lunes, mayo 29, 2006

Addenda al post anterior / Miike y los pájaros humanos / demostración práctica de la teoría del contraste

Cuando escribí el post anterior elegí, de entre las diez películas de Takashi Miike que vi en los últimos dos o tres meses, Fudoh: the next generation como la que más me había gustado, no por ser la mejor o la más asombrosa (Ichi the killer o Visitor Q le ganaban ampliamente) sino la más equilibrada y uniformemente atractiva. El asunto es que todavía no había visto Chûgoku no chôjin (The Bird People in China), película que me bajé este fin de semana y que hasta ahora me tiene deslumbrado.

En algún post anterior, o en los comments de algún post anterior, hablé sobre mi particular predilección por el contraste como recurso expresivo. Yo creo que el mejor lugar para que una aguja pase desapercibida no es un pajar sino un montón de agujas, y que el lugar donde más resalta es sobre un fondo de algodones. Qué es lo que quiero decir: que pocas cosas tienen la expresividad de las que son dichas en forma única o en la forma menos automática posible. Que la fuerza de lo inusual es percibida como mucho más sincera y poderosa que lo habitual y que la oveja negra no sólo se destaca sino que atrae nuestra atención. Y lo que atrae nuestra atención atrae nuestra empatía. O nuestro rechazo, claro está.

En lo personal soy totalmente sensible a los islotes inesperados en mares conocidos, o más bien (usando una metáfora de Italo Calvino) a lo que no es infierno en medio del infierno. Tanto en la vida como en el arte, si es que hay que diferenciar, me seduce siempre esas ráfagas de belleza o humanidad que aparecen en ambientes más bien desolados o que atentan contra el sentido estético de la sociedad. Anoto algunos ejemplos: la relación de Destouches con la prostituta en Viaje al fin de la noche del divino Louis Ferdinand Céline, el puente extraordinariamente melódico y apacible en la ruidosa e insoportablemente tensa 'Pacific Coast Highway' de Sonic Youth, el final de El Exorcista con el cura y el policía hablando de nimiedades, la insólita ternura que desborda el siempre hiriente Steve Albini en 'The Billiard Player Song' de Shellac, los fragmentos en los que Bukowski habla de su hija, Johnny Rotten usando el reloj que le regaló su madre en los conciertos de Sex Pistols, el segundo de los Two English Poems de Jorge Luis Borges, la encantadora melodía que Riz Ortelani compuso para la insoportablemente violenta Holocausto Canibal, la balsa a la deriva y llena de monos en la que se desplaza el finalmente apaciguado Aguirre de Werner Herzog, el fragmento Do You Love Me? de William Burroughs en The Ticket that Exploded, el cuadro Lavender Mist de Jackson Pollock, El teléfono sonando en medio de un sueño en Festen de Thomas Vinterberg, 'Hot in the Heels of Love' de Throbbing Gristle, el poema A Girl de Ezra Pound, la nieve cayendo sobre los cadáveres de los ancianos en La balada de Narayama, la voz de Iggy suplicando una y otra vez "I need... I need..." en las convulsivas versiones en vivo de los Stooges tocando 'Johanna'...

Hay algo en esas bajadas de guardia, en esas incongruencias que no solo busca el claroscuro a lo Caravaggio sino que tiene algo de verdad incontrolable, de expresión no mediada; algo que me parece insuperable.

Takashi Miike no es extraño al contraste violento, de hecho su película más conocida en occidente, Audición, es una obra maestra en este aspecto, aunque el procedimiento es el inverso que en los ejemplos que anotaba anteriormente. Audición es una serena reflexión sobre la soledad masculina que de pronto es atravesada por el más infernal rayo del infierno que haya producido el cine. The Bird People in China es lo opuesto, como puede intuírse con sólo leer el resumen argumental de la película: un joven empresario japonés viaja a una remota provincia de China para revisar lo que parece ser una valiosísima veta de jade, en el camino se le une un veterano, violento y traumatizado yakuza a cuya banda la empresa del joven debe dinero y que ha viajado para confirmar las posibilidades de cobro del mismo. Tras un viaje larguísimo y accidentado, en el que aprendemos mucho sobre las no siempre evidentes diferencias entre chinos y japoneses, llegan a una villa casi medioeval ("que no conoce a Mao Tse-Tung" les dice el guía) en un paraje hermosísimo en el que el tiempo parece haberse detenido y donde existe una rara obsesión por el vuelo. Allí ambos personajes cambian, y hasta ahí cuento aunque el argumento es irrelevante en relación a una película cuya principal -aunque no único- valor es la belleza visual, capaz de hacer enrojecer de vergüenza a cualquier película de Theo Angelopoulos o de Francis Ford Coppola. The Bird People from China, película de una voluptuosidad similar a la de cualquiera de Zhang Yimou pero de muchas y más ricas lecturas fue solamente uno de los cuatro filmes que Takashi Miike filmó en 1998.

Leo en la prensa que el infame vendedor de baratijas en que se ha convertido Pedro Almodóvar (si es que no lo fue siempre, aunque cuando le copiaba a John Waters era al menos simpático) se quejaba de haber perdido la Palma de Oro de Cannes 2006 ante el limitado pero sincero Ken Loach. El director manchego sostenía que ser favorito para dicho premio era "una maldición" que le habría jugado en contra a la hora del palmarés. Uno puede aventurar que el que todas sus películas desde ¡Atame! (1990) hayan sido unas garchas prefabricadas con el objetivo de ganar premios y guita también puede haber influído.

