domingo, noviembre 27, 2005
Desinteresadamente
El venezolano Hugo Chávez es un tipo polémico, por lo cual es lógico que en la prensa, especialmente de derecha, aparezcan periódicamente valoraciones negativas con respecto a sus acciones. Veamos por ejemplo las siguientes:
Hugo Chávez y Fidel Castro conforman una "pésima receta".
El ego de Chávez gana notoriedad en los Estados Unidos.
La mujer que le hace sombra a Hugo Chávez en Venezuela.
Fuerte rechazo de los españoles a la venta de material bélico a Chávez.
Chávez genera roces diplomáticos entre los Estados Unidos y España.
Ni el cocalero Evo Morales lo quiere cerca a Hugo Chávez.
La errante diplomacia de Hugo Chávez choca ahora contra Bolivia.
Los mexicanos culpan a Chávez por los conflictos diplomáticos.
Chávez busca un "enemigo exterior" para justificar problemas internos.
Hugo Chávez justifica su decisión de entregar armas a la sociedad civil.
La pelea Chávez-Fox planeta una fuerte división en la región.
Describen a Hugo Chávez como "un personaje pendenciero".
Chávez se vistió de mariachi y quedó en ridículo en México.
(Chávez) El enemigo "a muerte" de la libertad de expresión.
Fox derrota 10 a 0 a Chávez en los cruces por el ALCA.
La política exterior venezolana es "agresivamente intervencionista".
Carlos Fuentes considera que Hugo Chávez es un "payaso pasajero".
En Guatemala prefieren a Bush antes que a Chávez.
¿De dónde provienen estas frases? ¿Son parte de un virulento libelo anti-chavista de un medio de oposición venezolana? ¿Una exhaustiva recopilación sacada de columnas de opinión de esos modelos de analistas que son Oppenheimer o Montaner? ¿Graffitis en el baño de una empresa de Cisnero...?
No exactamente, se trata de titulares, cada uno de ellos, de la sección de noticias (es decir, no de columnas de opinión) mundiales del diario online Infobae, voz en la web de Daniel Hadad, periodista argentino dueño del Canal 9 de Buenos Aires y de Radio 10, una de las radios más escuchadas en la Capital Federal. Si que haya 18 títulos de nota tan subjetivos con respecto a alguien parece raro, agrego otro dato: la totalidad de los mismos fueron subidos a la página en una semana, la que va del 20 al 27 de noviembre. Y si tanta dedicación no parece asombrosas agrego que había muchos más, practicamente el doble, pero los otros podían pasar como noticias de interés para un medio argentino (básicamente sobre la reunión Kirchner-Chávez). Pero confrontando el archivo de la página se puede confirmar que el porcentaje de notas dedicadas a Chávez en Infobae es aproximadamente el mismo todas las semanas, vaya Kirchner de visita o no, pase algo en Venezuela o no.
Me hace recordar a la paciencia con la que el derechista diario montevideano El País introdujo una "mala noticia" o una crítica a la Intendencia frenteamplista durante todos los días de los quince años desde que asumió Vázquez hasta que asumió Ehrlich. Ahora hay una cierta tregua, no porque le tengan simpatías a Ehrlich sino porque hay toda una adminstración de la que encargarse. Pero hasta El País tenía la decencia de relegar casi todas estas "noticias" a la página de opinión.
Los amigos porteños me pueden decir con justicia: "Pero Benito, ¿estás descubriendo la pólvora de que Hadad es un facho repugnante y porfiado...?" Bueno, no, no es eso, aunque estoy seguro que algo tan metódico y excesivo -hasta Fidel Castro, que ofrece muchos más flancos de ataque, es tratado en forma mucho más razonable- no se corresponde a una ideología sino a un interés específico y material, a alguna inversión de los poderosos lobbys mediáticos venezolanos de oposición en Infobae (cosa que tal vez también sea vox populi en la vecina orilla). Y en realidad lo que me interesa no es ni Infobae ni Chávez sino la facilidad para hacer pasar por información periodística algo que no tiene absoultamente nada que ver con la misma. Y que solo aparece en su carácter real cuando se toma un poquito de perspectiva y se ve el dibujo entero. Que en este caso se parece mucho a la feísima jeta de Hadad. Coméntenselo a su tachero la proxima vez que tomen uno de estos vehículos en Buenos Aires.
Hugo Chávez y Fidel Castro conforman una "pésima receta".
El ego de Chávez gana notoriedad en los Estados Unidos.
La mujer que le hace sombra a Hugo Chávez en Venezuela.
Fuerte rechazo de los españoles a la venta de material bélico a Chávez.
Chávez genera roces diplomáticos entre los Estados Unidos y España.
Ni el cocalero Evo Morales lo quiere cerca a Hugo Chávez.
La errante diplomacia de Hugo Chávez choca ahora contra Bolivia.
Los mexicanos culpan a Chávez por los conflictos diplomáticos.
Chávez busca un "enemigo exterior" para justificar problemas internos.
Hugo Chávez justifica su decisión de entregar armas a la sociedad civil.
La pelea Chávez-Fox planeta una fuerte división en la región.
Describen a Hugo Chávez como "un personaje pendenciero".
Chávez se vistió de mariachi y quedó en ridículo en México.
(Chávez) El enemigo "a muerte" de la libertad de expresión.
Fox derrota 10 a 0 a Chávez en los cruces por el ALCA.
La política exterior venezolana es "agresivamente intervencionista".
Carlos Fuentes considera que Hugo Chávez es un "payaso pasajero".
En Guatemala prefieren a Bush antes que a Chávez.
¿De dónde provienen estas frases? ¿Son parte de un virulento libelo anti-chavista de un medio de oposición venezolana? ¿Una exhaustiva recopilación sacada de columnas de opinión de esos modelos de analistas que son Oppenheimer o Montaner? ¿Graffitis en el baño de una empresa de Cisnero...?
No exactamente, se trata de titulares, cada uno de ellos, de la sección de noticias (es decir, no de columnas de opinión) mundiales del diario online Infobae, voz en la web de Daniel Hadad, periodista argentino dueño del Canal 9 de Buenos Aires y de Radio 10, una de las radios más escuchadas en la Capital Federal. Si que haya 18 títulos de nota tan subjetivos con respecto a alguien parece raro, agrego otro dato: la totalidad de los mismos fueron subidos a la página en una semana, la que va del 20 al 27 de noviembre. Y si tanta dedicación no parece asombrosas agrego que había muchos más, practicamente el doble, pero los otros podían pasar como noticias de interés para un medio argentino (básicamente sobre la reunión Kirchner-Chávez). Pero confrontando el archivo de la página se puede confirmar que el porcentaje de notas dedicadas a Chávez en Infobae es aproximadamente el mismo todas las semanas, vaya Kirchner de visita o no, pase algo en Venezuela o no.
Me hace recordar a la paciencia con la que el derechista diario montevideano El País introdujo una "mala noticia" o una crítica a la Intendencia frenteamplista durante todos los días de los quince años desde que asumió Vázquez hasta que asumió Ehrlich. Ahora hay una cierta tregua, no porque le tengan simpatías a Ehrlich sino porque hay toda una adminstración de la que encargarse. Pero hasta El País tenía la decencia de relegar casi todas estas "noticias" a la página de opinión.
