jueves, octubre 26, 2006

Long Goodbye (parte 1 de 3): Tres (cuatro) tristes (?) travestis

Durante toda la existencia de FYT me dediqué a vituperar, despreciar, atacar y desear la extinción dolorosa de varias personas, algunas profesiones, un par de colectividades políticas, muchas bandas, todas las religiones monoteístas, eventuales transeúntes, comunicadores diversos y determinados vecinos. Sin embargo recibí pocas respuestas de estos grupos humanos agredidos, lo cual me parece en cierta forma lógico ya que en general los considero subespecies incapaces de entender y/o disfrutar del refinamiento de este blog. En cambio sí recibí muchas protestas de varios integrantes de una minoría a la que no sólo nunca ataqué, sino que considero tan válida y parte de la sociedad que me niego en considerar su existencia separada de la misma: los homosexuales.

Personalmente creo, con Foucault y Kinsey, que no existe algo llamado "los homosexuales" sino que simplemente hay conductas homosexuales, y que son asunto específico -como todas las conductas sexuales- de cada persona y sus eventuales compañeros de cama, baño o tienda de campaña. Creo con Kinsey que se puede establecer una escala del 1 al 10 que tenga al 1 como la persona que tenga un comportamiento exclusivamente heterosexual y en el 10 a la que tenga un comportamiento exclusivamente homosexual, y que salvo estas raras criaturas, los demás oscilamos por los numerillos entre estas dos puntas.

He vivido hasta ahora como heterosexual y dudo que vaya a descubrir un gran deseo reprimido a estas alturas de mi vida, lo cual no implica que no sea capaz de darme cuenta de que, pongamos, Jet Li es físicamente mucho más atractivo que Ben Affleck, o que un tercio de mi discoteca -y la mitad de mi biblioteca- esté compuesta por obras de artistas considerados como homosexuales y que muchas veces son brutalmente francos acerca de sus costumbres. O que William Burroughs me parezca un ejemplo de hombría, en fin, son detalles. El asunto es que nunca se me ocurrió usar el blog como un instrumento de discriminación y de hecho ni siquiera se me ocurrió convertirlo en un medio de discusión sobre algo que en mi opinión no es necesario discutir mucho que digamos. Si me he referido a las conductas homosexuales con la misma grosería con la que me he referido a cualquier otro comportamiento sexual y sin ningún tipo de énfasis. Curiosamente tengo la sensación de que no son los inexistentes comentarios homofóbicos los que han molestado (mal podrían) sino la presuposición de que estos existen detrás de lo que sí asumo como una coerta prédica heterosexual hedonista. Es una paradójica trampa de la cultura actual el que los grupos que bregan por la libre expresión de su diversidad sexual se sientan de alguna forma ofendidos por la expresión de la homogeneidad sexual (como si eso existiera, por otra parte). Pero la lucha por la expresión se ha hecho fuerte, más que en el afianzamiento de un discurso, en la prohibición de los otros. Y en este campo minado del lenguaje uno puede ser considerado misógino por decir que le gustan las mujeres. U homofóbico por decir que tal vez sea hora de amordazar a Dani Umpi.

Y la guerra del lenguaje llega a grados absurdos: un lector me envió un mail protestando acerca de mi uso del artículo masculino "el" al referirme a los o las travestis y explicándome lo importante que es el respeto en el lenguaje de la definición genérica que uno elija para sí mismo. Me quedo un poco sorprendido porque las acusaciones de homofobia que me han venido de vez en cuando generalmente se referían a los sustantivos o los adjetivos que utilizaba, y no había pensado que la vigilancia léxica llegara hasta los artículos.

Pero después de contestarle diciéndole que está todo bien, que no se tome el lenguaje tan en serio, que es un medio no un fin, me quedo pensando en que los dos pasamos dos cosas por alto. La primera, muy simple, es que travesti no es sinónimo de transexual y que sin transexualidad no hay en realidad un cambio genérico: si yo me visto de oso no puedo pretender que me estudien como plantígrado por más "yo mismo" que me sienta vestido de oso. Así que, vamos, el travesti es el travesti y el artículo correcto, para la RAE, para benito y para el sentido común, es "el". Porque no somos lo que queremos ser, somos lo que podemos ser y lo que somos.

La otra cosa que pasamos en alto -y que me importa más aún que una discusión gramático/articular- es que gracias a la costumbre de darle la razón al discurso de minorías (y apenas atrevernos a relativizar cuanta razón tienen) nos olvidamos de una cosa: el travestismo no es una conducta ni un privilegio exclusivo de los homosexuales. Dejando de lado el travestismo como caricatura de la femeneidad -generalmente realizado por humoristas heterosexuales sin mucha imaginación como el repugnante Miguel Del Sel- el travestismo ocasional también es realizado con alegría y sin burla por heterosexuales en espacios "autorizados" como el carnaval y la actuación. O el rock.

Claro que hay una gran diferencia entre trasvestirse y ser un travesti, pero yo no estoy seguro de que todos los homosexuales que se travisten con frecuencia pretendan la pérdida de su identidad masculina. Ante la duda y ante un travesti, supongo que por mera educación me referiría al mismo en términos femeninos, y de conocerlo me referiré a él por su nombre, sea Andrea, Mariana o Cacho; pero el travesti abstracto, el travesti en general es para mí un hombre. No veo qué tiene eso de malo, no veo que tiene de malo ser un hombre. Yo no veo al mundo con los feos ojos de Andrea Dworkin.

De cualquier forma, este post no es sobre ese problema lingüístico en especial ni sobre las protestas atraídas, sino porque la discusión surgió en momentos en que, por una extraña serie de casualidades, estuve viendo o re-viendo algunas películas que tratan justamente del travestismo y presentan cuatro miradas distintas sobre cuatro travestis bien diferenciados. La diversidad en la diversidad, digamos, y los vasos comunicantes hacia el rock y la revolución, o lo que queda de ambas cosas.

Dr Frank'n'Furter (Tim Curry): La primera vez que vi The Rocky Horror Show (Jim Sharman, 1975) yo era adolescente y me escandalizó. Yo había ido a ver por qué la película había sido prohibida por la dictadura y de alguna forma me esperaba encontrarme con lo que la película efectivamente ofrecía: rebeldía, arrogancia, rock, moral alternativa y polémica; lo que no me esperaba era la carga de libertad sexual absoluta, típica de un producto de los 70, y la alegría con la que esta era encarada. Para mi moral adolescente en construcción y conflicto, no estaba nada bien que un villano se volteara a la novia del héroe -que además era la heroína- y que luego se la chupara al propio héroe, mientras la heroína a su vez se garchaba a una suerte de mutante musculoso creado por el propio villano en cuestión. Eso no estaba bien, pensaba, relajo pero con orden. El villano era, por supuesto, el andrógino Dr Frank'n'Furter, not much of a man by the light of day / but by night, one hell of a lover.

No es difícil ver por qué la dictadura censuró esta película; si bien no hay consumos explícitos de drogas, ningún mensaje político evidente y las escenas sexuales son totalmente discretas, el ambiente de amoralidad y hedonismo gozoso que emana de todas y cada una de las escenas desde que Janet y Brad llegan al castillo del infame Doctor es tan evidente como subversivo. Hoy en día una película así sería inimaginable; tal vez se pudiera hacer con escenas sexualemente más explícitas y con una larga sucesión de besos de lengua homosexuales, pero nadie (bueno, tal vez Todd Haynes sí) se atrevería a contar semejante historia sin moralinas y sin héroes. Bueno, en verdad sí hay un héroe, pero me pasé más de diez años pensando que era el villano.

Re-viendo hoy en día The Rocky Horror Show me doy cuenta de que el Dr. Frank'n'Furter, caricatura física del Lou Reed de Transformer, es el villano más débil de la historia del cine. Es egocéntrico, caprichoso, extremadamente libertino, impetuosamente cruel y vano, pero salvo durante su intempestivo asesinato de Eddie (Meat Loaf), carece de poder sobre ninguno de los otros personajes, y mucho menos sobre sus supuestos sirvientes Riff-Raff (Richard O'Brien) y Magenta (Patricia Quinn), quienes terminan ejecutándolo con una mezcla de sadismo y desprecio (¡y después de que el tipo acaba de interpretar la maravillosa 'I'm Going Home'!). Y ahí está el asunto: la verdadera villanía se define por su acumulación de poder. La combinación de sueños desproporcionados, impulsos poco mediados y lujuria pansexual de Frank'n'Furter es más que nada una exposición y como tal una vulnerabilidad, una abdicación al poder. Cuando Janet (Susan Sarandon) termina de cantar la increíblemente cachonda 'Touch me', dirige su suplica hacia la "creature of the night", que es la criatura fabricada por Frank'n'Furter, pero en su coro final son todos los seres bizarros de la película, encabezados por el personaje de Curry, quienes repiten, en tonos que van del orgullo a la curiosidad eso de "creature of the night", haciéndose cargo de su identidad con el concepto. Freaks, groupies, gordos motoqueros, travestis, todos son creatures of the night. Y están radiantes.