The Bird People from China no se presentó en Cannes en su momento, no ganó más que dos o tres premios ridículamente locales y nunca fue programada en televisión abierta, ni en cable, ni en Cinemateca Uruguaya. Sin embargo sus hombres-pájaro siguen volando y recordándonos, más armoniosos con la ultra-violencia de las otras películas de Miike de lo que se parece, que las auténticas sensibilidades rara vez se limitan a un sólo color expresivo.

martes, mayo 23, 2006

Vieja, me compré un DVD (hablemos de cine de una puta vez)

¿Por más que había avisado que los posts se iban a espaciar, en esta ocasión el motivo de demora fue que aborté un par de textos casi terminados antes de subirlo. Uno era una recriminación de la tibieza con la que la prensa se tomó, seguramente por antipatía hacia el periodista/conductor, el procesamiento con prisión de Gustavo Escanlar por haber dicho algo que todo el mundo piensa. Un caso fragrante de opresión que sienta un precedente abominable y ante el cual esa pasividad de sus colegas me parecía un delito. Pero cuando lo terminaba el gremio APU salió de su habitual mutismo cómplice e hizo una declaración adecuada y días después la propia SIP hizo lo suyo, volviendo anacrónico mi texto, y lo mandé a cagar (aunque el mutis por el foro de varios supuestos libertarios es una prueba -más- de la connivencia de parte de la intelectualidad local con F.F, el señor de las tinieblas grasas). Luego me encontré con unas declaraciones de los muchachos humildes de La Vela Puerca para La Nación, me broté y redacté un largo post ejemplificando la brutal lavada de manos que los tipos hacían al ser interrogados sobre el tema papelaras (motivando incluso una chicana por parte del notero). Pero luego en una entrevista similar en Clarín los tipos se la jugaron un poquito más (dentro de lo que puede "jugarse" una banda de marketing tan histéricamente cuidado como LVP), volviendo a mi post algo injusto. Me quedé con ganas de aclararles que algunos pensamos que LVP no inventó el trabajo ni son los primeros músicos que realizan algún esfuerzo (más bien me inclinaría a pensar lo contrario, ya que el suceso de LVP fue casi instantáneo), que no son unos trailblazers y que no se ejemplifiquen como alternativa lírica de la música tropical porque las letras de Sebastian Teysera siguen siendo una garcha irredimible, un ejemplo feo de poesía berreta y me quedo con "se te ve la tanga" toda la fucking vida. Claro que además sería el segundo post en el que me encarnizo con los apóstoles de los malabares, y la verdad es que no vale la pena. Nunca escribí un post sobre Psychic TV o Jesus Lizard y, ¿voy a dedicarle dos a LVP? No, es un mal karma.

Así que me dediqué a completar una especie de versión de mis discos de temporada (que le sigo debiendo al persistente reclamo del blogger Darío) que refleja parte de la filmoteca que me he venido haciendo mediante el recurso de bajar películas de la web, cosa que demoré en hacer por el profundo desagrado que me produce ver cine en el pequeño monitor de mi PC. Por suerte hace un par de meses tuve un pequeño superavit por el cual me pude comprar finalmente un lector de DVD barato, y tuve la suerte y/o previsión de elegir un modelo que leyera el formato divx/avi, formato bastante mejor que el tosco vcd/mpg de las copias truchas que se venden por ahí y en el que se encuentran cosas asombrosas en la web, cosas que puede quemar en un CD simple (o dos) y verlas en la pantalla razonablemente grande de mi televisor. Pero de hecho lo más interesante del bajar cine de la web no es el relativo ahorro monetario (para mí la ecuación calidad-dinero no cierra de cualquier forma) sino las rarezas y exquiciteces que uno se encuentra en ella. Este acceso, al igual que cuando uno descubrió el mp3, me permitió cosas que de otra forma me hubieran resultado virtualmente imposibles como acceder a la filmografía entera de Kenneth Anger o a un par de decenas de filmes de Takashi Miike. Y además la web es un reducto de gente fina, con distintas reglas y gustos, en el que es mucho más fácil encontrar las películas de Alejandro Jodorowsky que la mega-pija de Titanic. Un mundo más justo.

Seleccioné diez de las películas que me bajé y que más me impresionaron (o re-impresionaron) en estos meses, y sobre las que me calentaba escribir por distintos motivos. Y en algún momento vuelvo a escribir de música Darío, no infles.

The Prince of Darkness (John Carpenter, 1987): Había visto esta película hacía un montón de años, antes de haber visto ninguna obra de Lucio Fulci, en cuyo estilo dicen los puristas que Carpenter se inspiró. Si es así una vez más la imitación superó al original y conste que soy un fan de Fulci. The Prince of Darkness es una de las mejores películas de terror que existen y junto a The Thing la mejor película de John Carpenter. Es asombrosa lo efectiva que es, lo bien que funciona tanto como simple filme de horror –echando mano apenas de dos o tres efectos especiales atorrantes- como también en varios otros planos, construyendo un clima de belleza escalofriante y de un fatalismo apocalíptico que nunca deja de ser melancólicamente humano, como los mejores relatos de J.G. Ballard. Los sueños/transmisiones del futuro en los que se ve una siniestra figura saliendo de la iglesia mientras una voz entrecortada intenta relatar lo que está pasando, algo más que ominoso infinitamente triste, son de esos momentos cinematográficos que anulan cualquier discusión acerca de si el cine de horror puede ser arte.

The Brown Bunny (Vincent Gallo, 2003): Si, confieso, bajé The Brown Bunny para ver como Chloe Sevigny se la chupaba a Vincent Gallo, me entrego.