Los amigos porteños me pueden decir con justicia: "Pero Benito, ¿estás descubriendo la pólvora de que Hadad es un facho repugnante y porfiado...?" Bueno, no, no es eso, aunque estoy seguro que algo tan metódico y excesivo -hasta Fidel Castro, que ofrece muchos más flancos de ataque, es tratado en forma mucho más razonable- no se corresponde a una ideología sino a un interés específico y material, a alguna inversión de los poderosos lobbys mediáticos venezolanos de oposición en Infobae (cosa que tal vez también sea vox populi en la vecina orilla). Y en realidad lo que me interesa no es ni Infobae ni Chávez sino la facilidad para hacer pasar por información periodística algo que no tiene absoultamente nada que ver con la misma. Y que solo aparece en su carácter real cuando se toma un poquito de perspectiva y se ve el dibujo entero. Que en este caso se parece mucho a la feísima jeta de Hadad. Coméntenselo a su tachero la proxima vez que tomen uno de estos vehículos en Buenos Aires.
lunes, noviembre 21, 2005
Marihuana, ¿clandestino..?
(En el post anterior se daba una cierta discusión acerca de qué drogas merecen la prohibición y qué drogas no, así como de escalas de malignidad de las mismas. Simultáneamente leo una entrevista recién realizada a el más famoso de los compositores alterlatinos que me sirve para desarrollar algunas cosas).
Contrariamente a lo que algunos malvados pueden creer, no sólo no detesto a Manu Chao sino que además me parece un tipo muy talentoso y razonablemente sincero. El concierto que vi de Mano Negra en AFE, concierto que tuvo en la música uruguaya un efecto similar al de los aviones de Osama sobre la arquitectura neoyorquina, sigue estando primero o segundo en mi top-ten entre todos los shows que vi en mi vida. La música de Chao solista me parece menos enérgica que la de Mano Negra pero conceptualmente más original y desafiante. No es que lo escuche mucho, pero no me disgusta escucharlo y de no haber estado quebrado monetariamente tal vez lo hubiera ido a ver al Plaza.
Pero más allá de sus talentos y sus compartibles convicciones, Chao es un bocazas, le gusta hablar y habla, aunque no tenga ni idea de lo que está hablando. Dejemos de lado el caso más notorio, que es su apoyo a los cuatro procesados por sedición de la Ciudad Vieja. Yo personalmente comparto en buena medida su diagnóstico de "error judicial" (aunque yo utilizaría el término "imbecilidad judicial"), pero tengo mis serias dudas de que un franco-español recién llegado al Uruguay pueda juzgar en forma instantánea un problema tan local y complejo. Pero en realidad lo que me hace escribir y me molesta son sus declaraciones con respecto a las drogas, declaraciones más dignas de un artista de malabares que de un supuesto pensador maduro e influyente.
Después de declararse sensatamente a favor de la legalización general dice Manu en Brecha: "Yo fumo marihuana y lo digo claramente: de otras drogas nada. Tomo mi vinito y mi marihuana. Es una planta de la naturaleza. A los chavales que luego caen en drogas más duras les digo que si piensan hacer eso como un acto de rebeldía se están metiendo un dedo en el culo, porque están exactamente dónde quieren tenerlos: drogados, divididos y matándose entre sí".
Bien, esta no es una opinión nueva y se basa en algún hecho bastante comprobado como la inundación de heroína de los barrios negros en los sesentas, heroína introducida por la propia CIA, pero como los ovnis y otros fenómenos aquello también tenía una explicación menos conspirativa y meramente económica. Eso es un gran tema de discusión pero totalmente lateral; ante todo lo que importa es ¿qué está diciendo este hombre, al que se respeta por motivos que superan ampliamente a lo musical hasta el punto de poder considerarlo un líder ideológico de los movimientos anti-globalización? ¿qué dice Manu con respecto a las drogas? Qué está a favor de la legalización de todas; bien, me parece bien y que no está a favor del consumo de ninguna... excepto las que él usa.
Lo que quiero decir es: hay un montón de posiciones con respecto a las drogas, que pueden resumirse en una combinatoria de todas las drogas y la opinión que se tenga de cada una, pero lo esencial es estar hablando desde la posición menos prejuiciosa y más informada posible, no de la más cómoda. Chao rescata a la marihuana, sustancia a la que le ha dedicado numerosas referencias en sus canciones, y al vino, al que le dedica un cariñoso diminutivo, y advierte sobre la peligrosidad de las demás drogas, justificando su legalización solo para que no se generen mafias. Pero, ¿qué tienen el vino y la marihuana de diferente de las otras drogas, más allá de ser las que al parecer le gustan a Chao? Chao menciona el que la marihuana es una planta, cosa difícil de discutir, pero eso es algo que se aplica también en orígen a todos los opiáceos, a todos los derivados de la coca y a un sinúmero de alucinógenos realmente poderosos. Por otra parte buena parte de las marihuanas actuales han tenido tratamientos genéticos dignos de Monsanto, lo que no se corresponde mucho con un espíritu naturista. Se podría argumentar que la marihuana y el vino son sustancias sacramentales para un par de religiones -la rastafari y el cristianismo- pero una vez más es algo que se puede aplicar a otra buena cantidad de alucinógenos, muchos de ellos utilizados desde mucho antes que el cáñamo, así que suponemos que no debe ser por eso. Tampoco debe ser por que sean drogas "blandas", porque esta calificación le puede caer a la marihuana pero no al alcohol, aunque se lo trate afectuosamente como "vinito", que ha sido, justamente, el gran anestésico de masas utilizado en occidente por los grandes poderes.
Entonces; ¿tienen algo en común el vinito y la marihuana además de ser las sustancias de elección de Chao? Sí; además de esto y a pesar de que una de las dos es absurdamente ilegal, ambas son las formas de intoxicación y ebriedad más aceptadas en occidente. Es decir, las dos más fáciles de defender.
Milan Kundera habla en El libro de la risa y el olvido de un concepto interesante y muy extendido dentro de la gente progresista, que es lo que él denomina "la mejor de todas las ideas progresistas posibles". ¿De que se trata? de ese tipo de ideas que permite a quién la promulga colocarse dentro del bando de los disidentes sociales, pero que no es tan radical como para llegar a arriesgar la marginación o la exclusión social de su defensor, la idea del opositor aceptable, del clandestino tolerado. Es decir es el estar a favor de la eutanasia pero no del suicidio, de la agremiación pero no de la ocupación, del cartel pero no del molotov, del porro pero no de la aguja.
No nos vamos a hacer el jacobino y a negar de que generalmente esas posiciones están dictadas por la sensatez y la cordura, pero también sirven para pasar por revolucionario lo que apenas es gatopardismo reformista. A lo que voy es que a esto me suenan las declaraciones del artista contestatario empleado de Virgin Manu Chao, cuando separa al porrito y el vinito de otras sustancias advirtiendo que las otras fomentan el desarrollo de mafias, a una excelente idea progresista, pero que desde el punto de vista de los que creemos en la liberalización y la autonomía personal no tiene pies ni cabeza. Quiero decir, tiene sentido el que se pretenda antes que nada la legalización de la marihuana, una prohibición solo explicable por la globalización imperial del puritanismo cristiano, y tiene sentido que se recomiende en particular el uso las sustancias que a uno le parecen más agradables, pero no tiene sentido el considerar al vino como una sustancia no embrutecedora o advertir sobre consecuencias "mafiosas" del uso de algunas drogas cuando en realidad se puede establecer un mercado negro de cualquier producto escaso o excesivamente regulado.
