martes, junio 27, 2006
Irrito, nulo, disuelto (otra vez)
Hoy el día ya había empezado con una noticia irritante, al levantarme lo primero que escuché fueron las declaraciones de Tabaré Vázquez amonestando a la prensa de derecha por ser más de derecha que él y criticarle alguna medida o algún ministro, como si no fuera ese el deber de la prensa de derecha. Lo que pasa es que es amor no correspondido: TV ha hecho todo lo posible para no parecer un presidente de izquierda y la prensa mala no lo apoya, si serán podridos. Está bien, no voy a ser yo el que defienda a El País, Canal 4 o Radio Sarandí, pero al mismo tiempo creo que el presidente electo a nombre de una coalición de izquierda que le da su primer entrevista en vivo (en el cargo) a un anti-sindicalista reincidente como Fasano -algo que habría merecido el rechazo unánime del PIT-CNT y la APU, pero al parecer estaban muy ocupados- debería abstenerse de hablar sobre la prensa. Para siempre.
Pero el factor de irritación subió casi de inmediato, al saberse que un conductor de un ómnibus de CUTCSA había sido asesinado en la mañana mientras estaba al volante de su vehículo. Tras escuchar la noticia salí a la calle y la consecuencia ya era visible; cientos de personas atestando las paradas, varadas de imprevisto por la cláusula de acción que el sindicato del transporte ha decidido adoptar para los casos en que uno de sus integrantes muera o sea herido de gravedad mientras trabaja: el paro instantáneo sin aviso.
Quienes leen este blog con frecuencia saben que tengo una cierta tendencia, por decir algo, al gremialismo y un cierto favor hacia las medidas de fuerza sindical que duelen. Es por eso tal vez que la bastardización de las mismas, la conversión de ellas en corporativismo ciego, irracional; en un cúmulo de medidas fascistas orientadas a la conservación de privilegios insolidarios hacia el resto de la sociedad me jode más que nada en el mundo. Y estos meses han sido bravos para estar del lado de los gremios: al cambio de rumbo de 180º del SUNCA para poder explotar los puestos de trabajo de Botnia le sucedió el boicot de los oftalmólogos locales para evitar que sus colegas cubanos realicen gratis las impostergables operaciones por las que ellos pretenden cobrar miles de dólares o condenar a los enfermos a la ceguera, al infame juicio ganado por ADEOM al resto de los montevideanos (y un juicio que ADEOM pensaba festejar) para mantener sus exclusivos privilegios de ajuste salarial le suceden las artimañas de los obreros de Sudamtex (ahora Dancotex) para desconocer una situación en la que -más allá de lo hijo de puta que sea Soloducho, el dueño de la empresa- no tienen razón por ningún lado que se los mire y que hace peligrar la fuente de trabajo misma. No son días agradables para las simpatías gremiales, y no por la histeria anti-ocupación que destila todos los días los grandes medios, sean de derecha o izquierda, sino por los excesos orientados no a un cambio de sistema sino a un cambio de patrones y fuentes de coacción.
El Sindicato del Transporte tiene esa especie de medida-gatillo que se dispara automáticamente cuando uno de ellos es atacado y que es inmediatamente sociabilizada a la fuerza; uno puede ser el peor misántropo de Uruguay e importarle tres soretes la muerte de un chofer de colectivo o taxi, pero cuando uno se queda varado sin previo aviso durante cinco o seis horas en una parada a uno le duele esa muerte, cuando uno tiene que caminar cuatro o cinco kilómetros para poder volver a su casa después de una jornada de trabajo a uno le duele. Tal vez no sea un dolor empático, tal vez sea exactamente lo contrario y sea un dolor antipático, un dolor de rabia pura ante una agresión gratuita que le pega a la clase laburante, a la que no tiene autos ni medios de transporte propios, pero que duele duele. Los dirigentes gremiales de CUTCSA y afines no tienen problema en decirlo: no se trata de una medida orientada a presionar a sus patrones o al Estado, para ello sería exactamente lo mismo hacerla al otro día, cuando los que dependen de su transporte hubieran tomado las medidas necesarias para que, por ejemplo, sus hijas no se queden a la intemperie una noche de invierno durante cuatro o cinco horas. No, tiene que ser instantánea y sin previo aviso para que su dolor se sociabilize a la fuerza. Como los capos mafiosos que hacen llevar luto al barrio cuando uno de ellos cae. Y un luto que suele multiplicar los peligros para esos barrios, ya que unilateralmente varias veces algunas líneas han decidido dejar de entrar por semanas a localidades enteras -frecuentemente barriadas obreras difíciles pero habitadas mayormente por trabajadores- donde hubo algún crimen, obligando a caminar cuadras y cuadras expuestos al clima y el crimen a miles de conciudadanos. Las exigencias insolidarias de la solidaridad a la fuerza.
La inseguridad de cualquier laburante que maneje efectivo en la calle es evidente hoy en día, un tiempo en el que -más allá de los fantasmas paranoicos que agita la derecha y la doctrina de la seguridad a cualquier precio- cualquier lumpen intoxicado se siente con derecho a eliminar a cualquier persona por 200 pesos. Eso es verdad y eso es algo que exige medidas que disminuyan esos riesgos y protejan la vida de la gente. Pero el Sindicato del Transporte tenía esas medidas a mano; alcanzaba con aceptar el programa propuesto por las compañías y el Estado para sustituír el manejo de dinero en los ómnibus, utilizando ya fuera una máquina expendedora de boletos o pases que se compraran fuera de los mismos. Los transportistas se negaron a estos sistemas a pesar de que estaba propuesto un sistema que permitía disminuir gradualmente el número de guardas sin tener que despedir a nadie. ¿Por qué se negaron? Porque a la larga eso iba a eliminar puestos de trabajo que los guardas pensaban conservar para sus hijos y parientes.
Uno podría reflexionar un rato acerca de qué tipo de sociedad hace del trabajo de guarda de ómnibus un bien preciado que un padre quiera heredar a su hijo como si fuera el reino de Avalon, pero es una pregunta ociosa que se responde sola cuando se compara el sueldo de uno de estos guardas con el de, pongamos, un catedrático universitario. No sé si el servicio de transporte público de Montevideo es el peor del mundo, puedo asegurar que es el peor, el más inseguro, lento y caro de todos los que yo utilicé, que fueron varios de varios países, pero al parecer es de los mejores pagos en proporción. Tal vez haya alguna relación entre esto y su calidad, pero eso es otro problema. El asunto es que esa decisión gremial imposibilitó hasta ahora los sistemas de cobro que harían a los colectivos dejaran de ser una presa apetitosa para los criminales que, efectivamente, matan a tiros a un conductor o guarda una cada dos meses aproximadamente. Pero conservó puestos de trabajo hereditarios para estos gremialistas que exigen como solución el que cada uno de los vehículos tenga una especie de guardia especial policíaca que los proteja aunque sea al costo de descuidar barrios enteros, aunque sea inviable económicamente, aunque sea más peligroso para los pasajeros.
Aunque el ministro Díaz revuelva las estadísticas hasta que dicen más o menos lo que él quiere que digan, la sociedad uruguaya está desintegrada y violenta, y todos los días hay un trabajador muerto en algún acto delictivo. Sin embargo uno sólo se entera cuando muere uno del transporte, porque la ciudad, una ciudad de casi dos millones de habitantes, se detiene a la fuerza por esa muerte. Los montevideanos somos sensibles a la muerte sin que nadie los obligue a ello, es una característica que ni las décadas brutales que hemos pasado ha conseguido borrar del todo. Pero si los gremialistas de CUTCSA o las cooperativas de transporte fueran capaces de bajares por un minuto de sus vehículos y pasaran una hora al lado del padre que tiembla de furia, lejos de su casa, en la parada de ómnibus desierta, al lado de su hijo que tirita de frío, posiblemente no escucharían muestras de solidaridad y empatía con el dolor del compañero muerto. Escucharían un "ojalá que los maten a todos".
Pero hoy el asunto tuvo un pequeño grado más de absurdo, de abuso. Cuando corría la tarde se supo que el matador ya había sido detenido y que el chofer no había sido asesinado para robarle, sino que simplemente había sido víctima de un crimen pasional, de un marido cornudo que decidió vengarse los cuernos a tiros. Es decir, algo terrible -no voy a ser yo el que esté de acuerdo con que maten a un señor por cogerse a una mujer que alguien supone su propiedad única-, pero de difícil sociabilización y bastante inusual. Al descubrirse esto los dirigentes gremiales hicieron una asamblea para discutir la medida tomada y se negaron a hablar sobre las especiales circunstancias del crimen a la prensa (Tabaré Vázquez, dueño de por lo menos un auto, se hizo de tiempo para mandar su pésame al gremio, algo que no recuerdo que haya hecho con los gremios de las otras decenas de asesinados que hubo desde que asumió), y levantaron el paro sin ofrecer la menor disculpa a los miles de trabajadores que tuvieron de rehenes por un problema pasional de uno de sus afiliados. Increíblemente, los choferes de la línea del occiso habían decidido continuar el paro, supongo que hasta que no les confirmen que todos los maridos de todas las mujeres que se garcharon en los últimos años estén bajo vigilancia. Al irse el día se supo algo que sería el broche del despropósito: el asesino era un ex empleado de CUTCSA, es decir, un ex integrante del gremio. Bueno, si uno piensa en detalle en los motivos por los que se sigue manejando efectivo en los ómnibus y sus consecuencias, la verdad es que no es la primera vez que pasa. Posiblemente sea la última vez que importe.
Pero el factor de irritación subió casi de inmediato, al saberse que un conductor de un ómnibus de CUTCSA había sido asesinado en la mañana mientras estaba al volante de su vehículo. Tras escuchar la noticia salí a la calle y la consecuencia ya era visible; cientos de personas atestando las paradas, varadas de imprevisto por la cláusula de acción que el sindicato del transporte ha decidido adoptar para los casos en que uno de sus integrantes muera o sea herido de gravedad mientras trabaja: el paro instantáneo sin aviso.
Quienes leen este blog con frecuencia saben que tengo una cierta tendencia, por decir algo, al gremialismo y un cierto favor hacia las medidas de fuerza sindical que duelen. Es por eso tal vez que la bastardización de las mismas, la conversión de ellas en corporativismo ciego, irracional; en un cúmulo de medidas fascistas orientadas a la conservación de privilegios insolidarios hacia el resto de la sociedad me jode más que nada en el mundo. Y estos meses han sido bravos para estar del lado de los gremios: al cambio de rumbo de 180º del SUNCA para poder explotar los puestos de trabajo de Botnia le sucedió el boicot de los oftalmólogos locales para evitar que sus colegas cubanos realicen gratis las impostergables operaciones por las que ellos pretenden cobrar miles de dólares o condenar a los enfermos a la ceguera, al infame juicio ganado por ADEOM al resto de los montevideanos (y un juicio que ADEOM pensaba festejar) para mantener sus exclusivos privilegios de ajuste salarial le suceden las artimañas de los obreros de Sudamtex (ahora Dancotex) para desconocer una situación en la que -más allá de lo hijo de puta que sea Soloducho, el dueño de la empresa- no tienen razón por ningún lado que se los mire y que hace peligrar la fuente de trabajo misma. No son días agradables para las simpatías gremiales, y no por la histeria anti-ocupación que destila todos los días los grandes medios, sean de derecha o izquierda, sino por los excesos orientados no a un cambio de sistema sino a un cambio de patrones y fuentes de coacción.
