viernes, octubre 29, 2004
Rompiendo la veda como una ventana sucia
Finalmente hasta las encuestadoras más reacias y comprometidas a mantener la ilusión de un ballotage, decidieron salvar lo poco que quedaba de su credibilidad y admitir lo que todos sabemos pero que seguiremos dudando hasta la confirmación final: el Frente Amplio va a ganar en la primera vuelta y va a llegar al poder con mayoría parlamentaria. Algo sobre lo que mvc y sigmur escribieron ampliamente, aliviándome de hacerlo.
Pasé lateralmente por el acto final de FA y no recuerdo nunca haber visto tanta gente y, sobre todo, tantas banderas. Me gusta recordar que la bandera del FA es también la bandera de Otorgués, el más leal y el más feroz de los coroneles de Artigas. Me gusta pensar que es una bandera que no sólo dice dónde se está sino también lo que se está diciendo.
Con un timing simbólico que no puede ser casualidad, al finalizar ese acto comenzó el eclipse total de luna que enrojeció al astro mandando una poderosa señal mágica, de mensajes arcanos y correspondencias imposibles que extrañamente nadie se ha molestado en examinar.
No sé cómo ser parte de la mayoría y no sé cómo ser simpatizante del oficialismo. No es para lo que estoy entrenado, no es donde me siento cómodo, no me gustan estas caritas de las que me tengo que hacer cargo. No me reconozco dejando en claro que soy un uruguayo de izquierda y que de hecho es lo único que siempre he sido desde que llegué a la adolescencia.
Veo como se desentierran canciones emblemáticas como la resucitada “A redoblar”, es curioso como se resignificó esta canción que supo ser tan fuerte hace veinte años, y que sin embargo sigue diciendo lo mismo: "a redoblar / muchachos / esta noche". Mi I-Pod mental también se reprogramó con canciones de combate y mi mantra es aquel verso de Kortatu que dice “Te quiero y quedamos / en la barricada a las tres / a las puertas de la victoria / al amanecer”.
Estos mares de personas embanderadas me connotan gente, gente que no veo. Me parece ver las familias tradicionalmente izquierdistas de mis amigas –crecidas y unificadas en la resistencia y el fracaso casi kármico-, en mi tía militante, esa curiosidad excéntrica para mi familia que de pronto se volvió la más armónica con el momento, en todos esos relegados a los que la meta se le corría unos metros hacia delante cada vez que estaban llegando. Y sobre todo en los amigos que se fueron, una cantidad de caras con las que compartí cada fracaso y ahora no vamos a compartir la victoria.
Pienso en algunas voces que se quedan en un costado, advirtiendo lo que en verdad todos sabemos y tratando de exponer el lado absurdo de este entusiasmo, de este anacronismo nacional. Pienso en cómo la lucidez es a veces otra forma más de engaño, otra forma de incomprensión que no entiende el valor existencial de la esperanza. Y que no entiende que la esperanza nunca se equivoca en verdad y nunca es tonta, si vamos a encontrar algún sentido en todo este devenir. Porque la esperanza es lo único que nunca es ridículo.
Hay gente estrenándose en la afirmación y descubriendo, con memoria genética, que no está tan mal, que se siente bien.
Conozco gente que esta es la primera vez que votan, no sé si son afortunados, hay algo didáctico en un fracaso persistente que sin embargo termina bien. Fue un camino largo e ingrato, no somos los mismos que cuando empezamos. Cómo vamos a beber este domingo, camaradas, mientras miramos a la Historia pasar como un río.
Pasé lateralmente por el acto final de FA y no recuerdo nunca haber visto tanta gente y, sobre todo, tantas banderas. Me gusta recordar que la bandera del FA es también la bandera de Otorgués, el más leal y el más feroz de los coroneles de Artigas. Me gusta pensar que es una bandera que no sólo dice dónde se está sino también lo que se está diciendo.
Con un timing simbólico que no puede ser casualidad, al finalizar ese acto comenzó el eclipse total de luna que enrojeció al astro mandando una poderosa señal mágica, de mensajes arcanos y correspondencias imposibles que extrañamente nadie se ha molestado en examinar.
No sé cómo ser parte de la mayoría y no sé cómo ser simpatizante del oficialismo. No es para lo que estoy entrenado, no es donde me siento cómodo, no me gustan estas caritas de las que me tengo que hacer cargo. No me reconozco dejando en claro que soy un uruguayo de izquierda y que de hecho es lo único que siempre he sido desde que llegué a la adolescencia.
Veo como se desentierran canciones emblemáticas como la resucitada “A redoblar”, es curioso como se resignificó esta canción que supo ser tan fuerte hace veinte años, y que sin embargo sigue diciendo lo mismo: "a redoblar / muchachos / esta noche". Mi I-Pod mental también se reprogramó con canciones de combate y mi mantra es aquel verso de Kortatu que dice “Te quiero y quedamos / en la barricada a las tres / a las puertas de la victoria / al amanecer”.
Estos mares de personas embanderadas me connotan gente, gente que no veo. Me parece ver las familias tradicionalmente izquierdistas de mis amigas –crecidas y unificadas en la resistencia y el fracaso casi kármico-, en mi tía militante, esa curiosidad excéntrica para mi familia que de pronto se volvió la más armónica con el momento, en todos esos relegados a los que la meta se le corría unos metros hacia delante cada vez que estaban llegando. Y sobre todo en los amigos que se fueron, una cantidad de caras con las que compartí cada fracaso y ahora no vamos a compartir la victoria.
Pienso en algunas voces que se quedan en un costado, advirtiendo lo que en verdad todos sabemos y tratando de exponer el lado absurdo de este entusiasmo, de este anacronismo nacional. Pienso en cómo la lucidez es a veces otra forma más de engaño, otra forma de incomprensión que no entiende el valor existencial de la esperanza. Y que no entiende que la esperanza nunca se equivoca en verdad y nunca es tonta, si vamos a encontrar algún sentido en todo este devenir. Porque la esperanza es lo único que nunca es ridículo.
Hay gente estrenándose en la afirmación y descubriendo, con memoria genética, que no está tan mal, que se siente bien.
Conozco gente que esta es la primera vez que votan, no sé si son afortunados, hay algo didáctico en un fracaso persistente que sin embargo termina bien. Fue un camino largo e ingrato, no somos los mismos que cuando empezamos. Cómo vamos a beber este domingo, camaradas, mientras miramos a la Historia pasar como un río.
martes, octubre 26, 2004
Otro requiem que no quería hacer...
Murió John Peel y no tengo ganas de explicar quién era. Me parece una tragedia y obviamente nunca escuché ni seguí el programa de John Peel en la BBC, de haber sido así tal vez pensaría que es el fin del rock'n'roll. Tal vez lo sea.
Algunos imbéciles esnobs no le perdonan el haber promocionado a Napalm Death, Carcass y demás grupos grindcore durante los ochenta. Yo no le perdono el haber promocionado al imbécil esnob de Jarvis Cocker. Tal vez todos hayamos estado equivocados.
Su canción favorita era "Teenage Kicks" de los Undertones, su grupo favorito (tal vez) The Fall.
Leí la noticia de su muerte y pensé instantáneamente en aquella película magnífica de Bertrand Tavernier, 'Round Midnight, en la que Dexter Gordon encarna a un jazzmaster devastado y perdido en París que es ayudado por un ignoto maestro de escuela, admirador de su música, que sin saber tocar una nota hace víable el que él saxofonista lo haga, y que, a la sombra, se vuelve tan importante como el músico.
Tal vez si Peel no hubiera roto tanto los huevos con The Fall, los Smiths o los Damned, igual existiría la misma cantidad de discos de estas bandas. Tal vez no.
Cuando cumplió 60 años, en el 99, dijo que tal vez una buena frase para su epitafio fuera "Teenage dreams so hard to beat". Tal vez tuviera razón.
Algunos imbéciles esnobs no le perdonan el haber promocionado a Napalm Death, Carcass y demás grupos grindcore durante los ochenta. Yo no le perdono el haber promocionado al imbécil esnob de Jarvis Cocker. Tal vez todos hayamos estado equivocados.
Su canción favorita era "Teenage Kicks" de los Undertones, su grupo favorito (tal vez) The Fall.
Leí la noticia de su muerte y pensé instantáneamente en aquella película magnífica de Bertrand Tavernier, 'Round Midnight, en la que Dexter Gordon encarna a un jazzmaster devastado y perdido en París que es ayudado por un ignoto maestro de escuela, admirador de su música, que sin saber tocar una nota hace víable el que él saxofonista lo haga, y que, a la sombra, se vuelve tan importante como el músico.
Tal vez si Peel no hubiera roto tanto los huevos con The Fall, los Smiths o los Damned, igual existiría la misma cantidad de discos de estas bandas. Tal vez no.