Para los jóvenes punk de los setentas no había mayor símbolo de claudicación al sistema que el místico fumador de porro, lo mismo que para los izquierdistas latinomericanos que corrían de sus filas a cualquiera que se atreviera a una costumbre burguesa decadente como el consumo de cannabis. Hoy la rueda ha girado y el Ché y la hoja de faso comparten bandera y slogan, y los demonios del "juego al sistema" han cambiado de nombre, pero en realidad el prejuicio hacia la alteración de las percepciones físicas y/o psíquicas, el miedo a lo desconocido y el rechazo a la responsabilidad de auto-regularse siguen siendo los mismos. Quiero decir, es una discusión desplazada de su eje; lo mismo que aquella discusión que supuestamente enfrentaba posiciones sobre sí Saddam Hussein tenía o no tenía armas de destrucción masiva cuando en verdad la discusión era si un país que posee dicho tipo de armas tiene derecho a regularselas unilateralmente a otro. En este caso se discute si tal o cual droga es más o menos dañina, si alimenta a más o menos criminales o si es más o menos natural cuando la discusión es una y más sencilla: si una persona adulta tiene derecho a tomar decisiones independientes sobre su cuerpo y lo que se mete dentro. Y ahí yo lo veo en el bando de enfrente a Manu, aunque despotrique contra las prohibiciones.
Como de costumbre recurro para el tema a la opinión calificada de Antonio Escothado ("ese gallego que viene a vender drogas", como decía un Diego Maradona duro como una rodilla de titanio), pero no hablando sobre alguna droga satánica e ilegal sino sobre el alcohol, el componente psicoactivo del vinito de Manu Chao: "Sin duda porque solemos ver en las bebidas alcohólicas algo positivo o negativo de acuerdo con su uso por seres humanos determinados, y no como algo siempre bueno o malo en sí, cuando abrimos los principales textos científicos sobre alcohólismo no nos encontramos con una descripción farmacológica del alcohol, sino con conceptos dirigidos a perfilar personalidad básica o constelación social del alcohólico. (...) Es una lástima que no apliquemos el mismo criterio a otras sustancias psicoactivas, iluminando lo que de otro modo quedará sumido permanentemente en sombras".
Yo como libertario me pongo en guardia ante cualquier substancia que pueda limitar la propia libertad gracias a su poder embrutecedor o su capacidad adictiva, pero al mismo tiempo creo, como Sartre, que la uno es libre cuando ejerce la libertad y que no hay ejercicio de la libertad que no la limite. Y de pura mala leche hago una pregunta malintencionada y tramposa: hagámos tres conjuntos, en el primero coloquemos a Manu Chao, a Whitney Houston, a Al Gore, a Bruce Willis, a Art Garfunkel y al enano de La Vela Puerca. En otro conjunto pongamos a Iggy Pop, a Lenny Bruce, a Charlie Parker, a William S. Burroughs, a Richard Hell y a Aleister Crowley. Y por último hagamos uno con Gil Scott-Heron, Sigmund Freud, Richard Pryor, Isadora Duncan, Miles Davis y David Bowie. ¿Se dieron cuenta de qué tienen en común los integrantes de cada grupo? Exacto, los del primero son conocidos defensores y adeptos a la marihuana, el segundo está constituído por notorios adictos a ese diablo terrible y algo olvidado que es la heroína y el tercero es de famosos amantes de la cocaína. Ahora, si tuvieran que ordenarlos de mayor a menor a estos grupos, con estos integrantes, en relación a sus talentos artísticos y, sobre todo, a su caracter de revolucionarios o disidentes culturales. ¿Cómo los ordenarían?
Ya sé que estoy haciendo trampa y que podría haber armado un primer conjunto más aceptable pero, ¿qué conclusiones se podrían sacar a partir de estos grupos de estudio? Cualquiera, lo que es decir absolutamente ninguna. No se puede llegar a ninguna conclusión, porque estamos hablando de distintos adultos en distintas circunstancias y con distintos grados de conocimiento y control. Y eso exactamente es lo que estoy tratando de decir y el motivo por el cual me resultan irrelavantes las opiniones de Chao.
En algún post futuro hablaré bien del faso, pero en este momento no corresponde y sería cascotear a mi planteo.
Contrariamente a lo que algunos malvados pueden creer, no sólo no detesto a Manu Chao sino que además me parece un tipo muy talentoso y razonablemente sincero. El concierto que vi de Mano Negra en AFE, concierto que tuvo en la música uruguaya un efecto similar al de los aviones de Osama sobre la arquitectura neoyorquina, sigue estando primero o segundo en mi top-ten entre todos los shows que vi en mi vida. La música de Chao solista me parece menos enérgica que la de Mano Negra pero conceptualmente más original y desafiante. No es que lo escuche mucho, pero no me disgusta escucharlo y de no haber estado quebrado monetariamente tal vez lo hubiera ido a ver al Plaza.
Pero más allá de sus talentos y sus compartibles convicciones, Chao es un bocazas, le gusta hablar y habla, aunque no tenga ni idea de lo que está hablando. Dejemos de lado el caso más notorio, que es su apoyo a los cuatro procesados por sedición de la Ciudad Vieja. Yo personalmente comparto en buena medida su diagnóstico de "error judicial" (aunque yo utilizaría el término "imbecilidad judicial"), pero tengo mis serias dudas de que un franco-español recién llegado al Uruguay pueda juzgar en forma instantánea un problema tan local y complejo. Pero en realidad lo que me hace escribir y me molesta son sus declaraciones con respecto a las drogas, declaraciones más dignas de un artista de malabares que de un supuesto pensador maduro e influyente.
Después de declararse sensatamente a favor de la legalización general dice Manu en Brecha: "Yo fumo marihuana y lo digo claramente: de otras drogas nada. Tomo mi vinito y mi marihuana. Es una planta de la naturaleza. A los chavales que luego caen en drogas más duras les digo que si piensan hacer eso como un acto de rebeldía se están metiendo un dedo en el culo, porque están exactamente dónde quieren tenerlos: drogados, divididos y matándose entre sí".
Bien, esta no es una opinión nueva y se basa en algún hecho bastante comprobado como la inundación de heroína de los barrios negros en los sesentas, heroína introducida por la propia CIA, pero como los ovnis y otros fenómenos aquello también tenía una explicación menos conspirativa y meramente económica. Eso es un gran tema de discusión pero totalmente lateral; ante todo lo que importa es ¿qué está diciendo este hombre, al que se respeta por motivos que superan ampliamente a lo musical hasta el punto de poder considerarlo un líder ideológico de los movimientos anti-globalización? ¿qué dice Manu con respecto a las drogas? Qué está a favor de la legalización de todas; bien, me parece bien y que no está a favor del consumo de ninguna... excepto las que él usa.