El Sindicato del Transporte tiene esa especie de medida-gatillo que se dispara automáticamente cuando uno de ellos es atacado y que es inmediatamente sociabilizada a la fuerza; uno puede ser el peor misántropo de Uruguay e importarle tres soretes la muerte de un chofer de colectivo o taxi, pero cuando uno se queda varado sin previo aviso durante cinco o seis horas en una parada a uno le duele esa muerte, cuando uno tiene que caminar cuatro o cinco kilómetros para poder volver a su casa después de una jornada de trabajo a uno le duele. Tal vez no sea un dolor empático, tal vez sea exactamente lo contrario y sea un dolor antipático, un dolor de rabia pura ante una agresión gratuita que le pega a la clase laburante, a la que no tiene autos ni medios de transporte propios, pero que duele duele. Los dirigentes gremiales de CUTCSA y afines no tienen problema en decirlo: no se trata de una medida orientada a presionar a sus patrones o al Estado, para ello sería exactamente lo mismo hacerla al otro día, cuando los que dependen de su transporte hubieran tomado las medidas necesarias para que, por ejemplo, sus hijas no se queden a la intemperie una noche de invierno durante cuatro o cinco horas. No, tiene que ser instantánea y sin previo aviso para que su dolor se sociabilize a la fuerza. Como los capos mafiosos que hacen llevar luto al barrio cuando uno de ellos cae. Y un luto que suele multiplicar los peligros para esos barrios, ya que unilateralmente varias veces algunas líneas han decidido dejar de entrar por semanas a localidades enteras -frecuentemente barriadas obreras difíciles pero habitadas mayormente por trabajadores- donde hubo algún crimen, obligando a caminar cuadras y cuadras expuestos al clima y el crimen a miles de conciudadanos. Las exigencias insolidarias de la solidaridad a la fuerza.
La inseguridad de cualquier laburante que maneje efectivo en la calle es evidente hoy en día, un tiempo en el que -más allá de los fantasmas paranoicos que agita la derecha y la doctrina de la seguridad a cualquier precio- cualquier lumpen intoxicado se siente con derecho a eliminar a cualquier persona por 200 pesos. Eso es verdad y eso es algo que exige medidas que disminuyan esos riesgos y protejan la vida de la gente. Pero el Sindicato del Transporte tenía esas medidas a mano; alcanzaba con aceptar el programa propuesto por las compañías y el Estado para sustituír el manejo de dinero en los ómnibus, utilizando ya fuera una máquina expendedora de boletos o pases que se compraran fuera de los mismos. Los transportistas se negaron a estos sistemas a pesar de que estaba propuesto un sistema que permitía disminuir gradualmente el número de guardas sin tener que despedir a nadie. ¿Por qué se negaron? Porque a la larga eso iba a eliminar puestos de trabajo que los guardas pensaban conservar para sus hijos y parientes.
Uno podría reflexionar un rato acerca de qué tipo de sociedad hace del trabajo de guarda de ómnibus un bien preciado que un padre quiera heredar a su hijo como si fuera el reino de Avalon, pero es una pregunta ociosa que se responde sola cuando se compara el sueldo de uno de estos guardas con el de, pongamos, un catedrático universitario. No sé si el servicio de transporte público de Montevideo es el peor del mundo, puedo asegurar que es el peor, el más inseguro, lento y caro de todos los que yo utilicé, que fueron varios de varios países, pero al parecer es de los mejores pagos en proporción. Tal vez haya alguna relación entre esto y su calidad, pero eso es otro problema. El asunto es que esa decisión gremial imposibilitó hasta ahora los sistemas de cobro que harían a los colectivos dejaran de ser una presa apetitosa para los criminales que, efectivamente, matan a tiros a un conductor o guarda una cada dos meses aproximadamente. Pero conservó puestos de trabajo hereditarios para estos gremialistas que exigen como solución el que cada uno de los vehículos tenga una especie de guardia especial policíaca que los proteja aunque sea al costo de descuidar barrios enteros, aunque sea inviable económicamente, aunque sea más peligroso para los pasajeros.
Aunque el ministro Díaz revuelva las estadísticas hasta que dicen más o menos lo que él quiere que digan, la sociedad uruguaya está desintegrada y violenta, y todos los días hay un trabajador muerto en algún acto delictivo. Sin embargo uno sólo se entera cuando muere uno del transporte, porque la ciudad, una ciudad de casi dos millones de habitantes, se detiene a la fuerza por esa muerte. Los montevideanos somos sensibles a la muerte sin que nadie los obligue a ello, es una característica que ni las décadas brutales que hemos pasado ha conseguido borrar del todo. Pero si los gremialistas de CUTCSA o las cooperativas de transporte fueran capaces de bajares por un minuto de sus vehículos y pasaran una hora al lado del padre que tiembla de furia, lejos de su casa, en la parada de ómnibus desierta, al lado de su hijo que tirita de frío, posiblemente no escucharían muestras de solidaridad y empatía con el dolor del compañero muerto. Escucharían un "ojalá que los maten a todos".
Pero hoy el asunto tuvo un pequeño grado más de absurdo, de abuso. Cuando corría la tarde se supo que el matador ya había sido detenido y que el chofer no había sido asesinado para robarle, sino que simplemente había sido víctima de un crimen pasional, de un marido cornudo que decidió vengarse los cuernos a tiros. Es decir, algo terrible -no voy a ser yo el que esté de acuerdo con que maten a un señor por cogerse a una mujer que alguien supone su propiedad única-, pero de difícil sociabilización y bastante inusual. Al descubrirse esto los dirigentes gremiales hicieron una asamblea para discutir la medida tomada y se negaron a hablar sobre las especiales circunstancias del crimen a la prensa (Tabaré Vázquez, dueño de por lo menos un auto, se hizo de tiempo para mandar su pésame al gremio, algo que no recuerdo que haya hecho con los gremios de las otras decenas de asesinados que hubo desde que asumió), y levantaron el paro sin ofrecer la menor disculpa a los miles de trabajadores que tuvieron de rehenes por un problema pasional de uno de sus afiliados. Increíblemente, los choferes de la línea del occiso habían decidido continuar el paro, supongo que hasta que no les confirmen que todos los maridos de todas las mujeres que se garcharon en los últimos años estén bajo vigilancia. Al irse el día se supo algo que sería el broche del despropósito: el asesino era un ex empleado de CUTCSA, es decir, un ex integrante del gremio. Bueno, si uno piensa en detalle en los motivos por los que se sigue manejando efectivo en los ómnibus y sus consecuencias, la verdad es que no es la primera vez que pasa. Posiblemente sea la última vez que importe.
viernes, junio 23, 2006
Todo lo que tengo para decir sobre Pepsi Bandplugged
Hace seis años Naomi Klein publicaba el No Logo, un libro de carácter más bien periodístico pero que se volvió la biblia de los movimientos anti-consumo al poner el punto sobre la "í" de "sinergía", e identificar correctamente el que tal vez sea el principal motor del feroz neoliberalismo actual; la omnipresencia -y omnipotencia- de los estímulos de consumo. Pasaron seis años y el diagnóstico de la Klein no parece haber envejecido sino más bien haberse quedado corto.
Unos días atrás Osvaldo Bayer señalaba un escándalo mundialista que, al menos por estas latitudes, había pasado inadvertido. Como se sabe el principal auspiciante del campeonato mundial de fútbol es la cerveza Budweiser, marca que esos sabios bebedores de cerveza que son los alemanes menosprecian por maricona e indistinta. Pues bien, al parecer ocho hinchas decidieron ir a la cancha -por dinero o no, es irrelevante- con unos pantalones con el logo de otra marca de cerveza, por lo que fueron detenidos por las fuerzas de seguridad del estadio y obligados a entrar sin pantalones, es decir en calzoncillos, o no ver el partido para el que habían sacado la entrada. Es decir: una marca ya es capaz de decidir no sólo que su producto esté expuesto en cada rincón de lo que esencialmente es un espectáculo deportivo -con poco que ver con la cerveza- sino que también puede ya obligarte a que te vistas de acuerdo con sus intereses comerciales, o que tengas que ver el espectáculo deportivo casi en pelotas por no aportar tu esfuerzo a su publicidad.
Hay en el mundo una cantidad de concursos musicales que utilizan el sistema discutido en otros comments de convertir el propio proceso de preparación y selección de un cantante en parte misma del producto, optimizando los gastos de producción y orientandola al máximo posible de consumidores, a los que se involucra dándoles algo así como el cargo ficticio de gerente de recursos humanos y una pequeña porción de poder de elección -en el fondo ilusoria ya que solamente pueden elegir de entre un grupo ya seleccionado. Mediante una combinación de edición, participación directa del jurado oficial y sondeos permanentes de audiencia, se consigue además dirigir la votación hacia quién los productores prefieran a priori. Como esos juegos de cartas con los que los magos te convencen de que elegiste la carta que ellos eligieron.
Pero estos programas más bien abyectos tienen una ventaja: son explícitos, nadie espera que surja de ellos algo más que el próximo Chayanne o el próximo Diego Torres, o menos aún, porque estando el énfasis (y la ganancia) puesto en el proceso de selección importa luego poco si el ganador tiene éxito continuado como estrella pop o muere violado por un orangután. De hecho cabe suponer que lo segundo le es preferible a los productores, porque el éxito continuado termina volviendo caprichosa e independiente a la gente. Peor aún termina volviéndola valiosa, y con justicia porque es casi imposible mantener un éxito prolongado sin talento (recuerden que dije "casi" antes de cagarme a ejemplos).
Pepsi Bandplugged es otra cosa, es un concurso de características similares (voto combinado del público y un jurado, cobertura televisiva continua), pero que no está moldeada por Operación Triunfo sino por una cierta tradición de concursos de rock en Uruguay, tradición inaugurada por los concursos de los festivales organizados por la Intendencia pero que fue continuada principalmente por Canal 10 y sus concursos organizados en conjunto con Control Remoto (programa de rock del canal anterior al Va X Vos de Noelia Campo), X FM y Pepsi, claro está. En dicho concurso se dieron a conocer bandas como Peyote Asesino y La Vela Puerca, ganadores de las ediciones de 1995 y 1996 respectivamente. En el 2002 el concurso se identificó definitivamente con su principal sponsor y pasó a ser Pepsi Bandplugged, ganado por Lapso y Psimio (fallo dividido) en la primera edición y por Dobermann en la más reciente.
El problema no es en realidad la participación en un concurso organizado por una multinacional de las gaseosas, tampoco la cantidad de publicidad gratis que los participantes están en cierta forma obligados a realizar, ni la calidad de las bandas -en las que ha habido de todo-, ni el discutible proceso de selección, ni los jurados, que en ocasiones parecen haber sido elegidos por enemigos acérrimos de la música en general. No es eso ni un ataque de moralismo que olvide que 1.500 dólares en instrumentos no es un premio despreciable para cualquiera de las peladas bandas locales. El problema de Pepsi Bandplugged es que funciona, que legitima y, al hacerlo, hasta obliga.
Eso no es un problema de los participantes -entre los que ha habido muchos amigos míos y muchos no-amigos a los que respeto- y ni siquiera del concurso, es un problema de sus amplificadores: en el momento en que hasta los más herméticos recitales colectivos, hasta las radios más reacias a difundir música nacional, se abren de patas para exhibir a la nueva maravilla producida por el concurso -llámese Pepsi Bandplugged o Nix Enchufado, es lo mismo-, y desde que el público se ha negado a siquiera relativizar un triunfo de semejantes características, ya Pepsi Bandplugged es la cosa seria que no debería ser. El motivo de los comunicadores es simple y perezoso: esta selección oficializada en forma un tanto ridícula les ahorra la angustia infinita de tener que evaluar - o peor aún, buscar- algo por sí mismos. El motivo de los fans es otra de las rémoras de la futbolización del rock: en el fútbol lo que importa es ganar, no importa cómo, no importa si el único beneficiado es Paco Casal, no importa si lo que se está viendo es un espectáculo vacío y lamentable. Lo que importa es el fin, lo que importa es la copa, llena de Pepsi, claro.