Cuando cumplió 60 años, en el 99, dijo que tal vez una buena frase para su epitafio fuera "Teenage dreams so hard to beat". Tal vez tuviera razón.
viernes, octubre 22, 2004
Mi gran disco de invierno
Este disco casi se llama, en lo que habría sido un error monumental, “Tropical Diseases”. Hubiera sido una tontería ya que no sólo no hay nada enfermo (en el sentido clínico de la palabra “disease”, ya que las enfermedades espirituales se relacionan mejor con el término “sickness”) en el disco, sino que además no hay nada tórridamente tropical. Sólo una distancia algo agorafóbica, cálida, como el exilio voluntario y bajo los focos con el que lo bautizaron.
Me pasé casi diez años sin escuchar este disco por un motivo sencillo: no tenía una copia y, conociéndomelo de memoria, en la eventualidad de comprarme un disco siempre optaba por alguno que no hubiera escuchado un trillón de veces. Un craso error, no solo por la calidad recurrente del mismo, sino porque no tenía en cuenta que –si bien el disco sigue siendo, bitrates más bitrates menos, el mismo- yo no era la misma persona que lo había memorizado hacía diez años y que mi impresión del mismo iba a ser inevitablemente diferente. De la misma forma que los músicos jóvenes y osados lo grabaron no son los mismos, excepto ante la ley, que los millonarios decadentes que usufructúan su hechura. Time Waits for No One.
Se ha vuelto un cliché que diferencia al rolinga cabeza del rolinga exquisito el afirmar que el Exile On Main Street, uno de los discos menos exitosos de la carrera de los Rolling Stones, es sin embargo el mejor de todos ellos. Tanto se ha repetido esta afirmación dudosa, ya que el disco no contiene ni uno de los hits absolutos de la banda (no me hagan trampa y me digan que “Tumbling Dice” o “Happy” son de los temas más conocidos de los Stones porque no lo son, de hecho, estoy seguro que mucha más gente conoce la porquería de “Rock and a Hard Place” que cualquier tema del Exile…), que al final uno llegaba a reaccionar en contra. Yo por ejemplo pasé de ser uno de los incondicionales del Exile a relegarlo frente ante los poderosos (y sí llenos de hits clásicos) Let it Bleed y Beggar’s Banquet (el Sticky Fingers siempre me pareció el menor de los cuatro grandes). Pero sin escucharlo, sin escucharlo durante diez años.
Y al re-encontrarlo me lo encuentro distinto, menos confuso, menos borracho, menos blusero, menos degenerado de lo que lo recordaba, y profundamente distinto a los demás discos de los Stones. El Exile… culmina un prolongado ciclo de brillo como pocas bandas tuvieron, y tal vez el más glorioso –en su combinación de calidad, éxito y trascendencia cultural- que haya tenido nunca un grupo de rock. Los discos que van desde el simple “Jumpin’ Jack Flash” (si me apuran para mí el mejor simple de rock de la historia) de 1968 hasta el Exile on main street de 1972 (incluyendo el soberbio y asombrosamente pifiador live Get Yer Ya-Ya’s Out), son una sucesión de obras maestras difíciles de creer, especialmente si se tiene en cuenta de que fueron producidas en apenas cuatro años y, como es de rigor para las obras valiosas, cada uno de estos discos tiene su personalidad propia y su carisma único a pesar de ser evidentemente producto de la misma sinergia creativa y la misma concepción sonora. Pero el Exile, si bien es parte clara de este ciclo (algo que nunca podría decirse del Satanic Majesties Request que precedió dicho ciclo) tiene varias características que lo separan de los otros, más allá del evidente hecho de que era originalmente un disco doble.
Nada mejor para ejemplificar la diferencia y el giro que significaba este disco que su principio: los Stones se habían convertido en unos maestros en la fabricación de esos temas contundentes capaces de ganar la atención (y la veneración eterna) del oyente desde la primera escucha. Conscientes de esto, solían poner uno de estos temas al inicio de cada uno de estos discos para vencer desde el primer golpe y es así que el Beggar’s Banquet comienza con “Sympathy for the Devil” (imagínense comprar ese disco en 1968, poner la aguja sobre el primer surco y que salga ese tema), el Let it Bleed comienza con “Gimmie Shelter” y el Sticky Fingers con “Brown Sugar” (sin contar dos caras “A” de simples como “Jumpin’ Jack Flash” y “Honky Tonk Women”). Pero el Exile on Main Street arranca con “Rocks Off”, que no fue uno de sus temas de difusión y que colocado en el eje de temas que nombramos anteriormente parece un canción menor. Y no lo es, de hecho posiblemente sea mejor en melodía, letra y arreglos que “Brown Sugar”, pero es mucho menos impactante, uno no se queda coreando su estribillo después de la primera escucha –de hecho posiblemente ni siquiera le quede realmente claro cual es el estribillo- ni su riff, que es bastante indistinto de varios riffs anteriores del Kif. Es decir, es un tema que es fácil de subvalorar hasta que a la tercera o cuarta escucha uno se da cuenta del magnífico crescendo de la acumulación de vientos y guitarras desbocadas, de la asordinada poesía de su texto y la sensualidad cansina (una característica sobre la que voy a extenderme luego) que irradia. Es una canción gigante que abre un disco gigante pero a diferencia de las aperturas de sus discos anteriores no la sentimos como tal inmediatamente. Y esa característica irradia todo el disco y lo convirtió en una bomba de tiempo que demoró unos diez años en estallar, posiblemente en alguna de las revisiones de su carrera motivadas por el Some Girls o el Tatoo You, tardíos cantos de cisne de la banda que de cualquier forma tiemblan si se les coloca al lado de esta bestia.
Pero la sutileza que impregna a este disco no es solo una genial opción estética, sino también parte de una característica del mismo que lo vuelve casi una obra conceptual. En 1972 los Stones estaban evidentemente cansados de ser las majestades satánicas. Estaban en la cima del universo pop-rock, en el trono vacante que habían dejado los Beatles, pero también estaban en una vorágine de paranoia y descontrol que los había llevado a radicarse en el sur de Francia, perseguidos por la policía, la política impositiva inglesa, las adicciones y el ángel de la muerte, que los seguía como una sombra desde hacía varios años. Y perseguidos también por el fin de lo que ellos simbolizaban mejor que nadie: la juventud de los años sesenta.
Los Stones que grababan el Exile borrachos en un caluroso sótano de la costa mediterránea francesa bordeaban todos (o habían pasado) los treinta y ya empezaba a quedarles chico el traje de jóvenes rebeldes. Tampoco les quedaban -después de haber jugado con el satanismo, la ambigüedad sexual, las drogas y la revolución- tabúes temáticos sobre los que escandalizar, no al menos desde su posición de hombres jóvenes, exitosos e inesperadamente melancólicos. Decidieron -o tal vez no, tal vez se decidió solo- hacer un disco honesto, de esa honestidad dolorosa de la que están hechos los mejores discos de rock o cualquier cosa en general. Nunca se le ha dado ni a Mick Jagger ni a Keith Richards patente de buenos letristas, y sin embargo han sido siempre ampliamente superiores a la mayoría de sus coetáneos -incluyendo a los Beatles- y en esta época estaban en llamas. Consciente o inconscientemente –da igual- utilizaron ese talento para expresar el último tabú del rock, el que no desafía a la sociedad caduca de los padres sino al propio rock como cultura de juventud, es decir, el reconocimiento del pasaje del tiempo, el reconocimiento de la debilidad y el reconocimiento del miedo; las tres cosas que nadie quiere reconocer.
Temáticamente los Stones del Exile seguían hablando de lo mismo que siempre: sexo promiscuo y perverso, drogas, misoginia general, política difusa, fastidio y autodestrucción, pero lo que marca la diferencia es el tono. El Exile tiene tantas referencias, explícitas o implícitas, a las drogas como su predecesor Sticky Fingers, es decir que está a punto de poderse destilar. Pero mientras el Sticky festejaba la vida narcótica en forma entusiasta (“Brown Sugar”) o trágico-romántica (“Sister Morphine”), en este disco las drogas son vistas más como un karma poco simpático o como un chiste que ya no tiene mucha gracia. Inclusive las referencias más explícitas no son a la elegante morfina o el oscuro objeto de deseo de la heroína marrón, sino a codeína y anfetaminas, es decir drogas de prescripción médica, y el fantasma junkie que sobrevuela “Torn and Frayed” y “Shine a Light” es un fantasma más mugriento que glamoroso. Esta sensación de decadencia también impregna las canciones sexuales, que ya no son cantadas desde el punto de vista adolescente-controlador-misógino del Aftermath o el Between the Buttons, ni siquiera el exotísmo pedófilo de “Stray Cat Blues”, el ambiguo curioso de “Let’s Spend the Night Together” o el abusador de esclavas de “Brown Sugar”, sino desde un desencanto erótico que confiesa varias veces (“Rocks Off”, “Loving Cup”, “Let it Loose”) el no estar a la altura de sus eventuales parejas amorosas, lo cual en la tradición de arrogancia lírica de Jagger es como si Ian Mc Kaye confesara en su próximo disco que está en esto solo por la guita.
