de equipo, aunque fui un buen skater y un decente ciclista. Pero en los deportes más populares en estas latitudes, fútbol, básquetbol, voleibol, siempre fui lisa y llanamente horrible (aunque descubrí como hacerme útil en el fútbol, eliminando las habilidades de jugadores auténticos mediante pura y llana violencia y juego sucio). Con los años he desarrollado un odio feroz hacia la cultura del fútbol –dos términos que no tendrían que ser antitéticos pero lo son- y al fútbol como medida de todas la cosas, sin embargo, no puedo evitar el emocionarme como una vieja chota frente al teleteatro cuando de vez en cuando me topo con alguno de esos momentos de belleza total que el deporte competitivo regala, con poca frecuencia, como todo lo bueno.
Y he visto cosas fantásticas; vi el gol de Diego Aguirre en el minuto 120 contra el America de Cali (algo que no hace falta ser manya para haber gritado), vi los cuatro tries que Jonah Lomu le metió a Inglaterra en el Mundial de Rugby de 1995, vi la increíble victoria y quiebre de record mundial de Yelena Isinbayeva –la más hermosa de las deportistas- en el 2004, vi los dos goles de Diego Maradona –que para mí son el mismo gol en dos actos- a Inglaterra en 1986, vi a Sugar Ray Leonard a principios de los ’90, vi a Michael Jordan ganar sólo las épicas semi-finales contra los New York Knicks en el 91, vi a Ben Johnson ganarle a Carl Lewis en Roma ’87 (me importa un carajo el que estuviera dopado), vi a la Holanda de la Eurocopa ’88, vi a Nadia Comaneci, vi los duelos de Borg-McEnroe en el 80, todas cosas maravillosas…
Sin embargo no vi, no en directo al menos, el más emocionante y asombroso de todos los momentos deportivos, algo que supera la simple competencia para convertirse en una leyenda moral, una lección de belleza, disciplina y valentía dada por el más grande de los deportistas del S.XX: Mohammed Alí, o mejor dicho, por dos de los más grandes; Alí y George Foreman. Estoy hablando, claro está, del “Rumble in the Jungle”, la pelea por el campeonato de los pesos pesados en Zaire, en 1974.
Esta pelea tiene para mí una cualidad única; la he visto, fragmentada o casi íntegra, decenas de veces, en documentales sobre Alí, en cualquier recopilación de grandes momentos del boxeo o del deporte en general, hasta en la recreación con la que Michael Mann intentó convencer al mundo que Will Smith podía emular la gallarda figura de Alí… todas me emocionan, siempre, inevitablemente, se me pone la piel de gallina y se me quedan los ojos vidriosos. Todas y cada una de las películas de boxeo han intentado reproducir su ritmo, su dinámica de resistencia y redención final, pero ninguna –ni siquiera mi película de boxeo favorita, Undisputed (Walter Hill, 2002)- le llega ni a los talones en cuanto a tensión dramática y belleza. Mann, tuvo que filmar a Smith con planos cortos de medio cuerpo para arriba o solo las piernas, porque ni Smith ni nadie podía reproducir exactamente la gracia de Alí, el tipo que hizo del boxeo una danza ritual. Oriana Fallaci estaba condenada para mí desde mucho antes de que escribiera sus libros racistas anti-árabes. Lo estaba desde que describió a Alí como un “ignorante bocazas” y un hombre sin interés. ¿The Lip, un bocazas? Sin dudas, es el hombre que convirtió el ser un bocazas en un arte. ¿Un ignorante, un hombre sin interés? Pobre Oriana, qué lejos de los hombres que pasó toda su repelente vida… No ver el interés humano del último de los guerreros-poetas invalida cualquier cosa que la italiana haya dicho en su vida o en su muerte.
Tanto es mi entusiasmo que hace unos días, al mencionar al pasar a Alí y a dicha pelea –y embarcarme por ende en un enorme monólogo al respecto-, me ofrecieron prestarme un libro que conocía pero al que nunca le había puesto las manos encima: The Fight de Norman Mailer, es decir, la crónica que Mailer hizo sobre el “Rumble in the Jungle”. Por supuesto que me interesó, y por supuesto que me lo leí de un tirón apenas me cayó en las manos. Mailer siempre me pareció un escritor formidable, pero con un problema horrible de identidad que lo ha llevado a cambiar de estilo muchas más veces de lo aconsejable. Pero cuando le hinca el diente a algo, como en Los hombres duros no bailan o Los ejércitos de la noche es insuperable, y en The Fight estaba escribiendo sobre su tema favorito y sobre un héroe.
Obviamente el libro es brillante, entre otras cosas porque Mailer no se queda atrapado por su fascinación por Alí y le da un buen espacio a estudiar a Foreman, a su manera un boxeador casi tan notable como Alí.