Si a eso le sumamos el que dos de las bandas más influyentes de la historia del rock uruguayo, los ya mencionados Peyote y La Vela, hicieron sus primeras armas en dicho concurso, es lógico que para un músico joven el pasaje por el concurso se haya convertido en una prueba de fuego que puede decidir el futuro de la banda y su éxito. El camino del concurso es feo y hay que tomar mucha Pepsi en cámara y sonreirle a muchos chistes de Noelia, pero los otros caminos son larguísimos y a veces están cerrados por el propio concurso y sus consecuencias. En el post anterior me reía un poco del hecho de que 3 de 5 bandas se estuvieran presentando al P.B. por segunda vez, pero eso no es culpa de ellos, es culpa de que el P.B. siga siendo la mejor opción para hacer carrera en la música.
Los concursos de rock no son, supongo, únicos y exclusivos de Uruguay, pero dudo que en otro lugar se los tome tan en serio. Por una simple razón; no hay nada menos rock que un concurso de rock. En un Uruguay que ha logrado hasta reglamentar mediante concursos ese espacio de descontrol que se supone es el Carnaval, parece lógico que a nadie le rechine. Pero el Carnaval con todo ha podido generar sus anti-cuerpos con respecto al concurso y de última ha conseguido establecer esa gran alternativa que es, o fue, Murga Joven.
En la edición 2004 se presentó al concurso una de las mejores, tal vez la mejor, bandas de rock local, una banda realmente impactante de ver. No pasaron ni la primera rueda. Fue algo de apariencia absurda pero con fondo bastante lógico, porque año a año la calidad de las bandas ha sido decrecente y el último fue, con alguna excepción, una especie de pesadilla hard rock y da la impresión -tengo la esperanza- de que su propia dinámica va a terminar siendo su fin. Mientras tanto es una autopista que bloquea, corta y suprime los delicados caminos creativos vecinales, los proyectos artísticos hechos concierto a concierto, flete a flete, tugurio a tugurio. Ahí es donde hay vida, ahí es donde hay que hacer espacio para que respiren.
Unos días atrás Osvaldo Bayer señalaba un escándalo mundialista que, al menos por estas latitudes, había pasado inadvertido. Como se sabe el principal auspiciante del campeonato mundial de fútbol es la cerveza Budweiser, marca que esos sabios bebedores de cerveza que son los alemanes menosprecian por maricona e indistinta. Pues bien, al parecer ocho hinchas decidieron ir a la cancha -por dinero o no, es irrelevante- con unos pantalones con el logo de otra marca de cerveza, por lo que fueron detenidos por las fuerzas de seguridad del estadio y obligados a entrar sin pantalones, es decir en calzoncillos, o no ver el partido para el que habían sacado la entrada. Es decir: una marca ya es capaz de decidir no sólo que su producto esté expuesto en cada rincón de lo que esencialmente es un espectáculo deportivo -con poco que ver con la cerveza- sino que también puede ya obligarte a que te vistas de acuerdo con sus intereses comerciales, o que tengas que ver el espectáculo deportivo casi en pelotas por no aportar tu esfuerzo a su publicidad.
Hay en el mundo una cantidad de concursos musicales que utilizan el sistema discutido en otros comments de convertir el propio proceso de preparación y selección de un cantante en parte misma del producto, optimizando los gastos de producción y orientandola al máximo posible de consumidores, a los que se involucra dándoles algo así como el cargo ficticio de gerente de recursos humanos y una pequeña porción de poder de elección -en el fondo ilusoria ya que solamente pueden elegir de entre un grupo ya seleccionado. Mediante una combinación de edición, participación directa del jurado oficial y sondeos permanentes de audiencia, se consigue además dirigir la votación hacia quién los productores prefieran a priori. Como esos juegos de cartas con los que los magos te convencen de que elegiste la carta que ellos eligieron.
Pero estos programas más bien abyectos tienen una ventaja: son explícitos, nadie espera que surja de ellos algo más que el próximo Chayanne o el próximo Diego Torres, o menos aún, porque estando el énfasis (y la ganancia) puesto en el proceso de selección importa luego poco si el ganador tiene éxito continuado como estrella pop o muere violado por un orangután. De hecho cabe suponer que lo segundo le es preferible a los productores, porque el éxito continuado termina volviendo caprichosa e independiente a la gente. Peor aún termina volviéndola valiosa, y con justicia porque es casi imposible mantener un éxito prolongado sin talento (recuerden que dije "casi" antes de cagarme a ejemplos).
Pepsi Bandplugged es otra cosa, es un concurso de características similares (voto combinado del público y un jurado, cobertura televisiva continua), pero que no está moldeada por Operación Triunfo sino por una cierta tradición de concursos de rock en Uruguay, tradición inaugurada por los concursos de los festivales organizados por la Intendencia pero que fue continuada principalmente por Canal 10 y sus concursos organizados en conjunto con Control Remoto (programa de rock del canal anterior al Va X Vos de Noelia Campo), X FM y Pepsi, claro está. En dicho concurso se dieron a conocer bandas como Peyote Asesino y La Vela Puerca, ganadores de las ediciones de 1995 y 1996 respectivamente. En el 2002 el concurso se identificó definitivamente con su principal sponsor y pasó a ser Pepsi Bandplugged, ganado por Lapso y Psimio (fallo dividido) en la primera edición y por Dobermann en la más reciente.
El problema no es en realidad la participación en un concurso organizado por una multinacional de las gaseosas, tampoco la cantidad de publicidad gratis que los participantes están en cierta forma obligados a realizar, ni la calidad de las bandas -en las que ha habido de todo-, ni el discutible proceso de selección, ni los jurados, que en ocasiones parecen haber sido elegidos por enemigos acérrimos de la música en general. No es eso ni un ataque de moralismo que olvide que 1.500 dólares en instrumentos no es un premio despreciable para cualquiera de las peladas bandas locales. El problema de Pepsi Bandplugged es que funciona, que legitima y, al hacerlo, hasta obliga.
Eso no es un problema de los participantes -entre los que ha habido muchos amigos míos y muchos no-amigos a los que respeto- y ni siquiera del concurso, es un problema de sus amplificadores: en el momento en que hasta los más herméticos recitales colectivos, hasta las radios más reacias a difundir música nacional, se abren de patas para exhibir a la nueva maravilla producida por el concurso -llámese Pepsi Bandplugged o Nix Enchufado, es lo mismo-, y desde que el público se ha negado a siquiera relativizar un triunfo de semejantes características, ya Pepsi Bandplugged es la cosa seria que no debería ser. El motivo de los comunicadores es simple y perezoso: esta selección oficializada en forma un tanto ridícula les ahorra la angustia infinita de tener que evaluar - o peor aún, buscar- algo por sí mismos. El motivo de los fans es otra de las rémoras de la futbolización del rock: en el fútbol lo que importa es ganar, no importa cómo, no importa si el único beneficiado es Paco Casal, no importa si lo que se está viendo es un espectáculo vacío y lamentable. Lo que importa es el fin, lo que importa es la copa, llena de Pepsi, claro.
Si a eso le sumamos el que dos de las bandas más influyentes de la historia del rock uruguayo, los ya mencionados Peyote y La Vela, hicieron sus primeras armas en dicho concurso, es lógico que para un músico joven el pasaje por el concurso se haya convertido en una prueba de fuego que puede decidir el futuro de la banda y su éxito. El camino del concurso es feo y hay que tomar mucha Pepsi en cámara y sonreirle a muchos chistes de Noelia, pero los otros caminos son larguísimos y a veces están cerrados por el propio concurso y sus consecuencias. En el post anterior me reía un poco del hecho de que 3 de 5 bandas se estuvieran presentando al P.B. por segunda vez, pero eso no es culpa de ellos, es culpa de que el P.B. siga siendo la mejor opción para hacer carrera en la música.
Los concursos de rock no son, supongo, únicos y exclusivos de Uruguay, pero dudo que en otro lugar se los tome tan en serio. Por una simple razón; no hay nada menos rock que un concurso de rock. En un Uruguay que ha logrado hasta reglamentar mediante concursos ese espacio de descontrol que se supone es el Carnaval, parece lógico que a nadie le rechine. Pero el Carnaval con todo ha podido generar sus anti-cuerpos con respecto al concurso y de última ha conseguido establecer esa gran alternativa que es, o fue, Murga Joven.
En la edición 2004 se presentó al concurso una de las mejores, tal vez la mejor, bandas de rock local, una banda realmente impactante de ver. No pasaron ni la primera rueda. Fue algo de apariencia absurda pero con fondo bastante lógico, porque año a año la calidad de las bandas ha sido decrecente y el último fue, con alguna excepción, una especie de pesadilla hard rock y da la impresión -tengo la esperanza- de que su propia dinámica va a terminar siendo su fin. Mientras tanto es una autopista que bloquea, corta y suprime los delicados caminos creativos vecinales, los proyectos artísticos hechos concierto a concierto, flete a flete, tugurio a tugurio. Ahí es donde hay vida, ahí es donde hay que hacer espacio para que respiren.
miércoles, junio 21, 2006
Fuck You Tiger cambalache
Leo con preocupación, y un poco de indignación, lo de las "Madres de la Plaza Fabini", un grupo de madres de adictos a la pasta base que al parecer han decidido reunirse una vez por semana en dicha plaza (que algunos ignaros conocíamos sólo como "la del Entrevero") para exigir mayor represión a las bocas de pasta.
La verdad me parece una falta de respeto hacia las otras madres, las de la Plaza de Mayo. No quiero disminuir el trance doloroso que debe ser el tener un adicto adolescente a una droga fea como la pasta en la casa, pero me parece que -no solo a ellas- a toda la sociedad se le ha ido la moto en relación a esta droga. Sin dudas que un joven puede matarse fumando pasta base o paco, una vez cada seis meses pasa, pero todos los fines de semana tres o cuatro se matan haciendo picadas en auto en alguna costanera y nunca vi a un grupo de madres protestando frente a las concesionarias de autos.
Pero bueno, los problemas son de la medida de nuestros dolores y entiendo que para estas mujeres en este momento no haya mayor pesar que el del descontrol voluntario de sus hijos, pero hay que tener al menos en perspectiva la imagen pública de dichos problemas. Por muy fea que sea una adicción a una droga berreta hay que estar muy pasado de rosca para presentar dicho problema como un símil de la desaparición, asesinato y tortura de un familiar. No es que haya dolores con coronita, de hecho yo creo que -antes de que el movimiento fuera co-optado por los más repelentes grupos de la derecha- la izquierda argentina hizo mal en apurarse a rechazar a los padres de hijos asesinados por la delincuencia o a los padres de los muchachos quemados en Cromagnon, como si su dolor fuera cualitativamente distinto que el de los padres de los muchachos muertos por motivos políticos. El dolor es el dolor y no sabe un carajo de partidos y causas, solo sabe de muerte y espacios imposibles de llenar.
Pero una adicción es otra cosa, aunque se la considere una muerte en vida el factor vida sigue siendo más fuerte que el de muerte -digan lo que digan las voces del Apocalípsis-, y es un problema complejo que posiblemente tenga más que ver con un vacío social que con unos desconsiderados dealers de drogas berretas que ensucian una noble profesión. Que posiblemente persista aunque todas las drogas del universo desparecieran en un infausto día. Que posiblemente tenga más que ver con lo que pasa dentro de las casas que fuera de ellas. Pero es más sencillo pedir represión.
***
Acabo de ver Spun (Jonas Akerlund, 2002), una especie de Trainspotting atorrante sobre adictos al speed (a las anfetaminas, José, no a las bebidas energizantes), y que pasó más que desapercibida en su momento de estreno. Una película que tiene todo lo que odio en una película: edición de video-clip, animaciones de MTV al santo pedo, actores juveniles y clean haciendo de reventados, música de Billy Corgan, cameos al santo botón de rockeros famosos, silencios significantes sobre historias apenas delineadas... en fin. ¿Y saben qué? Sin embargo me gustó, me gustó mucho, porque a pesar de toda esa tontería es una película con corazón, algo que me excuso de explicar.