La verdad es que es una mujer terriblemente atractiva y la idea de verla hacerle un explícito fellatio a alguien –aunque fuera al cretino de Gallo- me sacó el voyeur que todos llevamos dentro y lo instaló junto al televisor y a la bolsa de Doritos. Sad but true. Ahora, también me autojustifiqué el asunto con el hecho de que Gallo puede ser un tipo bastante insufrible pero es un tipo talentoso, y había una buena chance de que la película fuera mucho más que la Sevigny en tan indecoroso trance oral.

Y lo es, es una película hermosa, triste, silenciosa y de una hipersensibildad asordinada en la que su famosa escena marca irrumpe abruptamente, marcando un cambio en el ritmo similar a aquellas grandes películas de Werner Herzog en las que no pasaba nada hasta que pasaba algo que dejaba knock-out. The Brown Bunny tiene algo de eso, y tiene algo del mejor Wenders, de Antonioni y de esa road-movie perfecta que todavía nadie llegó a filmar. Es una de esas películas que se hacen grandes porque le calzan todas las duras críticas que se le han hecho –morosidad, egocentrismo (de Gallo, obvio), efectismo, falta de originalidad, sorpresa exagerada- pero que supera esos reparos a fuerza de clima y pasión, validando su existencia. Inclusive la famosa escena de la mamada (me encanta ese galicismo) es totalmente explícita pero demasiado incómoda y emocional como para ser realmente sensual, y en una segunda mirada es ya excesivamente triste para siquiera verla como sexo. Se le ha dicho "basura" a The Brown Bunny por todas partes, para mí es una gran película solitaria.

The Legend of the Drunken Master (Chia Liang-Liu, 1994): Esta es la vision de Jackie Chan sobre la legendaria figura histórica del experto en artes marciales Wong Fei-Hong, un nacionalista chino de principios del S.XX que se convirtió en una de las figuras favoritas del cine de acción chino, dando origen a varias series de películas sobre sus supuestas aventuras, incluyendo la genial Iron Monkey y la serie de Once Upon a Time in China de Tsui Hark, protagonizada por el majestuoso Jet Li. Si en esta serie el Wong Fei-Hong es un príncipe, un filósofo guerrero, en la versión de Jackie Chan el gran Wong Fei-Hong es… Jackie Chan, y en pedo (su táctica de pelea consiste en tomar vino hasta adquirir la flexibilidad vacilante de un borracho). Hay un sinnúmero de absurdos en esta película en la que el cuarentón Chan encarna al Wong Fei-Hong adolescente, hijo de un comerciante interpretado por un actor diez años menor que la estrella china y de una actriz igualmente más joven. Cosas que nunca se perdonarían en una película occidental (como si fuera poco la película tiene un explícito mensaje anti-occidental), pero que son objeciones menores en una película de Chan porque se sabe que el hombre nunca va a interpretar a un personaje que no sea a Jackie, ese encantador acróbata que siempre se mete en problemas pero que nunca cae en las garras del odio, y con ser Jackie a medio mundo, incluyéndome, le alcanza. Esta película es tan disparatada que su duelo final dura veinte minutos de corrido, pero a uno no le importa porque está viendo a la mayor estrella del cine mundial.

La batalla de Argelia (Gillo Pontecorvo, 1966): No tengo mucho que decir sobre esta maravilla, que es una de mis películas favoritas de todos los tiempos, y que me bajé apenas pude para verla por enésima vez. Pero lo destacable es la situación borgeana de las influencias y el cambio de la lectura determinado por el contexto posterior, quiero decir, esta fue la primera vez que vi La Batalla de Argelia después de los atentados a las Torres Gemelas y después de la Guerra al Terror. Se sabe que esta era la película de cabecera de los Montoneros, que la veían como quién va a misa. Cuando fue re-estrenada después de la dictadura, los críticos descubrieron algo que no se había visto en su momento y que los jóvenes revolucionarios peronistas habían obviado: que la película, por más que toma partido claramente por el FLN, es sumamente crítica hacia los movimientos revolucionarios y a su violencia despiadada. Ahora, en el 2006, de alguna forma La Batalla de Argelia vuelve a correrse hacia la izquierda y de alguna forma cuenta la historia de la actualidad, se vuelve símbolo y metáfora evidente de algo que está sucediendo 40 años después de su estreno. Doy una vuelta por la web y me doy cuenta de que a muchos les pasó lo mismo y que hay muchos volviendo a examinar esta película en blanco y negro (en la pantalla, nunca en su ética) para ver qué luz puede aportar sobre el espanto de una lucha despiadada entre civilizaciones. No se me ocurre qué más evidencias podrían aportarse sobre el poder de esta película asombrosa.

La profesora de piano (Michael Haneke, 2001): No soy nada parcial con Michael Haneke ni me interesa serlo, el tipo es algo especial y punto, sin embargo le tenía una gran desconfianza a esta película, que me olía a priori como uno de esos productos arty europeos, con un poco de sexo, un poco de alta cultura y un poco de misterio, que ganan montones de premios en los festivales y duermen con más efectividad que un frasco de Rohypnol. Puro prejuicio ya que nada de lo que había visto de Haneke me hacía suponer eso, pero yo confío en mis prejuicios y por eso no fui a verla en el cine cuando la estrenaron (bueno, la verdad es que en esos meses había caducado mi pase libre y yo no iba NUNCA al cine). En cierta forma La profesora de piano sí es una película arty-erótica europea, pero de la misma forma en que Héroe es una película de kung fu china, y en verdad el tono glacial con que Haneke describe la mente perturbada de la profesora elimina hasta el potencial perverso de la película, convirtiéndolo en otra cosa, y una cosa que es cruel y humana a la vez. En cierta forma toda la película es como una extensión de la famosa escena de la cena burguesa sobre inodoros de Buñuel, pero acá no hay chistes, sólo espanto y repulsión. La actuación de Isabelle Hupert es, como mínimo, virtuosa.