Lo que quiero decir es: hay un montón de posiciones con respecto a las drogas, que pueden resumirse en una combinatoria de todas las drogas y la opinión que se tenga de cada una, pero lo esencial es estar hablando desde la posición menos prejuiciosa y más informada posible, no de la más cómoda. Chao rescata a la marihuana, sustancia a la que le ha dedicado numerosas referencias en sus canciones, y al vino, al que le dedica un cariñoso diminutivo, y advierte sobre la peligrosidad de las demás drogas, justificando su legalización solo para que no se generen mafias. Pero, ¿qué tienen el vino y la marihuana de diferente de las otras drogas, más allá de ser las que al parecer le gustan a Chao? Chao menciona el que la marihuana es una planta, cosa difícil de discutir, pero eso es algo que se aplica también en orígen a todos los opiáceos, a todos los derivados de la coca y a un sinúmero de alucinógenos realmente poderosos. Por otra parte buena parte de las marihuanas actuales han tenido tratamientos genéticos dignos de Monsanto, lo que no se corresponde mucho con un espíritu naturista. Se podría argumentar que la marihuana y el vino son sustancias sacramentales para un par de religiones -la rastafari y el cristianismo- pero una vez más es algo que se puede aplicar a otra buena cantidad de alucinógenos, muchos de ellos utilizados desde mucho antes que el cáñamo, así que suponemos que no debe ser por eso. Tampoco debe ser por que sean drogas "blandas", porque esta calificación le puede caer a la marihuana pero no al alcohol, aunque se lo trate afectuosamente como "vinito", que ha sido, justamente, el gran anestésico de masas utilizado en occidente por los grandes poderes.
Entonces; ¿tienen algo en común el vinito y la marihuana además de ser las sustancias de elección de Chao? Sí; además de esto y a pesar de que una de las dos es absurdamente ilegal, ambas son las formas de intoxicación y ebriedad más aceptadas en occidente. Es decir, las dos más fáciles de defender.
Milan Kundera habla en El libro de la risa y el olvido de un concepto interesante y muy extendido dentro de la gente progresista, que es lo que él denomina "la mejor de todas las ideas progresistas posibles". ¿De que se trata? de ese tipo de ideas que permite a quién la promulga colocarse dentro del bando de los disidentes sociales, pero que no es tan radical como para llegar a arriesgar la marginación o la exclusión social de su defensor, la idea del opositor aceptable, del clandestino tolerado. Es decir es el estar a favor de la eutanasia pero no del suicidio, de la agremiación pero no de la ocupación, del cartel pero no del molotov, del porro pero no de la aguja.
No nos vamos a hacer el jacobino y a negar de que generalmente esas posiciones están dictadas por la sensatez y la cordura, pero también sirven para pasar por revolucionario lo que apenas es gatopardismo reformista. A lo que voy es que a esto me suenan las declaraciones del artista contestatario empleado de Virgin Manu Chao, cuando separa al porrito y el vinito de otras sustancias advirtiendo que las otras fomentan el desarrollo de mafias, a una excelente idea progresista, pero que desde el punto de vista de los que creemos en la liberalización y la autonomía personal no tiene pies ni cabeza. Quiero decir, tiene sentido el que se pretenda antes que nada la legalización de la marihuana, una prohibición solo explicable por la globalización imperial del puritanismo cristiano, y tiene sentido que se recomiende en particular el uso las sustancias que a uno le parecen más agradables, pero no tiene sentido el considerar al vino como una sustancia no embrutecedora o advertir sobre consecuencias "mafiosas" del uso de algunas drogas cuando en realidad se puede establecer un mercado negro de cualquier producto escaso o excesivamente regulado.
Para los jóvenes punk de los setentas no había mayor símbolo de claudicación al sistema que el místico fumador de porro, lo mismo que para los izquierdistas latinomericanos que corrían de sus filas a cualquiera que se atreviera a una costumbre burguesa decadente como el consumo de cannabis. Hoy la rueda ha girado y el Ché y la hoja de faso comparten bandera y slogan, y los demonios del "juego al sistema" han cambiado de nombre, pero en realidad el prejuicio hacia la alteración de las percepciones físicas y/o psíquicas, el miedo a lo desconocido y el rechazo a la responsabilidad de auto-regularse siguen siendo los mismos. Quiero decir, es una discusión desplazada de su eje; lo mismo que aquella discusión que supuestamente enfrentaba posiciones sobre sí Saddam Hussein tenía o no tenía armas de destrucción masiva cuando en verdad la discusión era si un país que posee dicho tipo de armas tiene derecho a regularselas unilateralmente a otro. En este caso se discute si tal o cual droga es más o menos dañina, si alimenta a más o menos criminales o si es más o menos natural cuando la discusión es una y más sencilla: si una persona adulta tiene derecho a tomar decisiones independientes sobre su cuerpo y lo que se mete dentro. Y ahí yo lo veo en el bando de enfrente a Manu, aunque despotrique contra las prohibiciones.
Como de costumbre recurro para el tema a la opinión calificada de Antonio Escothado ("ese gallego que viene a vender drogas", como decía un Diego Maradona duro como una rodilla de titanio), pero no hablando sobre alguna droga satánica e ilegal sino sobre el alcohol, el componente psicoactivo del vinito de Manu Chao: "Sin duda porque solemos ver en las bebidas alcohólicas algo positivo o negativo de acuerdo con su uso por seres humanos determinados, y no como algo siempre bueno o malo en sí, cuando abrimos los principales textos científicos sobre alcohólismo no nos encontramos con una descripción farmacológica del alcohol, sino con conceptos dirigidos a perfilar personalidad básica o constelación social del alcohólico. (...) Es una lástima que no apliquemos el mismo criterio a otras sustancias psicoactivas, iluminando lo que de otro modo quedará sumido permanentemente en sombras".
Yo como libertario me pongo en guardia ante cualquier substancia que pueda limitar la propia libertad gracias a su poder embrutecedor o su capacidad adictiva, pero al mismo tiempo creo, como Sartre, que la uno es libre cuando ejerce la libertad y que no hay ejercicio de la libertad que no la limite. Y de pura mala leche hago una pregunta malintencionada y tramposa: hagámos tres conjuntos, en el primero coloquemos a Manu Chao, a Whitney Houston, a Al Gore, a Bruce Willis, a Art Garfunkel y al enano de La Vela Puerca. En otro conjunto pongamos a Iggy Pop, a Lenny Bruce, a Charlie Parker, a William S. Burroughs, a Richard Hell y a Aleister Crowley. Y por último hagamos uno con Gil Scott-Heron, Sigmund Freud, Richard Pryor, Isadora Duncan, Miles Davis y David Bowie. ¿Se dieron cuenta de qué tienen en común los integrantes de cada grupo? Exacto, los del primero son conocidos defensores y adeptos a la marihuana, el segundo está constituído por notorios adictos a ese diablo terrible y algo olvidado que es la heroína y el tercero es de famosos amantes de la cocaína. Ahora, si tuvieran que ordenarlos de mayor a menor a estos grupos, con estos integrantes, en relación a sus talentos artísticos y, sobre todo, a su caracter de revolucionarios o disidentes culturales. ¿Cómo los ordenarían?
Ya sé que estoy haciendo trampa y que podría haber armado un primer conjunto más aceptable pero, ¿qué conclusiones se podrían sacar a partir de estos grupos de estudio? Cualquiera, lo que es decir absolutamente ninguna. No se puede llegar a ninguna conclusión, porque estamos hablando de distintos adultos en distintas circunstancias y con distintos grados de conocimiento y control. Y eso exactamente es lo que estoy tratando de decir y el motivo por el cual me resultan irrelavantes las opiniones de Chao.