En un mundo lógico, Tim Curry debería haberse vuelto una leyenda luego de este papel, al final sólo se volvió el demonio de Legend (Ridley Scott, 1985). Pero lo que hizo en The Rocky Horror Show fue épico y hay estrellas con su lugar clavado en el firmamento por mucho menos brillo. Y a 30 años de distancia vale la pena recordarle a la juventud el perfecto consejo de su personaje: don't dream it / be it.

Divine (Divine): Me resulta sorprendente el que recién este año haya visto Pink Flamingos (1972) por primera vez, pero se explica por el hecho de que, como muchos rioplatenses, vi las películas de John Waters de adelante hacia atrás y, aunque ahora lo estoy revalorizando, el Waters tardío me resultó muy poco interesante como para molestarme en conseguir alguna copia de Pink Flamingos o Female Trouble. Conocía de oídas las escenas más polémicas de Pink Flamingos: la mamada que Divine le hace al personaje del hijo, el orto que baila 'Surfin' Bird', el coito entre los pollos y, por supuesto, el legendario sorete de perro que Divine degulte frente a cámara; pero nada de esto me entusiasmaba como para ver una película que me imaginaba (con algo de razón) como una versión temprana, más tosca y rea del cine de Waters.

Pero yo estaba equivocado en lo escencial y me encontré con esa soberbia demostración de terrorismo cultural a full que es esta película infame y que sigue siendo -como todo el auténtico arte- totalmente imposible de cooptar y domesticar. Vos podés hablar sobre esa película demente en la que se comen caca de perro, podés ponerla entre tus copias de DVD, pero sigue siendo infumable, y sigue siendo imposible de ver en familia.

Y por supuesto buena parte del mérito, de la imposibilidad de absorber y desactivar esta película, es de Divine. Aquel que no era ni un travesti ni un transexual ni un hombre ni una mujer sino una categoría en sí mismo. Cuando uno ve las películas de Waters no piensa en Divine como en un hombre disfrazado de mujer que trata de pasar por mujer, o que fracasa en la empresa; Divine es Divine, sus actuaciones están más allá de cualquier apreciación histriónica porque no intenta convencer de que es nadie excepto sí mismo/a. Una presencia formidable que trabaja fuera de la sociedad para destruirla. El terrorista definitivo, el que no sólo está más allá de los parámetros de la sexualidad sino también de la estética. Lo mismo que uno no piensa en Divine como un travesti o como un integrante de ningún género, tampoco se piensa en él como gordo, o como en alguien bien o mal vestido, porque esas categorizaciones volaron en pedazos desde que el tipo entró en pantalla. Porque es heavy.

En Divine Thrash, supuesto documental sobre la carrera de John Waters pero que en realidad se centra sobre la realización de Pink Flamingos, Waters, un hombre con una permanente guardia de cinismo humorístico, baja esa barrera para hablar de Divine, y habla en términos poco frecuentes. Habla del orgullo que le significa el que su obra esté ligada con la figura de alguien así y lo recuerda como un amigo. Y la madre de Divine lo recuerda con afecto como un hijo, y de pronto todas las categorías derribadas por su formidable presencia se vuelven a re-componer pero en otro lugar, en una dimensión paralela en la que Divine es un amigo, un compañero de trabajo, un hijo y un tipo divertido. Algo así como el mundo después de una rebelión cósmica salvaje y victoriosa en la que Antony cantara 'Hitler in my heart' sobre el cadaver de Robbie Williams.

Tick (Hugo Weaving): Yo me había olvidado cuánto me gustaba ABBA hasta que vi esta película que en cierta forma es un homenaje a la más poderosa de las canciones del cuarteto sueco, 'Mamma Mia'; The Adventures of Priscilla (Stephan Elliot, 1994) fue el equivalente para los años 90 de La jaula de las locas, es decir, la imagen agradable, empática y en cierta forma esterotipada (y como tal asimilable) del travesti homosexual.

Los años no han tratado bien a The Adventures..., hoy en día muchos de sus tratamientos e historias parecen condenados al lugar común, pero en su tiempo el descaro festivo de la película era realmente atractivo hasta desde una mirada hetero. Revisandola hoy en día me asombra un poco la misoginia latente en el filme: de tres mujeres retratadas en el mismo, solo una (lesbiana, por otra parte) es retratada con una cierta simpatía, mientras que las otras dos son un impresentable marimacho (que recibe un feroz comentario de parte de Terence Stamp invitándola a divertirse con un tampón) y una desquiciada semi-puta oriental cuya principal habilidad consiste en expulsar vaginalmente pelotas de golf. No, no hay nada de cariño hacia las mujeres en esta película.

Pero con los años también ha ganado un atractivo extra; cuando su estreno Hugo Weaving, Terence Stamp y Guy Pearce eran perfectos desconocidos (bueno, Stamp un poco menos), que perfectamente podían ser idénticos a los personajes que representaban. Y el más sorprendente es Weaving. Después de más de diez años y de las trilogías de The Matrix y El Señor de los Anillos, el nigeriano Weaving y sus cejas de elfo es Elrond o el Agente Smith, y es difícil re-imaginarlo en un papel como el del travesti Tick, y menos darse cuenta de lo cómodo que está; la actuación de Weaving es simplemente formidable y si bien su aproximación al personaje es esencialmente humorística, se acuerda de dejarle un espacio de glamour y eventual atractivo. Tick es, de los tres personajes de The Adventures..., el más simpático y el más polifacético, pero también es el más culposo, el que considera más incompatible su condición de homosexual con la de padre (o cualquier rol "respetable"). Por supuesto que supera estas dudas, porque The Adventures... es una máquina de satisfacer deseos y de gustar, pensada principalmente en un público como el que yo era cuando la vi hace más de diez años: masculino, ligeramente prejuicioso y aún incapaz de admitir afecto por un par de canciones de ABBA. Si Frank'n'furter podía colarse en nuestra fiesta y meter ácido en las bebidas para abusar de los desprevenidos y Divine podría romper la puerta a panzazos para luego prender fuego al salón de baile, Tick y los suyos piden permiso educadamente y se ofrecen como número de apertura de Dani Umpi. Bueno, siempre van a ser más divertidos que los Midachi.

Hedwig (John Cameron Mitchell): Difícil imaginar un mejor comienzo que el de Hedwig & The Angry Inch (2001), ese artefacto explosivo dirigido, escrito y protagonizado por John Cameron Mitchell al que al parecer nadie escuchó estallar. La película comienza con Hedwig y su banda tocando 'Tear me down' en un boliche de mierda. Es nada más que eso, una banda de rock tocando una excelente canción de rock'n'roll, pero es imposible sacarle los ojos de encima a Hedwig/Mitchell. Uno sabe que es lógico que tras haber interpretado el rol en cientos de funciones de la obra de la que surgió la película, y que con la ayuda extra de la edición, la performance que vemos no sea exactamente espontánea. Pero las tomas son largas -a diferencia del micro-montaje de los video clips en los que se toma y repite cada segundo en el que el idiota retratado se parece por accidente a un rocker- y alcanzan para notar que el lenguaje corporal de Mitchell/Hedwig es asombroso. Tiene esa clase de gracia felina pero inconfundiblemente masculina de la que gozan pocos performers. Hedwig baila como Iggy Pop, como Perry Farrell, como Gene Kelly, como Mick Jagger nunca llegó a bailar (aunque lo intentó maravillosamente). Y al lograrlo es un rey del escenario, una criatura de la noche única.

El modelo claro de Hedwig es Wayne/Jayne County, pero canta mejor y además es una criatura del S.XXI, por lo que, al igual que el Brian Slade de Todd Haynes -basado en David Bowie pero con varios elementos extra incorporados-, también se inspira en las figuras señeras de la epopeya glam, agregándoles un inevitable componente posmoderno. Y toda gran historia glam tiene que utilizar a la fuerza alguna suerte de gran metáfora homosexual. Pero el paralelismo del germano Hedwig (nombre femenino que existe pero que en inglés tiene una connotación que se podría traducir como "peluca de espinas") con el muro de Berlin y sus referencias al mito griego del andrógino original no funciona tan bien como los extraterrestres wildeanos de Haynes en Velvet Goldmine -película de la que Hedwig es una suerte de primo menor y más salvaje-, y cuando filosofa inspirado en estos mitos y en el disco Berlin de Lou Reed, la película y el personaje caen. En cambio cuando Hedwig/Mitchell están cantando en escena son insuperables.

La voz de Mitchell, algo cascada pero con buen registro, recuerda un poco a la de Marianne Faithfull sin dejar de ser profundamente masculina. El propio Hedwig es un desastre de travesti: es un narigón de rasgos más bien varoniles, parece muchas veces vestido por el enemigo, está pasado de edad para ser una estrella glam y no se depila las axilas. Como si fuera poco su personaje es confesa víctima mutilada de una fallida operación de cambio de sexo. Pero cuando canta 'Sugar Daddy' o 'Angry Inch' es absolutamente magnético y plantea toda una serie de preguntas acerca de lo que es el éxito y el fracaso sobre un escenario. Y lo que es el rock'n'roll, claro.