Kiki’s Delivery Service (Hayao Miyazaki, 1989): Hace unos tres años vi El viaje de Chihiro y, literalmente, me cambió la vida, o por lo menos mi concepción del cine. Era la primera película de Hideo Miyazaki que veía y aunque sabia que la crítica la había considerado una buena película no me esperaba encontrarme con una película tan GRANDE, tan enorme en sus misterios, en su sentido de la aventura y la maravilla. Quedé simplemente deslumbrado. Recientemente volví a verla y el efecto fue prácticamente el mismo.

Kiki's Delivery Service es una película menor en comparación y una de las películas luminosas de Miyazaki, de las exentas de violencia o conflictos, de personajes buenos y malos. Pero a pesar de esta luz hay una melancolía extraña que sobrevuela la película sin que podamos ponerle el dedo encima: pueden ser los cambios anímicos de la brujita, puede ser la belleza imposible de sus vuelos, puede ser simplemente la humanidad de sus personajes y el equilibrio de la historia, pero hay algo conmovedor que nunca es explícito en esta historia. Como esas frecuencias tan graves que uno no puede escucharlas pero que se sienten en el estómago (dos días después de escribir este comentario estoy hablando con un baterista de barba puntiaguda acerca de otra película de Miyazaki y él me dice: “me pegó y no sé donde”).

Diganme puto si quieren, pero viendo Kiki... me sorprendí lagrimeando dos o tres veces, golpeado vaya a saber uno dónde por la tangible humanidad de una brujita dibujada.


Theremin, An Electronic Odyssey (Steven M. Martin, 1994): Para los amantes de la música moderna la historia de Leon Theremin es una gesta épica, para los amantes de los documentales es la pieza de oportunidad, buen gusto y gran tema más perfecta que se puede lograr, y para los amantes de los documentales sobre música es una combinación perfecta.
Steven M. Martin tenía un buen material a priori sobre el que trabajar; tenía la persona histórica extraordinaria de Leon Theremin, mezcla de científico loco, genio artístico, ideólogo estético, agente secreto y hombre generalmente impar. Sólo con contar su historia y describir el fabuloso aparato que inventó (el conocido theremin, el instrumento que se toca sin tocar) alcanzaría, pero Martin consiguió también el testimonio y el talento de Clara Rockmore, antigua discípula/amante de Theremin y música tan virtuosa que es capaz de tocar piezas de Bach en dicho instrumento, y consiguió también otros testimonios fascinantes como los de Robert Moog y Brian Wilson. Cuando parece que no puede ponerse mejor, aparece el propio L. Theremin, ancianísimo y encantador, en pantalla, y el documental consigue reunir y filmar a Theremin y a Rockmore en un re-encuentro que es una pieza de realidad tan conmovedora como puede llegar a ser un registro. Muy poco tiempo después Theremin murió, lo que convierte al documental en una despedida grácil a un gran hombre. Posiblemente sea junto al tristísimo End of the Century, el documental con mejor timing de la historia, pero además de esta suerte coyuntural, es una historia maravillosa de gigantes sensibles, de personas que deberían tener una plaza con su nombre en cada pueblo de más de 300 habitantes.

Behind the Green Door (The Mitchell Bros., 1972): Esta fue la primer película porno hardcore que tuvo una distribución comercial en EE.UU. por fuera del circuito exclusivamente pornográfico y es uno de los pocos ejemplos del tiempo en que algunos mercaderes de pornografía intentaron generar un poco porno que no hiciera sentirse muy culpables a los espectadores, dándole una cierta excusa artística para darse el gusto de ver gente garchando a diestra y siniestra. Behind the Green Door es sin dudas una película porno y desde el punto de vista cinematográfico tiene pocas cosas que vayan más allá de una serie de actividades sexuales protagonizadas por la joven Marilyn Chambers –una mujer tan fascinante que David Cronenberg la reclutaría, con excelentes resultados, para protagonizar la nada porno Rabid- , quien es secuestrada y sometida –sin que se resista mucho- a una serie de coitos en un misterioso teatro. Actos filmados con mayor o menor originalidad y alguna pizca psicodélica (hay una eyaculación solarizada y pasada por varios filtros de colores que alguna banda debería utilizar como fondo de algún concierto). No hay mucho más, pero misteriosamente es bastante.