En algún post futuro hablaré bien del faso, pero en este momento no corresponde y sería cascotear a mi planteo.
sábado, noviembre 19, 2005
Hablemos (un poco) de fobal
El miércoles pasado me levanté a las 7 de la mañana, al igual que algunos cientos de miles de uruguayos, para ver como la selección celeste era incapaz de vencer o empatar a la discretísima selección australiana, quedándose nuevamente fuera de un campeonato mundial. Más que bronca, lo que me produjo el partido fue una gran tristeza al ver al equipo irradiar una notoria impotencia, una imposibilidad de hacer dos pases seguidos hacia adelante y tirar con un cierto peligro. Tal vez lo más triste es que esta selección tan incapaz era la mejor, por lo menos desde un punto de vista defensivo, que se había visto en varios años. Ni siquiera pude alegrarme de la derrota de Jorge Fosatti, DT llorón, chupacirios y bocón, porque su trabajo fue bastante bueno, más allá de este o aquel cambio, y su principal obstáculo fue tener que dirigir la selección de un país en que el deporte, como cualquier otra actividad joven, ha sido desvastado.
Pero bueno, veamos el lado positivo; uno, a pesar de no ser realmente futbolero, se hace mucha mala sangre con el fútbol, y la situación general del fútbol uruguayo es tan abominable que como buen leninista vale la pena pensar que "cuanto peor, mejor". De hecho, las cada vez más virulentas reacciones populares en contra de Tenfield y su monopolio en algún momento van a conseguir debilitar su omnipotencia, o al menos eso es lo que uno quiere creer. Pero ante todo lo que uno quiere es dejarse de joder con ese deporte imbécil y dedicarse a ver otras cosas.
Todo bien, hasta que el sábado a uno se le ocurre ver el super derby español y comprobar que, aún en sus formatos más comerciales y etnocéntricos, sigue siendo un noble deporte. Hacía mucho, mucho tiempo que no veía un partido tan perfecto, simbólico y épico. Empezando por Eto'o, que era la víctima de los odios de la fachísima hinchada del Real Madrid -que festejaba con banderas de águilas el aniversario de la muerte de Franco y que estaba decidida a demostrarle todo el rechazo posible al africanísimo y negrísimo delantero del Barcelona-, pero el negro no se asustó sino que más bien al contrario, después del genial pase de Messi definió de puntín, con una tranquilidad helada, haciendo el primer gol de visitante en pleno Santiago Bernabeu. Ya eso valía el ver el partido. Pero además estaba Ronaldinho.
Hace poco, hablando sobre Maradona, dije que el gaúcho podía aspirar tranquilamente a la corona del Diego puesto que ya tenía galardones similares y todavía le quedaba cuerda para rato. Algún argentino me puteó por la comparación pero las cosas parecen estarme dando la razón. El partido que hizo el sábado pasado fue una de las más asombrosas demostraciones de fútbol total que yo haya visto, no solo en los últimos tiempos sino en toda mi puta vida. Y si a la perfección de su juego se le suma la importancia histórica del partido, un superclásico ganado como visitantes frente al cuadro más caro de todos los tiempos, ya es hora de admitir que se está viviendo en el tiempo de un nuevo monstruo. Cuando terminó el partido, con la hinchada del Real aplaudiendo -y sin ironía ni furia, con simple admiración- el desempeño inhumano del brasileño, yo estaba tan emocionado como al final del partido en el que Uruguay se quedó nuevamente fuera de una copa mundial. Pero en esta ocasión era solamente esa emoción sin fidelidades que surge ante la contemplación de la belleza deportiva pura. De alguna forma quedé realmente agradecido de haber podido disfrutar de algo así.
Está bien, el modesto cuadro uruguayo no tiene -a pesar de tener dos cracks en potencia como Lugano y Forlán- nada que hacer en un campeonato en el que juegan monstruos así. Es otro deporte, otro juego, otra cosa. Me quedé contento, el año que viene va a haber un gran campeonato de fútbol, en realidad entre dos cuadros, uno con Tévez y Messi de delanteros y el otro con Ronaldinho y Robinho en los mismos puestos. Va a ser épico, va a valer la pena y va a ser imposible dedicarse a cosas más importantes.
Pero bueno, veamos el lado positivo; uno, a pesar de no ser realmente futbolero, se hace mucha mala sangre con el fútbol, y la situación general del fútbol uruguayo es tan abominable que como buen leninista vale la pena pensar que "cuanto peor, mejor". De hecho, las cada vez más virulentas reacciones populares en contra de Tenfield y su monopolio en algún momento van a conseguir debilitar su omnipotencia, o al menos eso es lo que uno quiere creer. Pero ante todo lo que uno quiere es dejarse de joder con ese deporte imbécil y dedicarse a ver otras cosas.
Todo bien, hasta que el sábado a uno se le ocurre ver el super derby español y comprobar que, aún en sus formatos más comerciales y etnocéntricos, sigue siendo un noble deporte. Hacía mucho, mucho tiempo que no veía un partido tan perfecto, simbólico y épico. Empezando por Eto'o, que era la víctima de los odios de la fachísima hinchada del Real Madrid -que festejaba con banderas de águilas el aniversario de la muerte de Franco y que estaba decidida a demostrarle todo el rechazo posible al africanísimo y negrísimo delantero del Barcelona-, pero el negro no se asustó sino que más bien al contrario, después del genial pase de Messi definió de puntín, con una tranquilidad helada, haciendo el primer gol de visitante en pleno Santiago Bernabeu. Ya eso valía el ver el partido. Pero además estaba Ronaldinho.
Hace poco, hablando sobre Maradona, dije que el gaúcho podía aspirar tranquilamente a la corona del Diego puesto que ya tenía galardones similares y todavía le quedaba cuerda para rato. Algún argentino me puteó por la comparación pero las cosas parecen estarme dando la razón. El partido que hizo el sábado pasado fue una de las más asombrosas demostraciones de fútbol total que yo haya visto, no solo en los últimos tiempos sino en toda mi puta vida. Y si a la perfección de su juego se le suma la importancia histórica del partido, un superclásico ganado como visitantes frente al cuadro más caro de todos los tiempos, ya es hora de admitir que se está viviendo en el tiempo de un nuevo monstruo. Cuando terminó el partido, con la hinchada del Real aplaudiendo -y sin ironía ni furia, con simple admiración- el desempeño inhumano del brasileño, yo estaba tan emocionado como al final del partido en el que Uruguay se quedó nuevamente fuera de una copa mundial. Pero en esta ocasión era solamente esa emoción sin fidelidades que surge ante la contemplación de la belleza deportiva pura. De alguna forma quedé realmente agradecido de haber podido disfrutar de algo así.
Está bien, el modesto cuadro uruguayo no tiene -a pesar de tener dos cracks en potencia como Lugano y Forlán- nada que hacer en un campeonato en el que juegan monstruos así. Es otro deporte, otro juego, otra cosa. Me quedé contento, el año que viene va a haber un gran campeonato de fútbol, en realidad entre dos cuadros, uno con Tévez y Messi de delanteros y el otro con Ronaldinho y Robinho en los mismos puestos. Va a ser épico, va a valer la pena y va a ser imposible dedicarse a cosas más importantes.
jueves, noviembre 17, 2005
That 70's Show (2)
Los diez dedos de nuestras manos nos han hecho pensar en decenas y por ende en décadas, haciendo que uno asocie complejos procesos sociales de diferente duración en períodos regulares de, justamente, diez años, y que supuestamente se oponen ferozmente. Así es que diferenciamos radicalmente a los 60s de los 70s, los 80s y los 90s (y nos preguntamos cómo carajo decirle a la actual década llena de ceros), ignorando que son calificaciones arbitrarias ya que cada una de las características que uno le asigna a una década, suele salpicar y prolongarse en la siguiente más allá del decimal que la encabece. Un buen ejemplo es la supuesta explosión indie de principios de los noventas, que en realidad fue algo así como el canto de cisne del prolífico y fascinante underground sonoro de los ochentas. También hay que recordar que la globalización cultural es un fenómeno más reciente de lo que suele creérse y que apenas treinta años atrás las fronteras eran fronteras y las distancias quedaban lejos.