Pero lo que quería señalar no era esto sino que en la misma hago un descubrimiento terrorífico: el Mickey Rourke actual, algo envejecido y enorme, vestido de vaquero es el doppelganger de Jorge Nasser. No es joda, véanla y me cuentan.
***
Estoy triste, no importa por qué, pero es un momento feo del año para entristecerse. Salís a la rambla y te cagás de frío, vas al boliche y no hay nadie, llamás a una ex para contarle y resulta que tiene un nuevo novio.
***
Por motivos de trabajo, y por los caprichos del puto Tenfield, he visto poco del Mundial. Una lástima, no soy un gran futbolero pero me gusta ver los mundiales, especialmente cuando Argentina juega bien y Brasil juega mal. Pero el delirio desatado por el arbitraje de Larrionda -único uruguayo en el mundial- bate todos los récords de patetismo del desquiciado y maníaco-depresivo nacionalismo uruguayo. Una decena de periodistas haciendo lobby y cantando loas del desempeño de un árbitro... ¡y qué además arbitró como el culo e hizo de sacapartidos absoluto en Italia-EE.UU.!
Cuando uno piensa que se tocó fondo, nunca falta alguien de Tenfield que arrime una pala.
***
De las muchas cosas que me molestan de Danilo Astori, la peor de todas es su insistencia en convencer a quienes sufren de sus medidas económicas de las virtudes morales de las mismas. Yo creo que es esto lo que lo vuelve en realidad un político de derecha, aunque esta voluntad surge de una costumbre de izquierda.
Me explico y ejemplifico: cuando Astori defiende a capa y espada la inversión extranjera (y sus privilegios), el pseudo-impuesto a la renta y el cumplimiento de las obligaciones con los organismo multilaterales de crédito, no se conforma con hacerlo desde un punto de vista pragmático. No, el tipo tiene que hablar de eso como lo mejor y lo más justo, pasándole por arriba al hecho de que son cosas fundamentalmente injustas para cualquiera de sus gobernados. Se sabe que el hombre es un apóstol del camino único de la economía (teoría de la que cada día tengo más dudas), pero no le alcanza con explicar que si no se le sigue las cosas van a ser empíricamente peores, sino que necesita dejar en claro que en ninguna otra circunstancia podrían ser mejores. Y que si uno establece reglas diferentes (cipayas) para los extranjeros está haciendo el bien. Y que si uno paga en fecha los intereses de una deuda contraída en forma ilegal, sacrificando para ello el dinero de maestros, jubilados y médicos, está haciendo una cosa decente.
Es algo que me choca mucho, porque estoy dispuesto a ser convencido en forma pragmática (en ese aspecto el Pepe Mujica es irreprochable, aunque de vez en cuando exagere -o mienta- acerca de la inevitabilidad de algunas medidas), y no hay principios que valgan desgracias inmediatas de la gente con menor protección. Pero yo creo que Astori, como Vázquez, Rubio, Korzeniak y muchas de las principales figuras del FA, se han formado en una retórica en el que el deber ser es la principal reserva y fortaleza de una postura, formación debida tanto a la lectura de idealistas de izquierda como al acostumbramiento a la oposición moral, por lo que no les alcanza con hacer lo necesario, o lo que ellos consideran necesario, además hay que convencer de que es lo justo. Como en el 1984 de Orwell, digamos.
Es un ejercicio interesante el deconstruir cada una de estas medidas justas hasta su más vulgar materialidad, hasta que queda la regulación desnuda, uno puede arribar a sorprendentes conclusiones acerca de la moral de nuestros gobernantes.
***
Tuve el dudoso placer de ver a los primeros cinco grupos de la nueva edición de Pepsi Bandplugged, ese concurso único en el mundo en el que una multinacional de las burbujas legitima a una banda de rock. Me dan algunos escalofríos cuando compruebo que de cinco bandas al menos tres ya participaron en dicho concurso en la edición anterior. Me imagino el pasar por toda esa ridiculez y perder, y al año siguiente volver a presentarse para perder (al menos dos de las tres bandas van a perder inevitablemente), la verdad hay que tener tesón. Y aquí vendría un párrafo acerca de lo enferma que está una escena musical en la que el objetivo más deseado es ganar una cocarda de Pepsi, pero ustedes pueden escribirla por mí.
Me llama la atención, sin embargo que, estando la cantante de la Tabaré Riverock Banda en el jurado, dos de las canciones presentada derrocharan una misoginia digna de Whitehouse pero sin gracia. Uno de los temas, de la banda Los Flanders, se llamaba 'Degenerada', y en su letra el cantante acusaba con desprecio a su chica de ser una, claro, degenerada. Señorita que sale con ese muchacho impresionable y moralista, es hora de cambiar de ambiente, hay bandas menos prejuiciosas por ahí dando vueltas.
***
Tengo la impresión, o esperanza, de que el generalmente muy agradable diario británico The Guardian se han deshecho de Philip French, el peor crítico de cine que haya leído en mi vida y que por desgracia y al estar en un medio prestigioso, es de los primeros que a uno le saltan cuando escarba las "external reviews" de la IMDB. French (apellido que estimula mi poco aprecio a los galos) tiene todos los pergaminos y premios que puede tener un crítico, y es un imbécil terminal o, si me siento generoso, un crítico senil que debería dedicarse a criticar el puré de papas que le den en el asilo. The Guardian lo tenía como "policía malo" que hiciera la contraparte del insulso Peter Bradshaw, pero sus acumulaciones de adjetivos despectivos siempre se dirigían a lo mismo: a todo lo que fuera violento, tuviera sexo, drogas o diversión. Un amargo este Philip French que hace parecer por comparación a Roger Ebert, generalmente una abuelita escandalizada, el rey de la transgresión. Lo último que leí de French fue cuando destrozó la interesante The Devil's Rejects, de Rob Zombie, sin tener la más puta idea de lo que estaba hablando y concluyendo amenazador con un "no creo que pueda tolerar la compañía de alguien que haya disfrutado el ver The Devil's Rejects".
Ma, sí Franchute, andá a hacerte dar, amigos ya tengo.
***
Yendo a la panadería me cruzo con una joven ciega, aunque no la miro mucho me parece algo desorientada. En ese momento pasa una señora a su lado, la ciega la escucha (supongo) y le pregunta algo. Cuando yo paso a su lado la señora le está diciendo que no, que le indicaron mal. Sigo de largo y camino unas tres cuadras hasta la panadería, mientras estoy allí veo pasar del otro lado del vidrio a la ciega, acompañada por la señora, que la lleva del brazo y va caminando con ella en dirección exactamente contraria a la que llevaba cuando la ciega interrumpió su camino. La cara de resignación de esta buena mujer es notoria. Lo mismo que mi asombro ante este pequeño ejemplo secreto de solidaridad.
Otro día estoy esperando a que el muchacho del minimarket, un tipo tan simpático que se le puede perdonar su habitual remera de Trotsky Vengaran, termine de atender a una chica que está adelante mío. Están hablando sobre algo que no es mi problema, pero escucho que él le dice "ah, debe tener unos diecinueve años" y agrega con total naturalidad "como vos". La chica le regala una sonrisa enorme, paga y se va. Es atractiva, pero tiene, como mínimo, diez años más de los que le especula con generosidad gratuita el flaco, que con una simple frase galante me demuestra cómo se merece a la hermosísima pendeja que tiene de novia. Yo tendría que practicar una semana entera para decir algo así sin sonar irónico o estúpido.
Hay gente que te da clases de bondad y gente que te da clases de clase.
***
Y hay días en que empezás a escribir un post y este arrastra cualquier cosa.
La verdad me parece una falta de respeto hacia las otras madres, las de la Plaza de Mayo. No quiero disminuir el trance doloroso que debe ser el tener un adicto adolescente a una droga fea como la pasta en la casa, pero me parece que -no solo a ellas- a toda la sociedad se le ha ido la moto en relación a esta droga. Sin dudas que un joven puede matarse fumando pasta base o paco, una vez cada seis meses pasa, pero todos los fines de semana tres o cuatro se matan haciendo picadas en auto en alguna costanera y nunca vi a un grupo de madres protestando frente a las concesionarias de autos.
Pero bueno, los problemas son de la medida de nuestros dolores y entiendo que para estas mujeres en este momento no haya mayor pesar que el del descontrol voluntario de sus hijos, pero hay que tener al menos en perspectiva la imagen pública de dichos problemas. Por muy fea que sea una adicción a una droga berreta hay que estar muy pasado de rosca para presentar dicho problema como un símil de la desaparición, asesinato y tortura de un familiar. No es que haya dolores con coronita, de hecho yo creo que -antes de que el movimiento fuera co-optado por los más repelentes grupos de la derecha- la izquierda argentina hizo mal en apurarse a rechazar a los padres de hijos asesinados por la delincuencia o a los padres de los muchachos quemados en Cromagnon, como si su dolor fuera cualitativamente distinto que el de los padres de los muchachos muertos por motivos políticos. El dolor es el dolor y no sabe un carajo de partidos y causas, solo sabe de muerte y espacios imposibles de llenar.
Pero una adicción es otra cosa, aunque se la considere una muerte en vida el factor vida sigue siendo más fuerte que el de muerte -digan lo que digan las voces del Apocalípsis-, y es un problema complejo que posiblemente tenga más que ver con un vacío social que con unos desconsiderados dealers de drogas berretas que ensucian una noble profesión. Que posiblemente persista aunque todas las drogas del universo desparecieran en un infausto día. Que posiblemente tenga más que ver con lo que pasa dentro de las casas que fuera de ellas. Pero es más sencillo pedir represión.
***
Acabo de ver Spun (Jonas Akerlund, 2002), una especie de Trainspotting atorrante sobre adictos al speed (a las anfetaminas, José, no a las bebidas energizantes), y que pasó más que desapercibida en su momento de estreno. Una película que tiene todo lo que odio en una película: edición de video-clip, animaciones de MTV al santo pedo, actores juveniles y clean haciendo de reventados, música de Billy Corgan, cameos al santo botón de rockeros famosos, silencios significantes sobre historias apenas delineadas... en fin. ¿Y saben qué? Sin embargo me gustó, me gustó mucho, porque a pesar de toda esa tontería es una película con corazón, algo que me excuso de explicar.
Pero lo que quería señalar no era esto sino que en la misma hago un descubrimiento terrorífico: el Mickey Rourke actual, algo envejecido y enorme, vestido de vaquero es el doppelganger de Jorge Nasser. No es joda, véanla y me cuentan.
***
Estoy triste, no importa por qué, pero es un momento feo del año para entristecerse. Salís a la rambla y te cagás de frío, vas al boliche y no hay nadie, llamás a una ex para contarle y resulta que tiene un nuevo novio.
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Por motivos de trabajo, y por los caprichos del puto Tenfield, he visto poco del Mundial. Una lástima, no soy un gran futbolero pero me gusta ver los mundiales, especialmente cuando Argentina juega bien y Brasil juega mal. Pero el delirio desatado por el arbitraje de Larrionda -único uruguayo en el mundial- bate todos los récords de patetismo del desquiciado y maníaco-depresivo nacionalismo uruguayo. Una decena de periodistas haciendo lobby y cantando loas del desempeño de un árbitro... ¡y qué además arbitró como el culo e hizo de sacapartidos absoluto en Italia-EE.UU.!
Cuando uno piensa que se tocó fondo, nunca falta alguien de Tenfield que arrime una pala.
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De las muchas cosas que me molestan de Danilo Astori, la peor de todas es su insistencia en convencer a quienes sufren de sus medidas económicas de las virtudes morales de las mismas. Yo creo que es esto lo que lo vuelve en realidad un político de derecha, aunque esta voluntad surge de una costumbre de izquierda.