Pero todo este post viene a cuento de algo que no sabía y que me electrizó al leerlo; una de las características de la pelea Alí-Foreman que la convirtieron en leyenda es el abrumadora ventaja previa que tenía Foreman a su favor. Alí era ya un boxeador veterano que había pasado sus mejores días, venía de los largos años en que no lo dejaron luchar y le quitaron su título por no haber querido ir a Vietnam porque “no vietcong has ever called me nigger” (¿qué otro deportista sin ser Alí ha sido alguna vez capaz de semejante acto de valor, de regalar los mejores años de su carrera para salvar su alma y entender el peso de su circunstancia y su lugar?), y en esos años había perdido práctica y forma. Foreman era joven, tenía el golpe más fuerte que se hubiera visto nunca (hasta el día de hoy se considera que fue el boxeador de más fuerte pegada de la historia del boxeo, aún más fuerte que Iron Mike Tyson) y venía de demoler en dos rounds a Joe Frazier, que había derrotado a Alí. Había destruido a Ken Norton, quién también había vencido a Alí. Era una máquina de matar, era el negro cristiano, feo, disciplinado, patriota y nacionalista que tenía en frente al subversivo, musulmán, buen mozo y vano Alí. Y tenía las apuestas 8 a 1 a su favor. Incluso dentro del círculo de Alí hubo muchos que confesaron haber rezado, no porque Alí ganara sino por que Foreman no lo matara o lo lisiara para siempre, lo cual eran posibilidades nada remotas.
Pero Alí ganó y si no conocen la historia, vayan y léanla en alguna parte de la web. O mejor, consíganse el documental When We Were Kings.
El hecho que no conocía sobre la pelea y que mencionaba antes es que Alí había hecho saber que le iba a decir a Foreman algo, antes de empezar la pelea, que lo iba a dejar preocupado. Mailer reproduce lo que después se supo que Alí le dijo a Foreman mientras el árbitro les daba las instrucciones. Le dijo: “You have heard of me since you were young. You’ve been following me since you were a little boy. Now, you must meet me, your master!”.
Ningún guionista de Hollywood jamás imaginó una pesada de semejante calibre. Es evidente que la pelea estaba ganada para Alí antes de empezar, porque hay que respetar los momentos en que la realidad supera a la ficción.
Leo, mientras junto algo de información para este post que, como no podía ser de otra manera entre dos hombres que atraviesan juntos un momento de semejante importancia –aunque sea en los lados opuestos del ring- Alí y Foreman terminaron siendo amigos. Y que cuando el documental de Leon Gast sobre la pelea, When We Were Kings, ganó el Oscar a Mejor Documental, Foreman ayudó a Alí, ya consumido por el mal de Parkinson, a subir a recibir el premio de tan asombroso registro. Por suerte no lo vi, porque uno no es de piedra y hay que mantener la reputación de elegante insensibilidad.
Y he visto cosas fantásticas; vi el gol de Diego Aguirre en el minuto 120 contra el America de Cali (algo que no hace falta ser manya para haber gritado), vi los cuatro tries que Jonah Lomu le metió a Inglaterra en el Mundial de Rugby de 1995, vi la increíble victoria y quiebre de record mundial de Yelena Isinbayeva –la más hermosa de las deportistas- en el 2004, vi los dos goles de Diego Maradona –que para mí son el mismo gol en dos actos- a Inglaterra en 1986, vi a Sugar Ray Leonard a principios de los ’90, vi a Michael Jordan ganar sólo las épicas semi-finales contra los New York Knicks en el 91, vi a Ben Johnson ganarle a Carl Lewis en Roma ’87 (me importa un carajo el que estuviera dopado), vi a la Holanda de la Eurocopa ’88, vi a Nadia Comaneci, vi los duelos de Borg-McEnroe en el 80, todas cosas maravillosas…
Sin embargo no vi, no en directo al menos, el más emocionante y asombroso de todos los momentos deportivos, algo que supera la simple competencia para convertirse en una leyenda moral, una lección de belleza, disciplina y valentía dada por el más grande de los deportistas del S.XX: Mohammed Alí, o mejor dicho, por dos de los más grandes; Alí y George Foreman. Estoy hablando, claro está, del “Rumble in the Jungle”, la pelea por el campeonato de los pesos pesados en Zaire, en 1974.
Esta pelea tiene para mí una cualidad única; la he visto, fragmentada o casi íntegra, decenas de veces, en documentales sobre Alí, en cualquier recopilación de grandes momentos del boxeo o del deporte en general, hasta en la recreación con la que Michael Mann intentó convencer al mundo que Will Smith podía emular la gallarda figura de Alí… todas me emocionan, siempre, inevitablemente, se me pone la piel de gallina y se me quedan los ojos vidriosos. Todas y cada una de las películas de boxeo han intentado reproducir su ritmo, su dinámica de resistencia y redención final, pero ninguna –ni siquiera mi película de boxeo favorita, Undisputed (Walter Hill, 2002)- le llega ni a los talones en cuanto a tensión dramática y belleza. Mann, tuvo que filmar a Smith con planos cortos de medio cuerpo para arriba o solo las piernas, porque ni Smith ni nadie podía reproducir exactamente la gracia de Alí, el tipo que hizo del boxeo una danza ritual. Oriana Fallaci estaba condenada para mí desde mucho antes de que escribiera sus libros racistas anti-árabes. Lo estaba desde que describió a Alí como un “ignorante bocazas” y un hombre sin interés. ¿The Lip, un bocazas? Sin dudas, es el hombre que convirtió el ser un bocazas en un arte. ¿Un ignorante, un hombre sin interés? Pobre Oriana, qué lejos de los hombres que pasó toda su repelente vida… No ver el interés humano del último de los guerreros-poetas invalida cualquier cosa que la italiana haya dicho en su vida o en su muerte.