Hedwig es un beautiful loser, término que ha sido usado y abusado para describir personajes al que solo el segundo de los dos adjetivos les hacía justicia. Es un fracaso con poderes enormes, tanto dentro de la banda como encima del escenario e incluso sobre gente con fuerzas teóricamente superiores a las suyas, como su ex amante y permanente traidor Tommy Gnosis (Michael Pitt). Joven, fachero, "sensible" y perteneciente a la tal vez no extenta de talento pero evidentemente especuladora generación musical de Marylin Manson, el personaje de Tommy Gnosis está evidentemente más actualizado que el glam-punk de Hedwig, pero al mismo tiempo no solo lo respeta sino que lo teme, porque sabe que Hedwig es de verdad.

(Esto pasa en una película, es decir, en una obra de ficción, pero Hedwig es mucho más de verdad que muchos personajes construidos en la vida "real", y la situación que describe es muy, muy verosímil. ¿Cuántos triunfadores sin talento invitan a magníficos losers a que participen en sus discos o les abran shows, quedando como redistribuidores del suceso cuando en verdad están, una vez más, chupando rueda de la credibilidad de bandas y artistas superiores y que no transiguieron? No estoy pensando en el caso ficticio de Gnosis-Hedwig, al fin y al cabo un juego de traiciones más emotivo y directo, sino en esos conciertos tan "incompatibles" en los que alguna figura del olimpo comercial baja a pedirle a alguna banda del under que le sirva de telonero, acción que suele ser aplaudida como generosa cuando por lo general no pasa de ser un brutal hurto de áurea.)

Y con tanta credibilidad sobre los hombros, Hedwig rescata palabras y significados. No hay nada más fácil de secuestrar que una palabra, y la era de la publicidad y el bastardeo es la era del saqueo en masa de secciones enteras de diccionarios, y, como buenos ladrones, se llevan primero las palabras más valiosas, las joyas de la familia. Palabras como juventud, revolución, amor, violencia, coraje o rock'n'roll. Pero un organismo sano y fuerte, aunque sea el de un fracaso de rocker y un fracaso de transexual (o un artista talentoso que juega a ser lo anterior), puede purgar de impurezas un concepto que lo atraviese y es así que Mitchell -no Hedwig, que es su instrumento- decide en pleno S.XXI, en que la palabra ha sido cooptada por las peores lacras expresivas de la historia de occidente, hablar de Rock'n'roll.

No todas las canciones presentes en Hedwig & the Angry Inch son buenas, el nivel es más bien inferior al de, pongamos, The Rocky Horror Show o Singing in the Rain, pero una de ellas es excepcional y es la balada que cierra la película, 'Midnight Radio'. Allí Mitchell, ya abandonado su alter-ego de Hedwig se auto-incluye en un raro paradigma, el de las grandes vocalistas del rock, cantando: "Here's to Patti / And Tina / And Yoko /Aretha /And Nona / And Nico /And me / And all the strange rock and rollers / You know you're doing all right / So hold on to each other / You gotta hold on tonight"

Hay otras cosas, además de la peluca de espinas, abandonadas para cuando llega 'Midnight Radio', entre ellas la ironía y el distanciamiento, que han dado paso a una franqueza brutal, no en la intimidad secreta de los datos revelados sino en una confesión de optimismo melancólico que revela una terca creencia en determinados rituales y vasos comunicantes, que revela la última desnudez. No en vano la canción había comenzado (evocando su propio efecto) de la siguiente forma: "Rain falls hard / Burns dry /A dream / Or a song /That hits you so hard / Filling you up / And suddenly gone / Breath Feel Love / Give Free / Know in you soul / Like your blood knows the way / From you heart to your brain /Know that you're whole"

Está claro que está hablando de cosas serias.

Pero quiero volver atrás para remarcar algo que para quienes conocen la canción es tautológico y el que parece el más ingenuo de sus versos: "And all the strange rock'n'rollers / you know you're doing all right". Cuando Mitchell canta la segunda parte de este verso, literalmente lo berrea, no como el atorrante que busca empatía y efecto en un estadio sino como una celebración. Porque volvamos a los dos adjetivos anteriores y su sinergía: "strange rock'n'rollers". Para cualquier cínico ese concepto es un oxímoron, para Mitchell/Hedwig no. Y se apoya en un simple acto de fe, de creencia en esa extrañeza liberadora. No intenta convencer, para él es algo evidentemente existente, pero nosotros ya escuchamos tonterías similares demasiadas veces, ¿no es cierto? Pero de pronto, en una de esas porque la canción que acabamos de escuchar es realmente poderosa, nos quedamos pensando en esos "strange rock'n'rollers" que están haciendo todo bien. Porque existen y si somos curiosos sabemos que es así, pero aún así somos resistentes a reconocer su existencia, porque esta implica fe y criterio, implica el poder separar la paja del trigo superando la tabula rasa y la inseguridad del posmodernismo, y nuestro propio desencanto que nos cohibe a la hora de reconocer o conocer la strangeness, esa cosa única y colectiva a la que también se la ha dicho otredad, porque eso implica también reconocer nuestra ignorancia, nuestro asombro y nuestra maravilla. Los ojos de liebre encandilada. Y poder ver entre el bosque de brazos levantados y mal olor a sobaco, el brazo que está reclamando palabra e individuación entre la multitud, y que a la vez señala algo real, posiblemente evidente y seguramente invisible por su propia evidencia. Como el final inevitable de la canción:

And you're shining
Like the brightest stars
A transmission
On the midnight radio

And you're spinning
Your new 45's
All the misfits and the losers
Yeah, you know you're rock and rollers
Spinning to your rock and roll

Lift up your hands


lunes, octubre 16, 2006

Toda esa belleza al pedo

Hace unos meses le dediqué un post a lo que me parecía (y me parece) una bonita intervención, la de Evangelina Carrozo en la cumbre UE-América Latina. En dicho post remarcaba la natural belleza de la chica, que siendo muy atractiva no se adaptaba exactamente a los parámetros obligatorios para la belleza femenina actual. Culo ligeramente excedido, escasez notoria de tetas, nariz algo puntiaguda y un tono aceitunado de piel... la chica era hermosa, pero no con el tipo de belleza artificial y de corte totalmente europeo que se promociona en Argentina y en el mundo entero. Y tenía una sonrisa espectacular.

Unos meses después, la Carrozo no sonrie en unas sesiones de fotos que la muestran más delgada, con otra nariz, con la piel blanca lunar y con unas tetas así de grandes. Días después aparece como compañera de baile de un uruguayo, detalle simbólico-encantador, en el abominable Bailando por un sueño, el producto más lamentable de la fea carrera de ese canalla irreductible de Marcelo Tinelli. Hace un pequeño discurso sobre el problema de Gualeguaychú pero no dice nada, reproduce su gimmick como si fuera una de la troupe de Tinelli repitiendo su frase distintiva, y luego se somete al juicio de alguien tan despreciable como Gerardo Sofovich, quién pondría un basurero atómico en el centro de Gualeguaychú si pensara que puede ganar dos dólares extra.

Y uno la mira y no dice nada, porque acepta el discurso fatalista y pragmático: la "militante ecologista" es, sobre todo una modelo cuyo naturalismo no le parece incompatible con el llenarse de plástico y silicona el interior del cuerpo y que está aprovechando su momento. Y se sabía que iba a pasar, pero mirás el calendario y apenas pasó el tiempo necesario para que le desaparezca la hinchazón de las operaciones. Y uno piensa, "al menos hasta fin de año, al menos que hubiera sacrificado ese momento, no el próximo, al menos que no se hubiera puesto exactamente las mismas tetas que todas las demás, al menos un pequeño gesto significante...".

Pero nada, la miro bailar disco; baila bien, es graciosa y linda, como todos en el mundo de los graciosos y los lindos, como todo.

***

En Gualeguaychú y Colón deciden cortar los puentes nuevamente para arruinar el fin de semana largo y para protestar porque un tercer informe (en realidad una re-edición de los primeros) del Banco Mundial vuelve a decir lo que ellos no quieren escuchar: que consideran los riesgos de contaminación mínimos y que le van a dar los préstamos a Botnia.

Hace algunos meses escribí una serie de posts sobre la inaudita sordera y arrogancia del gobierno uruguayo con respecto a las protestas de los entrerrianos y sobre la inevitabilidad y justicia de las medidas que las asambleas ambientalistas habían tomado. Escribí sobre la inmunda fiebre chauvinista desatada en el Uruguay, sobre la obsecuencia a la inversión extranjera y sobre el legítimo derecho de las poblaciones a ponerse de punta en contra de las multinacionales omnipotentes y el dinero como medida de todas las cosas. Yo no cambié mi punto de vista que sigue siendo más o menos el mismo, rabiosa y apocalípticamente ecologista, pero las cosas cambiaron y la locura, la idiotez y el chauvinismo al parecer también cambiaron de país.