Me explico y ejemplifico: cuando Astori defiende a capa y espada la inversión extranjera (y sus privilegios), el pseudo-impuesto a la renta y el cumplimiento de las obligaciones con los organismo multilaterales de crédito, no se conforma con hacerlo desde un punto de vista pragmático. No, el tipo tiene que hablar de eso como lo mejor y lo más justo, pasándole por arriba al hecho de que son cosas fundamentalmente injustas para cualquiera de sus gobernados. Se sabe que el hombre es un apóstol del camino único de la economía (teoría de la que cada día tengo más dudas), pero no le alcanza con explicar que si no se le sigue las cosas van a ser empíricamente peores, sino que necesita dejar en claro que en ninguna otra circunstancia podrían ser mejores. Y que si uno establece reglas diferentes (cipayas) para los extranjeros está haciendo el bien. Y que si uno paga en fecha los intereses de una deuda contraída en forma ilegal, sacrificando para ello el dinero de maestros, jubilados y médicos, está haciendo una cosa decente.
Es algo que me choca mucho, porque estoy dispuesto a ser convencido en forma pragmática (en ese aspecto el Pepe Mujica es irreprochable, aunque de vez en cuando exagere -o mienta- acerca de la inevitabilidad de algunas medidas), y no hay principios que valgan desgracias inmediatas de la gente con menor protección. Pero yo creo que Astori, como Vázquez, Rubio, Korzeniak y muchas de las principales figuras del FA, se han formado en una retórica en el que el deber ser es la principal reserva y fortaleza de una postura, formación debida tanto a la lectura de idealistas de izquierda como al acostumbramiento a la oposición moral, por lo que no les alcanza con hacer lo necesario, o lo que ellos consideran necesario, además hay que convencer de que es lo justo. Como en el 1984 de Orwell, digamos.
Es un ejercicio interesante el deconstruir cada una de estas medidas justas hasta su más vulgar materialidad, hasta que queda la regulación desnuda, uno puede arribar a sorprendentes conclusiones acerca de la moral de nuestros gobernantes.
***
Tuve el dudoso placer de ver a los primeros cinco grupos de la nueva edición de Pepsi Bandplugged, ese concurso único en el mundo en el que una multinacional de las burbujas legitima a una banda de rock. Me dan algunos escalofríos cuando compruebo que de cinco bandas al menos tres ya participaron en dicho concurso en la edición anterior. Me imagino el pasar por toda esa ridiculez y perder, y al año siguiente volver a presentarse para perder (al menos dos de las tres bandas van a perder inevitablemente), la verdad hay que tener tesón. Y aquí vendría un párrafo acerca de lo enferma que está una escena musical en la que el objetivo más deseado es ganar una cocarda de Pepsi, pero ustedes pueden escribirla por mí.
Me llama la atención, sin embargo que, estando la cantante de la Tabaré Riverock Banda en el jurado, dos de las canciones presentada derrocharan una misoginia digna de Whitehouse pero sin gracia. Uno de los temas, de la banda Los Flanders, se llamaba 'Degenerada', y en su letra el cantante acusaba con desprecio a su chica de ser una, claro, degenerada. Señorita que sale con ese muchacho impresionable y moralista, es hora de cambiar de ambiente, hay bandas menos prejuiciosas por ahí dando vueltas.
***
Tengo la impresión, o esperanza, de que el generalmente muy agradable diario británico The Guardian se han deshecho de Philip French, el peor crítico de cine que haya leído en mi vida y que por desgracia y al estar en un medio prestigioso, es de los primeros que a uno le saltan cuando escarba las "external reviews" de la IMDB. French (apellido que estimula mi poco aprecio a los galos) tiene todos los pergaminos y premios que puede tener un crítico, y es un imbécil terminal o, si me siento generoso, un crítico senil que debería dedicarse a criticar el puré de papas que le den en el asilo. The Guardian lo tenía como "policía malo" que hiciera la contraparte del insulso Peter Bradshaw, pero sus acumulaciones de adjetivos despectivos siempre se dirigían a lo mismo: a todo lo que fuera violento, tuviera sexo, drogas o diversión. Un amargo este Philip French que hace parecer por comparación a Roger Ebert, generalmente una abuelita escandalizada, el rey de la transgresión. Lo último que leí de French fue cuando destrozó la interesante The Devil's Rejects, de Rob Zombie, sin tener la más puta idea de lo que estaba hablando y concluyendo amenazador con un "no creo que pueda tolerar la compañía de alguien que haya disfrutado el ver The Devil's Rejects".
Ma, sí Franchute, andá a hacerte dar, amigos ya tengo.
***
Yendo a la panadería me cruzo con una joven ciega, aunque no la miro mucho me parece algo desorientada. En ese momento pasa una señora a su lado, la ciega la escucha (supongo) y le pregunta algo. Cuando yo paso a su lado la señora le está diciendo que no, que le indicaron mal. Sigo de largo y camino unas tres cuadras hasta la panadería, mientras estoy allí veo pasar del otro lado del vidrio a la ciega, acompañada por la señora, que la lleva del brazo y va caminando con ella en dirección exactamente contraria a la que llevaba cuando la ciega interrumpió su camino. La cara de resignación de esta buena mujer es notoria. Lo mismo que mi asombro ante este pequeño ejemplo secreto de solidaridad.
Otro día estoy esperando a que el muchacho del minimarket, un tipo tan simpático que se le puede perdonar su habitual remera de Trotsky Vengaran, termine de atender a una chica que está adelante mío. Están hablando sobre algo que no es mi problema, pero escucho que él le dice "ah, debe tener unos diecinueve años" y agrega con total naturalidad "como vos". La chica le regala una sonrisa enorme, paga y se va. Es atractiva, pero tiene, como mínimo, diez años más de los que le especula con generosidad gratuita el flaco, que con una simple frase galante me demuestra cómo se merece a la hermosísima pendeja que tiene de novia. Yo tendría que practicar una semana entera para decir algo así sin sonar irónico o estúpido.
Hay gente que te da clases de bondad y gente que te da clases de clase.
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Y hay días en que empezás a escribir un post y este arrastra cualquier cosa.
viernes, junio 16, 2006
Apocalípticos, integrados y en tercera posición
En la siempre exquisita revista online Perfect Sound Forever me encuentro con una entrevista a Lenny Kaye, hombre de múltiples actividades artísticas pero recordado sobre todo como guitarrista y co-fundador del Patti Smith Group. Aunque es evidente que Kaye tiene temas como para hablar un rato, la entrevista se concentra en algo que conoce de primera mano y ese algo son los primeros días del legendario CBGB, donde en realidad no empezó su carrera musical (el Patti Smith Group se sumó con algunos meses de retraso a la movida generada esencialmente por Television) y su dueño Hilly Kristal.
Toda la entrevista es un placer ya que Kaye es un tipo más que articulado y, a juzgar por sus declaraciones, un espíritu amable y justo que deja entrever algo que todas las bandas "clásicas" del CBGB han insisitido pero que es difícil de percibir a la luz del tiempo: la voluntad de ser masivos que tenían todas esas bandas. La imagen de elitismo intelectual y avant-garde que las bandas del punk neoyorquino tienen hoy en día si bien no es inmotivada, fue una construcción a posteriori y, por más cultos y arriesgados que fueran, los rockeros de la primera generación del CBGB (no así los de la segunda, los de la no wave, que eran deliberada y radicalmente anti-populares) confiaban casi ciegamente en que iban a robar los cetros de poder de los Rolling Stones o Led Zeppelin, y por supuesto estuvieron lejos de hacerlo.
Esa es la gran tristeza que impregna todo el documental End of the Century sobre los Ramones. Cuando uno lo ve inocentemente puede llegar a preguntarse, "¿Por qué tanta amargura con el recibimiento de cada disco? ¡Eran los Ramones, una banda que conocían hasta en Uruguay!" Sí, pero ellos pensaban en ser una banda que conocieran hasta en Burundi, y lo cierto es que nunca llegaron a vender ni la décima parte de discos que, digamos, Green Day (adding insult to injury).
Cuando uno escucha los primeros discos de Ramones, de los Dead Boys, de Talking Heads, en el fondo uno tendría que asombrarse de que no hayan sido efectivamente gigantes de su tiempo (la única excepción realmente exitosa fue la que todos los de la escena consideraban como la banda más pobre: Blondie), ya que el potencial "comercial" de todos ellos era enorme. No es de extrañar que Clive Davis (Arista) o Seymour Stein (Sire) les hayan saltado encima; eran bandas carismáticas y con vagones de hits potenciales, constructores de canciones accesibles a cualquier escucha medio, y que fueron ignorados a causa de un desastre de timing que prueba la importancia del momento y lo injusto de las reglas de difusión: todas estas bandas remaban de pique contra el hecho de ser neoyorquinas, ciudad cuyos habitantes suelen resultarles muy antipáticos al resto de los estadounidenses, pero fueron liquidados a causa justamente de su etiqueta de "punk", término que condenaba al ostracismo inmediato de las radios luego de la desastrosa y polémica gira norteamericana de los Sex Pistols.
En la entrevista de la PSF, Kaye se caga un poco en la mística de las primeras "residencias" de semanas de conciertos (en los que casi todas esas bandas aprendieron a tocar) y rescata el momento posterior, el momento en que había muchas más bandas y la escena abandonó el inner circle para volverse algo mayor, algo que les permitió soñar con caminar en el aire y con triunfos aún mayores que nunca llegaron, o que llegaron cuando ya no valía la pena.
En una entrevista a Mike Watt que leí recientemente, el bajista de los Minutemen dice que ellos fueron "la última generación que creyó en que podían ser los nuevos Beatles". Y uno dice, mierda Watt, qué mal asesorado que estabas: ¿cómo iban a ser tres tipos feos y gordos como los Minutemen, y que para peor cantaban canciones comunistas modeladas sobre guitarras extrañísimas, los nuevos Beatles? En otro mundo, tal vez.
Pero después lo pensás y decís, ¿por qué no? Ellos habían visto a cuatro ingleses de peinados ridículos subirse a la cima del mundo, habían visto a un judío narigón de Minnesota convertirse en el principal bardo de Occidente a pesar de su voz gangosa, habían visto drogadictos terminales trepar como ardillas la escala social y casarse con la realeza, peludos impresentables volverse ídolos reverenciados, desclasados convertirse en modelos de rol. ¿Por qué no podría un hijo de obreros de San Pedro, obeso pero talentoso, como D. Boon volverse el nuevo Lennon? Escuchando sus discos uno cree que la música es tamaño de los sueños de sus autores.
Es increíble todo lo que se ha perdido en estas décadas miserables.
***
En el número de Brecha de hoy, Christian Font entrevista -entre la avalancha de notas que han concedido en los últimos días - al más insular de los integrantes del Cuarteto de Nos. Riki Musso, por supuesto. La entrevista ya arranca a lo Riki cuando el tipo le revela a Font, y al resto de los lectores, que el formidable solo de guitarra de su tema 'Autos Nuevos' no es un solo de guitarra, sino su propia voz diciendo "socorro" y tratada con un montón de efectos.
Pero lo más interesante de la entrevista es la total indiferencia de Riki hacia los aspectos comerciales de la misma (en cuanto a promoción de Raro, el último disco del Cuarteto). Si bien no parece estar descontento con el disco -como lo estaba con la edición de Cortamambo-, deja bastante en claro que su labor en el mismo fue limitada y que está mucho, mucho más interesado en hablar de su próximo disco solista, Servo (al cual pertenece al parecer la soberbia 'Autos nuevos', incluída en Raro por pedido del productor Juan Campodónico), cuenta que sus canciones favoritas son las que el Cuarteto nunca toca (incluyendo a 'El guardian del zoo', tema cuyas bondades le hemos insistido yo y sigmur en distintas ocasiones), y habla sobre las extrañas cosas que le interesan.