Tanto es mi entusiasmo que hace unos días, al mencionar al pasar a Alí y a dicha pelea –y embarcarme por ende en un enorme monólogo al respecto-, me ofrecieron prestarme un libro que conocía pero al que nunca le había puesto las manos encima: The Fight de Norman Mailer, es decir, la crónica que Mailer hizo sobre el “Rumble in the Jungle”. Por supuesto que me interesó, y por supuesto que me lo leí de un tirón apenas me cayó en las manos. Mailer siempre me pareció un escritor formidable, pero con un problema horrible de identidad que lo ha llevado a cambiar de estilo muchas más veces de lo aconsejable. Pero cuando le hinca el diente a algo, como en Los hombres duros no bailan o Los ejércitos de la noche es insuperable, y en The Fight estaba escribiendo sobre su tema favorito y sobre un héroe.
Obviamente el libro es brillante, entre otras cosas porque Mailer no se queda atrapado por su fascinación por Alí y le da un buen espacio a estudiar a Foreman, a su manera un boxeador casi tan notable como Alí.
Pero todo este post viene a cuento de algo que no sabía y que me electrizó al leerlo; una de las características de la pelea Alí-Foreman que la convirtieron en leyenda es el abrumadora ventaja previa que tenía Foreman a su favor. Alí era ya un boxeador veterano que había pasado sus mejores días, venía de los largos años en que no lo dejaron luchar y le quitaron su título por no haber querido ir a Vietnam porque “no vietcong has ever called me nigger” (¿qué otro deportista sin ser Alí ha sido alguna vez capaz de semejante acto de valor, de regalar los mejores años de su carrera para salvar su alma y entender el peso de su circunstancia y su lugar?), y en esos años había perdido práctica y forma. Foreman era joven, tenía el golpe más fuerte que se hubiera visto nunca (hasta el día de hoy se considera que fue el boxeador de más fuerte pegada de la historia del boxeo, aún más fuerte que Iron Mike Tyson) y venía de demoler en dos rounds a Joe Frazier, que había derrotado a Alí. Había destruido a Ken Norton, quién también había vencido a Alí. Era una máquina de matar, era el negro cristiano, feo, disciplinado, patriota y nacionalista que tenía en frente al subversivo, musulmán, buen mozo y vano Alí. Y tenía las apuestas 8 a 1 a su favor. Incluso dentro del círculo de Alí hubo muchos que confesaron haber rezado, no porque Alí ganara sino por que Foreman no lo matara o lo lisiara para siempre, lo cual eran posibilidades nada remotas.
Pero Alí ganó y si no conocen la historia, vayan y léanla en alguna parte de la web. O mejor, consíganse el documental When We Were Kings.
El hecho que no conocía sobre la pelea y que mencionaba antes es que Alí había hecho saber que le iba a decir a Foreman algo, antes de empezar la pelea, que lo iba a dejar preocupado. Mailer reproduce lo que después se supo que Alí le dijo a Foreman mientras el árbitro les daba las instrucciones. Le dijo: “You have heard of me since you were young. You’ve been following me since you were a little boy. Now, you must meet me, your master!”.
Ningún guionista de Hollywood jamás imaginó una pesada de semejante calibre. Es evidente que la pelea estaba ganada para Alí antes de empezar, porque hay que respetar los momentos en que la realidad supera a la ficción.
Leo, mientras junto algo de información para este post que, como no podía ser de otra manera entre dos hombres que atraviesan juntos un momento de semejante importancia –aunque sea en los lados opuestos del ring- Alí y Foreman terminaron siendo amigos. Y que cuando el documental de Leon Gast sobre la pelea, When We Were Kings, ganó el Oscar a Mejor Documental, Foreman ayudó a Alí, ya consumido por el mal de Parkinson, a subir a recibir el premio de tan asombroso registro. Por suerte no lo vi, porque uno no es de piedra y hay que mantener la reputación de elegante insensibilidad.
miércoles, setiembre 13, 2006
La breve eternidad
De vez en cuando uno se encuentra con un trabajo sobre algún tema cuyo objeto de estudio no nos gusta, además disentimos de la hipótesis y de la forma en la que está presentada; y sin embargo dicho trabajo nos resulta interesantísimo, aunque más no sea de una forma antropológica, como si estuvieramos observando las raras creencias y costumbres de una tribu que nos resulta totalmente extraña.
Eso me pasó recientemente viendo Live Forever (2003) , un documental de John Dower sobre el auge y caída del britpop en la primera mitad de los años noventa. Por de pronto el documental plantea cinco hipótesis dudosísimas:
a) El britpop fue lo mejor que le pasó a la música inglesa desde la era dorada de los Beatles y los Rolling Stones.
b) Durante su tiempo, Inglaterra se entregó por completo al britpop que dominó los charts sin competencia alguna.
c) El fenómeno britpop fue totalmente popular, creciendo de abajo hacia arriba sin que el hype de prensa haya sido decisivo.
d) Hay una relación política directa entre el triunfo de los laboristas de Tony Blair y el auge del britpop.
e) Oasis es una banda enorme.
Yo disiento de las cinco hipótesis, para mí hasta la llegada del britpop Inglaterra siempre produjo música interesante o más, y el britpop es justamente la abdicación de cualquier pretensión artística, la caída en lo obvio y lo seguro, y la afimación de los números de ventas como único valor a respetar. También creo que simultáneamente al britpop se desarrolló el pop de laboratorio, el pop toyotista que hoy en día domina el mercado mundial -es decir que su éxito no fue tan homogéneo-, y también cosas mucho más interesantes y ligadas con la electrónica, el pop de calidad o la psicodelia (Massive Attack, Underworld, The Beta Band, las bandas escocesas...). Creo que el fenómeno britpop fue el mayor mazazo de publicidad indirecta (o explícita) que haya dado la prensa con intenciones de credibilidad crítica. Creo que Tony Blair es un reverendo hijo de puta, el peor ejemplo mundial de la desfiguración final de la izquierda, y que su coincidencia con el britpop es meramente la de compartir un cierto resurgimiento del nacionalismo inglés (además de también compartir la sobrevaloración de algunos observadores), y por otra parte el britpop me parece uno de las olas musicales más despolitizadas y líricamente nulas de la historia del rock. Por último, por supuesto, Oasis no me parece una banda enorme más allá de lo cuantitativo.