Pero una cosa es evocar y cantar lo decadente y otra cosa es que la música lo sea, y musicalmente el Exile es un rayo de salud exasperada. Para los que pensamos que Mick Taylor fue el mejor compañero que haya tenido Richards y el músico más técnicamente dotado que haya pasado por los Stones, el Exile es un buen argumento, ya que contiene los más extensos y formidables jams de guitarras de la discografía de la banda. Sin embargo es casi imposible destacar un instrumentista en particular en el que tal vez sea el disco más orgánico producido jamás por una banda de rock, hasta el punto que los instrumentos intercambian planos constantemente, haciendo que rara vez alguno de ellos sea predominante en una canción. No solo la banda da la impresión de estar en su mejor momento de sinergia simbiótica sino que la tan denostada mezcla del disco –en rigor la sexta o séptima re-mezcla del mismo, no obstante lo cual mucha gente desinformada se refiere a la misma como desprolija y apresurada- colabora para darle una unidad soberbia, aún a costa de sacrificar claridad y presencia de la voz. Y hay que darse el lujo de tirar para atrás a ese Jagger virtuoso, en trance, a quince años de volverse su propia caricatura, cambiando de fraseo y de entonación en cada tema, y cantando con un soul, tal vez prestado por las botellas de Jack Daniels con las que se lo ve en varias de las fotos de las sesiones de grabación, que nunca podría volver a reproducir.
Era el cenit; los Stones nunca pudieron volver a hacer un disco de esta calidad. Tampoco lo intentaron; todavía hay rastros de la sinceridad y lucidez que impregna este disco en la parte lírica del que lo siguió –el más propiamente decadente Goat Head’s Soup, que aún contenía dos canciones enormes como “Coming Down Again” y “Starfucker”-, pero de ahí en adelante los Stones se dedicarían a hacer de Stones y vender la fantasía de la juventud y la rebeldía eterna. Siguen haciéndolo y hace mucho que dejó de importar. Tal vez por el contraste entre la real madurez de este disco y la pobreza del material posterior virtualmente nunca tocaron este disco en vivo; en sus últimas giras re-pescaron algunos temas, supongo que asombrados por el persistente culto que inspira, y tres temas del mismo (“Rocks Off, “Tumblin’ Dice” y “Happy”) pasaron al repertorio habitual de la banda. Muy poco, si se tiene en cuenta lo que es el total de la obra, pero esta renuencia no es nueva; en su legendaria gira del ’72 –tal vez la gira más cubierta y publicitada de toda su carrera (dio origen al infame documental Cocksucker Blues, a un libro de Robert Greenfield y a un reportaje abortado de Truman Capote)- que se podía considerar la gira de presentación del disco, solo cuatro temas del mismo eran parte del repertorio habitual. En toda la larga gira sólo tocaron dos veces “Loving Cup” y una vez “Ventilator Blues”, “Torn and Frayed” y “Sweet Black Angel”. Que yo sepa, nunca tocaron en vivo “Let it Loose”, posiblemente la mejor balada de toda su carrera. Es casi criminal.
Pero no es una omisión tonta; estoy seguro que Jagger –hombre astuto si los hay- tiene que ser consciente de que no podés cantar “Out of Tears” después de haber hecho una versión, aunque sea mala, de “Shine a Light” y su conmovedora declaración de piedad e impotencia: “Just seemed too many flies on you / I just can’t brush them off / Angels beating all their wings in time / With smiles on their faces and a gleam right in their eyes / Thought I heard on sigh for you / Come on up, come on up, now, come on up now”.
Miro para atrás para corregir y no puedo creer que haya escrito este chorizo para dar la buena nueva de un disco conocidísimo y de 32 años de edad que creía conocer de memoria y que no, no lo reconozco. Porque la imagen en ese espejo no es la misma que yo miraba cuando creía en el rock’n’roll and all that jazz.
Quiero decir... Exile On Main Street, el mejor disco del 2004, mi gran disco de invierno. Come on up now.
Me pasé casi diez años sin escuchar este disco por un motivo sencillo: no tenía una copia y, conociéndomelo de memoria, en la eventualidad de comprarme un disco siempre optaba por alguno que no hubiera escuchado un trillón de veces. Un craso error, no solo por la calidad recurrente del mismo, sino porque no tenía en cuenta que –si bien el disco sigue siendo, bitrates más bitrates menos, el mismo- yo no era la misma persona que lo había memorizado hacía diez años y que mi impresión del mismo iba a ser inevitablemente diferente. De la misma forma que los músicos jóvenes y osados lo grabaron no son los mismos, excepto ante la ley, que los millonarios decadentes que usufructúan su hechura. Time Waits for No One.
Se ha vuelto un cliché que diferencia al rolinga cabeza del rolinga exquisito el afirmar que el Exile On Main Street, uno de los discos menos exitosos de la carrera de los Rolling Stones, es sin embargo el mejor de todos ellos. Tanto se ha repetido esta afirmación dudosa, ya que el disco no contiene ni uno de los hits absolutos de la banda (no me hagan trampa y me digan que “Tumbling Dice” o “Happy” son de los temas más conocidos de los Stones porque no lo son, de hecho, estoy seguro que mucha más gente conoce la porquería de “Rock and a Hard Place” que cualquier tema del Exile…), que al final uno llegaba a reaccionar en contra. Yo por ejemplo pasé de ser uno de los incondicionales del Exile a relegarlo frente ante los poderosos (y sí llenos de hits clásicos) Let it Bleed y Beggar’s Banquet (el Sticky Fingers siempre me pareció el menor de los cuatro grandes). Pero sin escucharlo, sin escucharlo durante diez años.
Y al re-encontrarlo me lo encuentro distinto, menos confuso, menos borracho, menos blusero, menos degenerado de lo que lo recordaba, y profundamente distinto a los demás discos de los Stones. El Exile… culmina un prolongado ciclo de brillo como pocas bandas tuvieron, y tal vez el más glorioso –en su combinación de calidad, éxito y trascendencia cultural- que haya tenido nunca un grupo de rock. Los discos que van desde el simple “Jumpin’ Jack Flash” (si me apuran para mí el mejor simple de rock de la historia) de 1968 hasta el Exile on main street de 1972 (incluyendo el soberbio y asombrosamente pifiador live Get Yer Ya-Ya’s Out), son una sucesión de obras maestras difíciles de creer, especialmente si se tiene en cuenta de que fueron producidas en apenas cuatro años y, como es de rigor para las obras valiosas, cada uno de estos discos tiene su personalidad propia y su carisma único a pesar de ser evidentemente producto de la misma sinergia creativa y la misma concepción sonora. Pero el Exile, si bien es parte clara de este ciclo (algo que nunca podría decirse del Satanic Majesties Request que precedió dicho ciclo) tiene varias características que lo separan de los otros, más allá del evidente hecho de que era originalmente un disco doble.
Nada mejor para ejemplificar la diferencia y el giro que significaba este disco que su principio: los Stones se habían convertido en unos maestros en la fabricación de esos temas contundentes capaces de ganar la atención (y la veneración eterna) del oyente desde la primera escucha. Conscientes de esto, solían poner uno de estos temas al inicio de cada uno de estos discos para vencer desde el primer golpe y es así que el Beggar’s Banquet comienza con “Sympathy for the Devil” (imagínense comprar ese disco en 1968, poner la aguja sobre el primer surco y que salga ese tema), el Let it Bleed comienza con “Gimmie Shelter” y el Sticky Fingers con “Brown Sugar” (sin contar dos caras “A” de simples como “Jumpin’ Jack Flash” y “Honky Tonk Women”). Pero el Exile on Main Street arranca con “Rocks Off”, que no fue uno de sus temas de difusión y que colocado en el eje de temas que nombramos anteriormente parece un canción menor. Y no lo es, de hecho posiblemente sea mejor en melodía, letra y arreglos que “Brown Sugar”, pero es mucho menos impactante, uno no se queda coreando su estribillo después de la primera escucha –de hecho posiblemente ni siquiera le quede realmente claro cual es el estribillo- ni su riff, que es bastante indistinto de varios riffs anteriores del Kif. Es decir, es un tema que es fácil de subvalorar hasta que a la tercera o cuarta escucha uno se da cuenta del magnífico crescendo de la acumulación de vientos y guitarras desbocadas, de la asordinada poesía de su texto y la sensualidad cansina (una característica sobre la que voy a extenderme luego) que irradia. Es una canción gigante que abre un disco gigante pero a diferencia de las aperturas de sus discos anteriores no la sentimos como tal inmediatamente. Y esa característica irradia todo el disco y lo convirtió en una bomba de tiempo que demoró unos diez años en estallar, posiblemente en alguna de las revisiones de su carrera motivadas por el Some Girls o el Tatoo You, tardíos cantos de cisne de la banda que de cualquier forma tiemblan si se les coloca al lado de esta bestia.
Pero la sutileza que impregna a este disco no es solo una genial opción estética, sino también parte de una característica del mismo que lo vuelve casi una obra conceptual. En 1972 los Stones estaban evidentemente cansados de ser las majestades satánicas. Estaban en la cima del universo pop-rock, en el trono vacante que habían dejado los Beatles, pero también estaban en una vorágine de paranoia y descontrol que los había llevado a radicarse en el sur de Francia, perseguidos por la policía, la política impositiva inglesa, las adicciones y el ángel de la muerte, que los seguía como una sombra desde hacía varios años. Y perseguidos también por el fin de lo que ellos simbolizaban mejor que nadie: la juventud de los años sesenta.