Una de las características más notorias de Riki, y que sorprende mucho al conocerlo, es su honestidad brutal -aunque tal vez el adjetivo "brutal" se quede corto ante la libertad total de opinión que suele demostrar-, pero no deja de ser asombroso que alguien haga gala de esta característica en la mitad de una re-promoción de su banda, y sin que haya el menor cinismo involucrado. Ni necesariamente humor, ya que lo que el tipo reivindica es justamente el lado oscuro -siempre presente pero en ocasiones atenuado- de El Cuarteto de Nos. Y lo deja claro al final del reportaje: "Ahora vienen y te dicen 'Bo, qué bueno este disco, me cagué de risa' ¿Y a mí qué me importa? ¿Somos payasos o músicos?".
Tengo que admitir que tras una floja primera impresión, Raro me ha ido mejorando en las orejas hasta hacerme admitir que tal vez sea un muy buen disco. Pero es evidente que lo que yo estoy esperando va a estar en Servo, disco que tiene que llegar y destruir el rock uruguayo de una vez, o al menos hacer que se cague en las patas.
Riki, sos un hijo de puta, sabelo.
Toda la entrevista es un placer ya que Kaye es un tipo más que articulado y, a juzgar por sus declaraciones, un espíritu amable y justo que deja entrever algo que todas las bandas "clásicas" del CBGB han insisitido pero que es difícil de percibir a la luz del tiempo: la voluntad de ser masivos que tenían todas esas bandas. La imagen de elitismo intelectual y avant-garde que las bandas del punk neoyorquino tienen hoy en día si bien no es inmotivada, fue una construcción a posteriori y, por más cultos y arriesgados que fueran, los rockeros de la primera generación del CBGB (no así los de la segunda, los de la no wave, que eran deliberada y radicalmente anti-populares) confiaban casi ciegamente en que iban a robar los cetros de poder de los Rolling Stones o Led Zeppelin, y por supuesto estuvieron lejos de hacerlo.
Esa es la gran tristeza que impregna todo el documental End of the Century sobre los Ramones. Cuando uno lo ve inocentemente puede llegar a preguntarse, "¿Por qué tanta amargura con el recibimiento de cada disco? ¡Eran los Ramones, una banda que conocían hasta en Uruguay!" Sí, pero ellos pensaban en ser una banda que conocieran hasta en Burundi, y lo cierto es que nunca llegaron a vender ni la décima parte de discos que, digamos, Green Day (adding insult to injury).
Cuando uno escucha los primeros discos de Ramones, de los Dead Boys, de Talking Heads, en el fondo uno tendría que asombrarse de que no hayan sido efectivamente gigantes de su tiempo (la única excepción realmente exitosa fue la que todos los de la escena consideraban como la banda más pobre: Blondie), ya que el potencial "comercial" de todos ellos era enorme. No es de extrañar que Clive Davis (Arista) o Seymour Stein (Sire) les hayan saltado encima; eran bandas carismáticas y con vagones de hits potenciales, constructores de canciones accesibles a cualquier escucha medio, y que fueron ignorados a causa de un desastre de timing que prueba la importancia del momento y lo injusto de las reglas de difusión: todas estas bandas remaban de pique contra el hecho de ser neoyorquinas, ciudad cuyos habitantes suelen resultarles muy antipáticos al resto de los estadounidenses, pero fueron liquidados a causa justamente de su etiqueta de "punk", término que condenaba al ostracismo inmediato de las radios luego de la desastrosa y polémica gira norteamericana de los Sex Pistols.
En la entrevista de la PSF, Kaye se caga un poco en la mística de las primeras "residencias" de semanas de conciertos (en los que casi todas esas bandas aprendieron a tocar) y rescata el momento posterior, el momento en que había muchas más bandas y la escena abandonó el inner circle para volverse algo mayor, algo que les permitió soñar con caminar en el aire y con triunfos aún mayores que nunca llegaron, o que llegaron cuando ya no valía la pena.
En una entrevista a Mike Watt que leí recientemente, el bajista de los Minutemen dice que ellos fueron "la última generación que creyó en que podían ser los nuevos Beatles". Y uno dice, mierda Watt, qué mal asesorado que estabas: ¿cómo iban a ser tres tipos feos y gordos como los Minutemen, y que para peor cantaban canciones comunistas modeladas sobre guitarras extrañísimas, los nuevos Beatles? En otro mundo, tal vez.
Pero después lo pensás y decís, ¿por qué no? Ellos habían visto a cuatro ingleses de peinados ridículos subirse a la cima del mundo, habían visto a un judío narigón de Minnesota convertirse en el principal bardo de Occidente a pesar de su voz gangosa, habían visto drogadictos terminales trepar como ardillas la escala social y casarse con la realeza, peludos impresentables volverse ídolos reverenciados, desclasados convertirse en modelos de rol. ¿Por qué no podría un hijo de obreros de San Pedro, obeso pero talentoso, como D. Boon volverse el nuevo Lennon? Escuchando sus discos uno cree que la música es tamaño de los sueños de sus autores.
Es increíble todo lo que se ha perdido en estas décadas miserables.
***
En el número de Brecha de hoy, Christian Font entrevista -entre la avalancha de notas que han concedido en los últimos días - al más insular de los integrantes del Cuarteto de Nos. Riki Musso, por supuesto. La entrevista ya arranca a lo Riki cuando el tipo le revela a Font, y al resto de los lectores, que el formidable solo de guitarra de su tema 'Autos Nuevos' no es un solo de guitarra, sino su propia voz diciendo "socorro" y tratada con un montón de efectos.
Pero lo más interesante de la entrevista es la total indiferencia de Riki hacia los aspectos comerciales de la misma (en cuanto a promoción de Raro, el último disco del Cuarteto). Si bien no parece estar descontento con el disco -como lo estaba con la edición de Cortamambo-, deja bastante en claro que su labor en el mismo fue limitada y que está mucho, mucho más interesado en hablar de su próximo disco solista, Servo (al cual pertenece al parecer la soberbia 'Autos nuevos', incluída en Raro por pedido del productor Juan Campodónico), cuenta que sus canciones favoritas son las que el Cuarteto nunca toca (incluyendo a 'El guardian del zoo', tema cuyas bondades le hemos insistido yo y sigmur en distintas ocasiones), y habla sobre las extrañas cosas que le interesan.
Una de las características más notorias de Riki, y que sorprende mucho al conocerlo, es su honestidad brutal -aunque tal vez el adjetivo "brutal" se quede corto ante la libertad total de opinión que suele demostrar-, pero no deja de ser asombroso que alguien haga gala de esta característica en la mitad de una re-promoción de su banda, y sin que haya el menor cinismo involucrado. Ni necesariamente humor, ya que lo que el tipo reivindica es justamente el lado oscuro -siempre presente pero en ocasiones atenuado- de El Cuarteto de Nos. Y lo deja claro al final del reportaje: "Ahora vienen y te dicen 'Bo, qué bueno este disco, me cagué de risa' ¿Y a mí qué me importa? ¿Somos payasos o músicos?".
Tengo que admitir que tras una floja primera impresión, Raro me ha ido mejorando en las orejas hasta hacerme admitir que tal vez sea un muy buen disco. Pero es evidente que lo que yo estoy esperando va a estar en Servo, disco que tiene que llegar y destruir el rock uruguayo de una vez, o al menos hacer que se cague en las patas.
Riki, sos un hijo de puta, sabelo.
martes, junio 13, 2006
Preguntas chotas
Ayer Tabaré Vázquez le dio una inusual entrevista mano a mano a Aldo Silva en Código País. Sin embargo el título de este post no se refiere a las preguntas que el mismo le hiciera al primer mandatario sino a un par de preguntas que me hago yo mismo:
¿Por qué darle tan codiciada entrevista a un medio privado y no al destartalado Canal 5?
¿Por qué a Canal 12?
y
¿Por qué no contesta algo entendible cuando le preguntan por la puta reelección?
¿Por qué darle tan codiciada entrevista a un medio privado y no al destartalado Canal 5?
¿Por qué a Canal 12?
y
¿Por qué no contesta algo entendible cuando le preguntan por la puta reelección?
domingo, junio 11, 2006
Emulando a cursos (para) lelos
Como se sabe el blog denominado cursos (para) lelos se ha convertido en una auténtica policía de erratas, especialmente del diario El Observador, que haría las pesadillas de cualquier editor que cayera bajo tan meticulosa lupa. Lejos está de mis intenciones el que Fuck You Tiger se dedique a algo similar, pero descubrimos una errata tan curiosa -y no recogida por el mencionado blog- que vale la pena señalarla.
En su edición del martes 6 el periódico de suscripción La diaria publicó una entrevista al ex director de cárceles, Enrique Navas, quién prendió el ventilador e hizo una serie de declaraciones que fueron citadas en muchos otros medios. El prestigioso suplemento Qué Pasa de El País no fue una excepción y en sus primeras páginas, donde se citan declaraciones y frases notorias escuchadas en la semana, reproduce, no una de las explosivas respuestas sino una de las preguntas que Mariano Tucci, el autor de la entrevista, le hiciera a Navas.
La pregunta, según el Qué Pasa es "¿Qué le puede contar a La (espacio en blanco) que no le haya dicho a otro medio?"
Ah, qué gracioso dije, le hace una pregunta autorreferente y no publica el medio autorreferenciado, qué papelón que hizo La Diaria, por eso lo citan en el Qué Pasa. Pero después me fijé en mi número de dicho diario y resulta que la pregunta publicada es la siguiente: "¿Qué le puede contar a La Diaria que no le haya dicho a otro medio?"
¿Qué habrá pasado entonces? Se me ocurren tres opciones:
a) Existió el error de tipografía/corrección/armado de La Diaria y mi ejemplar curiosamente apareció corregido por un repartidor alerta, que tenía una caja de tipos móviles en la moto.
b) Un misterioso virus selectivo se introdujo en las máquinas de armado del Qué Pasa y borró específicamente la única mención en letra grande (debajo de la declaración está la fuente, en letra minúscula) a un diario de la competencia.
c) Al alguien del Qué Pasa o de El País no le gusta nada, nada que aparezca mencionado otro medio en sus páginas.
Se nos ocurre, de pura mala leche que tenemos, que fue la tercera opción, es decir, un ataque de paranoia un poco excesivo sobre todo teniendo en cuenta de que la mención de la frase de Tucci se encontraba allí justamente porque su formulación le resultaba graciosa o ridícula a alguno de los encargados del suplemento. El problema es que expuesta así lo que parece que estuvieran rescatando es, justamente, un error de otro medio, error que por supuesto no existió, y lo que existió es esa antiquísma y desprolija política editorial uruguaya de jamás mencionar a la competencia en un lugar destacado.
Nos extraña esa antiguedad en un medio moderno dirigido por Leonardo Haberkorn, cuya pluma generosa siempre está lista para dar lecciones de ética, estética y estática periodística.
En su edición del martes 6 el periódico de suscripción La diaria publicó una entrevista al ex director de cárceles, Enrique Navas, quién prendió el ventilador e hizo una serie de declaraciones que fueron citadas en muchos otros medios. El prestigioso suplemento Qué Pasa de El País no fue una excepción y en sus primeras páginas, donde se citan declaraciones y frases notorias escuchadas en la semana, reproduce, no una de las explosivas respuestas sino una de las preguntas que Mariano Tucci, el autor de la entrevista, le hiciera a Navas.
La pregunta, según el Qué Pasa es "¿Qué le puede contar a La (espacio en blanco) que no le haya dicho a otro medio?"
Ah, qué gracioso dije, le hace una pregunta autorreferente y no publica el medio autorreferenciado, qué papelón que hizo La Diaria, por eso lo citan en el Qué Pasa. Pero después me fijé en mi número de dicho diario y resulta que la pregunta publicada es la siguiente: "¿Qué le puede contar a La Diaria que no le haya dicho a otro medio?"