Odié al britpop con dedicación y desprecio durante su auge hace una década; no sólo no pude engancharme con ninguna de sus bandas señeras, sino que además vi a su éxito como una usurpación, fogoneada por el fantástico poder publicitario de la prensa británica, del corto pero legítimo reinado de la generación del underground norteamericano. No fui fan del grunge, pero sí de las bandas laterales al mismo, del indie agresivo y cimentado en el hardcore y la no-wave que en ocasiones fue embolsado junto a Pearl Jam o Soundgarden pero que era otra cosa. Y cuando las cosas parecían ponerse interesantes aparecieron estos ingleses afrancesados que sin saber componer gran cosa (y tocar menos), fueron vendidos como la gran revolución musical que el mundo necesitaba. Pero es muy difícil venderle Pulp a un admirador de los Kinks, The Jam y Steve Harley, tan difícil como venderle Franz Ferdinand a alguien que se conoce los discos de Talking Heads de memoria. Hay una cierta degradación evidente. Para peor la mejor banda de la movida, The Auteurs, nunca llegó a gran cosa.
Pero con toda esta carga de juicios y prejuicios encima, disfruté de Live Forever que, entre otras cosas, se devora a sí mismo por un error involuntario: el documental comienza -como antecedente ilustrativo- con un concierto masivo de los Stone Roses y luego pasa a la presentación en Top of the Pops de Nirvana. Nada en la hora y media que sigue a estas imágenes se aproxima al carisma y la intensidad de estas bandas. Es como comenzar un documental sobre Darío Silva con imágenes de Spencer y Morena, para luego argumentar que Silva fue mucho más importante y mejor jugador, exhibiendo como prueba la millonada en dólares de su pase y compararla con el dinero movido por los pases de los otros dos. Un chiste, casi. En un momento Jon Savage, a quién uno consideraba por lo menos un tipo que vivió muchas cosas, habla sobre el impacto de la presentación de 'Some might think' de Oasis en TOTP, evocándolo como un momento único y deslumbrante en el que se ve al mundo cambiar. Y uno espera algo como los Sex Pistols en el legendario playback de 'God Save the Queen', o a Chris Novoselic pegándose semejante piña con el bajo en la entrega de premios MTV mientras Dave Grohl putea por el micro a Axl Rose y Kurt Cobain deambula narcotizado por encima de los amplificadores. O algún impacto similar de carisma y poder visual (pienso en videos y performances de bandas tan disímiles como The Cult, Guns'n'Roses o At the Drive-In) y en lugar de ello hay una banda mal vestida y absolutamente carente de carisma -a excepción del cantante- tocando un tema pobre dentro del pobre repertorio de la banda. Y uno se queda pensando que Savage estuvo en la primera fila cuando surgieron los Clash, los Pogues, Jesus & Mary Chain, los Smiths, Primal Scream... y te dan ganas de cagarlo a trompadas por vendedor de espejitos o por idiota.
Es muy llamativo como a apenas diez años de su apogeo, muchos de las estrellas del britpop presentes en el documental parecen unos has-been totales. Damon Albarn habla como si fuera un jazzero recordando sus tiempos de gloria allá en los 50, Jarvis Cocker parece un junkie pasado de edad que todavía se viste raro para ver si se voltea a alguien... quiero decir, John Lydon en el 86 o Mick Jagger en el 75 no parecían tan decadentes y derrotados, y todavía estaban por escribir 'Rise' y 'Waiting for a friend', respectivamente. Uno se siente tentado en establecer una relación directamente proporcional entre la velocidad de subida y el agotamiento de la energía vital. Pero no todos terminaron como perdedores, y el documental es salvado de la depresión por los grandes triunfadores del mismo: los hermanitos Gallagher.
Por un lado está Noel, sentado en un amplio sillón victoriano, haciéndose el Ray Davies lumpen, hablando hasta por los codos y creyéndose mucho más inteligente de lo que es. En una de sus primeras intervenciones, Noel aprovecha para aclarar que su mejor melodía, la del primer y segundo verso de 'Live Forever' es en realidad la misma de la del estribillo de 'Shine a Light' de los Rolling Stones, y para demostrarlo tararea ambas. Y me deja pensando en que una de las características realmente propias del britpop es el descaro con que asumen sus hurtos musicales, como si la originalidad fuera algo totalmente intrascendente. Es decir; los Clash robaron cinco o seis veces el riff de 'I Can't Explain' de The Who, pero siempre intentaron contextualizarlo en una temática y un desarrollo melódico que excusara el préstamo. Cuando Elástica saqueó a Wire y a Pretenders, Blur a Madness y Oasis a medio mundo, no les importó un sorete a la vela el disimularlo. De haber sido bandas más cultas uno hubiera pensado en alguna conexión con el plagiarismo y algunos de las neovanguardias posmodernas, pero da la sensación de que es simple falta de escrúpulos (rescato sin embargo a la única canción de la época que sí fue acusada de plagio, la excelente 'Bittersweet Symphony' de The Verve -una canción mucho más grande que el grupo que la compuso- que como se recuerda tuvo que compartir royalties y derechos de autor con los Stones por culpa de unos míseros compases samplados de la versión orquestal de un tema al que no se parece en nada).