Los Stones que grababan el Exile borrachos en un caluroso sótano de la costa mediterránea francesa bordeaban todos (o habían pasado) los treinta y ya empezaba a quedarles chico el traje de jóvenes rebeldes. Tampoco les quedaban -después de haber jugado con el satanismo, la ambigüedad sexual, las drogas y la revolución- tabúes temáticos sobre los que escandalizar, no al menos desde su posición de hombres jóvenes, exitosos e inesperadamente melancólicos. Decidieron -o tal vez no, tal vez se decidió solo- hacer un disco honesto, de esa honestidad dolorosa de la que están hechos los mejores discos de rock o cualquier cosa en general. Nunca se le ha dado ni a Mick Jagger ni a Keith Richards patente de buenos letristas, y sin embargo han sido siempre ampliamente superiores a la mayoría de sus coetáneos -incluyendo a los Beatles- y en esta época estaban en llamas. Consciente o inconscientemente –da igual- utilizaron ese talento para expresar el último tabú del rock, el que no desafía a la sociedad caduca de los padres sino al propio rock como cultura de juventud, es decir, el reconocimiento del pasaje del tiempo, el reconocimiento de la debilidad y el reconocimiento del miedo; las tres cosas que nadie quiere reconocer.
Temáticamente los Stones del Exile seguían hablando de lo mismo que siempre: sexo promiscuo y perverso, drogas, misoginia general, política difusa, fastidio y autodestrucción, pero lo que marca la diferencia es el tono. El Exile tiene tantas referencias, explícitas o implícitas, a las drogas como su predecesor Sticky Fingers, es decir que está a punto de poderse destilar. Pero mientras el Sticky festejaba la vida narcótica en forma entusiasta (“Brown Sugar”) o trágico-romántica (“Sister Morphine”), en este disco las drogas son vistas más como un karma poco simpático o como un chiste que ya no tiene mucha gracia. Inclusive las referencias más explícitas no son a la elegante morfina o el oscuro objeto de deseo de la heroína marrón, sino a codeína y anfetaminas, es decir drogas de prescripción médica, y el fantasma junkie que sobrevuela “Torn and Frayed” y “Shine a Light” es un fantasma más mugriento que glamoroso. Esta sensación de decadencia también impregna las canciones sexuales, que ya no son cantadas desde el punto de vista adolescente-controlador-misógino del Aftermath o el Between the Buttons, ni siquiera el exotísmo pedófilo de “Stray Cat Blues”, el ambiguo curioso de “Let’s Spend the Night Together” o el abusador de esclavas de “Brown Sugar”, sino desde un desencanto erótico que confiesa varias veces (“Rocks Off”, “Loving Cup”, “Let it Loose”) el no estar a la altura de sus eventuales parejas amorosas, lo cual en la tradición de arrogancia lírica de Jagger es como si Ian Mc Kaye confesara en su próximo disco que está en esto solo por la guita.
Pero una cosa es evocar y cantar lo decadente y otra cosa es que la música lo sea, y musicalmente el Exile es un rayo de salud exasperada. Para los que pensamos que Mick Taylor fue el mejor compañero que haya tenido Richards y el músico más técnicamente dotado que haya pasado por los Stones, el Exile es un buen argumento, ya que contiene los más extensos y formidables jams de guitarras de la discografía de la banda. Sin embargo es casi imposible destacar un instrumentista en particular en el que tal vez sea el disco más orgánico producido jamás por una banda de rock, hasta el punto que los instrumentos intercambian planos constantemente, haciendo que rara vez alguno de ellos sea predominante en una canción. No solo la banda da la impresión de estar en su mejor momento de sinergia simbiótica sino que la tan denostada mezcla del disco –en rigor la sexta o séptima re-mezcla del mismo, no obstante lo cual mucha gente desinformada se refiere a la misma como desprolija y apresurada- colabora para darle una unidad soberbia, aún a costa de sacrificar claridad y presencia de la voz. Y hay que darse el lujo de tirar para atrás a ese Jagger virtuoso, en trance, a quince años de volverse su propia caricatura, cambiando de fraseo y de entonación en cada tema, y cantando con un soul, tal vez prestado por las botellas de Jack Daniels con las que se lo ve en varias de las fotos de las sesiones de grabación, que nunca podría volver a reproducir.
Era el cenit; los Stones nunca pudieron volver a hacer un disco de esta calidad. Tampoco lo intentaron; todavía hay rastros de la sinceridad y lucidez que impregna este disco en la parte lírica del que lo siguió –el más propiamente decadente Goat Head’s Soup, que aún contenía dos canciones enormes como “Coming Down Again” y “Starfucker”-, pero de ahí en adelante los Stones se dedicarían a hacer de Stones y vender la fantasía de la juventud y la rebeldía eterna. Siguen haciéndolo y hace mucho que dejó de importar. Tal vez por el contraste entre la real madurez de este disco y la pobreza del material posterior virtualmente nunca tocaron este disco en vivo; en sus últimas giras re-pescaron algunos temas, supongo que asombrados por el persistente culto que inspira, y tres temas del mismo (“Rocks Off, “Tumblin’ Dice” y “Happy”) pasaron al repertorio habitual de la banda. Muy poco, si se tiene en cuenta lo que es el total de la obra, pero esta renuencia no es nueva; en su legendaria gira del ’72 –tal vez la gira más cubierta y publicitada de toda su carrera (dio origen al infame documental Cocksucker Blues, a un libro de Robert Greenfield y a un reportaje abortado de Truman Capote)- que se podía considerar la gira de presentación del disco, solo cuatro temas del mismo eran parte del repertorio habitual. En toda la larga gira sólo tocaron dos veces “Loving Cup” y una vez “Ventilator Blues”, “Torn and Frayed” y “Sweet Black Angel”. Que yo sepa, nunca tocaron en vivo “Let it Loose”, posiblemente la mejor balada de toda su carrera. Es casi criminal.
Pero no es una omisión tonta; estoy seguro que Jagger –hombre astuto si los hay- tiene que ser consciente de que no podés cantar “Out of Tears” después de haber hecho una versión, aunque sea mala, de “Shine a Light” y su conmovedora declaración de piedad e impotencia: “Just seemed too many flies on you / I just can’t brush them off / Angels beating all their wings in time / With smiles on their faces and a gleam right in their eyes / Thought I heard on sigh for you / Come on up, come on up, now, come on up now”.
Miro para atrás para corregir y no puedo creer que haya escrito este chorizo para dar la buena nueva de un disco conocidísimo y de 32 años de edad que creía conocer de memoria y que no, no lo reconozco. Porque la imagen en ese espejo no es la misma que yo miraba cuando creía en el rock’n’roll and all that jazz.
Quiero decir... Exile On Main Street, el mejor disco del 2004, mi gran disco de invierno. Come on up now.
domingo, octubre 17, 2004
El río de la orilla única
"Yo nunca lo vide al mar / dicen que es hondo y salau / como si usté viera un río / con costa de un solo lau"
(Inodoro Pereyra, obviamente)
Un reciente reportaje a Cesar Aira en Clarín despertó un cierto revuelo en el ambiente literario argentino, que reaccionó un poco como la intelligentzia chilena solía hacerlo cuando el enfant terrible Roberto Bolaño venía a patearles la estantería y el prestigio construido a partir de fellatios recíprocos. Después de haber leído un par de comentarios que hablaban sobre esta supuesta entrevista incendiaria a Aira, la busqué y leí, encontrándome con pocas ganas de escandalizar y, simplemente, con una buena dósis de sentido común y razonable espíritu crítico. En la nota Aira elogia tantos escritores como defenestra, resalta sus fetiches personales (Lamborghini, Pizarnik, Puig, una trilogía bastante indestructible, la verdad), ningunea un poco a Ricardo Piglia, ataca vía Girondo a Lugones y le pega a Ernesto Sábato y Julio Cortázar, quienes, a decir verdad, han sido en los últimos tiempos los payasos de las bofetadas literarias allende el Plata.
En sus crítica al cronopio mayor, Aira no va mucho más allá de lo obvio ("El mejor Cortázar es un mal Borges"), pero destaca algo interesante para resaltar la egomanía -algo bastante evidente en cualquier reportaje que se lea del mismo- de Cortázar, y que es el prólogo que le hizo a una edición de cuentos de mi compatriota Felisberto Hernández.
Dice Aira: "A propósito de una de las cosas más feas que hizo Cortázar en su vida, el prólogo para la edición de la Biblioteca Ayacucho de los cuentos de Felisberto Hernández, un prólogo paternalista, condescendiente, en el que prácticamente viene a decir que el mayor mérito del escritor uruguayo fue anunciarlo a él, cuando en verdad Felisberto es un escritor genial al que Cortázar no podría aspirar siquiera a lustrarle los zapatos. Sus cuentos son buenas artesanías, algunas extraordinariamente logradas, como Casa tomada, pero son cuentos que persiguen siempre el efecto inmediato. Y luego, el resto de la carrera literaria de Cortázar es auténticamente deplorable."