Toda esta cháchara viene a cuento de la mala prensa que tuvieron y que siguen teniendo los 70s, década que -a excepción del Cono Sur, donde el término "setentista" tiene virulentas connotaciones guerreras- se asocia con el conformismo, la reacción y el fin de los sueños de la década anterior. Esto es un reduccionismo algo superficial y que las grandes reformas sociales engendradas en los 60s y que fueron sociabilizadas en los años posteriores. Si bien las grandes revoluciones culturales occidentales planteadas en la Sorbona o en Woodstock se pueden considerar fracasadas, la monumental embestida que estos movimientos pegaron contra los fundamentos sexuales y morales de este hemisferio abrió una brecha que fue disfrutada con irresponsabilidad y alegría por los afortundados que la vivieron, quienes recogieron (en todos los sentidos) muchas de las semillas sembradas -y regadas con sangre- en la década que la precedió. Fue un espacio de tiempo extraño, antes de que -con la espada del SIDA en una mano y la declaración de Guerra a las Drogas en la otra- el sistema reaccionara con una no menos brutal contrarreforma, la misma que hoy en día padecemos sin final a la vista, en manos de dictadores hipocondríacos decididos a alargar nuestras vidas hasta que nos muramos de aburrimiento y pánico.
Algunos post detrás comentábamos el enorme escándalo producido por la modelo Kate Moss al ser capturada in fragranti por un paparazzi en el VIP de una disco mientras peinaba y se mandaba un considerable número de rayas de frula. Nos enteramos así que al parecer Kate Moss era la última persona que tomaba cocaína en la tierra, y como tal va a ser castigada en forma ejemplar ya que no sólo perdió varios de sus contratos sino que además tiene una orden de captura en Inglaterra, si se le ocurre volver de Ibiza, porque peinar una raya para otra persona es -como sabe cualquiera que haya estado atrapado alguna vez en los kafkianos procedimientos legales relacionados con drogas- suministro.
Casualmente, o no, estuve re-leyendo un libro sobre otras discos en otros tiempos, The Last Party de Anthony Haden-Guest, una irregular crónica impresionista sobre la cultura nocturna neoyorquina que va desde el auge de Studio 54 hasta el ascenso (y vertiginosa caída) de Michael Alig y los Club Kids. Y entre escándalo y escándalo a uno lo que le sorprende más es, justamente, la falta de escándalo y la libertad desenfrenada de esa década y esa ciudad sobre la que no se habían estrellado ni aviones ni alcaldes de nula tolerancia. Es decir, un revoltijo de celebridades, quaaludes, orgías, glitter, frula, punk, crimen, heroína y pansexualismo dignos del Satiricón, en los cuales la clase alta y el jet-set vivían en un frenesí digno de rock stars y las rock stars morían como polillas alrededor de un foco. Uno intenta yuxtaponer el revuelo provocado por la Moss y su libertino novio entre el ambiente de esos años 70, supuestamente tan caretas y aburridos, y es imposible. Es como intentar imaginar a un melenudo llamando la atención por la longitud de su cabello en Woodstock. Quiero decir, la luna que ilustra este post, y que ostensiblemente toma frula de una cuchara, medía dos metros por dos mentros y colgaba a un lado de la pista de Studio 54, la discoteca a la que todo el mundo tenía que ir, desde los Kennedys hasta los Jaggers. Cocaine Kate en Studio 54 habría sido nada más que Skinny Kate, ya que en aquél tiempo la frula se consideraba no sólo glamorosa sino también inocua, lo cual era bastante cierto porque el grado de pureza habitual en aquellos tiempos era muy superior al posterior y la mandanga, como todas las drogas, es relativamente inofensiva cuando no se le corta con sustancias innobles.
La amoralidad, hedonismo y desbunde generalizado de las crónicas de Studio 54 y la era disco pueden remitir tanto a los días más desaforados del Imperio Romano como a la gran fiesta menemista de los 90s, pero en realidad no tienen mucho más en común con esta que las enormes cantidades de frula consumida. El derroche del menemismo y sistemas latinoamericanos similares fue siempre de un doble discurso asombroso en el que políticos y deportistas con la mandíbula desencajada y la nariz blanca recomendaban no dársela y estar combatiendo al flagelo blanco entre saque y saque. La fiesta disco de los setentas en cambio no sólo coincide con la administración más progresista que se conociera en Estados Unidos desde Roosevelt, la del injustamente donostado Jimmy Carter, sino que además no es culposa ni hipócrita. Es in your face y sin más remordimiento o paranoia que el de niños jugando. Y estamos hablando de primeras damas (Margaret Trudeau, por ejemplo) dadas vueltas en público y bailando con notorios traficantes.
De cualquier forma no voy a romantizar un lugar como Studio 54, que era también esencialmente un antro de discriminación social, esnobismo terminal y cruel derroche, pero me parece una muestra más de una estado socio-cultural general, de una fiesta que se extendía desde el despropósito glamoroso de las discos hasta las alcantarillas del punk. No hay mayor prueba de esto, de la diferencia de tiempos, que la maravillosa Saturday Night Fever, un blockbuster juvenil comercial cuyo equivalente actual podría ser, digamos, Coyote Ugly (aunque esta estuvo lejísimos de convertirse en un fenómeno como la película de John Badham). Sin embargo y viéndola con los ojos de hoy, Saturday Night Fever -con su moral difusa, su furia social asordinada y su ausencia de soluciones finales- está más cerca de Trainspotting que de una de los musicales actuales orientados a los jóvenes. Pero es una comparación cruel, tanto como comparar a los Bee-Gees con cualquier grupo pop contemporáneo.
Pero en realidad me parece que el zeitgeist está perfectamente representado por estas declaraciones de Don Ruebell que me apuro a traducir. Ruebell es un ginecólogo neoyorquino sin mayores señas particulares que las de haber sido hermano del fallecido Steve Ruebell, el infame creador de Studio 54, y repasando aquellos días salvajes dijo lo siguiente: "Hubo un momento en la Historia en el que todo el mundo percibió el que la ley no operaba en ciertos ambientes. Y Studio 54 era uno de ellos. Que cualquier cosa que hiceras no iba a meterse en el resto de tu vida. (...) Era 'hacé lo que quieras'. Y no había una concepción de castigo. Y no había una nueva moralidad en existencia en aquel momento. Y estaba realmente observado. Y la prensa era muy buena -o muy mala- en cómo nunca reportaban las transgresiones. ¡Decían que era una fiesta salvaje! Una gran fiesta. Pero no especificaban. En el clima de hoy eso sería imposible. ¿Se abusó? sí. ¿Se hicieron cosas malas en nombre del bien? sí. Pero fue un momento de libertad definitiva."