Más allá de su encanto setentista y su anecdotario histórico, hay de cualquier forma varias cosas destacables en Behind the Green Door. En primer lugar el buen humor y hasta ingenuidad que impregna la película, en la que no hay prácticamente nada de la sordidez habitual en el porno actual o el de los 80 y sí mucho del hedonismo desvergonzado de la época; en segundo lugar tiene un ritmo despelotado en el que la creatividad parece haber sido más importante que el dejar espacios claros y prolongados para deleite de los valijeros. Pero, sobre todo, hay una escena –sin nada de sexo- en una terraza de un hotel que es una auténtica maravilla. Dos hombres están conversando en dicha terraza, entre un sinnúmero de mesas vacías y uno le está contando una anécdota al otro, casi inentendible por los altibajos del volumen ambiente. De pronto aparece Marilyn Chambers, hermosísima, vestida de invierno (el cielo está completamente gris) y con un gorro de lana, y se sienta en una mesa cercana junto a la baranda, frente a un lago, y se toma una cerveza. Los hombres siguen hablando en voz alta, ignorando a la chica, que cada tanto se tienta –tal vez por lo que dicen los tipos, tal vez por el simple hecho de estar siendo filmada- y mira al lago. En la banda de sonido irrumpe una melodía country COLOSAL, una de esas bandas de sonido simples y hermosas de los 70 –antes de que apareciera el imbécil indistinto de Danny Elfman (si alguien se cruza con él, mátenlo de mi parte)- que interrumpe la conversación y se mezcla con ella. La combinación entre la melancólica y angelical belleza de la Chambers (a quién minutos después vamos a ver ensartada como un pollo y lo sabemos, lo cual le da un morbo particular a la cosa), la aparentemente divertida conversación de los dos atorrantes, la terraza vacía, el cielo gris y la música sublime genera una de esas escenas que, bueno, es imposible saber si los hermanos Mitchell la filmaron como relleno o para aprender a hacer foco, pero estoy seguro que 9 de cada 10 directores independientes se cortarían parte del cuerpo por poder lograr una escena así.

Fudoh: the next generation (Takashi Miike, 1996): Esta no es ni remotamente una de las películas más inquietantes de Takashi Miike y decididamente no se le puede poner a la altura de la genial Audición o la perversa Visitor Q, ni siquiera tiene el grado de delirio de la asombrosa Dead or Alive o el gore desaforado de Ichi the Killer, siendo más bien una de sus arquetípicas historias de yakuza y criminales, con mucha violencia al cuete y algunos recursos un poco vistos de más. Pero es una de las historias con mejor ritmo de Miike y tiene algunas características tan deslumbrantes como chocantes (la persistencia del padre filicida, el inverosímil hermafrodita, la cerbatana vaginal), y en cierta forma es como una puerta de entrada perfecta para la obra de Miike, un tipo que por estar de moda no es menos brillante y que es absolutamente increíble que pueda hacer cuatro películas como esta en un año. Hay algo muy tarantinesco en Fudoh, mucho más que en otras películas de Miike, lo cual puede ser bueno o malo. Para mí es bueno. La escena en la que una de sus guardaespaldas utiliza la ya mencionada cerbatana vaginal olvidando de que se encuentra en el primer día de su menstruación es, como decirlo, diferente.

Tears of Kali (Andreas Marschall, 2004): Esta es un pequeño hallazgo, al menos para puristas de ese género catártico y valiente que es el horror. Tears of Kali es una película alemana de bajísimo presupuesto que hace de tripas corazón y parte de una cosmogonía totalmente distinta a la habitual en el cine de terror –el hinduismo y la new age- para llegar a resultados por momentos genuinamente aterradores. Aunque los alemanes generalmente (Ittenbach, Schnaas, el enfermo de Buttgereit) suelen intentar espantar e impactar de la forma más explícita posible, Andreas Marschall elige un camino diametralmente opuesto y oculta todo lo posible de los hechos, las monstruosidades y los crímenes hasta ofrecer una película llena de secretos, casi hermética, en la que la intuición de lo que pasa es mucho más escalofriante de lo que se ve en pantalla (a pesar de algunos toques muy creativos de gore –una chica que se corta los párpados con una tijera, por ejemplo- excelentemente administrados y de notoria dureza). La producción es, como dijimos, de lo más barata y en ocasiones se abusa de diálogos en lugar de ilustrar situaciones, pero esta pequeña colección de historias horripilantes protagonizadas por demonios muy inusuales es una de esas perlas escasas que le alegran el día a cualquier gorehound.

Sí, hay mucho cine de horror en esta selección. Que le vamos a hacer si nos cuesta identificarnos con cualquier otra cosa.

viernes, mayo 12, 2006

Elogio de una tontería

No voy a entrar en detalles redundantes sobre el acto de protesta organizada por Greenpeace en la cumbre de presidentes europeos y latinoamericanos de Viena, acto que consistió en que Evangelina Carrozo, (o "Carozzo" o "Corrazo", por desgracia los diarios no se ponen de acuerdo) de 26 años y Reina del Carnaval de Gualeguaychú se paseara ante los líderes reunidos para la foto con una pancarta en contra de las papeleras contaminantes (en general, no sólo las de Fray Bentos). Ustedes lo vieron.

Quién esto suscribe desconfía de las protestas simbólicas y simpáticas, como las que caracterizan a buena parte (por suerte no a todas) de las actividades de Greenpeace. Para mí en términos de activismo, especialmente en activismo ecológico, si no le duele a alguien entonces no tiene efecto. No pain, no gain.

Sin embargo me cayó bien el gesto de la entrerriana de singular belleza imperfecta (carece de pechos, tiene una nariz poco convencional y, si se fijan con detalle en las fotos que hay por todos lados, su notorio culo está seriamente amenazado por la celulitis), por supuesto todas bobadas si te tiene en cuenta su evidente luminosidad personal y lo natural de su gracia. Me gustó ver a esta chica joven y guapísima enfrentada a esa plataforma de criaturas malignas de la tercera edad, y curiosamente me parece que fue una acción exitosísima en sus intenciones de poner el dilema de las fábricas de celulosa en el ojo público mundial. Me parece un bonito contraste con la fealdad de todo este asunto. A alguno le habrá parecido poco serio pero si hacen una encuesta seguro que dónde antes había varios "no sabe/no contesta" ahora va a haber una respuesta más concreta. Me gustó la acción también porque fue algo muy argentino, muy de estos anormales irreflexivos capaces de hacer cualquier cosa en la que crean, porfiados como gallos comiendo tripa, siempre en la primera línea de la foto. A mí me gusta eso, no sé a ustedes.