Pero volvamos a los Gallagher; si Noel es divertido, lúcido y razonablemente sincero, el que vale todo el documental es Liam. El Gallagher chico, posiblemente la figura más carismática del britpop, es absolutamente hilarante. No por su ingenio o rapidez mental, sino por todo lo contrario: sentado, gordo y con el peor corte de pelo del mundo, Liam es tan asombrosamente estúpido que uno siente que está viendo This is Spinal Tap II. Ni Ozzy Osbourne o Sid Vicious en sus momentos más extremos de semi-muerte cerebral narcótica dieron la impresión de completa imbecilidad que irradia sin dificultad este cantante mancusiano que ni siquiera entiende las elementales preguntas que le hacen. Cuando minutos después Noel vuelve a aparecer en el documental hablando de su hermano como si fuera la respuesta británica a Beavis & Butthead, definitivamente uno lo entiende, pero no quita que las intervenciones de Liam sean lo más gracioso del filme.
Escuchando la música y declaraciones de Oasis en un contexto temporal y estético adecuado, como es en el caso de Live Forever, uno se asombra de la sencillez -a medio camino entre la genialidad y la idiotez- de su propuesta y de la idea alrededor de la que gira la banda: la simple fusión de estilemas de las dos bandas más impactantes de la historia del pop y el rock británicos, los Beatles y los Sex Pistols, reduciendo los aspectos (y acordes) más angulares y complejos de ambas bandas y manteniendo el mensaje de esperanza colectiva de los primeros y la arrogancia mediática de los segundos. Es brillante, es como lo del tipo que inventó el Martín Fierro: a priori el mezclar queso y dulce de membrillo no parece la mejor idea, pero alguien la tenía que hacer y es lógico que miles y miles de personas le interese. La idea dio como fruto una canción, a veces distorsionada, otras veces acústica, pero solo una canción; Oasis es una banda de una sóla canción, tan limitada que los obliga a recurrir a covers simplificados de otros artistas (Neil Young, los propios Beatles) para darle matices a sus shows en vivo . Eso no es necesariamente malo; muchas de mis bandas favoritas, como Jesus Lizard, High Rise o Mötorhead, son bandas de una sola canción, pero la canción de Oasis es tan seductora como plana. Seduce al escucharla -como en el documental- fragmentariamente, en disco sus habituales tres minutos se hacen largos y rara vez soporta el ser escuchada nuevamente el mismo día, pero a quién le importa; ¿quién escucha hoy en día una canción atentamente, varias veces, con devoción? ¿quién tiene tiempo?
Los Gallagher tienen la excusa de su ingenua sinceridad y algunos de sus discos serían muy simpáticos proveniendo de una banda menor y con más entusiasmo que ideas, algo como los Social Distortion en EE.UU., pero el tamaño alcanzado gracias al hype mediático les quita ese plus de simpatía que tal vez merecerían. A la gente le gusta decir que la música es buena o mala independientemente de cuánto venda, eso es una pelotudez, porque en el S.XXI el "cuánto venda" de una banda está directamente relacionado con la capacidad de intromisión sin permiso de su música en todas partes y lo inevitable de su propuesta. 'Wonderwall' pudo haber sido una baladilla agradable si uno la escuchaba eventualmente en un programa radial, obligado a escucharla una y mil veces por todas partes se convirtió en una mierda, porque a las obras de arte medianas -como es el caso de 'Wonderwall' o 'Live Forever'- la repetición desnuda sus carencias y limitaciones, es decir, la empobrece. En cambio 'I Am the Walrus', uno de los temas de los Beatles que los Gallagher suelen tocar en versión for dummies, podría sí soportar una exposición tan extrema, no porque esté legitimada por sus autores sino porque es una canción rica, una canción con decenas de planos de significado y sonido.
Tal vez los Oasis no fueran muy concientes de lo que estaban haciendo y viviendo, las bandas que su ejemplo generó si lo eran. Cuando The Strokes reprodujo el mismo esquema de simplificación y reducción, solo que cruzando el Atlántico y cambiando las bandas fusionadas, ya no había ninguna ingenuidad, sólo la evidencia del éxito fácil.
(Es inevitable que en este momento despotrique un poco: ¿es posible que en Uruguay se haya hecho lugar para una suerte de movimiento britpop -sí, ya sé que britpop uruguayo es un oxímoron, pero dicen que existe-, es decir un clon de un clon de un clon, con todo lo que esto implica de daño genético, y que haya sido bienvenido como "un soplo de aire fresco"? ¿es posible que los medios con mayor capacidad de difusión se hayan entregado a estas bandas como si las mismas hubieran descubierto la pólvora? ¿puede esto pasar simultáneamente al momento en el que están surgiendo bandas jóvenes como Santacruz, Pompas, Buceo Invisible, HPLE, Psiconautas o Imao, y que siguen activas y en su mejor momento propuestas como Los Terapeutas, Supersónicos, Asamblea Ordinaria o Buenos Muchachos? ¿en el tiempo en que aparece, como un rayo en la oscuridad, el fenómeno de las murgas jóvenes, de las puestas en escena asombrosas de La Mojigata, La Gran Siete o Queso Magro? ¿es posible que con esta fauna musical Va X Vos pase durante un mes seguido unas filmaciones mal hechas en vivo de una de estas bandas britpop y hasta el día de hoy no se haya siquiera mencionado una vez el nombre de Danteinferno? Viendo Live Forever, compruebo con más tristeza que asombro como una de las bandas de brit-uru-pop calca no solo el fraseo nasal de Liam Gallagher sino también su peinado, su postura corporal, su ropa y la posición exacta en la que está colocado el pie del micrófono... un efecto mímico. Como los monos cuando aporrean una computadora. Y siento que me están tocando los huevos. Paladines mediáticos del brit-uru-pop: ya cumplieron su experimento de generación de hype (a su manera otro fenómeno mímico), ya se sintieron parte de la fábrica de sensaciones inglesa por un rato. Ahora cierren el pico y denle espacio a los que lo necesitan y merecen. Si no pueden tener buen gusto al menos traten de ser justos; salgan del camino y llévense sus espejitos a otro lugar de cipayolandia.)