En estos meses pasaron decenas de cosas; se fue ENCE, pasó el Tribunal de La Haya, pasó el Tribunal de Controversias del Mercosur y, sobre todo, pasó la increíblemente estúpida actitud original del gobierno uruguayo. De alguna forma luego de que el Tribunal de La Haya -un organismo legal europeo, sí, pero serio- rechazó el pedido de medidas cautelares que Argentina había elevado, la administración Vázquez decidió sensatamente no hacer declaraciones triunfalistas y, al contrario, ofrecer algo que caprichosamente no habían ofrecido antes: el monitoreo conjunto del Río Uruguay y del efecto que las fábricas de celulosa pudieran tener. En realidad y teniendo en cuenta el resultado de los estudios previos y la desaparición de ENCE, es el mejor resultado que los entrerrianos pueden conseguir sin meter bombas. Y además el más justo a menos que emprendieran una campaña igualmente despiadada y enérgica con respecto a todas las empresas argentinas que directa o indirectamente afectan las cuencas en común y los cursos compartidos.

Esto es algo que sí fue entendido por los más experimentados activistas de Greenpeace -calificados en el pico de la imbecilidad uruguaya como "terroristas"-, quienes han dedicado ahora su mirada a las impresentables fábricas de celulosa argentinas colocadas sobre el márgen del Paraná. Sabiendo presente el tema en la sensibilidad del Río de la Plata, Greenpeace decidió dejar de enfocar en particular a un emprendimiento como Botnia, sin dudas riesgoso en lo ambiental pero con instrumentos de control y vigilancia que están totalmente ausentes en las plantas argentinas, menores en tamaño pero de mayor capacidad probada de producción de tóxicos. La decisión de la ONG fue, entre otras cosas, justa; hay un límite con respecto a lo que se puede exigir sin hacer un poco de autocrítica. Pero los asambleístas decidieron cerrar los ojos, no conceder ni el menor beneficio de la duda ni siquiera a las personas y organismos que ellos eligieron como representantes y desatar nuevamente un bloqueo que se sabe inútil en términos de afectar a Botnia, empresa que quieran o no ya está instalada a pesar de los esfuerzos casi criminales -y autodestructivos- de su planta de obreros chantajeando a la empresa. Los ambientalistas no entendieron que ya ganaron más de lo que podían esperar, que ahora -obedeciendo además a asambleas divididas y pésimamente argumentadas- desvirtuaron la legitimidad de su protesta, convertida en un mero abuso que jode esencialmente a terceros totalmente ajenos al negocio de la celulosa y teñida de un repelente olor a nacionalismo chauvinista, reforzado por el uso cada vez más xenófobo del himno y la bandera.

Yo sigo pensando que probablemente la planta de Botnia sea contaminante para el Río Uruguay y que la orientación del país entero hacia la celulosa es un error histórico, pero también creo que el grado de vigilancia montado alrededor de la fábrica hace que cualquier otra medida de fuerza sea juzgar por sospecha y que, a menos que se establezca toda una nueva regulación ambiental para el Río Uruguay y el Río de la Plata, la inflexibilidad en este caso es simplemente una injusticia unilateral y una clara intromisión en las decisiones de otro país. Los entrerrianos tuvieron toda la razón al comienzo de este conflicto, pero la razón no es un tatuaje permanente y ahora es solo un acto de prepotencia y ceguera, lo que los conservadores uruguayos acusaban de ser a los cortes hace unos meses, cuando eran una medida valiente y necesaria, cuando hablaban y Uruguay se tapaba las orejas insensible a sus dudas y pesares. Exactamente lo mismo que hacen los entrerrianos ahora.

Pero además ahí entra además otro de los temas que convierten a esta segunda oleada de cortes en algo infame: el momento político. Uruguay acaba de finalizar momentáneamente las negociaciones encaminadas a aprobar un Tratado de Libre Comercio con EE.UU. por el fast track, es decir, por la vía rápida y metió dicho tratado en el congelador gracias a la firme oposición de grupos de opinión progresistas que sostenían, ente otras cosas, que dicho tratado era incompatible con la presencia de Uruguay en el Mercosur y saboteaba las posibilidades de profundizar el bloque regional. Los cipayos de siempre sostenían que el Mercosur se cagaba en Uruguay y que atarse al mismo era atarse a una piedra que se hunde en la profundidad del océano.

Menos de una semana después el gobierno argentino se arroga el derecho de solicitar informes sobre una fábrica de productos químicos a instalarse en Soriano sin siquiera molestarse en pasar por la cancillería de Reinaldo Gargano, hombre polémico pero tal vez el más férreo defensor del Mercosur en el gobierno del FA, y trascartón el gobierno argentino no hace un sorete a la vela para evitar los cortes de ruta que el Tribunal de Controversias del Mercosur declaró como claramente ilegales.

Hay alguien que se está cagando de la risa en algún lado, y me parece que cada tanto dice "fantastic".

***

Entre los comments del post pasado, conversando sobre el tortuoso paso de Pedro Bordaberry por dos medios supuestamente serios y objetivos, me confundo de nombres y adjudico la pertenencia a uno de ellos de alguien que al parecer nunca estuvo en su planilla. Un lector bien informado y posiblemente próximo a Búsqueda me escribe para corregirme/desmentirme con respecto a esto. Pero le agrega otros tres desmentidos, señalando que los cuatro son los errores más garrafales del post (lo que en cierta forma es un error porque está hablando de elementos que aparecieron en los comments y no en el post) y que sirven como muestra de lo disparatado que es todo. Bárbaro, el único problema es que de sus cuatro ejemplos incontrovertibles de equivocaciones sólo el primero era una equivocación y de los otros tres uno era una mala información de él y los otros dos eran puntos de vista, no errores propiamente dichos.

Me hace acordar una reciente entrevista que leí al faro de la derecha latinoamericana Carlos Alberto Montaner. En la misma, tras intentar hacerse el gracioso con unos chistes tan hilarantes como el cáncer infantil, Montaner anunció que estaba preparando una segunda entrega del Manual del Perfecto Idiota Latinoamericano, libro que publicó a mediados de los noventa con la colaboración de Plinio Apuleyo Mendoza y Alvaro Vargas Llosa (hijo de Mario que no sé por qué heredó sus dos apellidos juntos). Un libro que no puede y no debe faltar en la biblioteca del moderno columnista de derecha, pero que es interesante para cualquier interesado en la semántica y en la manipulación de datos.

Este libro, editado en el apogeo de la ola neoliberal y del pensamiento único, ha sido presentado como el anti-Las venas abiertas de América Latina, pero en verdad es un libro de características muy diferentes aunque se cebara en las simplezas de Eduardo Galeano. Todo el libro consistía en una recopilación de frases y verdades de las principales cabezas parlantes de la izquierda latinoamericana, que eran presentadas y desmentidas en tono burlesco y demoledor. El libro fue bastante pionero en la utilización del insulto ("idiota") en forma metódica como medio para resumir discusiones y problemas, porque si para refutar una argumentación lógica se necesita por lo menos un desarrollo teórico opuesto equivalente en longitud y fuentes, para refutar lo dicho por un idiota no se necesita casi nada; alcanza con definirlo como tal. Porque se sabe que solo los idiotas discuten con idiotas. El método ha sido muy popular dentro de los comentaristas de derecha y es casi endémico su uso entre la derecha (y parte de la izquierda) estadounidense, donde desde que los perros de la FOX se desbocaron hasta opiniones de intelectuales de la talla de Susan Sontag han sido descalificadas como meras "idioteces", sin que nadie les preste la merecida atención.

Pero el Manual... tiene una particularidad propia. Convengamos en que si uno se pone a juntar idioteces que han dicho los filósofos-poetas de la izquierda latinoamericana en los últimos 30 años, el resultado puede llenar no un volumen sino una biblioteca y de las grandes. Pero con todo esta materia prima disponible, Mendoza-Montaner-Vargas Llosa no utilizaron más que una cantidad limitada de puras e incontestables idioteces, y en su lugar presentaron una curiosa mezcla de sandeces incuestionables con opiniones que para ellos serían tonterías o que, posiblemente, querían presentar como tonterías.

Invento algunos ejemplos similares a los que presentaba (vendí el libro en Tristán Narvaja hace una década y no quiero citar de memoria): El poeta X dice que en Cuba no hay pobreza sino que el socialismo le ha quitado a sus habitantes el hambre de lo material. Bien, evidentemente es una estupidez, pero a continuación ponían una opinión del periodista N quien dice que Cuba es un país muy pobre desde una lógica capitalista pero que si se lo mide con otros parámetros (salud, educación) no sería un país tan pobre. Es una opinión similar en apariencia a la del poeta X, pero radicalmente distinta en contenido, porque no presupone nada en forma romántica y abre espacios a diferentes formas de ver un problema como el de la pobreza en Cuba. Y los tres chicos pícaros del Manual... las colocan en el mismo plano de idiotez, y de vez en cuando le agregan otra frase más en la que el economista J dice que el índice de niños desnutridos en La Habana es menor que en algunas zonas de New York, lo cual es verdad, pero con la presentación elegida todo queda envuelto en la misma sopa de "idiotez", todo queda sin discutir, descartado, descalificado.