¿Qué habrá pasado entonces? Se me ocurren tres opciones:
a) Existió el error de tipografía/corrección/armado de La Diaria y mi ejemplar curiosamente apareció corregido por un repartidor alerta, que tenía una caja de tipos móviles en la moto.
b) Un misterioso virus selectivo se introdujo en las máquinas de armado del Qué Pasa y borró específicamente la única mención en letra grande (debajo de la declaración está la fuente, en letra minúscula) a un diario de la competencia.
c) Al alguien del Qué Pasa o de El País no le gusta nada, nada que aparezca mencionado otro medio en sus páginas.
Se nos ocurre, de pura mala leche que tenemos, que fue la tercera opción, es decir, un ataque de paranoia un poco excesivo sobre todo teniendo en cuenta de que la mención de la frase de Tucci se encontraba allí justamente porque su formulación le resultaba graciosa o ridícula a alguno de los encargados del suplemento. El problema es que expuesta así lo que parece que estuvieran rescatando es, justamente, un error de otro medio, error que por supuesto no existió, y lo que existió es esa antiquísma y desprolija política editorial uruguaya de jamás mencionar a la competencia en un lugar destacado.
Nos extraña esa antiguedad en un medio moderno dirigido por Leonardo Haberkorn, cuya pluma generosa siempre está lista para dar lecciones de ética, estética y estática periodística.
sábado, junio 10, 2006
La marca de la bestia
El litigio internacional en la Corte de La Haya ha provocado de este lado del charco algunas de las más abominables tapas periodísticas que yo recuerde. Al parecer casi nadie fue capaz de resistirse a la tentación de hacer algún paralelisimo entre el conflicto legal y el Mundial de Fútbol del cual la patética selección de Tenfield-Uruguay fue merecidamente eliminada, y las dos sesiones del tribunal fueron presentadas como los dos tiempos de un partido de fútbol. Es decir, un conflicto profundo y complejo que puede traer incalculables consecuencias sobre la vida de dos países que deberían ser uno, fue tratado desde las tapas de muchos como la venganza del chinito, como un sustituto sanador del orgullo nacional, herido por la ausencia del mayor evento futbolístico del mundo. Es comprensible ante el comienzo simultáneo de ambos eventos que muchos periodistas se hayan sentido tentados por la comparación, pero el asociar un problema real de naciones a lo más asqueroso y superficial de patriotismo -la asociación del mismo con una sucia remera que triunfa o pierde- como si de eso se tratara un conflicto político-ambiental, es penoso.
Pero no es esto lo que me preocupa, ni tampoco mucho el juicio en sí, sobre el que tengo sensaciones más bien encontradas; por un lado la Corte Internacional de La Haya es un organismo respetable y hasta necesario, algo que prueba el que el gobierno de EE.UU. lo desconozca, por otra parte me parece lo más cipayo del mundo el dirimir un conflicto sudamericano en Europa, utilizando abogados anglosajones o europeos y confiando en un tribunal formado por integrantes de la CEE, que tiene evidentes intereses en común con las empresas involucradas en el litigio. De cualquier forma no voy a hablar sobre los roles y discursos de las partes en conflicto, que por lo que vi -volveré más adelante sobre el "lo que vi"- me pareció apenas una simplificación, ante el mundo, de los divergentes puntos de vista de ambos países. Es decir, una sucesión de hechos irrefutables y que no permiten la menor duda una vez expuestos y que no reconocen opiniones contrarias. Como en todos los juicios, qué joder.
Lo que me interesa sí es la pequeña chicana-anuncio publicitario introducido por el jefe de la defensa uruguaya Hector Gros Espiell al hacer referencia acerca de que en Uruguay no hay "corrupción generalizada", una mención extraña para provenir de quién es un experto y sensato diplomático -de hecho de los mejores que tiene el país- y que puede interpretarse sin muchos problemas como una nueva entrada en el libro "los argentinos son todos una manga de ladrones (del primero al último)". Le faltó decir "no como algunos" moviendo los ojos y las cejas en dirección a la banca de los argentinos, pero no hay que ser muy susceptible para entender a lo que se refería.
No voy a meterme a discutir sobre si Uruguay es un país corrupto, corruptísimo, corruptito o incorruptible, porque es un poco largo como tema y habría que citar el infame caso Cangrejo Rojo, los escándalos judiciales que vienen sucediéndose desde hace un tiempo, las sucesiones de nepotismos en la Intendencia de Canelones, los escándalos del BHU etc. etc. etc. Yo creo que Uruguay es un país que ha burocratizado mucha de su corrupción, institucionalizándola y rodeándola de un anillo de impunidad legal, lo que ha evitado descontroles excesivos y salvajes pero la ha generalizado en pequeñas dósis en toda la sociedad. De cualquier forma en el mar de la relatividad supongo que Uruguay puede considerarse un país menos corrupto que Paraguay o que Argentina en los tiempos de Menem, lo cual también es un mérito relativo. Sin embargo esta incorruptibilidad es otra de las características auto-atribuídas por los uruguayos -o al menos por su gobierno- que, junto a la humildad, la solidaridad, la alta cultura y la fe en la democracia forman parte de ese panteón del "somos lo que decimos que somos" que yo denominaría "El Uruguay Natural".
Pero esto también es largo y discutible, a lo que quiero ir es a un punto concreto. Decía más arriba que no había visto las declaraciones de La Haya más que en forma muy parcial y limitada. Esto no se dio simplemente por una falta de tiempo sino porque los derechos de transmisión de los juicios -evidentemente un asunto de interés nacional- fueron adquiridos por VTV, suponemos que de la forma más legítima, haciendo que las sesiones solamente pudieran ser vistas por los abonados a dicho canal de cable. Que por supuesto no es otro que el de propiedad de Francisco "Paco" Casal, dueño del monopolio de las transmisiones de fútbol en Uruguay, de las transimisones del carnaval, de las almas de buena parte de los periodistas deportivos locales y las vidas del 90% de los jugadores del fútbol local. Y, además, una de las figuras más emblemáticas de la corrupción uruguaya gracias a su ya no turbios sino directamente negrísimos manejos de contratos relacionados al deporte del balonpié.
Uno podría argumentar de que todo fue hecho solo para estar a tono con la futbolización de este litigio, pero escuchar a Gros Espiell hablar sobre Uruguay como un país sin "corrupción generalizada" viendo en la esquina derecha del televisor el sobreimpreso del logo de VTV parece ante todo un chiste. Es como ver a un cura dar misa con una remera de Anton LaVey. A ver muchachos, un poco de seriedad.
Pero no es esto lo que me preocupa, ni tampoco mucho el juicio en sí, sobre el que tengo sensaciones más bien encontradas; por un lado la Corte Internacional de La Haya es un organismo respetable y hasta necesario, algo que prueba el que el gobierno de EE.UU. lo desconozca, por otra parte me parece lo más cipayo del mundo el dirimir un conflicto sudamericano en Europa, utilizando abogados anglosajones o europeos y confiando en un tribunal formado por integrantes de la CEE, que tiene evidentes intereses en común con las empresas involucradas en el litigio. De cualquier forma no voy a hablar sobre los roles y discursos de las partes en conflicto, que por lo que vi -volveré más adelante sobre el "lo que vi"- me pareció apenas una simplificación, ante el mundo, de los divergentes puntos de vista de ambos países. Es decir, una sucesión de hechos irrefutables y que no permiten la menor duda una vez expuestos y que no reconocen opiniones contrarias. Como en todos los juicios, qué joder.
Lo que me interesa sí es la pequeña chicana-anuncio publicitario introducido por el jefe de la defensa uruguaya Hector Gros Espiell al hacer referencia acerca de que en Uruguay no hay "corrupción generalizada", una mención extraña para provenir de quién es un experto y sensato diplomático -de hecho de los mejores que tiene el país- y que puede interpretarse sin muchos problemas como una nueva entrada en el libro "los argentinos son todos una manga de ladrones (del primero al último)". Le faltó decir "no como algunos" moviendo los ojos y las cejas en dirección a la banca de los argentinos, pero no hay que ser muy susceptible para entender a lo que se refería.
No voy a meterme a discutir sobre si Uruguay es un país corrupto, corruptísimo, corruptito o incorruptible, porque es un poco largo como tema y habría que citar el infame caso Cangrejo Rojo, los escándalos judiciales que vienen sucediéndose desde hace un tiempo, las sucesiones de nepotismos en la Intendencia de Canelones, los escándalos del BHU etc. etc. etc. Yo creo que Uruguay es un país que ha burocratizado mucha de su corrupción, institucionalizándola y rodeándola de un anillo de impunidad legal, lo que ha evitado descontroles excesivos y salvajes pero la ha generalizado en pequeñas dósis en toda la sociedad. De cualquier forma en el mar de la relatividad supongo que Uruguay puede considerarse un país menos corrupto que Paraguay o que Argentina en los tiempos de Menem, lo cual también es un mérito relativo. Sin embargo esta incorruptibilidad es otra de las características auto-atribuídas por los uruguayos -o al menos por su gobierno- que, junto a la humildad, la solidaridad, la alta cultura y la fe en la democracia forman parte de ese panteón del "somos lo que decimos que somos" que yo denominaría "El Uruguay Natural".
Pero esto también es largo y discutible, a lo que quiero ir es a un punto concreto. Decía más arriba que no había visto las declaraciones de La Haya más que en forma muy parcial y limitada. Esto no se dio simplemente por una falta de tiempo sino porque los derechos de transmisión de los juicios -evidentemente un asunto de interés nacional- fueron adquiridos por VTV, suponemos que de la forma más legítima, haciendo que las sesiones solamente pudieran ser vistas por los abonados a dicho canal de cable. Que por supuesto no es otro que el de propiedad de Francisco "Paco" Casal, dueño del monopolio de las transmisiones de fútbol en Uruguay, de las transimisones del carnaval, de las almas de buena parte de los periodistas deportivos locales y las vidas del 90% de los jugadores del fútbol local. Y, además, una de las figuras más emblemáticas de la corrupción uruguaya gracias a su ya no turbios sino directamente negrísimos manejos de contratos relacionados al deporte del balonpié.
Uno podría argumentar de que todo fue hecho solo para estar a tono con la futbolización de este litigio, pero escuchar a Gros Espiell hablar sobre Uruguay como un país sin "corrupción generalizada" viendo en la esquina derecha del televisor el sobreimpreso del logo de VTV parece ante todo un chiste. Es como ver a un cura dar misa con una remera de Anton LaVey. A ver muchachos, un poco de seriedad.
martes, junio 06, 2006
Todo lo que tengo que decir sobre el caso Z
Ya que tienen ganas de hablar del tema de la semana, hablemos del tema de la semana.
Una vez estuve esposado frente a un juez, un hombre extraordinariamente joven para su cargo. Tuve suerte y no me fue mal porque, a pesar de mi total inexperiencia penal, declaré razonablemente bien por lo que salí caminando del juzgado junto a tres amigos sin mayor daño que una fea mención en mi expediente. Otros cuatro amigos que estaban en el mismo trance no tuvieron tanta suerte y fueron procesados por tenencia y suministro de estupefaccientes y condenados a una pena de uno a tres años de prisión. Los habían agarrado con aproximadamente 45 gramos de marihuana, es decir, una cantidad insignificante. Era todo lo que tenían entre los tres y al hacerse cargo de su pertenencia terminaron incriminándose mutuamente por error.
Los abogados, uno público y el otro contratado, estaban pálidos. Simplemente no podían creerlo, no podían creer que un juez aplicara la pena máxima para suministro y tenencia en una primera falta. Primera falta que era, evidentemente, no un caso de tráfico sino simplemente de un grupo de jóvenes estudiantes, apenas mayores de edad, que estaban de vacaciones en un balneario remoto y que se habían llevado una cantidad insignificante de porro para consumo propio.