Misteriosamente la acción dio pie a que por primera vez desde que se desató este conflicto un ministro uruguayo hiciera una declaración elegante y con algo de cintura. Misterio doble cuando se tiene en cuenta de que fue Mariano Arana, una máquina de decir tonterías en los últimos tiempos, quién la hizo, reconociendo que había sido un gesto pícaro y simpático, y totalmente bienvenido como sustituto de los cortes de ruta. El que fuera Arana el que justamente señalara esto puede motivar una serie de chanzas tontas, pero concedámosle que el tipo tuvo una salida con clase.

Clase que faltó en muchas de las reflexiones radiales al respecto, en las que inevitablemente se señaló la protesta como un ejemplo más de cholulez porteña (ya se sabe, todos los argentinos son porteños para un uruguayo enojado) y en las que se especuló sobre si las declaraciones, de lo más articuladas, de la chica después de la protesta no habrían sido dictadas por alguna mente titiretera. Porque se sabe que no se puede ser inteligente y bello a la vez, y todas las modelos, actrices, reinas de carnaval y argentinas en general son unas turras.

El misterio se desveló después cuando en Océano FM consiguieron hacerle una entrevista a la Carozzo, entrevista en la que le tiraron varias cáscaras de banana, orientadas a probar que la chica era una pelotuda que no sabía lo que era una fábrica de celulosa y que había ido a Viena sólo por guita. La chica no patinó ni una vez y contestó con encanto y con una inteligencia no excepcional pero más que suficiente para demostrar que tenía perfectamente en claro por qué había ido a Viena y qué era lo que se pretendía. En un momento obvió el nombre del presidente uruguayo, lo que hizo que los sabuesos de la radio babearan y la punzaran para ver si lo sabía. Enseguida los desilusionó: sabía que el presidente uruguayo se llamaba Tabaré Vázquez. Y, por supuesto, sabía lo que le preguntaron sobre las fábricas. Y quienes la interrogaban, unos vivos bárbaros, no sabían que una mina jóven y oriunda de Gualeguaychú es IMPOSIBLE que no sepa perfectamente el nombre de Vázquez y los rudimentos de su protesta. Daban ganas de llamar y decir: "Muchachos, no sean putos, no odien a las mujeres bonitas, algún día capaz que se les da".

"Miren que sonrisa más linda, miren qué fábricas más feas".

viernes, mayo 05, 2006

Tres cosas, entre tantas

Veo en Canal 5 a un cura jóven, barbado y de no más de 35 años (es decir, con toda la pinta de un cura progre), hablando sobre la marginalidad del barrio donde está su parroquia (perdonen lo difuso de los datos pero agarré el programa empezado). Me doy cuenta de que está enojado por algo y supongo que es por las paupérrimas condiciones económicas de sus feligreses, pero cuando le presto atención me entero de que no, que con lo que está enojado es con uno de ellos, un menor que lo ha asaltado ya como siete veces y ha profanado la iglesia un par de veces más. El joven no lo hace por satanista sino porque simplemente no existe una figura legal que lo castigue con algo más que la devolución a su casa y a su madre, que lo suelta alegremente para que siga cometiendo sus fechorías. El cura cuenta que el menor tiene 205 entradas en la comisaría de la zona, que han llegado a agarrarlo con las manos en la masa y que sin embargo, al no haber mayores delitos que el hurto y el vandalismo, sale libre en el mismo día, todos los días.

Me hace gracia por dos cosas, una por lo incongruente que es el discurso del religioso con su figura, al fin y al cabo está reclamando medidas represivas, que no parece ser en absoluto parte de la cúpula católica religiosa uruguaya sino un buen hombre que decidió ir a dar una mano a un barrio carenciado y se ha dado de bruces contra la total falta de códigos del lumpen actual, que además está amparado por una de las pocas medidas liberales adoptadas por el gobierno de izquierda, el nuevo código del menor, código que exonera a los menores de cualquier tipo de pena a delitos que van desde la invasión de propiedad hasta la mayoría de los hurtos. La reforma del código, tal vez noble en sus intenciones, fue una de las piezas legales más a destiempo e inoportunas posibles, coincidiendo con una ola delictiva alimentada a pasta base, con un modus operandi criminal articulado alrededor de los menores y sus ventajas legales, con una minoridad con años acumulados en el mayor desamparo social, con una sociedad paranoica en relación a sus elementos más jóvenes, con la mayor crisis económica de su historia todavía ardiente como Chernobyl... es decir, el momento más equivocado para plantear una política de liberalización punitiva -que además no vino acompañada por ningún programa accesorio- que es el exacto equivalente a apagar un incendio arrojándole kerosene. Si la derecha actual no fuera tan irreductiblemente idiota, bailarían por las calles.

Pero uno que es un poco morboso no podía menos que ver el lado gracioso de este cura al que no le quedaban mejillas y al que no le faltaban ganas de decir "y que Dios me perdone, pero voy a terminar pegándole un tiro a ese pendejo endemoniado".

***

Hace algunos meses me trabé en discusión con varios argentinos detractores del filósofo/opinator Tomás Abraham, con quién coincida o no siempre me pareció un hombre inteligente que tiene siempre algo interesante y no automático que decir sobre los hechos contingentes de la sociedad rioplatense. Pero tengo que cambiar de lado para decir que su artículo sobre el conflicto de las papeleras publicado en trabájos prácticos es una reverenda pelotudez, solo explicable por su deseo de ir a la contra y por la visión aún deformada (en nuestro beneficio) que se tiene de los uruguayos en la capital vecina.