Es fácil imaginar el segundo volumen del Manual, sólo con la oratoria del Compañero Chávez y sus paladines hay para llenar varios capítulos, que posiblemente sean llenados con sus opiniones más respetables, desactivadas por el contexto de "idiotez" y por su propio nombre, por supuesto. Hay solo un antídoto para libros oscurantistas, prejuiciosos e ignorantes como el Manual... y es, una vez más, el criterio independiente y estimulado. Es importante ser capaz de reconocer que todos, o casi todos, los pensadores que nos interesan -desde Nietzche a Žižek, desde Sade a Bangs- han dicho/escrito soberanas idioteces, muchas de las cuales pueden explicarse por un simple contexto histórico (es fácil calificar la opinión del domingo con el diario del lunes) y otras eran ya pelotudeces en el momento de su enunciación, pero no es por eso que los leémos, sino por la otra parte. Jorge Luis Borges, tal vez el escritor que más he leído y re-leído en mi vida, era una máquina de decir anormalidades (poco útiles desde la perspectiva del Manual..., porque la "idiotez" del viejo era de signo muy diferente a la de los ejemplos tomados por estos tres mosqueteros de la verdad única, y también a la de ellos, cabría agregar), pero no son estas las que me han hecho leerlo, y no lo he leído "a pesar de...", sino integrandolo en sus claroscuros, en sus razonamientos débiles y su ceguera porfiada. Asimismo también es importante reconocer las luces y los aciertos de autores/pensadores con los que no coincidimos en absoluto; yo puedo decir que he leído páginas de lo más sensatas, y en ocasiones muy atractivas, de gente que me parece casi patológicamente equivocada como Paul Johnson. Martin Amis o Carlos Maggi (nunca de Carlos Montaner, lo cual no me extraña), porque no sólo hay muchas cosas que permiten la multiplicidad de miradas sin ser relegadas a la cuarentena de la "idiotez" sino porque también, como dicen los yanquis, hasta un reloj parado tiene razón dos veces por día.

Carlos Alberto Montaner, el gran separador de la razón y la idiotez, mientras tanto ha conseguido un interesante logro: el de ser despreciado incluso por la derecha cubano-estadounidense a cuya defensa ha dedicado su vida. El motivo es muy sencillo: el Miami Herald comprobó que la violenta prédica anti-izquierdista del cubano era financiada por la Oficina de Transmisiones a Cuba, un ente del gobierno de los EE.UU. que le pagaba por criticar al gobierno de Fidel Castro, algo que supuestamente Montaner hacía por amor a la causa. Para defenderse, este genio no tuvo mejor idea que declarar su ignorancia ya que la Oficina de Transmisiones no le pagaba a él sino a su distribuidora, Firmas Press. El brillante periodista obvió lo que algún estudiante de primer año de periodismo descubrió inmediatamente: que él era el propietario de Firmas Press. Acorralado, Montaner escrbió un largo descargo en el que nombraba a varios otros nombres que habían escrito por encargo de organismos estatales, pero se ahorró el dato de que esos nombres lo habían hecho en forma honoraria a diferencia de él. Lo cual produjo una gran reacción de la prensa conservadora en su contra, calificándolo directamente de "delator".

Cuando sos un portavoz de la derecha y hasta el Wall Street Journal te trata como una rata, evidentemente no sos la más calificada de las voces. Sin embargo en su última visita a Montevideo, Montaner fue recibido en oficinas de El País, diario que publica habitualmente sus columnas, como si fuera un gigante del pensamiento contemporáneo. Lo que, al contrario de lo que parece, prueba que la idiotez no es algo tan relativo.

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Un ómnibus descontrolado se lleva puesta la garita de la parada de taxis próxima a donde vivo, y con ella a uno de los veteranos que trabajan en la misma, dejándolo en bastante mal estado. Paso por delante de los fierros retorcidos y veo a un tachero al que conozco de vista conversando con un flaco de unos treinta años. Cuando el flaco se va me acerco y le pregunto al tachero por el accidente y por el estado del veterano arrollado. Me cuenta el detalle de lo que pasó y del estado actual del tipo, diciéndome que está bastante mejor y recuperándose.

Después se ríe y me dice si vi al flaco que estaba hablando con él. Me dice que se le acercó para preguntarle exactamente lo mismo, pero específicamente sobre el estado del atropellado. "¿Y le parece que volverá a trabajar?", me dice el tachero que le preguntó un par de veces hasta finalmente proponer, "porque yo podría hacerme cargo de la parada si el tipo no vuelve". El tachero me dice que al final espantó al buitre diciéndole que hay bastante más gente trabajando en esa parada. Ambos coincidimos en que la gente está muy mal.

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Hace un par de meses declaré mis intenciones de cerrar este blog, en parte cansado del mismo y en parte agobiado por el crecimiento de la audiencia del mismo, crecimiento que había producido el final de sus características de intercambio coloquial e íntimo entre nicks que funcionaban como mera formalidad y no como máscaras. Expliqué las razones al respecto y, como suele pasar con las cosas que se hacen en forma compulsiva durante mucho tiempo, seguí de largo igual, apenas bajando el ritmo de entradas, pero manteniéndolo como válvula de escape.

(Des) afortunadamente la dinámica molesta de intercambios al que había llegado el blog se mantuvo, profundizándose en realidad gracias a la aparición de dos o tres escribas compulsivos dispuestos a poner en duda todas y cada una de mis intervenciones, intentando disputar lo que al parecer entendían como un espacio de poder -cuando en realidad es apenas un espacio ocupado por un gran no-poder-, exigiendo, festejando como triunfos cada resignado y cansado abandono de alguna interminable discusión-pulseada, ignorando las características propias e intempestivas de un blog -características que entrañan que mi opinión sobre, pongamos, la raza humana sea diametralmente diferente un sábado de resaca y un martes primaveral- en busca de contradicciones, inexactitudes, convirtiendo este blog de amigos más o menos invisibles en un puto foro de internet, con todas sus lacras, throlls e ilegibilidad. Ok, pueden decirme que el mundo está lleno de pelotudos y que no hay que prestarles mayor atención, pero afean el paisaje lo bastante como para que todo esto se vuelva ilegible.

Nunca me interesó la popularidad de FYT, que siempre tuvo sanas intenciones elitistas, sino su comodidad como espacio de libre expresión de personas que hubieran entendido sus características. No tiene sentido que me pase discutiendo o borrando veinte comments de fans de NTVG que cayeron por acá porque después de las 200.000 visitas el Google ranquea la página más arriba que algunas páginas de fans de la banda. Entonces uno tiene que bancarse a ser meado por un pendejo que no puede escribir "boludo" con la B correcta y que no debería estar leyendo una página que bien podría llamarse "No, flaco, no me gustó nada" y que nunca se planteó siquiera el considerar su sensibilidad de fan, que ya ha sido demasiado considerada por los vendedores. Este se planteó como un espacio abierto pero no para todo el mundo, un espacio que no creía tener que poner un cartel en la puerta para que sus visitantes entendieran que no era para todo el mundo. ¿Elitista, snob...? Por supuesto, y a mucha honra: cuando todos los espacios son dedicados al gusto y la tolerancia media, al mínimo común denominador como medida de todas las cosas, a la celebración de la mediocridad menos excluyente, ¿por qué no ir en el camino opuesto? ¿por qué no discriminar y liberar un pequeño espacio de opinión de las exigencias representativas del mercado y el respeto entendido como una forma de cobardía?. No, acá no: mueran humanos. Empecé escribiendo para amigos y conocidos con intereses en común, ahora escribo para gente que no sabe escribir y critica mi escritura, que no comparte ni le interesan mis gustos estéticos pero que necesita denostarlos, que no tiene la más puta idea sobre los temas de los que hablo pero busca la fisura en lo que digo para tratarme de ignorante, que no piensa pero desprecia lo que opino, que no le gusta este blog pero le parece un espacio valioso para cooptar con sus divergencias. Que me exige una democracia y apertura de la que siempre fui enemigo. No, ya lo dije: mueran humanos.

(Leo mientras escribo esto que Trabajos Prácticos, el muchas veces frustrante pero en ocasiones fascinante conglomerado de periodistas-bloggers argentinos también está a punto de desaparecer. Muchos de los otros blogs que me interesaban no suben un post medianamente interesante desde hace meses y sus espacios lucen totalmente mortecinos. Tal vez la era de oro de los blogs y su cierta sobrevaloración haya terminado.)

En realidad no me quejo y tengo una buena excusa: sólo quiero avisar que dentro de un mes aproximadamente, FYT se borra, literalmente. No sólo abandono el blog sino que pienso borrar todas y cada una de sus entradas, cosa que no hago por (pura) maldad sino por dos buenos motivos: no quiero que queden cosas que dije ahí, colgadas en la web e indefensas en un blog al que no pienso entrar más. Por otra parte hay una buena parte de lo que escribí que pienso re-aprovecharlo, por lo que prefiero hacer desaparecer versiones anteriores. No se pierde nada; con la gente con la que ya hemos establecido contacto podemos seguir haciéndolo por otros canales, con otras espero no cruzarme otra vez en mi puta vida, y con las que no sepan en qué categoría se encuentran, siempre pueden invitarme un trago y averiguarlo.

En los próximos días voy a subir un último post de despedida, un post sobre música, como debe ser, y that's all folks. Los que necesiten sus espacios de expresión recuerden la filosofía básica del punk y háganse de sus propios blogs. De cualquier forma este nunca fue una especie de open mike. Mucha gente no entendió eso ni los simples protocolos del medio.