Es una observación violenta y tal vez algo injusta para con alguien que escribió el sincerísimo "Los monstruos", pero interesante en el sentido de que fuerza a una comparación que tal vez le da la razón, porque echa luz sobre una diferencia esencial entre dos escritores ¿fantásticos? a los que tal vez se pudiera colocar en el mismo estante de la literatura rioplatense. Es decir, es una comparación que -si a uno le interesa- lo obliga a pensar sobre la misma.
Felisberto Hernández se ha convertido en un faro para buena parte de la literatura uruguaya de los últimos cuarenta años. Pero, y a diferencia de un Quiroga que siempre es una buena influencia, es un faro poco digno de confianza que ha hecho que muchos se estrellen contra las rocas. Abanderado de esa corriente literaria denominada "los raros", a estas alturas tan poblada que se le podría llamar "los comunes", los hijos bobos de Hernández se han multiplicado como si hubiera un gen recesivo en su escritura, haciendo un daño en la letras locales similar al que hicieron los Ramones y Mano Negra en el rock charrúa. Pero, como señala Aira, si hay alguien que no es discípulo de Hernández es Cortázar; no me voy a meter en asuntos de calidad que no me corresponden, pero lo que es claro es que los cuentos de Cortázar buscan un efecto y una conclusión clara alrededor de una idea, por el contrario los de Felisberto son como una niebla en la que la intención parece ante todo la creación de una atmósfera en la que las soluciones o desenlaces, si los hay, son irrelevantes.
Pero la gran diferencia, y creo que es eso a lo que iba Aira, es en la intencionalidad expresa. No, guarden los revólveres teóricos que no estoy hablando de la famosa "falacia intencional", sino de esa -por su supuesto una impresión subjetiva- falla de la suspension of disbelief que hace que en los cuentos de Cortázar su intencionalidad narrativa se pueda percibir como parte de la estructura. A eso se refería Aira con lo de "artesanía", hasta en los mejores cuentos de Cortázar uno puede "verlo" tendiendo los hilos, armando las trampas, calibrando la impresión crítica... una tendencia que se agravó cuando su politización volvió a sus cuentos además de artificiales alegóricos. En cambio Hernández es un misterio, uno puede ver una foto de él escribiendo, pongamos, "El acomodador", pero es impenetrable, no se le ven los hilos, no se le ven las intenciones, las trampas, las influencias... no se ve un carajo. Es como una casa sin puertas, con una ventana abierta desde la que nos dejan mirar, pero demasiado pequeña como para entrar por ella. Y en algo de eso, en algo de ese universo cerrado y gratuito, está lo que da la impresión de genio.
Felisberto me ha aburrido varias veces, Cortázar nunca (a excepción de la nefasta Los Premios); no he leído todo Felisberto, sí he leído casi todo Cortázar (hasta la poesía... tuve una larga adolescencia); rara vez me ha conmovido Felisberto -para ser exacto sólo "La casa nueva" me parece realmente emocionante-, he tenido como fetiche al 62/ Modelo para armar de los 18 a los 24 años, más o menos. Y sin embargo Aria tiene razón, tiene esa razón por la que sé que hay muchas más posibilidades de que relea a Felisberto antes que a Cortázar...
Y me doy cuenta, después de todos estos párrafos, que me puse a escribir este post solo para decir que Aria tiene razón, y que me resulta rarísimo el encontrar una comparación entre un narrador oriental y uno argentino que sea positiva para el uruguayo. Y que Felisberto conserva ese núcleo de misterio original que lo separa no solo del intento de Cortázar de inventarlo como predecesor sino también de sus auténticos epígonos, que vienen reproduciendo sus gestos de realidades en metamorfósis como si eso alcanzara. Y que no le perdono a Cortázar el haber confundido la marihuana y la heroína en "El perseguidor".
(Inodoro Pereyra, obviamente)
Un reciente reportaje a Cesar Aira en Clarín despertó un cierto revuelo en el ambiente literario argentino, que reaccionó un poco como la intelligentzia chilena solía hacerlo cuando el enfant terrible Roberto Bolaño venía a patearles la estantería y el prestigio construido a partir de fellatios recíprocos. Después de haber leído un par de comentarios que hablaban sobre esta supuesta entrevista incendiaria a Aira, la busqué y leí, encontrándome con pocas ganas de escandalizar y, simplemente, con una buena dósis de sentido común y razonable espíritu crítico. En la nota Aira elogia tantos escritores como defenestra, resalta sus fetiches personales (Lamborghini, Pizarnik, Puig, una trilogía bastante indestructible, la verdad), ningunea un poco a Ricardo Piglia, ataca vía Girondo a Lugones y le pega a Ernesto Sábato y Julio Cortázar, quienes, a decir verdad, han sido en los últimos tiempos los payasos de las bofetadas literarias allende el Plata.
En sus crítica al cronopio mayor, Aira no va mucho más allá de lo obvio ("El mejor Cortázar es un mal Borges"), pero destaca algo interesante para resaltar la egomanía -algo bastante evidente en cualquier reportaje que se lea del mismo- de Cortázar, y que es el prólogo que le hizo a una edición de cuentos de mi compatriota Felisberto Hernández.
Dice Aira: "A propósito de una de las cosas más feas que hizo Cortázar en su vida, el prólogo para la edición de la Biblioteca Ayacucho de los cuentos de Felisberto Hernández, un prólogo paternalista, condescendiente, en el que prácticamente viene a decir que el mayor mérito del escritor uruguayo fue anunciarlo a él, cuando en verdad Felisberto es un escritor genial al que Cortázar no podría aspirar siquiera a lustrarle los zapatos. Sus cuentos son buenas artesanías, algunas extraordinariamente logradas, como Casa tomada, pero son cuentos que persiguen siempre el efecto inmediato. Y luego, el resto de la carrera literaria de Cortázar es auténticamente deplorable."
Es una observación violenta y tal vez algo injusta para con alguien que escribió el sincerísimo "Los monstruos", pero interesante en el sentido de que fuerza a una comparación que tal vez le da la razón, porque echa luz sobre una diferencia esencial entre dos escritores ¿fantásticos? a los que tal vez se pudiera colocar en el mismo estante de la literatura rioplatense. Es decir, es una comparación que -si a uno le interesa- lo obliga a pensar sobre la misma.
Felisberto Hernández se ha convertido en un faro para buena parte de la literatura uruguaya de los últimos cuarenta años. Pero, y a diferencia de un Quiroga que siempre es una buena influencia, es un faro poco digno de confianza que ha hecho que muchos se estrellen contra las rocas. Abanderado de esa corriente literaria denominada "los raros", a estas alturas tan poblada que se le podría llamar "los comunes", los hijos bobos de Hernández se han multiplicado como si hubiera un gen recesivo en su escritura, haciendo un daño en la letras locales similar al que hicieron los Ramones y Mano Negra en el rock charrúa. Pero, como señala Aira, si hay alguien que no es discípulo de Hernández es Cortázar; no me voy a meter en asuntos de calidad que no me corresponden, pero lo que es claro es que los cuentos de Cortázar buscan un efecto y una conclusión clara alrededor de una idea, por el contrario los de Felisberto son como una niebla en la que la intención parece ante todo la creación de una atmósfera en la que las soluciones o desenlaces, si los hay, son irrelevantes.
Pero la gran diferencia, y creo que es eso a lo que iba Aira, es en la intencionalidad expresa. No, guarden los revólveres teóricos que no estoy hablando de la famosa "falacia intencional", sino de esa -por su supuesto una impresión subjetiva- falla de la suspension of disbelief que hace que en los cuentos de Cortázar su intencionalidad narrativa se pueda percibir como parte de la estructura. A eso se refería Aira con lo de "artesanía", hasta en los mejores cuentos de Cortázar uno puede "verlo" tendiendo los hilos, armando las trampas, calibrando la impresión crítica... una tendencia que se agravó cuando su politización volvió a sus cuentos además de artificiales alegóricos. En cambio Hernández es un misterio, uno puede ver una foto de él escribiendo, pongamos, "El acomodador", pero es impenetrable, no se le ven los hilos, no se le ven las intenciones, las trampas, las influencias... no se ve un carajo. Es como una casa sin puertas, con una ventana abierta desde la que nos dejan mirar, pero demasiado pequeña como para entrar por ella. Y en algo de eso, en algo de ese universo cerrado y gratuito, está lo que da la impresión de genio.
Felisberto me ha aburrido varias veces, Cortázar nunca (a excepción de la nefasta Los Premios); no he leído todo Felisberto, sí he leído casi todo Cortázar (hasta la poesía... tuve una larga adolescencia); rara vez me ha conmovido Felisberto -para ser exacto sólo "La casa nueva" me parece realmente emocionante-, he tenido como fetiche al 62/ Modelo para armar de los 18 a los 24 años, más o menos. Y sin embargo Aria tiene razón, tiene esa razón por la que sé que hay muchas más posibilidades de que relea a Felisberto antes que a Cortázar...