Toda esta cháchara viene a cuento de la mala prensa que tuvieron y que siguen teniendo los 70s, década que -a excepción del Cono Sur, donde el término "setentista" tiene virulentas connotaciones guerreras- se asocia con el conformismo, la reacción y el fin de los sueños de la década anterior. Esto es un reduccionismo algo superficial y que las grandes reformas sociales engendradas en los 60s y que fueron sociabilizadas en los años posteriores. Si bien las grandes revoluciones culturales occidentales planteadas en la Sorbona o en Woodstock se pueden considerar fracasadas, la monumental embestida que estos movimientos pegaron contra los fundamentos sexuales y morales de este hemisferio abrió una brecha que fue disfrutada con irresponsabilidad y alegría por los afortundados que la vivieron, quienes recogieron (en todos los sentidos) muchas de las semillas sembradas -y regadas con sangre- en la década que la precedió. Fue un espacio de tiempo extraño, antes de que -con la espada del SIDA en una mano y la declaración de Guerra a las Drogas en la otra- el sistema reaccionara con una no menos brutal contrarreforma, la misma que hoy en día padecemos sin final a la vista, en manos de dictadores hipocondríacos decididos a alargar nuestras vidas hasta que nos muramos de aburrimiento y pánico.
Algunos post detrás comentábamos el enorme escándalo producido por la modelo Kate Moss al ser capturada in fragranti por un paparazzi en el VIP de una disco mientras peinaba y se mandaba un considerable número de rayas de frula. Nos enteramos así que al parecer Kate Moss era la última persona que tomaba cocaína en la tierra, y como tal va a ser castigada en forma ejemplar ya que no sólo perdió varios de sus contratos sino que además tiene una orden de captura en Inglaterra, si se le ocurre volver de Ibiza, porque peinar una raya para otra persona es -como sabe cualquiera que haya estado atrapado alguna vez en los kafkianos procedimientos legales relacionados con drogas- suministro.
Casualmente, o no, estuve re-leyendo un libro sobre otras discos en otros tiempos, The Last Party de Anthony Haden-Guest, una irregular crónica impresionista sobre la cultura nocturna neoyorquina que va desde el auge de Studio 54 hasta el ascenso (y vertiginosa caída) de Michael Alig y los Club Kids. Y entre escándalo y escándalo a uno lo que le sorprende más es, justamente, la falta de escándalo y la libertad desenfrenada de esa década y esa ciudad sobre la que no se habían estrellado ni aviones ni alcaldes de nula tolerancia. Es decir, un revoltijo de celebridades, quaaludes, orgías, glitter, frula, punk, crimen, heroína y pansexualismo dignos del Satiricón, en los cuales la clase alta y el jet-set vivían en un frenesí digno de rock stars y las rock stars morían como polillas alrededor de un foco. Uno intenta yuxtaponer el revuelo provocado por la Moss y su libertino novio entre el ambiente de esos años 70, supuestamente tan caretas y aburridos, y es imposible. Es como intentar imaginar a un melenudo llamando la atención por la longitud de su cabello en Woodstock. Quiero decir, la luna que ilustra este post, y que ostensiblemente toma frula de una cuchara, medía dos metros por dos mentros y colgaba a un lado de la pista de Studio 54, la discoteca a la que todo el mundo tenía que ir, desde los Kennedys hasta los Jaggers. Cocaine Kate en Studio 54 habría sido nada más que Skinny Kate, ya que en aquél tiempo la frula se consideraba no sólo glamorosa sino también inocua, lo cual era bastante cierto porque el grado de pureza habitual en aquellos tiempos era muy superior al posterior y la mandanga, como todas las drogas, es relativamente inofensiva cuando no se le corta con sustancias innobles.
La amoralidad, hedonismo y desbunde generalizado de las crónicas de Studio 54 y la era disco pueden remitir tanto a los días más desaforados del Imperio Romano como a la gran fiesta menemista de los 90s, pero en realidad no tienen mucho más en común con esta que las enormes cantidades de frula consumida. El derroche del menemismo y sistemas latinoamericanos similares fue siempre de un doble discurso asombroso en el que políticos y deportistas con la mandíbula desencajada y la nariz blanca recomendaban no dársela y estar combatiendo al flagelo blanco entre saque y saque. La fiesta disco de los setentas en cambio no sólo coincide con la administración más progresista que se conociera en Estados Unidos desde Roosevelt, la del injustamente donostado Jimmy Carter, sino que además no es culposa ni hipócrita. Es in your face y sin más remordimiento o paranoia que el de niños jugando. Y estamos hablando de primeras damas (Margaret Trudeau, por ejemplo) dadas vueltas en público y bailando con notorios traficantes.
De cualquier forma no voy a romantizar un lugar como Studio 54, que era también esencialmente un antro de discriminación social, esnobismo terminal y cruel derroche, pero me parece una muestra más de una estado socio-cultural general, de una fiesta que se extendía desde el despropósito glamoroso de las discos hasta las alcantarillas del punk. No hay mayor prueba de esto, de la diferencia de tiempos, que la maravillosa Saturday Night Fever, un blockbuster juvenil comercial cuyo equivalente actual podría ser, digamos, Coyote Ugly (aunque esta estuvo lejísimos de convertirse en un fenómeno como la película de John Badham). Sin embargo y viéndola con los ojos de hoy, Saturday Night Fever -con su moral difusa, su furia social asordinada y su ausencia de soluciones finales- está más cerca de Trainspotting que de una de los musicales actuales orientados a los jóvenes. Pero es una comparación cruel, tanto como comparar a los Bee-Gees con cualquier grupo pop contemporáneo.
Pero en realidad me parece que el zeitgeist está perfectamente representado por estas declaraciones de Don Ruebell que me apuro a traducir. Ruebell es un ginecólogo neoyorquino sin mayores señas particulares que las de haber sido hermano del fallecido Steve Ruebell, el infame creador de Studio 54, y repasando aquellos días salvajes dijo lo siguiente: "Hubo un momento en la Historia en el que todo el mundo percibió el que la ley no operaba en ciertos ambientes. Y Studio 54 era uno de ellos. Que cualquier cosa que hiceras no iba a meterse en el resto de tu vida. (...) Era 'hacé lo que quieras'. Y no había una concepción de castigo. Y no había una nueva moralidad en existencia en aquel momento. Y estaba realmente observado. Y la prensa era muy buena -o muy mala- en cómo nunca reportaban las transgresiones. ¡Decían que era una fiesta salvaje! Una gran fiesta. Pero no especificaban. En el clima de hoy eso sería imposible. ¿Se abusó? sí. ¿Se hicieron cosas malas en nombre del bien? sí. Pero fue un momento de libertad definitiva."
sábado, noviembre 12, 2005
Buena televisión
Aquejado por una tenaz, profunda y extrañamente alegre resaca doy vueltas por la televisión abierta del mediodía del sábado (me gusta escuchar la televisión, sin mirarla, cuando estoy de resaca), cayendo en uno de esos pozos de la programación de fin de semana en los que no hay nada siquiera tolerable. Recalo entonces en un programa que suelo evitar, esa versión uruguaya de Almorzando con Mirta Legrand que es Puglia Invita. Me doy cuenta de que el invitado único de ese día es Fernando Peña, y como Peña suele ser un entrevistado muy divertido dejo la televisión en el 10 sin prestarle demasiada atención. Al rato no puedo sacar mis ojos de la pantalla, convencido de estar viendo algo extraordinario desde todo punto de vista.
A posteriori es inevitable darse cuenta de que era un programa fascinante: una entrevista mano a mano entre dos personajes en cierta forma arquetípicos y opuestos de la homosexualidad culta: por un lado Sergio Puglia, el chef educadísimo, afeminado pero asexuado en su discurso, sereno, superfluo y sibarita, el anfitrión perfecto que combina con cualquier situación social. Por el otro lado Fernando Peña, el transgresor del under, totalmente explícito y exhibicionista con respecto a su sexualidad pero marcadamente masculino a la vez, nihilista, puteador e impresentable. A priori era prepararse para ver a Puglia pasarla muy incómodo y a Peña jugando con dicha incomodidad para llamar la atención de todas las formas posibles, pero fue algo mucho más interesante.