Uno de los abogados, temblando de rabia, nos explicó que el juez estaba haciendo una suplencia de verano, y quería anotarse algunos procesamientos que le dieran una imagen de duro ante sus superiores. Nada más que eso, y tres tipos cuyo mayor acto criminal había sido hasta el momento jugar al fútbol en la calle se fueron a la cárcel con una pena -que por suerte (o más bien porque venían de familias más bien adineradas) fue apelada, revisada y minimizada a un mes algunas semanas más tarde- digna de una rapiña o un copamiento. Mientras esperábamos afuera el mismo juez despachó con una pena similar a otros tres pendejos que le habían robado la ropa interior a una vecina de carpa para hacerle una broma. Siete jóvenes en cana por nada, siete anotaciones para un juez novel pero "duro". Nada mal para una suplencia de una mañana.
Los días anteriores había aprendido mucho sobre la policía, ese día aprendí mucho sobre la justicia. También aprendí a odiar y a desear la muerte y el horror ajeno con una intensidad que no conocía.
(Hace unos días una amiga me contó un caso idéntico acontecido en Montevideo Rock 2, aquella fiesta de rock y democracia, sólo que con un final más triste: mientras mis amigos fueron recluídos en la relativamente amable cárcel de Rocha, los de ella fueron directo para el siniestro Penal de Libertad)
Todo esto viene, claro está, a cuenta del procesamiento en suspenso del contador Eduardo Zaindenstat por haberse atrevido a decir que si todos los jueces fueran como el dudoso juez Eguren, Uruguay sería una república bananera. Para mí Zaindenstat estuvo muy mal; hay repúblicas bananeras mucho más serias que Uruguay y que no merecen ser puestas como ejemplos de corrupción. Unos días antes el periodista Gustavo Escanlar había merecido una pena similar cuando se le ocurrió decir, no como periodista sino como entrevistado, que Federico Fasano -esa suerte de Ciudadano Kane sin grandeza que se ha convertido en el autoproclamado portavoz de la izquierda mientras tritura cualquier intento de sindicalizar su amarillísimo diario- era un "hijo de mil putas", opinión que parecen compartir la casi totalidad de las personas que trabajaron para él.
Los uruguayos tienen la costumbre irreflexiva y coaccionada de creer en la incorruptibilidad e infalibilidad del Poder Judicial sin que haya realmente evidencia de ninguna de ambas cosas. De hecho es el mismo Poder Judicial que aprobó una ley anti-constitucional y contraria a todos los tratados internacionales de derechos humanos por donde se la viera como la Ley de Caducidad. Es el mismo Poder Judicial que se ha inclinado hacia la dirección en la que sopla el Ejecutivo desde hace años, el mismo que declaró "cosa juzgada" el caso Bordaberry, el criminal de crímenes más evidentes de toda la historia del país y que sin embargo nunca fue procesado por ellos.
El mismo Poder Judicial que ha exonerado a tratantes de blancas atrapados in fragranti(pero con buenas conexiones en el mismo), que ha mantenido reuniones totalmente irregulares con operadores del aparato político en coquetos clubes de la costa, que tiene presos sin condena y sin un proceso digno de tal nombre a cerca de la mitad de los habitantes de las cárceles, que se votó a sí mismo una excepción de los topes jubilatorios que le impuso a todos los demás uruguayos más allá de lo que hubieran aportado en su vida laboral, que mantuvo a todos sus integrantes electos durante -y colaboradores de- la dictadura. El mismo que puso todos los palos en las ruedas posibles a los abogados que durante la misma intentaban defender los derechos de los prisioneros, el que sigue sin reconocer los derechos laborales de cientos de presos y exiliados a causa de dicha dictadura, el que procesó a cuatro pelotudos graffiteros por "sedición" en plena democracia, que envió al Penal de Libertad -también en plena democracia- a un desgraciado cantante al que se le ocurrió berrear "nos cagaremos en el parlamento" en una canción. El que ha construido evidentemente una relación corporativa entre fiscales y jueces que los hace protegerse mutuamente con la saña que uno supondría que deberían defender la igualdad ante el mismo. El incuestionable. Ese mismo Poder Judicial. Esa garantía, esa porquería.
El caso Z puede tener su lado bueno; es evidente que para la gente todo esto fue demasiado, demasiado absurdo. Cuando se exonera de castigo a un grupo de evasores de cerca de 50 millones de dólares y se castiga a quién dice que eso no está bien, no se puede hablar de democracia, ni de libertad de expresión, ni de las simulaciones de ambas cosas a las que estamos acostumbrados. No se puede hablar de nada, lo cual es demasiado hasta para una administración con tan poco amor a la libertad como esta. Los periodistas han sido desde el fin de la dictadura víctimas de su prolongación mediante las leyes de desacato, de injurias y de atentados al honor. Puede ser que ahora que la víctima ha sido un valioso peón del aparato político, a algún legislador se le ocurra que dejar semejantes armas de opresión legal de la opinión en manos de una sola persona, sea un demandante o un juez, es una atrocidad que ni en este país absurdo puede seguir adelante.
Ojalá que la gente se de cuenta de la diferencia entre hablar y hacer, y empiece a abrir los ojos acerca del monstruoso aparato de poder burocrático-corporativo en el que se convirtió el supuesto garante de nuestros derechos. Si eso se da al menos en parte, entonces todo esto puede haber sido positivo. Pedir justicia sería demasiado.
Una vez estuve esposado frente a un juez, un hombre extraordinariamente joven para su cargo. Tuve suerte y no me fue mal porque, a pesar de mi total inexperiencia penal, declaré razonablemente bien por lo que salí caminando del juzgado junto a tres amigos sin mayor daño que una fea mención en mi expediente. Otros cuatro amigos que estaban en el mismo trance no tuvieron tanta suerte y fueron procesados por tenencia y suministro de estupefaccientes y condenados a una pena de uno a tres años de prisión. Los habían agarrado con aproximadamente 45 gramos de marihuana, es decir, una cantidad insignificante. Era todo lo que tenían entre los tres y al hacerse cargo de su pertenencia terminaron incriminándose mutuamente por error.
Los abogados, uno público y el otro contratado, estaban pálidos. Simplemente no podían creerlo, no podían creer que un juez aplicara la pena máxima para suministro y tenencia en una primera falta. Primera falta que era, evidentemente, no un caso de tráfico sino simplemente de un grupo de jóvenes estudiantes, apenas mayores de edad, que estaban de vacaciones en un balneario remoto y que se habían llevado una cantidad insignificante de porro para consumo propio.
Uno de los abogados, temblando de rabia, nos explicó que el juez estaba haciendo una suplencia de verano, y quería anotarse algunos procesamientos que le dieran una imagen de duro ante sus superiores. Nada más que eso, y tres tipos cuyo mayor acto criminal había sido hasta el momento jugar al fútbol en la calle se fueron a la cárcel con una pena -que por suerte (o más bien porque venían de familias más bien adineradas) fue apelada, revisada y minimizada a un mes algunas semanas más tarde- digna de una rapiña o un copamiento. Mientras esperábamos afuera el mismo juez despachó con una pena similar a otros tres pendejos que le habían robado la ropa interior a una vecina de carpa para hacerle una broma. Siete jóvenes en cana por nada, siete anotaciones para un juez novel pero "duro". Nada mal para una suplencia de una mañana.
Los días anteriores había aprendido mucho sobre la policía, ese día aprendí mucho sobre la justicia. También aprendí a odiar y a desear la muerte y el horror ajeno con una intensidad que no conocía.
(Hace unos días una amiga me contó un caso idéntico acontecido en Montevideo Rock 2, aquella fiesta de rock y democracia, sólo que con un final más triste: mientras mis amigos fueron recluídos en la relativamente amable cárcel de Rocha, los de ella fueron directo para el siniestro Penal de Libertad)
Todo esto viene, claro está, a cuenta del procesamiento en suspenso del contador Eduardo Zaindenstat por haberse atrevido a decir que si todos los jueces fueran como el dudoso juez Eguren, Uruguay sería una república bananera. Para mí Zaindenstat estuvo muy mal; hay repúblicas bananeras mucho más serias que Uruguay y que no merecen ser puestas como ejemplos de corrupción. Unos días antes el periodista Gustavo Escanlar había merecido una pena similar cuando se le ocurrió decir, no como periodista sino como entrevistado, que Federico Fasano -esa suerte de Ciudadano Kane sin grandeza que se ha convertido en el autoproclamado portavoz de la izquierda mientras tritura cualquier intento de sindicalizar su amarillísimo diario- era un "hijo de mil putas", opinión que parecen compartir la casi totalidad de las personas que trabajaron para él.
Los uruguayos tienen la costumbre irreflexiva y coaccionada de creer en la incorruptibilidad e infalibilidad del Poder Judicial sin que haya realmente evidencia de ninguna de ambas cosas. De hecho es el mismo Poder Judicial que aprobó una ley anti-constitucional y contraria a todos los tratados internacionales de derechos humanos por donde se la viera como la Ley de Caducidad. Es el mismo Poder Judicial que se ha inclinado hacia la dirección en la que sopla el Ejecutivo desde hace años, el mismo que declaró "cosa juzgada" el caso Bordaberry, el criminal de crímenes más evidentes de toda la historia del país y que sin embargo nunca fue procesado por ellos.
El mismo Poder Judicial que ha exonerado a tratantes de blancas atrapados in fragranti(pero con buenas conexiones en el mismo), que ha mantenido reuniones totalmente irregulares con operadores del aparato político en coquetos clubes de la costa, que tiene presos sin condena y sin un proceso digno de tal nombre a cerca de la mitad de los habitantes de las cárceles, que se votó a sí mismo una excepción de los topes jubilatorios que le impuso a todos los demás uruguayos más allá de lo que hubieran aportado en su vida laboral, que mantuvo a todos sus integrantes electos durante -y colaboradores de- la dictadura. El mismo que puso todos los palos en las ruedas posibles a los abogados que durante la misma intentaban defender los derechos de los prisioneros, el que sigue sin reconocer los derechos laborales de cientos de presos y exiliados a causa de dicha dictadura, el que procesó a cuatro pelotudos graffiteros por "sedición" en plena democracia, que envió al Penal de Libertad -también en plena democracia- a un desgraciado cantante al que se le ocurrió berrear "nos cagaremos en el parlamento" en una canción. El que ha construido evidentemente una relación corporativa entre fiscales y jueces que los hace protegerse mutuamente con la saña que uno supondría que deberían defender la igualdad ante el mismo. El incuestionable. Ese mismo Poder Judicial. Esa garantía, esa porquería.
El caso Z puede tener su lado bueno; es evidente que para la gente todo esto fue demasiado, demasiado absurdo. Cuando se exonera de castigo a un grupo de evasores de cerca de 50 millones de dólares y se castiga a quién dice que eso no está bien, no se puede hablar de democracia, ni de libertad de expresión, ni de las simulaciones de ambas cosas a las que estamos acostumbrados. No se puede hablar de nada, lo cual es demasiado hasta para una administración con tan poco amor a la libertad como esta. Los periodistas han sido desde el fin de la dictadura víctimas de su prolongación mediante las leyes de desacato, de injurias y de atentados al honor. Puede ser que ahora que la víctima ha sido un valioso peón del aparato político, a algún legislador se le ocurra que dejar semejantes armas de opresión legal de la opinión en manos de una sola persona, sea un demandante o un juez, es una atrocidad que ni en este país absurdo puede seguir adelante.
Ojalá que la gente se de cuenta de la diferencia entre hablar y hacer, y empiece a abrir los ojos acerca del monstruoso aparato de poder burocrático-corporativo en el que se convirtió el supuesto garante de nuestros derechos. Si eso se da al menos en parte, entonces todo esto puede haber sido positivo. Pedir justicia sería demasiado.
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