Y me doy cuenta, después de todos estos párrafos, que me puse a escribir este post solo para decir que Aria tiene razón, y que me resulta rarísimo el encontrar una comparación entre un narrador oriental y uno argentino que sea positiva para el uruguayo. Y que Felisberto conserva ese núcleo de misterio original que lo separa no solo del intento de Cortázar de inventarlo como predecesor sino también de sus auténticos epígonos, que vienen reproduciendo sus gestos de realidades en metamorfósis como si eso alcanzara. Y que no le perdono a Cortázar el haber confundido la marihuana y la heroína en "El perseguidor".
martes, octubre 12, 2004
Elogiemos a un (anti) rocker
Me encuentro con esta entrevista, hecha por un colectivo de usuarios ignotos de montevideo.com, y me doy cuenta de lo raro que es encontrar hoy en día entrevistas a la más talentosa figura surgida del ahora digno de nostalgia rock uruguayo de los ochenta: Riki Musso.
Personaje insular aún dentro de su propia banda, el Cuarteto de Nos, no debe haber tipo más ninguneado en la música local que Riki; demasiado raro para el mainstream local, que prefiere héroes populistas o hard-rockers cantores de hinchada, Riki también es ignorado por el coqueto under, que supongo lo considera apenas un chistoso que canta algunas canciones en una especie de banda de cumbias, ignorando así a un compositor cuyas canciones, claramente diferenciadas, brillan como joyas extravagantes en los irregulares discos del Cuarteto. De paso ignoraron también a uno de los pocos de su generación que realmente sabe cantar y tocar. Obviamente ni él ni el Cuarteto fueron invitados a ninguno de los recientes mega-festivales de rock local.
Hace unos quince años editó en cassette un asombroso disco solista, Farmacia, una colección de canciones pop parecidas a nada que vendió menos de cien copias y que es totalmente inhallable. Hace un par de años intentó re-editarlo, re-mezclado y con varios bonus tracks. A ninguna compañía le interesó. Munido con una webcam filmó en su casa varios geniales videos experimentales de difusión que fueron rechazados por TV Ciudad -que pasa en loop videos de rock uruguayo tan aberrantes que daría para coleccionarlos y venderlos a alguna tienda de objetos bizarros de mal gusto- porque el canal municipal los consideró poco serios y profesionales. Algunos temas del disco (y algunos de los videos) pueden hallarse aquí. La calidad de bitrates de los mp3 es escasa y tal vez no sean los mejores temas de este disco, pero alcanzan para darse cuenta del brillo excéntrico que hay atrás.
No puedo ser imparcial con este personaje con quién he tenido el privilegio de colaborar musicalmente durante un tiempo. Recuerdo con asombro la versatilidad musical de Riki como guitarrista y su odio a los solos y demás formas de hacer explícitas sus habilidades técnicas. Recuerdo también varias charlas con él sobre sueños lúcidos, ancestros espías y extrañísimas observaciones sexuales, en las que solía esgrimir opiniones de las que normalmente se atribuyen a los locos, con lo que podría coincidir si no fuera por el detalle de que es una de las personas menos locas que conozco. Lo que pasa es que es tan raro encontrarse con gente original y auténtica que uno se olvida de la diferencia.
En la entrevista que cito al principio puede intuírse algo de esta orginalidad, por desgracia lastrada por la poca inteligencia de las preguntas. Y por su carisma de "músico gracioso" -algo que su sentido del humor, negrísimo y surrealista, no se merece- puede pasar desapercibida una característica notable de Riki: las respuestas que parecen un chiste están contestadas con total seriedad, ya que Riki es de esos extrañísimos uruguayos que carece de doble discurso y que suele responder EXACTAMENTE lo que piensa sobre cualquier cosa, haciendo parecer a cualquier otra "honestidad brutal" más promocionada como simple indiscreción cocainómana.
Sano como una lechuga, hay pocas posibilidades que Riki se muera a la brevedad y que sea re-descubierto póstumamente como los uruguayos cultos prefieren hacer con los artistas ignorados. Mejor descubrirlo en vida y dejarse de joder.
Personaje insular aún dentro de su propia banda, el Cuarteto de Nos, no debe haber tipo más ninguneado en la música local que Riki; demasiado raro para el mainstream local, que prefiere héroes populistas o hard-rockers cantores de hinchada, Riki también es ignorado por el coqueto under, que supongo lo considera apenas un chistoso que canta algunas canciones en una especie de banda de cumbias, ignorando así a un compositor cuyas canciones, claramente diferenciadas, brillan como joyas extravagantes en los irregulares discos del Cuarteto. De paso ignoraron también a uno de los pocos de su generación que realmente sabe cantar y tocar. Obviamente ni él ni el Cuarteto fueron invitados a ninguno de los recientes mega-festivales de rock local.
Hace unos quince años editó en cassette un asombroso disco solista, Farmacia, una colección de canciones pop parecidas a nada que vendió menos de cien copias y que es totalmente inhallable. Hace un par de años intentó re-editarlo, re-mezclado y con varios bonus tracks. A ninguna compañía le interesó. Munido con una webcam filmó en su casa varios geniales videos experimentales de difusión que fueron rechazados por TV Ciudad -que pasa en loop videos de rock uruguayo tan aberrantes que daría para coleccionarlos y venderlos a alguna tienda de objetos bizarros de mal gusto- porque el canal municipal los consideró poco serios y profesionales. Algunos temas del disco (y algunos de los videos) pueden hallarse aquí. La calidad de bitrates de los mp3 es escasa y tal vez no sean los mejores temas de este disco, pero alcanzan para darse cuenta del brillo excéntrico que hay atrás.
No puedo ser imparcial con este personaje con quién he tenido el privilegio de colaborar musicalmente durante un tiempo. Recuerdo con asombro la versatilidad musical de Riki como guitarrista y su odio a los solos y demás formas de hacer explícitas sus habilidades técnicas. Recuerdo también varias charlas con él sobre sueños lúcidos, ancestros espías y extrañísimas observaciones sexuales, en las que solía esgrimir opiniones de las que normalmente se atribuyen a los locos, con lo que podría coincidir si no fuera por el detalle de que es una de las personas menos locas que conozco. Lo que pasa es que es tan raro encontrarse con gente original y auténtica que uno se olvida de la diferencia.
En la entrevista que cito al principio puede intuírse algo de esta orginalidad, por desgracia lastrada por la poca inteligencia de las preguntas. Y por su carisma de "músico gracioso" -algo que su sentido del humor, negrísimo y surrealista, no se merece- puede pasar desapercibida una característica notable de Riki: las respuestas que parecen un chiste están contestadas con total seriedad, ya que Riki es de esos extrañísimos uruguayos que carece de doble discurso y que suele responder EXACTAMENTE lo que piensa sobre cualquier cosa, haciendo parecer a cualquier otra "honestidad brutal" más promocionada como simple indiscreción cocainómana.
Sano como una lechuga, hay pocas posibilidades que Riki se muera a la brevedad y que sea re-descubierto póstumamente como los uruguayos cultos prefieren hacer con los artistas ignorados. Mejor descubrirlo en vida y dejarse de joder.
domingo, octubre 10, 2004
Sobre (in)tolerancias y odios a la uruguaya 2 (una joyita)
En una cadena de comments del flog fakelujo que como de costumbre incluía una serie de puteadas, a alguien se le ocurrió hacer la lógica pregunta, por desgracia retórica, de "¿por qué si somos tan imbeciles no dejan de seguirnos las pisadas?", en relación a la sucesión de ataques que suele suceder a la publicación de cada foto. La respuesta de, supongo, uno de los habituales agresores es antológica:
jajajajaja @ 2004-10-09 18:27 said:
Lo q pasa infeliz es q al poner fotos d gente q no hace otra cosas mas q "quebrar" uno se expone a q gente q se hace la paja las 24 hrs con internet les pueda decir lo q verdaderamente son...
aparte nadie sigue pisadas d infelices simplemente son formas d pensar, formas d actuar
si no quieren ser puteados simplemente despiertense de ese sueñoo glamuroso en el q viven porque la verdad es q aca en uruguay el mas rockero es el fuma mas pasta base gill...
(sic)
Ni haciendo fuerza, ni haciéndolo en broma, se me ocurriría una defensa más patética y apasionada de la mediocridad, el miedo y la represión. Tal vez lo más siniestro sea el nick bajo el que se escribió este elogio de la castración. Iba a seguir escribiendo pero me aburrí. Glamour, glamour, shine on...
jajajajaja @ 2004-10-09 18:27 said:
Lo q pasa infeliz es q al poner fotos d gente q no hace otra cosas mas q "quebrar" uno se expone a q gente q se hace la paja las 24 hrs con internet les pueda decir lo q verdaderamente son...
aparte nadie sigue pisadas d infelices simplemente son formas d pensar, formas d actuar
si no quieren ser puteados simplemente despiertense de ese sueñoo glamuroso en el q viven porque la verdad es q aca en uruguay el mas rockero es el fuma mas pasta base gill...