Ya desde el principio le erra el biscochazo, asumiendo la tésis batllista de que la crisis uruguaya del 2002 fue producida por las anormalidades bancarias argentinas. No señor, Uruguay se ha fumado algunas crisis de arriba por insensibilidad o idiotez de sus vecinos, como la devaluación no consensuada del real brasileño o el contagio de aftosa a causa de la laxa política sanitaria del otro lado de la frontera, pero la crisis bancaria fue culpa exclusiva de la política local. Es cierto que el detonante fue la intervención de la sucursal (vaciada) del Banco de Galicia argentina, pero de hecho dicha sucursal jamás debió haber existido en Montevideo y la corrida bancaria se dió, más que por puro pánico histérico, porque esta intervención y la ola de inseguridad producida reveló hechos inexplicables como los vaciamientos realizados por los hermanos Röhm y Peirano en sus respectivos bancos. La crisis bancaria argentina lo único que hizo fue decir que el emperador estaba en pelotas, no lo desnudó. No nos equivoquemos.

Pero luego Abraham hace un panegírico de la conciencia ambiental y progresista de los uruguayos, y su deseo de luchar para ingresar en el mercado productivo más allá de las prepoteadas del peronismo kirchnerista y los oscurantistas ambientalistas de Gualeguaychú. Está bien, todas las objeciones acerca de los motivos y currículums de los gobernadores argentinos involucrados son válidas, pero el creer en Uruguay como un heroico paisito que lucha por su derecho a la industralización munido de su racionalismo y su civilismo no es sólo un disparate desinformado sino que también es un disparate paternalista que idealiza al Uruguay como la versión reducida de la Argentina que quiso y no pudo ser. Uruguay y Argentina son básicamente el mismo país y con las mismas costumbres repugnantes. El hecho de que Uruguay no esté aún ambientalmente colapsado se debe exclusivamente a su método de producción agraria casi excluyente,método que fue razonablemente amigable con el medio ambiente hasta que los vientos de modernización empezaron a soplar. De hecho y en relación a su tamaño y a su escasa industrialización, la cantidad de desastres ambientales uruguayos es más que preocupante: se tienen sequías inéditas, producidas no solo por el cambio climático sino también por el secado de las napas a causa de la forestación, se tienen mutantes deformes naciendo en proporciones escandalosas en el norte del país a causa del uso bestial de agrotóxicos, se tienen reservorios ambientales como Cabo Polonio a la venta para que alguna empresa privada meta el basurero -de deshechos o de gente inmunda- que le parezca, se tiene el Canal Andreoni anulando algunas de las mejores playas de Rocha con los detritus de las plantaciones arroceras, se tiene un cultivo de transgénicos cada vez más extendido, en ocasiones sin control, a lo largo del país sin que haya siquiera el menor atisbo de control sanitario sobre los mismos, se tiene una producción de frutas y verduras totalmente exonerada de dichos controles. Se tiene a Botnia, Ence y Stora Enso -que va a colocar su fábrica sobre el Río Negro, un río límpido y ancho pero casi sin corriente- a punto de inaugurar sus monstruos industriales con apenas la anémica Dinama (4 inspectores para todo el país) como organismo de control que además no tiene poderes legales sobre dichas plantas. Así que, Abraham, hablemos de Foucault y no de cosas de las que no se tiene la más puta idea.

Sin embargo algo se rescata del artículo y es que es un ejemplo de cómo, aún, en la otra orilla hay lugar para el disenso y no el coro de unanimidades crédulas que es lo único que se escucha de este lado.

***

Bajo a la playa Ramírez para que el perro Juan Carlos Benito estire un poco sus cuatro gigantescas patas. De pronto el can se acerca a un bulto sobre la orilla, lo olfatea y le levanta la pata con desprecio. Me acerco y me encuentro con una cabeza de carnero, colocada entre velas. Unos metros más allá hay dos cabezas de oveja, también decapitadas y dispuestas en forma ritual mirando al mar.

Ya me he cansado de encontrarme en dicha playa gallinas degolladas y demás animalillos sacrificados en aras de rituales de la umbanda o más bien de la quimbanda, pero evidentemente la ignorancia está en alza y se debe estar empezando a competir para ver quién hace el ritual más exagerado y repulsivo. Mi aversión a la Iglesia Católica, esa institución maligna, me ha llevado a veces a mirar con simpatía a las religiones africanas tan en boga, pero son también religiones verticalistas, mediadas por personajes más que dudosos y en definitiva oscurantistas. Algunos rituales -la playa cubierta de velas rojas en el día de Iemanjá, por ejemplo- me resultan atractivos por su componente luciferino (por supuesto que Exú es un orixá de lo más simpático), pero hasta el más retrógrado de los satanistas rechaza y abomina de los sacrificios animales y ese tipo de barbarie que no tiene lugar en una ciudad, en un espacio público. ¿Es posible coexistir con semejantes enfermos mentales?; al perro no le tengo de explicar nada pero ¿por qué mierda tienen que estar expuestos los niños a un espectáculo tan siniestro solo porque algún ignorante quiere que su pareja no le pegue o que su jefe no lo despida? Es una playa, un lugar al que los niños van a jugar y los adolescentes a apretar y fumar caño... todas cosas respetables y que no tienen por qué encontrarse con un mamífero eviscerado ¿no le parece importante esto a la policía de la salud? ¿o tendríamos que ser "tolerantes" hacia estas criaturas primitivas y sádicas? Tal vez sea el tipo de cultura de esquina que propone Mauricio Rosencof...