No me arrepiento de nada, de hecho hubo momentos en que estuvo tan bueno que hasta deberíamos haber hecho dinero, y tal vez lo hicimos. Pero es como el poker; hay que irse cuando estás ganando.

viernes, octubre 06, 2006

Periodista, periodista...

Como a todos los uruguayos, el "debate" (eufemismo para denominar una vulgar emboscada periodística) Bordaberry Jr.-Michelini Jr. me dejó de lo más sorprendido, aunque menos que el comprobar que, al menos para muchos entrevistados por la calle en estos días, fue una suerte de contienda en la que Michelini Jr. perdió. O el confirmar la insólita ignorancia de los medios dando a conocer que la defensa de Juan María Bordaberry iba a presentar sus sucias grabaciones como prueba, cosa que hasta el más estúpido de los leguleyos sabe que es una tontería jurídicamente inadmisible (e inútil). O notar que la mayoría de los uruguayos no reconocen una operación de prensa del tamaño de la pija de John Holmes ni aunque se les deje el culo como una flor.

Pero quiero hablar sobre otra cosa y son dos hechos/opiniones laterales relacionados con los dos medios que se prestaron a esta asombrosa operación limpieza del aborrecible dictador -e integrante nunca expulsado del Partido Colorado- Julio María Bordaberry, es decir, Zona Urbana y Búsqueda.

Lo de Zona Urbana es ya increíble; yo recuerdo -a pesar de estar en las antípodas del pensamiento de sus conductores- haber defendido lo que me parecía un buen ejemplo de dinamización del lenguaje de los programas periodísticos televisivos, y haber hecho notar que en realidad el discurso de dicho programa era reaccionario pero válido, en el sentido de que una exposición no es despreciable de por sí por el hecho de que yo no la comparta. Pero a Zona Urbana le ha pasado algo de lo más curioso: a partir de que echaron a Gustavo Escanlar el programa ha girado definitivamente hacia el discurso puro y duro de derecha amarilla (hay que ser jodido para volverse más de derecha por haber echado a Escanlar) y a operar políticamente a diestra y siniestra sobre temas como la (in) seguridad -de la que se han convertido en los principales difusores/terroristas mediáticos además de trabajar de punta en aras de la caída del ministro José Díaz- o el poder judicial (recordemos el informe sobre el juez Eguren, juez impresentable pero contra quién el informe no hacía más que amontonar suposiciones, y recordemos también que el énfasis sobre dicho juez tuvo mucho que ver con el accionar del mismo en el Caso Peirano, tema sensible para un empleado de El Observador como Gabriel Pereira) .

Pero quiero centrarme en un punto que no se trata de una operación repulsiva sino simplemente de opinión desde la ignorancia y el embanderamiento absoluto. Antes de servirle de campana a Pedro Bordaberry, los tres conductores de ZUR dedicaron el bloque anterior a hablar sobre la "oportunidad perdida" del Tratado de Libre Comercio con EE.UU. Lo hicieron, por supuesto, con un trencito de juguete dando vueltas por la mesa en relación a la tonta y repetida metáfora de Tabaré Vázquez sobre la necesidad de subirse al tren del TLC antes de que pase de largo. Los tres conductores se lamentaron amargamente y sin el menor reparo acerca de como se había perdido una chance histórica que nos iba a sacar del pozo y nos iba a llevar al Primer Mundo (los memoriosos habrán recordado el lenguaje del menemismo puro en las bocas de los tres conductores). Cecilia Bonino estuvo a punto de pucherear y declaró que ella trabajaba en barrios carenciados y solía estar en contacto con esa pobre gente a la que se le había sacado una oportunidad de levantar cabeza, solo por motivos ideológicos y atrasados, y que eso era algo que no podía creer. Bueno, yo personalmente no creo que Cecilia Bonino pueda hacerse una idea real de lo que es realmente la vida del lumpen ni aunque una docena de estos le hagan un gang-bang a la orilla del Miguelete, pero me quedo en lo de "ideológico".

Después de la soberana estúpidez del presidente tratando a la oposición al TLC como "ideológica" en contra de la realidad económica, teoría que supone que la economía es una ley natural en la que no pesa la ideología -algo que no hace falta ser un filósofo para agarrarse la cabeza ante la paradoja, ya que esta propia teoría es, por definición, totalmente "ideológica"- todos los loros la han repetido como una verdad revelada sin detenerse un segundo a reflexionar sobre el disparate que están diciendo. Pero además los tres periodistas -es decir gente informada- del programa se pasaron por el culo un dato objetivo y esencial: el TLC por el fast track naufragó no por la oposición "ideológica" del los pequeños grupos fundamentalistas de izquierda que se brotan cada vez que ven una bandera de EE.UU., sino justamente por la oposición dentro del FA de los sectores no-"ideológicos" y más bien moderados. El TLC naufragó -o se postergó, porque el cretino de Danilo Astori sigue repitiendo que lo quiere, porfiado como gallo comiendo tripa- por la oposición de economistas del calibre de Carlos Quijano, de analistas políticos como Gerardo Caetano, de políticos como Alberto Couriel, de periodistas como Guillermo Waskman, de intelectuales como Hugo Achugar... es decir, de gente mil veces más inteligente y preparada que los tres conductores de ZUR, gente que hizo las preguntas que ninguno de los portavoces neo-liberales, desde Astori hasta Isaac Alfie- querían que se hicieran, y que justamente no supieron responder. Preguntas que no venían de la indignación moral anti-imperialismo yanqui sino de la simple balanza que evalúa los resultados desde un punto de vista pragmático.

Y hete aquí una palabra esencial: pragmatismo. A mí no me parece necesariamente mal que un país decida no comerciar en forma preferencial y no establecer lazos económicos (es decir, políticos) muy consistentes con naciones asesinas como EE.UU., China o Israel, de hecho me gustaría verlo más seguido. Pero tampoco soy un necio que pueda ignorar que con casi la mitad de la población aún sumergida en la pobreza -gracias a las buenas artes de la conducción neo-liberal de las últimas décadas- el margen de elección es más bien escueto. Y que, pragmáticamente, un TLC con EE.UU. puede ser beneficioso, algo de lo que ni a mí ni a todos los que se pusieron de punta contra el mismo nos pudieron convencer con argumentos pragmáticos.

Pero sin embargo Ignacio Álvarez se brota frente a cámaras y reclama, una y otra vez, pragmatismo en el gobierno, pragmatismo, por Dios, abandonemos la ideología, pragmatismo ya. Y uno se queda pensando qué carajo entenderá este señor por pragmatismo.

No voy a aburrir a los lectores explicando la historia etimológica de la palabra y su origen en el griego praxis, ni tampoco recordando la escuela filosófica norteamericana de William James que definió el pragmatismo como, paradoja, una ideología. Si tienen dudas hagan un search e infórmense. Pero lo que habría que explicarle -lento y pausado si se puede para que no haya problemas- que pragmatismo, a menos que se sea seguidor de la escuela filosófica (ideológica) de James, no es una palabra idéntica a virtud. El pragmatismo es una capacidad, como lo indica su nombre, práctica; un instrumento por el cual alguien sacrifica una convicción a priori a la luz de los acontecimientos o por la teoría del mal menor. No es algo raro, ni en este gobierno, ni en Occidente en general, más bien lo contrario. No está relacionado con el elogio oriental al cambio como elemento distintivo de la vida, porque este en todo caso propondría el viaje de una convicción a otra. Es, simplemente, lo que se entiende como conveniencia, elevada al grado de ideología y, como dije antes, no necesariamente una virtud.

De hecho una de las características más repelentes de los seres humanos es el pragmatismo moral, o el uso conveniente de las relaciones humanas. Es algo que todos conocemos como fallutería, traición cotidiana, manipulación o trepadurismo, y que todas las personas de mínima decencia rechazamos con asco -aunque cada vez menos- como una de las peores pestes de la convivencia social, pero tal vez como no se le suele denominar como pragmatismo moral sino con términos más groseros, es posible que gente no muy informada como los de ZUR no la relacionen con su querida palabra de origen griego. Además estoy haciendo trampas, se está hablando de pragmatismo en términos de conducción gubernamental, no en casos individuales. Bueno, ahí se podría apuntar a que la filosofía pragmática consiste en sacrificar un pensamiento macro, una filosofía moral en aras de una contingencia particular. Bueno, en estos casos tampoco -a menos que se sea de la escuela de James, repito- se considera al pragmatismo como una virtud sino como una necesidad y, a menos que estemos hablando de fundamentalistas, una necesidad de diverge el daño para más adelante. Pongo un ejemplo choto: un náufrago -que además es ecologista- cae en una pequeña isla donde sólo hay una rara especie de palmera cocotera. Al llegar la fría noche el náufrago decide cortar el cocotero (después de fijarse si no está Keith Richards encima) y usar la leña para calentarse y no morir congelado. El náufrago sabe que está no sólo está eliminando una rara especie de cocotero, sino que también está eliminando su fuente de alimento una vez que se le acaben los cocos que recogió. Pero pragmáticamente llega a la conclusión de que sus posibilidades de sobrevivir son mayores así que exponiéndose todos los días al frío de la noche y patea el problema hacia adelante cortando el cocotero y haciéndo una bonita hoguera. No hay nada bueno en sí ni virtuoso en su decisión y de hecho algún experto en la fauna y flora de las islas puede tener una segunda opinión más centrada. De hecho, el pragmatismo -como en el caso del TLC, que podía entrañar la expulsión del Mercosur y varias desgracias objetivas a largo tiempo- tiene más que ver con una apuesta, con el azar y con una visión cortoplacista más que con otra cosa.