(sic)
Ni haciendo fuerza, ni haciéndolo en broma, se me ocurriría una defensa más patética y apasionada de la mediocridad, el miedo y la represión. Tal vez lo más siniestro sea el nick bajo el que se escribió este elogio de la castración. Iba a seguir escribiendo pero me aburrí. Glamour, glamour, shine on...
miércoles, octubre 06, 2004
Sobre (in)tolerancias y odios a la uruguaya
1 - Hace ya tiempo que venimos discutiendo con sigmur sobre la cooptación y la deformación de la palabra "tolerancia" por parte de la derecha y los grupos conservadores uruguayos, que vociferándola con el entusiasmo con el que un kamikaze gritaba banzai la utilizan para sembrar el pánico ante lo que avisoran como el fin de modus vivendi charrúa. Noticia que de ser cierta sería buena, ya que dicho estilo "a la uruguaya" de convivencia ha significado la pasividad genuflexa ante abusos económicos y represivos de todo tipo. Pero en realidad para estos tipos "intolerancia" es simplemente cualquier demostración ideológica que responda a una fuerza de ideología visiblemente opuesta a la suya, o simplemente visible. De hecho uno de los ejemplos de "intolerancia" más citados fue la quema de una bandera yanqui durante la visita del director del FMI.
Pero eso no es "intolerancia", es sólo un gesto simbólico carente de poder de coacción, un simple gesto simbólico. Tal vez menos simbólico aún que recibir a dicho director del FMI con honores de jefe de estado.
Es un largo problema epistemológico y semántico. Me extraña sin embargo que nadie haya notado la paradoja de que un grupo anti-nazi que pinta por las paredes la frase "Nazis a la morgue" se llame Tholerancia Sí (si alguien sabe de donde viene la "h" que me lo cuente).
Y si hubieran personas con sentido del humor en la Corriente de Izquierda o alguno de los otros grupos políticos "intolerantes", tendrían que recordar burlonamente el escandalosas connotaciones de las "casas de tolerencia".
2 - Leí hace algunos días una rara noticia en La República, en ella se contaba el caso de una mujer procesada -supongo que sin prisión- a causa de unos mails que le mandaba a la pareja actual de un antiguo amor. Al parecer a la destinataria de estos mails, una mujer negra, le empezaron a llegar una serie de recopilaciones de chistes racistas de negros, como si fueran parte de una cadena de chistes con copia oculta de destinatarios. Investigando descubrieron que era esta mujer despechada quién se los mandaba exclusivamente a ella a pesar de se que parecían ser parte de una serie destinada a muchas personas.
Ahora, lo que me llamó la atención fue que la magistrada le encajó la figura de "incitación al odio" (o algo así), figura que existe justamente para reprimir el discurso ofensivo y agresivo hacia las minorías. Y entonces no entiendo, porque sea la mujer -una pintora, para más datos- una reverenda racista o no, los mensajes eran enviados en forma privada -aunque pareciera lo contrario-, es decir, de una persona a la otra, sin que hubiera nadie en el medio que pudiera ser incitado a odiar a una colectividad en la figura de una persona.
Me hubiera parecido razonable si la pintora hubiera sido procesada por acoso reiterado o por ofensas personales, pero ¿incitación al odio? ¿no es una brutal confusión de los ámbitos públicos y privados que huele a histeria políticamente correcta? ¿no sería más reprochable en este aspecto la mujer que hizo la denuncia, haciéndo públicos todos estos textos y chistes racistas que de lo contrario nunca hubieran salido de su casilla personal? Me alarma que parezca normal y hasta correcto que haya cada vez más discurso prohibido, cada vez más discurso exiliado al territorio de lo inenunciable.
3 - Le comento a mvc que me ha sorprendido una serie de ofensivos comments aparecidos en varios fotologs, comments que insultan con virulencia tanto a fotógrafas como fotografiadas (el sufijo femenino se debe a que lo vi casi exclusivamente en flogs de mujeres). En una de las varias series de diálogos insultantes hacia su novia el cretino afirmaba "Arriba Uruguay, eh!! Ahora no solo los viejos son unos conchudos insoportables, sino que la gente joven tambien!!", lo que en un principio me pareció un ejemplo de esa característica local de sociabilizar los problemas personales convirtiéndolos en generales, pero después me quedo pensando en que tal vez no esté tan equivocado.
Digo, suelo hacer flogging con cierta asiduidad por flogs extranjeros y en ninguno se ve esa característica -digna de los viejos foros de Internet- de siempre encontrar gente acechando para insultar en la forma más ofensiva posible a la anfitriona, la fotografía en cuestión o los retratados. Esto parece ser algo intrínseco de los flogs uruguayos, donde además la mayoría de los ataques parecen provenir de gente que efectivamente conoce a las personas atacadas. Y pienso entonces que el cretino puede tener razón, porque el formato de comentarios de los flogs (de los blogs también, pero al no estar expuestos en la primera página parecen ser menos atractivos para esto) es ideal para la agresión a la uruguaya, la que se puede hacer desde el anonimato, sin tener que dar la cara y hacerse cargo de la misma. Una metralleta de lenguaje en las manos de monos, de monos feos como monos. Pero no importa, ustedes salen bien en la foto, lindas como una bandera en llamas.
Por lo demás...No guts, no glory, no riot...
PD (ya me estoy acostumbrando a estos agregados): Hace un par de días veo un extracto antológico de un discurso del candidato colorado Guillermo Stirling en el cual, montado al caballito de la dicotomía "tolerancia-intolerancia" se emocionó más que de costumbre y empezó "a los intolerantes... a los intolerantes les vamos a dar con tolerancia... los vamos a ahogar en tolerancia..." Por suerte lo interrumpieron los aplausos porque los ejemplos podían derivar a "les vamos a romper el culo con tolerancia... los vamos a cortar en cachos con cuchillos... y tolerancia..." y similes. En cualquier momento lo vemos verde con una escafandra, matando gente con una pistola de rayos mientras sigue bramando 'we come in peace'"
Pero eso no es "intolerancia", es sólo un gesto simbólico carente de poder de coacción, un simple gesto simbólico. Tal vez menos simbólico aún que recibir a dicho director del FMI con honores de jefe de estado.
Es un largo problema epistemológico y semántico. Me extraña sin embargo que nadie haya notado la paradoja de que un grupo anti-nazi que pinta por las paredes la frase "Nazis a la morgue" se llame Tholerancia Sí (si alguien sabe de donde viene la "h" que me lo cuente).
Y si hubieran personas con sentido del humor en la Corriente de Izquierda o alguno de los otros grupos políticos "intolerantes", tendrían que recordar burlonamente el escandalosas connotaciones de las "casas de tolerencia".
2 - Leí hace algunos días una rara noticia en La República, en ella se contaba el caso de una mujer procesada -supongo que sin prisión- a causa de unos mails que le mandaba a la pareja actual de un antiguo amor. Al parecer a la destinataria de estos mails, una mujer negra, le empezaron a llegar una serie de recopilaciones de chistes racistas de negros, como si fueran parte de una cadena de chistes con copia oculta de destinatarios. Investigando descubrieron que era esta mujer despechada quién se los mandaba exclusivamente a ella a pesar de se que parecían ser parte de una serie destinada a muchas personas.
Ahora, lo que me llamó la atención fue que la magistrada le encajó la figura de "incitación al odio" (o algo así), figura que existe justamente para reprimir el discurso ofensivo y agresivo hacia las minorías. Y entonces no entiendo, porque sea la mujer -una pintora, para más datos- una reverenda racista o no, los mensajes eran enviados en forma privada -aunque pareciera lo contrario-, es decir, de una persona a la otra, sin que hubiera nadie en el medio que pudiera ser incitado a odiar a una colectividad en la figura de una persona.
Me hubiera parecido razonable si la pintora hubiera sido procesada por acoso reiterado o por ofensas personales, pero ¿incitación al odio? ¿no es una brutal confusión de los ámbitos públicos y privados que huele a histeria políticamente correcta? ¿no sería más reprochable en este aspecto la mujer que hizo la denuncia, haciéndo públicos todos estos textos y chistes racistas que de lo contrario nunca hubieran salido de su casilla personal? Me alarma que parezca normal y hasta correcto que haya cada vez más discurso prohibido, cada vez más discurso exiliado al territorio de lo inenunciable.
3 - Le comento a mvc que me ha sorprendido una serie de ofensivos comments aparecidos en varios fotologs, comments que insultan con virulencia tanto a fotógrafas como fotografiadas (el sufijo femenino se debe a que lo vi casi exclusivamente en flogs de mujeres). En una de las varias series de diálogos insultantes hacia su novia el cretino afirmaba "Arriba Uruguay, eh!! Ahora no solo los viejos son unos conchudos insoportables, sino que la gente joven tambien!!", lo que en un principio me pareció un ejemplo de esa característica local de sociabilizar los problemas personales convirtiéndolos en generales, pero después me quedo pensando en que tal vez no esté tan equivocado.