Lo que sí estoy decidido es a cagar a patadas a cualquiera que encuentre haciendo un display de animales mutilados en esa playa de la que soy vecino. Sea hombre o mujer, sea niño o anciano, sea negro o blanco, lo voy a cagar a patadas y dejar que el perro JCB ensaye distintas clases de mordisco en sus patéticas personas. Si quieren barbarie y oscurantismo, démosles un poco de ambas cosas sin adulterar.

lunes, mayo 01, 2006

El fin de la izquierda

Estaba terminando un post muy bonito (bah...) sobre otro mail nacionalista que me había llegado y que terminaba agarrándosela con la inocua Natalia Oreiro, convirtiéndola en villana a causa de (supongo, el mail se limitaba a mandarla a que le den por el orto) su afiliación a Greenpeace y su poca simpatía a las fábricas de celulosa.

Pero cuando estaba por mandarlo el Canal 10 soltó la noticia de que Tabaré Vázquez le había confiado al corresponsal del canal en la gira presidencial por EE.UU. que Uruguay se aprontaba a denunciar el Acuerdo de Asunción y abandonar el Mercosur para buscar rumbos económicos más independientes. Un notición que casi de inmediato -para ser exacto en los noticieros de una hora más tarde- fue relativizada, negada, convertida en una finta y metida en la máquina de ambiguedad discursiva que caracteriza al presidente y su costumbre de no haber dicho lo que dijo.

Bueno, motivos prácticos no le faltan al buen doctor para querer abandonar el bloque: el ninguneo de Kirchner -justo o no- y de Lula a sus rabietas en defensa de Botnia & cía lo pusieron ante la necesidad pragmática de decidir qué le conviene realmente a los uruguayos, o mejor dicho, lo que se cree que les conviene.

El gobierno de Vázquez no ha hecho nada para seguir sus puntos programáticos de "profundización del Mercosur", muy por el contrario, todas sus acciones al respecto han sido de desafío y protesta, sin nunca proponer absolutamente nada ni mover un dedo para generar un desarrollo político del bloque. Las potencias grandes, con menos cintura que Daniel Lucas, no supieron (o no quisieron) atender las protestas del país enano, que se limitaban en realidad a querer meter las fábricas de celulosa a cualquier costo en un recurso compartido, y la cosa fue degenerando hasta dónde está.

¿Y dónde está? En donde está el primer gobierno de izquierda uruguayo, enemistado con los argentinos, los brasileños, los ecologistas, los activistas, las ONG y las cantantes populares. Aliado y elogiado por los nacionalistas, el FMI, los estadounidenses, los magnates industriales y Jorge Batlle. Un gobierno de izquierda que veta hasta la discusión sobre la legalización al menos parcial del aborto y que se niega a ir a la asunción del primer presidente indio de América Latina. Un gobierno de izquierda que coloca una estatua de Karol Wojtyla en un lugar privilegiado de Montevideo y que convierte a la palabra "piquetero" en el peor de los insultos. Un gobierno de izquierda que suplica el que repriman a fuerzas populares movilizadas por lo que puede ser un peligro para su salud y que al mismo tiempo pone en marcha las peores medidas represivas contra quienes voluntariamente deciden jugar con la misma, los fumadores. Ustedes ya saben todo eso y yo también.

Pero el punto que me hizo borrar el otro post es el sentido de la ocasión de las declaraciones de Vázquez y el lugar dónde las hizo: en pleno vientre de la bestia, a punto de reunirse con el peor y más salvaje presidente de la historia de EE.UU., y dando el más claro de los mensajes: "tenemos el visto bueno de papá, tenemos amigos más grandes y más fuertes".

Una vieja historieta de Boogie el Aceitoso presentaba a un personaje conversando con Boogie y preguntándole si sabía lo que era un "macho probado". Boogie decía que no y el personaje le decía que un "macho probado" era aquel que era tan macho que probaba la homosexualidad sólo para convencerse de que no le gustaba. Acto seguido le decía que él era un macho probado, pero como la prueba de la homosexualidad no lo había convencido del todo acerca del desagrado que tenía que provocarle, la había vuelto a probar, una y otra vez, hasta probar el acto homosexual tres veces por día y, luego de varios años, llegar a la conclusión de que no, que no le gustaba. Boogie le decía que tuviera cuidado, que así se empieza. El gobierno de izquierda del FA no ha hecho otra cosa que "probarse" con acciones de pura y dura derecha.

Tal vez esa sea una de las paradojas del Mercosur; una idea de izquierda que fue instrumentada por gobiernos de derecha y que parece estar a punto de ser destruida por gobiernos nominalmente de izquierda. Gobiernos totalmente incapaces de ver más allá de los próximos meses, de las próximas elecciones, del poder inmediato y que, como propone Vázquez ahora, prefiere ser cola de dragón antes que cabeza de ratón. Es gente despreciable, pero sobre todo es gente que no tiene absolutamente nada de izquierda.



















La anterior es una foto de la planta de celulosa de Botnia en Kemi, Finlandia. No fue tomada de un site ecológico ni nada por el estilo sino de un sitio de imágenes capturadas por el fotógrafo finés Juha-Pekka Järvenpää, seducido por los colores de la barbarie ambiental. Sería coherente que los gerontes del FA abandonen la bandera tricolor de Otorgués y usen una copia de esta imagen como bandera. Para poner al lado del eslogan "Uruguay Natural", ilustrado con una foto de los mutantes que están naciendo en Artigas a causa del uso no controlado de agrotóxicos. Y que se mueran cagando en un infierno medioeval.

Y no, no me importa que no te haya gustado este post.

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