Cuando termina Live Forever, uno tiene una serie de sensaciones encontradas -y muchas ganas de escuchar a los Stone Roses para confirmar que el país que dio a Led Zeppelin y The Fall (que por supuesto estuvo activa durante todo el fenómeno britpop, sacando discos épicos y perfectos que jamás fueron tapa de la NME) no sufrió alguna clase de enfermedad psíquica degenerativa, pero curiosamente la sensación primaria es de nostalgia. No sólo hacia los días juveniles de la historia privada de cada uno, días que coincidieron con el auge del britpop, sino también hacia las propias bandas. Porque, la verdad, comparar a Blur o a Pulp con los Kinks o los Steve Harley es una crueldad, pero a la luz de lo que vino después: la explosión del pop adolescente toyotizado y fabricado por estudios de marketing en vivo, bueno, por lo menos todavía había rayos de talento y gracia. Todavía daba la impresión de que la música pop estaba orientada a gente que había alcanzado la pubertad. ¿Quién dijo que la teoría de la evolución no tenía fisuras?.
Eso me pasó recientemente viendo Live Forever (2003) , un documental de John Dower sobre el auge y caída del britpop en la primera mitad de los años noventa. Por de pronto el documental plantea cinco hipótesis dudosísimas:
a) El britpop fue lo mejor que le pasó a la música inglesa desde la era dorada de los Beatles y los Rolling Stones.
b) Durante su tiempo, Inglaterra se entregó por completo al britpop que dominó los charts sin competencia alguna.
c) El fenómeno britpop fue totalmente popular, creciendo de abajo hacia arriba sin que el hype de prensa haya sido decisivo.
d) Hay una relación política directa entre el triunfo de los laboristas de Tony Blair y el auge del britpop.
e) Oasis es una banda enorme.
Yo disiento de las cinco hipótesis, para mí hasta la llegada del britpop Inglaterra siempre produjo música interesante o más, y el britpop es justamente la abdicación de cualquier pretensión artística, la caída en lo obvio y lo seguro, y la afimación de los números de ventas como único valor a respetar. También creo que simultáneamente al britpop se desarrolló el pop de laboratorio, el pop toyotista que hoy en día domina el mercado mundial -es decir que su éxito no fue tan homogéneo-, y también cosas mucho más interesantes y ligadas con la electrónica, el pop de calidad o la psicodelia (Massive Attack, Underworld, The Beta Band, las bandas escocesas...). Creo que el fenómeno britpop fue el mayor mazazo de publicidad indirecta (o explícita) que haya dado la prensa con intenciones de credibilidad crítica. Creo que Tony Blair es un reverendo hijo de puta, el peor ejemplo mundial de la desfiguración final de la izquierda, y que su coincidencia con el britpop es meramente la de compartir un cierto resurgimiento del nacionalismo inglés (además de también compartir la sobrevaloración de algunos observadores), y por otra parte el britpop me parece uno de las olas musicales más despolitizadas y líricamente nulas de la historia del rock. Por último, por supuesto, Oasis no me parece una banda enorme más allá de lo cuantitativo.
Odié al britpop con dedicación y desprecio durante su auge hace una década; no sólo no pude engancharme con ninguna de sus bandas señeras, sino que además vi a su éxito como una usurpación, fogoneada por el fantástico poder publicitario de la prensa británica, del corto pero legítimo reinado de la generación del underground norteamericano. No fui fan del grunge, pero sí de las bandas laterales al mismo, del indie agresivo y cimentado en el hardcore y la no-wave que en ocasiones fue embolsado junto a Pearl Jam o Soundgarden pero que era otra cosa. Y cuando las cosas parecían ponerse interesantes aparecieron estos ingleses afrancesados que sin saber componer gran cosa (y tocar menos), fueron vendidos como la gran revolución musical que el mundo necesitaba. Pero es muy difícil venderle Pulp a un admirador de los Kinks, The Jam y Steve Harley, tan difícil como venderle Franz Ferdinand a alguien que se conoce los discos de Talking Heads de memoria. Hay una cierta degradación evidente. Para peor la mejor banda de la movida, The Auteurs, nunca llegó a gran cosa.