Esta reivindicación economicista del pragmatismo como una virtud es parte integral del apocalíptico pensamiento neo-capitalista, pero es expuesta en forma totalmente ideológica por quienes ni en pedo la aplicarían a sus vidas privadas. Pongo un ejemplo grosero: una visión economicista de maximización absoluta de los beneficios económicos como único valor entrañaría en su coherencia, por ejemplo, que los conductores de ZUR -dos de ellos considerados como gente físicamente atractiva- aprovecharan su exposición mediática para montar una empresita de fellatios entre bloque y bloque, o sacrificando unos minutos luego del cierre del programa. A la economía de sus hogares le vendría de maravilla y, teniendo en cuenta que la popularidad de ZUR no va (espero) a ser permanente, este puede ser un tren que pasa sólo una vez. Sin embargo, creo y quiero creer que ninguno de sus integrantes vende favores bucales en los espacios libres del programa. Lo cual es muy poco pragmático.

El memorable programa del miércoles pasado terminó con una llamativa reflexión de Gabriel Pereira que me sirve para pasar a la parte dos de este post. Al terminar el intercambio de puteadas y el falso equilibrio dobledemoníaco entre francotirador y emboscado, Pereira, hombre pragmático de los que en algún momento pasaron de la relación directa con el PCU uruguayo a través de su trabajo en La República a ascender en El Observador por tener como fuente directa a Julio María Sanguinetti, se enojó y dijo algo así como "¿Saben lo qué? A mí la verdad me tienen podrido con este asunto de mirar al pasado, me tienen podrido con que en lugar de dedicarse al futuro se siga y se siga revolviendo el pasado..." Una reflexión interesante de parte de alguien que ha ayudado a montar el circo de "las viudas de la inseguridad" como equivalente derechista de los familiares de desaparecidos, pero cuya parte más interesante no es la habitual perorata del futuro vs. la justicia, muletilla que los sectores asustados repiten una y otra vez como si el país económico se detuviera cada vez que meten a un milico en cana, sino la primera parte: "A me tienen podrido...." A VOS -persona sin relación personal con ninguno de estos casos te tienen "podrido"- bueno, ¿y qué? ¿cuando la justicia se volvió el instrumento de recreación personal de Gabriel Pereira?

Hay dos misterios de la política mediática que nunca me voy a terminar de explicar, y que en cierta forma están relacionadas; una es la imagen de gran demócrata, mantenida durante décadas y apenas erosionada por datos y declaración contundentes como una piña de Tyson, del ex-presidente y actual senador por el Partido Colorado Julio María Sanguinetti. La otra imagen inexplicable para mí es el aúra de objetividad e independencia del Semanario Búsqueda. Y ambas imágenes se dieron la mano recientemente en un hecho de la semana pasada que tal vez pasó ligeramente inadvertido -a pesar de las 5 páginas que Búsqueda le dedicó- a causa del escándalo Bordaberry-Michelini.

El asunto, como muchos saben, fue el siguiente: alguien hizo una llamada anónima a la "Línea Azul" del INAU (Instituto del Niño y Adolescente) -línea establecida, durante el último gobierno de Sanguinetti, para que los testigos de violencia doméstica contra menores pudieran hacer sus denuncias sin tener que comprometerse yendo hasta una seccional y quedando virtualmente identificados por los personajes violentos a los que se denuncia. El sistema, si bien puede permitir casos injustos de delación, está establecido en muchas partes del mundo en el presupuesto de que, antes que nada, hay que proteger al menor. Pero hete aquí que la llamada denunciaba a Gabriel Pastor, secretario de redacción de Búsqueda, acusándolo de maltrato verbal hacia su hijo de 6 años. De esto el Uruguay se enteró por la intempestuosa declaración del senador colorado, ah y ex-presidente, Julio María Sanguinetti, a quién el honor del periodista de Búsqueda en cuestión le pareció lo bastante importante como para dedicar toda una sesión del senado a lo que sostenía era un "hostigamiento verbal y de hecho a algunos medios y periodistas considerados opositores por el gobierno del presidente Tabaré Vázquez". Y de pronto el INAU entero estaba a la defensiva. El argumento era que la denuncia se había recibido al otro día de que Pastor publicara en Búsqueda una "dura" denuncia acerca de violaciones a la laicidad en dicho Instituto, y que teniendo en cuenta que la denuncia era anónima -para el denunciado, porque la llamada, contrariamente a lo sostenido por Pastor en un principio, había sido convenientemente registrada por el servicio de la "Línea Azul"- todo el hecho tenía que ser, evidentemente, una falsa denuncia orientada a hacerle pasar un mal rato a Pastor y flía.

Lo cual puede ser -de hecho da para sospechar-, pero también puede que no, de hecho la verdad era desconocida para cualquiera que no fuera Pastor, su familia y el denunciante. El INAU hasta el momento en que el asunto se hizo público por la intervención de Sanguinetti y sus embravecidos lugartenientes, había mantenido una reserva prudente al respecto y, posiblemente, el caso no se hubiera filtrado a la prensa si no se hubiera vuelto -por expreso pedido de Pastor- tema de debate en el Senado.

Hay muchas cosas feas en este asunto: de hecho se puede considerar que hoy existe un enfrentamiento de facto entre Búsqueda y el gobierno. Esto se pudo ver en las declaraciones, hace unos meses, de Vázquez rotulando a Búsqueda y a otros medios de automáticamente "opositores" (lo cual a la luz de los acontecimientos posteriores no parece tan descabellado), o en la monumental cantidad de carne podrida que Búsqueda publicó -dedicándole 5 páginas enteras- sobre los asesinatos de Michelini-Gutiérrez Ruiz hace dos semanas. Carne podrida que no hace falta ser un gran genio para rastrear su origen hasta la casa de Bordaberry Jr., y que sostenía con gran convicción que no había habido uruguayos involucrados en esos asesinatos -obra exclusiva, por supuesto, de pérfidos argentinos- y que el móvil había sido un dineral tupamaro que Michelini guardaba bajo la cama o algo así. Una "operación limpieza" repugnante que comenzaba a preparar el golpe de efecto dado el miércoles pasado en Zona Urbana, es decir, no precisamente la información objetiva y verificada de la que Búsqueda se precia en publicar, sino algo hecho con una clara intencionalidad de afectar un proceso judicial de notorias consecuencias políticas.

Pero bueno, tal vez sí haya un enfrentamiento y tal vez sí la llamada haya sido fraguada por algún funcionario resentido del INAU, enojado por la nota. Ahora, ¿qué tenía que hacer entonces el INAU al recibir la llamada? ¿descartarla a priori sin investigarla porque un periodista de Búsqueda es evidentemente incapaz de cometer un delito? ¿romper el protocolo de seguridad de la "Línea Azul" y entregarle el nombre del denunciante al periodista? ¿hacer una operación de investigación hiper-secreta que mantuviera una serie de privilegios que jamás se le darían a un carnicero del Cerro? ¿quién mierda se cree que es Gabriel Pastor para recibir un trato preferencial en un caso en el que -hasta donde los hechos hablan- involucra un acto de violencia hacia un menor? Yo personalmente creo muy posible la tésis de la falsa llamada; si es así es responsabilidad del INAU investigar su procedencia, una vez verificada su falsedad, algo que sólo puede hacerse investigando a los implicados. De hecho y por mi experiencia propia, no hay ningún motivo para que un periodista tenga coronita. Para ser sincero, me da la impresión de que la profesión, por sus características, alimenta algunas características psicóticas, algo de lo que conozco muchos ejemplos.

(Hablando de gremios, APU, ese gremio tan inútil cuya oposición a la destrucción del sindicato de La República fue similar a la de un pedo contra el viento, enseguida sacó pecho a solidarizarse con Pastor sin haberse tomado dos minutos para interiorizarse sobre el asunto, lo mismo que la SIP (Sociedad Interamericana de Prensa, organización de tradicionales vínculos con Búsqueda). Porque hay prioridades y hay periodistas que son más periodistas que otros).

La conducta de Pastor, llamando a los mastines colorados a defenderlo sin siquiera preguntar por qué, no es para nada insólita. Casi se podría considerar como una política editorial. Y el caso viene bien para recordar una de las páginas más vergonzosas de connivencia medios-poder de la historia de la democracia uruguaya.

En 1997 Danilo Arbilla, por aquel entonces director del semanario Búsqueda y vicepresidente de la SIP, le vendió una casa en Punta del Este a una sociedad anónima fachada del Cártel de Juarez. Los papeles por ambas partes los procesa el escribano Javier Morassi, amigo personal de Arbilla y del ministro del Interior, el también escribano Guillermo Stirling. En marzo de 2000, la Brigada Antidrogas de Punta del Este presentó a la justicia una denuncia penal para investigar los bienes del Cártel de Juarez en Uruguay, en la que se menciona a Arbilla y a su escribano como cómplices.