Digo, suelo hacer flogging con cierta asiduidad por flogs extranjeros y en ninguno se ve esa característica -digna de los viejos foros de Internet- de siempre encontrar gente acechando para insultar en la forma más ofensiva posible a la anfitriona, la fotografía en cuestión o los retratados. Esto parece ser algo intrínseco de los flogs uruguayos, donde además la mayoría de los ataques parecen provenir de gente que efectivamente conoce a las personas atacadas. Y pienso entonces que el cretino puede tener razón, porque el formato de comentarios de los flogs (de los blogs también, pero al no estar expuestos en la primera página parecen ser menos atractivos para esto) es ideal para la agresión a la uruguaya, la que se puede hacer desde el anonimato, sin tener que dar la cara y hacerse cargo de la misma. Una metralleta de lenguaje en las manos de monos, de monos feos como monos. Pero no importa, ustedes salen bien en la foto, lindas como una bandera en llamas.
Por lo demás...No guts, no glory, no riot...
PD (ya me estoy acostumbrando a estos agregados): Hace un par de días veo un extracto antológico de un discurso del candidato colorado Guillermo Stirling en el cual, montado al caballito de la dicotomía "tolerancia-intolerancia" se emocionó más que de costumbre y empezó "a los intolerantes... a los intolerantes les vamos a dar con tolerancia... los vamos a ahogar en tolerancia..." Por suerte lo interrumpieron los aplausos porque los ejemplos podían derivar a "les vamos a romper el culo con tolerancia... los vamos a cortar en cachos con cuchillos... y tolerancia..." y similes. En cualquier momento lo vemos verde con una escafandra, matando gente con una pistola de rayos mientras sigue bramando 'we come in peace'"
domingo, octubre 03, 2004
Retórica
En una pequeña visita al Sí, suplemento que siempre me hace pensar que el consumo de información musical tiene algún parentesco con el retardo mental, me encuentro con John Frusciante hablando sobre sus once temas favoritos, y el guitarrista se revela como un auténtico exquisito. No voy a listar el detalle –si les interesa vayan y léanlo, malditos vagos- pero no sólo las canciones y artistas citados son todos fascinantes, sino que también la combinatoria de los nombres citados parece realizada por un decorador profesional con varios títulos de hipness. Digamos que una desert island list de once canciones que incluya a P.I.L. (del Metal Box), a Van Der Graaf Generator, a Pita y a Fugazi es definitivamente una lista de alguien con quien a uno le gustaría sentarse en un bar a hablar de música, o dejarlo seleccionar la música para una reunión no-bailable.
Muy buen gusto Frusciante, ahora: si escucha tan buena música, ¿porqué toca esa porquería infame con aquellos surfistas cuarentones?
Muy buen gusto Frusciante, ahora: si escucha tan buena música, ¿porqué toca esa porquería infame con aquellos surfistas cuarentones?
Un golpe de dados aboliendo el azar
Ayer vi un muy interesante recital de Travesti, recital algo perjudicado por el hecho de tocar tarde para un público alcoholizado y ruidoso ante el cual ejecutaron música más bien tranquila y en todo caso adecuada para un público entripado y silencioso. Pero hubo un notable aprovechamiento de la situación; en un momento una chica borracha invadió el espacio en el que la banda estaba tocando una base de puro noise rítmico y uno de ellos le cedió su guitarra, instrumento que evidentemente la chica no tenía la más puta idea de cómo tocar, por lo que se dedicó a hacer ruido (con una pequeña ayuda de los de Travesti, que la alentaban a agredir las cuerdas del instrumento), ruido que –enmarcado en el carisma de este inesperado gimmick escénico- combinaba a la perfección con lo que estaba haciendo la banda y terminó siendo un broche perfecto de la actuación.
El atractivo de los sonidos que puede extraer una persona sin conocimientos musicales de un instrumento no es nada nuevo. Cecil Taylor contaba que hacía muchos años se le había sumado a un grupo de músicos con los que hacía una improvisación un contrabajista que comenzó a tocar algo que ni Taylor ni los demás podían seguir y que los sorprendía constantemente, Taylor decía que mientras tocaba intentaba descifrar los patrones del contrabajista hasta que se dio cuenta de que evidentemente el mismo desconocía hasta los rudimentos básicos de la ejecución del mismo y que estaba tratando de inventar su camino hacia la expresión totalmente a ciegas. El pianista decía que fue una de las experiencias musicales más interesantes en las que había participado nunca y que por desgracia el contrabajista se fue antes de que pudieran invitarlo a grabar la experiencia.
Hay algo, como prueba el hecho que hasta el día de hoy se vendan discos de las Shaggs, que ningún músico que haya ido al menos a tres clases puede reproducir y que solo da la ignorancia de la producción de armonía, melodía y ritmo, lo cual espero que no se interprete como que esta ignorancia es una virtud en términos musicales. De hecho solo es relevante cuando se la contrasta con esquemas realizados por músicos o traducidos por éstos. A Travesti le salió bien y probó de paso que su música era de lo más inclusiva, capaz de aprovechar el azar y el caos en su propio beneficio.
Y no pude menos que recordar una experiencia similar a la que asistí en un recital de Chris Knox. El neozelandés se había montado un show unipersonal que realizaba con una máquina de ritmos, una guitarra eléctrica y un micrófono colgado de la cabeza que le permitía deambular por la sala berreando y asustando a la audiencia con su físico de ex jugador de rugby. En un momento, mientras la máquina de ritmos soltaba una bola de sonido nefasto y él repetía un pegajoso estribillo a los gritos sobre cuatro acordes de guitarras, Knox le cedió su guitarra a una chica de lentes que estaba sentada en la primera fila para seguir cantando encima del caos. Y la muy hija de puta la agarró y sin siquiera levantarse empezó a tocar a la perfección los acordes de la canción y dejando a Knox más sorprendido aún que su público. Yo que Knox esa noche me jugaba la recaudación entera del show a un solo número.
PD: Me entero luego que la misma chica que tocó la guitarra no-musical en el show de Travesti fue la misma que terminó armando un bardo de proporciones enormes que vi solo muy lateralmente, produciendo su justificada expulsión del boliche. Tomás Nochteff me comentaba al otro día que le gustaba pensar que el arranque de violencia de la guitarrista naif había sido producido por el trance de la música que tocaron. Puede ser, Tomás, pero yo no descartaría el vino de mala calidad.
El atractivo de los sonidos que puede extraer una persona sin conocimientos musicales de un instrumento no es nada nuevo. Cecil Taylor contaba que hacía muchos años se le había sumado a un grupo de músicos con los que hacía una improvisación un contrabajista que comenzó a tocar algo que ni Taylor ni los demás podían seguir y que los sorprendía constantemente, Taylor decía que mientras tocaba intentaba descifrar los patrones del contrabajista hasta que se dio cuenta de que evidentemente el mismo desconocía hasta los rudimentos básicos de la ejecución del mismo y que estaba tratando de inventar su camino hacia la expresión totalmente a ciegas. El pianista decía que fue una de las experiencias musicales más interesantes en las que había participado nunca y que por desgracia el contrabajista se fue antes de que pudieran invitarlo a grabar la experiencia.
Hay algo, como prueba el hecho que hasta el día de hoy se vendan discos de las Shaggs, que ningún músico que haya ido al menos a tres clases puede reproducir y que solo da la ignorancia de la producción de armonía, melodía y ritmo, lo cual espero que no se interprete como que esta ignorancia es una virtud en términos musicales. De hecho solo es relevante cuando se la contrasta con esquemas realizados por músicos o traducidos por éstos. A Travesti le salió bien y probó de paso que su música era de lo más inclusiva, capaz de aprovechar el azar y el caos en su propio beneficio.
Y no pude menos que recordar una experiencia similar a la que asistí en un recital de Chris Knox. El neozelandés se había montado un show unipersonal que realizaba con una máquina de ritmos, una guitarra eléctrica y un micrófono colgado de la cabeza que le permitía deambular por la sala berreando y asustando a la audiencia con su físico de ex jugador de rugby. En un momento, mientras la máquina de ritmos soltaba una bola de sonido nefasto y él repetía un pegajoso estribillo a los gritos sobre cuatro acordes de guitarras, Knox le cedió su guitarra a una chica de lentes que estaba sentada en la primera fila para seguir cantando encima del caos. Y la muy hija de puta la agarró y sin siquiera levantarse empezó a tocar a la perfección los acordes de la canción y dejando a Knox más sorprendido aún que su público. Yo que Knox esa noche me jugaba la recaudación entera del show a un solo número.
PD: Me entero luego que la misma chica que tocó la guitarra no-musical en el show de Travesti fue la misma que terminó armando un bardo de proporciones enormes que vi solo muy lateralmente, produciendo su justificada expulsión del boliche. Tomás Nochteff me comentaba al otro día que le gustaba pensar que el arranque de violencia de la guitarrista naif había sido producido por el trance de la música que tocaron. Puede ser, Tomás, pero yo no descartaría el vino de mala calidad.
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