Pero con toda esta carga de juicios y prejuicios encima, disfruté de Live Forever que, entre otras cosas, se devora a sí mismo por un error involuntario: el documental comienza -como antecedente ilustrativo- con un concierto masivo de los Stone Roses y luego pasa a la presentación en Top of the Pops de Nirvana. Nada en la hora y media que sigue a estas imágenes se aproxima al carisma y la intensidad de estas bandas. Es como comenzar un documental sobre Darío Silva con imágenes de Spencer y Morena, para luego argumentar que Silva fue mucho más importante y mejor jugador, exhibiendo como prueba la millonada en dólares de su pase y compararla con el dinero movido por los pases de los otros dos. Un chiste, casi. En un momento Jon Savage, a quién uno consideraba por lo menos un tipo que vivió muchas cosas, habla sobre el impacto de la presentación de 'Some might think' de Oasis en TOTP, evocándolo como un momento único y deslumbrante en el que se ve al mundo cambiar. Y uno espera algo como los Sex Pistols en el legendario playback de 'God Save the Queen', o a Chris Novoselic pegándose semejante piña con el bajo en la entrega de premios MTV mientras Dave Grohl putea por el micro a Axl Rose y Kurt Cobain deambula narcotizado por encima de los amplificadores. O algún impacto similar de carisma y poder visual (pienso en videos y performances de bandas tan disímiles como The Cult, Guns'n'Roses o At the Drive-In) y en lugar de ello hay una banda mal vestida y absolutamente carente de carisma -a excepción del cantante- tocando un tema pobre dentro del pobre repertorio de la banda. Y uno se queda pensando que Savage estuvo en la primera fila cuando surgieron los Clash, los Pogues, Jesus & Mary Chain, los Smiths, Primal Scream... y te dan ganas de cagarlo a trompadas por vendedor de espejitos o por idiota.
Es muy llamativo como a apenas diez años de su apogeo, muchos de las estrellas del britpop presentes en el documental parecen unos has-been totales. Damon Albarn habla como si fuera un jazzero recordando sus tiempos de gloria allá en los 50, Jarvis Cocker parece un junkie pasado de edad que todavía se viste raro para ver si se voltea a alguien... quiero decir, John Lydon en el 86 o Mick Jagger en el 75 no parecían tan decadentes y derrotados, y todavía estaban por escribir 'Rise' y 'Waiting for a friend', respectivamente. Uno se siente tentado en establecer una relación directamente proporcional entre la velocidad de subida y el agotamiento de la energía vital. Pero no todos terminaron como perdedores, y el documental es salvado de la depresión por los grandes triunfadores del mismo: los hermanitos Gallagher.
Por un lado está Noel, sentado en un amplio sillón victoriano, haciéndose el Ray Davies lumpen, hablando hasta por los codos y creyéndose mucho más inteligente de lo que es. En una de sus primeras intervenciones, Noel aprovecha para aclarar que su mejor melodía, la del primer y segundo verso de 'Live Forever' es en realidad la misma de la del estribillo de 'Shine a Light' de los Rolling Stones, y para demostrarlo tararea ambas. Y me deja pensando en que una de las características realmente propias del britpop es el descaro con que asumen sus hurtos musicales, como si la originalidad fuera algo totalmente intrascendente. Es decir; los Clash robaron cinco o seis veces el riff de 'I Can't Explain' de The Who, pero siempre intentaron contextualizarlo en una temática y un desarrollo melódico que excusara el préstamo. Cuando Elástica saqueó a Wire y a Pretenders, Blur a Madness y Oasis a medio mundo, no les importó un sorete a la vela el disimularlo. De haber sido bandas más cultas uno hubiera pensado en alguna conexión con el plagiarismo y algunos de las neovanguardias posmodernas, pero da la sensación de que es simple falta de escrúpulos (rescato sin embargo a la única canción de la época que sí fue acusada de plagio, la excelente 'Bittersweet Symphony' de The Verve -una canción mucho más grande que el grupo que la compuso- que como se recuerda tuvo que compartir royalties y derechos de autor con los Stones por culpa de unos míseros compases samplados de la versión orquestal de un tema al que no se parece en nada).
Pero volvamos a los Gallagher; si Noel es divertido, lúcido y razonablemente sincero, el que vale todo el documental es Liam. El Gallagher chico, posiblemente la figura más carismática del britpop, es absolutamente hilarante. No por su ingenio o rapidez mental, sino por todo lo contrario: sentado, gordo y con el peor corte de pelo del mundo, Liam es tan asombrosamente estúpido que uno siente que está viendo This is Spinal Tap II. Ni Ozzy Osbourne o Sid Vicious en sus momentos más extremos de semi-muerte cerebral narcótica dieron la impresión de completa imbecilidad que irradia sin dificultad este cantante mancusiano que ni siquiera entiende las elementales preguntas que le hacen. Cuando minutos después Noel vuelve a aparecer en el documental hablando de su hermano como si fuera la respuesta británica a Beavis & Butthead, definitivamente uno lo entiende, pero no quita que las intervenciones de Liam sean lo más gracioso del filme.
Escuchando la música y declaraciones de Oasis en un contexto temporal y estético adecuado, como es en el caso de Live Forever, uno se asombra de la sencillez -a medio camino entre la genialidad y la idiotez- de su propuesta y de la idea alrededor de la que gira la banda: la simple fusión de estilemas de las dos bandas más impactantes de la historia del pop y el rock británicos, los Beatles y los Sex Pistols, reduciendo los aspectos (y acordes) más angulares y complejos de ambas bandas y manteniendo el mensaje de esperanza colectiva de los primeros y la arrogancia mediática de los segundos. Es brillante, es como lo del tipo que inventó el Martín Fierro: a priori el mezclar queso y dulce de membrillo no parece la mejor idea, pero alguien la tenía que hacer y es lógico que miles y miles de personas le interese. La idea dio como fruto una canción, a veces distorsionada, otras veces acústica, pero solo una canción; Oasis es una banda de una sóla canción, tan limitada que los obliga a recurrir a covers simplificados de otros artistas (Neil Young, los propios Beatles) para darle matices a sus shows en vivo . Eso no es necesariamente malo; muchas de mis bandas favoritas, como Jesus Lizard, High Rise o Mötorhead, son bandas de una sola canción, pero la canción de Oasis es tan seductora como plana. Seduce al escucharla -como en el documental- fragmentariamente, en disco sus habituales tres minutos se hacen largos y rara vez soporta el ser escuchada nuevamente el mismo día, pero a quién le importa; ¿quién escucha hoy en día una canción atentamente, varias veces, con devoción? ¿quién tiene tiempo?