Un par de días después Danilo Arbilla se presentó en las oficinas de Luis Hierro López, por aquel entonces vicepresidente de la República, mostrándole una copia de la denuncia sustraída directa y misteriosamente del juzgado, y reclamándole por el desprestigio que le significa el verse involucrado en semejante investigación. Al otro día, rápido como un cadete (tal vez con esa velocidad que Gabriel Pereira le reclama a los legisladores actuales para aprobar tratados a ciegas)Hierro citó en su despacho al Director Nacional de Policía, inspector general Roberto Rivero, y concertó una cita con Danilo Arbilla para ese mismo día. En ella Arbilla y Rivero habrían acordado "eliminar todos los juicios de valor" de la denuncia en cuestión.

Es así que la Brigada Antidrogas de Punta del Este presentó una segunda denuncia, pero no pudo dejar de mencionar a Arbilla porque, efectivamente, éste le había vendido una casa a los narcotraficantes. Cuatro días después el cadete Hierro se volvió a entrevistar con Rivero para hacerle saber que Arbilla no ha quedado nada conforme con la segunda presentación de la denuncia. Al otro día Stirling le presentó un memorandum redactado por Rivero y explicando la situación al presidente de Uruguay, Jorge Batlle, quien no tenía nada mejor que hacer, evidentemente. Casi simultáneamente el Ministerio del Interior levanto la segunda denuncia.

Pero es entonces la policía argentina descubrió que las oficinas encubiertas del Cartel de Juárez en Buenos Aires recibieron tres llamadas provenientes de Montevideo y que las tres venían de la oficina de Danilo Arbilla en Búsqueda. Rivero solicitó entonces la reapertura del caso, pero el ministro Stirling se lo negó, desmantelando además, unos días después, la Brigada Antidrogas de Punta del Este.

Días después Rivero llamó por teléfono a Arbilla a su casa y según éste lo amenazó. Al otro día Stirling -político que nunca se caracterizó por su celeridad- destituyó a Rivero de la Dirección Nacional de Policía, el ministro Stirling dió como motivos "discrepancias en la conducción de la lucha antidrogas". Una semana después Brecha publicó una nota afirmando que la destitución del inspector Rivero se debió a su negativa a dejar de investigar a Arbilla. Consultado por la prensa, el ministro Stirling explicó que a Rivero se le destituyó por haber amenazado y acusado sin pruebas a Arbilla, y lo califica de "terrorista de Estado". Rivero era, desde antes de haber sido nombrado, un nombre polémico por estar señalado como ligado a la represión en los años de plomo (como buena cantidad de los policías de narcóticos de Uruguay). Sin embargo esto solo se volvió relevante en este momento, siendo recordado también por el semanario Búsqueda a pesar de no ser muy coherente con su política de "no mirar atrás".

Arbilla se dedicó entonces a exponer una teoría conspirativa en su contra en la que estarían envueltos el semanario Posdata, el diario La República, el servicio de aduanas de EE.UU., Rivero, el semanario Brecha, la izquierda radical, el semanario Mate Amargo y la policía argentina, todos confabulados para desprestigiarlos. Dos periodistas de Búsqueda asumieron entonces las llamadas hechas desde la oficina de su jefe, sosteniendo que las habían hecho para investigar el caso y la APU presentó una denuncia sobre lo que consideraban un pinchazo en los teléfonos de Búsqueda, sin discernir que lo único que se había manejado era el origen y destino de las llamadas, no su contenido.

El 13 de junio el presidente Batlle apoyó en público la decisión del ministro Stirling de relevar al inspector Rivero. El 14 de junio el Fiscal Letrado de la Policía, el abogado Juan Carlos Martino, se negó a iniciar un sumario administrativo a Rivero y presentó su renuncia indeclinable. Stirling explicaría más tarde que él nunca ordenó al renunciante fiscal policial que investigara a Rivero, sino que sólo quería que lo citara para ratificar o rectificar sus dichos, y que no tiene pensado sumariarlo. La oposición pidió la formación de una comisión investigativa pero los representantes oficialistas se negaron. Y todo quedó por ahí.

Que hay de evidente en todo esto; por supuesto no la relación de Arbilla con los narcos (algo que en el 2000 me parecía un disparate pero sobre lo que mi punto de vista se ha hecho más amplio en los últimos tiempos) ni la bondad y honestidad del inspector Rivero -al fin y al cabo un posible torturador que ya fue recolocado en otro puesto-, sino los más que insólitos privilegios snte la ley que gozaba quién era apenas el director de un medio "independiente y objetivo", alrededor del cual se levantó todo el aparato estatal en manos del partido que era gobierno en aquel entonces para asegurar y garantizar no sus derechos lógicos de ciudadano, sino la total inaccesibilidad de su persona ante los instrumentos de indagación policial a los que todos los demás ciudadanos tienen que someterse sin chistar. Un ciudadano tan especial que no sólo consigue acceso en el día a una reunión personal con un vicepresidente (algo que, se nos ocurre, no es lo más normal en el mundo de los juanes nadies), sino que consigue tener a dicho vicepresidente, al ministro del interior y al propio presidente operando descaradamente a su favor en contra de una investigación surgida en el seno de esos mismos poderes.

¿Quién puede asombrarse entonces de que Pastor se considere digno de similares privilegios? Pero el gobierno cambió, y en una de esas el prestigio independiente de Búsqueda no asegure como antes ningún palco preferencial, porque en una de esas las cosas no eran tan independientes. No quiero implicar por esto que llegó el reino de la justicia y la imparcialidad; a mí me gustaría ver que el gobierno actual le exigiera el cumplimiento de las leyes laborales al periódico amigo de La República con el mismo rigor con que se lo exije a otros patrones, pero por lo menos Fasano no tiene el descaro de presentarse como "independiente" u "objetivo".

La prensa (entendiendo como tal no sólo a los medios escritos sino al periodismo en general), como la palabra pragmatismo, no es buena ni mala de por sí, pero evidentemente para muchos partícipes de la misma es una suerte de privilegio que los separa de los demás mortales y que hace de sus impresiones y sensibilidades algo importantísimo, algo tan importante como para que haya que modificar la realidad legal en relación a la misma. Recuerdo ese momento perfecto en el que el gran historiador Carlos Demasi, cuestionado por ignorantes que posiblemente no reconocerían siquiera la veracidad de la historia sexual de sus hermanas, dijo en un reportaje -en relación a la protesta de un legislador que decía sentirse ofendido por las observaciones históricas de Demasi-: "¿Por qué ese legislador piensa que su sensibilidad es tan importante? ¿por qué no se va al demonio?".

Claro que en alguno de estos casos tal vez no estemos hablando de sensibilidad sino más bien de impunidad. Algo que los uruguayos conocemos en exceso.

Todo este complejo y largo ejercicio de elipsis parece una excusa para no hablar sobre el tema ardiente en cuestión y que realmente interesa, el "debate" Bordaberry-Michelini. Pero es que para mí no vale la pena hablar sobre el mismo, creo que cualquier persona de bien (excluyo por lo tanto al cretino que tituló al diario El Observador al otro día del programa igualando la situación de ambos hijos) tiene que haber sacado conclusiones claras al respecto.

Sin embargo leo las encuestas online al respecto y llego a la conclusión de que los uruguayos no son en su mayoría gente de bien. En las mismas porcentajes enormes que van del 75 al 85% de los opinantes, declaran que Michelini fue "desenmascarado" o que "perdió" el debate o que la traidora táctica de Bordaberry estaba "justificada". Y por supuesto no hay que ser muy despierto para notar que algunos simpatizantes de Bordaberry deben haber estado de lo más ocupados votando online varias veces, porque los porcentajes son ridículos. Pero igual es preocupante, porque muchas de esas opiniones deben ser válidas y si una persona racional tiene la percepción de que otra mintió -porque ha sido grabado en privado diciendo algo que siempre estuvo implícito en sus declaraciones públicas- solo porque del otro lado hay un energúmeno gritando "¡sos un mentiroso! ¡te desenmascaré!", entonces estamos en el horno. No tengo una particular simpatía por Rafael Michelini, sí por su familia y por la de Gutiérrez Ruiz y por las de los cada vez más numerosos asesinados por la dictadura que Juan María Bordaberry -presidente electo por el Partido Colorado, al que pertenecía cuando dio el golpe y del que, repito porque se me da la gana, nunca fue expulsado- , comandó con insólita crueldad. Creo que Michelini se equivocó irritándose y yendo al programa; tendría simplemente que haber escuchado la grabación por teléfono y luego decir "sí, yo dije eso ¿y qué?".

Hace poco acusaba a las generaciones jóvenes de ser totalmente literales, de no ser capaces de desconfiar y aceptar en forma acrítica lo que se les diga. Tal vez fui lamentablemente injusto, tal vez esta no sea una característica de las generaciones jóvenes sino de la sociedad en general. Pero una cosa son las encuestas online y otra es la justicia y, misteriosamente, tal vez este sea tiempo de justicia.

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