Los Gallagher tienen la excusa de su ingenua sinceridad y algunos de sus discos serían muy simpáticos proveniendo de una banda menor y con más entusiasmo que ideas, algo como los Social Distortion en EE.UU., pero el tamaño alcanzado gracias al hype mediático les quita ese plus de simpatía que tal vez merecerían. A la gente le gusta decir que la música es buena o mala independientemente de cuánto venda, eso es una pelotudez, porque en el S.XXI el "cuánto venda" de una banda está directamente relacionado con la capacidad de intromisión sin permiso de su música en todas partes y lo inevitable de su propuesta. 'Wonderwall' pudo haber sido una baladilla agradable si uno la escuchaba eventualmente en un programa radial, obligado a escucharla una y mil veces por todas partes se convirtió en una mierda, porque a las obras de arte medianas -como es el caso de 'Wonderwall' o 'Live Forever'- la repetición desnuda sus carencias y limitaciones, es decir, la empobrece. En cambio 'I Am the Walrus', uno de los temas de los Beatles que los Gallagher suelen tocar en versión for dummies, podría sí soportar una exposición tan extrema, no porque esté legitimada por sus autores sino porque es una canción rica, una canción con decenas de planos de significado y sonido.
Tal vez los Oasis no fueran muy concientes de lo que estaban haciendo y viviendo, las bandas que su ejemplo generó si lo eran. Cuando The Strokes reprodujo el mismo esquema de simplificación y reducción, solo que cruzando el Atlántico y cambiando las bandas fusionadas, ya no había ninguna ingenuidad, sólo la evidencia del éxito fácil.
(Es inevitable que en este momento despotrique un poco: ¿es posible que en Uruguay se haya hecho lugar para una suerte de movimiento britpop -sí, ya sé que britpop uruguayo es un oxímoron, pero dicen que existe-, es decir un clon de un clon de un clon, con todo lo que esto implica de daño genético, y que haya sido bienvenido como "un soplo de aire fresco"? ¿es posible que los medios con mayor capacidad de difusión se hayan entregado a estas bandas como si las mismas hubieran descubierto la pólvora? ¿puede esto pasar simultáneamente al momento en el que están surgiendo bandas jóvenes como Santacruz, Pompas, Buceo Invisible, HPLE, Psiconautas o Imao, y que siguen activas y en su mejor momento propuestas como Los Terapeutas, Supersónicos, Asamblea Ordinaria o Buenos Muchachos? ¿en el tiempo en que aparece, como un rayo en la oscuridad, el fenómeno de las murgas jóvenes, de las puestas en escena asombrosas de La Mojigata, La Gran Siete o Queso Magro? ¿es posible que con esta fauna musical Va X Vos pase durante un mes seguido unas filmaciones mal hechas en vivo de una de estas bandas britpop y hasta el día de hoy no se haya siquiera mencionado una vez el nombre de Danteinferno? Viendo Live Forever, compruebo con más tristeza que asombro como una de las bandas de brit-uru-pop calca no solo el fraseo nasal de Liam Gallagher sino también su peinado, su postura corporal, su ropa y la posición exacta en la que está colocado el pie del micrófono... un efecto mímico. Como los monos cuando aporrean una computadora. Y siento que me están tocando los huevos. Paladines mediáticos del brit-uru-pop: ya cumplieron su experimento de generación de hype (a su manera otro fenómeno mímico), ya se sintieron parte de la fábrica de sensaciones inglesa por un rato. Ahora cierren el pico y denle espacio a los que lo necesitan y merecen. Si no pueden tener buen gusto al menos traten de ser justos; salgan del camino y llévense sus espejitos a otro lugar de cipayolandia.)
Cuando termina Live Forever, uno tiene una serie de sensaciones encontradas -y muchas ganas de escuchar a los Stone Roses para confirmar que el país que dio a Led Zeppelin y The Fall (que por supuesto estuvo activa durante todo el fenómeno britpop, sacando discos épicos y perfectos que jamás fueron tapa de la NME) no sufrió alguna clase de enfermedad psíquica degenerativa, pero curiosamente la sensación primaria es de nostalgia. No sólo hacia los días juveniles de la historia privada de cada uno, días que coincidieron con el auge del britpop, sino también hacia las propias bandas. Porque, la verdad, comparar a Blur o a Pulp con los Kinks o los Steve Harley es una crueldad, pero a la luz de lo que vino después: la explosión del pop adolescente toyotizado y fabricado por estudios de marketing en vivo, bueno, por lo menos todavía había rayos de talento y gracia. Todavía daba la impresión de que la música pop estaba orientada a gente que había alcanzado la pubertad. ¿Quién dijo que la teoría de la evolución no tenía fisuras?.
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