Uno está malacostumbrado a ver conductores obsesionados por el reloj de la entrevista y por hacer sus dos o tres preguntas "candentes" a sus entrevistados, mientras estos aceptan contestar a cambio de poder pasar el chivo de su actividad más reciente, conformando un intercambio comercial envuelto en ostentosas demostraciones de afecto mutuo que festejan el estar en esa maravilla que es la televisión. Ante tanta porquería, uno puede olvidarse el que es en teoría posible el dos personas entablen una auténtica comunicación en el aire, y que esas dos personas se tengan además una simpatía no fingida. Recientemente Diego A. Maradona se perdió una gran oportunidad de establecer uno de esos contactos ante un Mike Tyson brillante y comunicativo al que no supo devolverle ni una pared. Todo lo contrario a lo que se vio en Puglia Invita el sábado pasado; evidentemente dos personas que se llevan realmente bien y se tienen estima mútua, Peña y Puglia mantuvieron una comunicación perfecta a lo largo de la hora y pico de programa, comunicación cuyo mayor mérito correspondió extrañamente a Puglia.
Contrariamente a lo que uno podía imaginarse, un Puglia imperturbable y comodísimo dejó a Peña hablar libremente sin confrontarlo ni exigirlo, apenas orientando y devolviendo dirección a la charla, y transmitiéndole a su entrevistado la misma comodidad que exhibía. Lo cual produjo un efecto notable; Peña, al no estar forzado a hacer de tirabombas, abandonó sus habituales costumbres de loca malediciente y puteando mucho menos que de costumbre se puso a hablar de cosas más íntimas que la mera sexualidad, hablando sobre su familia, su relación con su perra, con el arte y con su corazón. E inesperadamente en ese relajamiento casi doméstico y ante la complacencia de Puglia, consiguió tratar de temas realmente transgresores, no por su forma sino por la descarnada humanidad de su contenido. En un momento me di cuenta de que estaba viendo, en la televisión abierta del mediodía, a dos gays descarados hablando sobre el derecho a morir, sobre la soledad indestructible y sobre el miedo, es decir, sobre cosas prohibidas y excluídas de ese discurso televisivo que es como un sol radiante con la carita de "smile". Cuando Peña comenzó a hacer un tranquilo y razonable elogio de la imaginación y la pasión de Jeffrey Dahmer "el caníbal de Milwaukee", realmente me alegré de haber prendido la tele.
Al fin de la entrevista Peña reconoció explícitamente lo que de cualquier forma había sido evidente en el aire, el total confort y simpatía que se había establecido durante la nota y lo poco habitual que había sido hasta para un animal televisivo como él. Al hacer un brindis de despedida le reclamó a Puglia el que golpeara también el culo de la copa para terminar acotando un "pero como le cuesta dar el culo a este hombre" que les produjo un ataque de risas que terminó colapsando la entrevista, que terminó simplemente con dos tipos llorando literalmente de risa, festejando tal vez el haber logrado hacer de la televisión algo diferente por al menos una hora.
A posteriori es inevitable darse cuenta de que era un programa fascinante: una entrevista mano a mano entre dos personajes en cierta forma arquetípicos y opuestos de la homosexualidad culta: por un lado Sergio Puglia, el chef educadísimo, afeminado pero asexuado en su discurso, sereno, superfluo y sibarita, el anfitrión perfecto que combina con cualquier situación social. Por el otro lado Fernando Peña, el transgresor del under, totalmente explícito y exhibicionista con respecto a su sexualidad pero marcadamente masculino a la vez, nihilista, puteador e impresentable. A priori era prepararse para ver a Puglia pasarla muy incómodo y a Peña jugando con dicha incomodidad para llamar la atención de todas las formas posibles, pero fue algo mucho más interesante.
Uno está malacostumbrado a ver conductores obsesionados por el reloj de la entrevista y por hacer sus dos o tres preguntas "candentes" a sus entrevistados, mientras estos aceptan contestar a cambio de poder pasar el chivo de su actividad más reciente, conformando un intercambio comercial envuelto en ostentosas demostraciones de afecto mutuo que festejan el estar en esa maravilla que es la televisión. Ante tanta porquería, uno puede olvidarse el que es en teoría posible el dos personas entablen una auténtica comunicación en el aire, y que esas dos personas se tengan además una simpatía no fingida. Recientemente Diego A. Maradona se perdió una gran oportunidad de establecer uno de esos contactos ante un Mike Tyson brillante y comunicativo al que no supo devolverle ni una pared. Todo lo contrario a lo que se vio en Puglia Invita el sábado pasado; evidentemente dos personas que se llevan realmente bien y se tienen estima mútua, Peña y Puglia mantuvieron una comunicación perfecta a lo largo de la hora y pico de programa, comunicación cuyo mayor mérito correspondió extrañamente a Puglia.
Contrariamente a lo que uno podía imaginarse, un Puglia imperturbable y comodísimo dejó a Peña hablar libremente sin confrontarlo ni exigirlo, apenas orientando y devolviendo dirección a la charla, y transmitiéndole a su entrevistado la misma comodidad que exhibía. Lo cual produjo un efecto notable; Peña, al no estar forzado a hacer de tirabombas, abandonó sus habituales costumbres de loca malediciente y puteando mucho menos que de costumbre se puso a hablar de cosas más íntimas que la mera sexualidad, hablando sobre su familia, su relación con su perra, con el arte y con su corazón. E inesperadamente en ese relajamiento casi doméstico y ante la complacencia de Puglia, consiguió tratar de temas realmente transgresores, no por su forma sino por la descarnada humanidad de su contenido. En un momento me di cuenta de que estaba viendo, en la televisión abierta del mediodía, a dos gays descarados hablando sobre el derecho a morir, sobre la soledad indestructible y sobre el miedo, es decir, sobre cosas prohibidas y excluídas de ese discurso televisivo que es como un sol radiante con la carita de "smile". Cuando Peña comenzó a hacer un tranquilo y razonable elogio de la imaginación y la pasión de Jeffrey Dahmer "el caníbal de Milwaukee", realmente me alegré de haber prendido la tele.
Al fin de la entrevista Peña reconoció explícitamente lo que de cualquier forma había sido evidente en el aire, el total confort y simpatía que se había establecido durante la nota y lo poco habitual que había sido hasta para un animal televisivo como él. Al hacer un brindis de despedida le reclamó a Puglia el que golpeara también el culo de la copa para terminar acotando un "pero como le cuesta dar el culo a este hombre" que les produjo un ataque de risas que terminó colapsando la entrevista, que terminó simplemente con dos tipos llorando literalmente de risa, festejando tal vez el haber logrado hacer de la televisión algo diferente por al menos una hora.
jueves, noviembre 10, 2005
That 70's Show (1)
Ya he hablado anteriormente en este blog acerca de mi pasión absoluta por el cine norteamericano de los años setenta, pasión que no tiene que ver con la nostalgia ya que mi temprana edad durante esa década no me permitió vivir el momento de gloria de las películas que hoy en día idolatro.
El otro día capturé en televisión abierta Contacto en Francia (William Friedkin, 1971), viéndola deslumbrado por enésima vez. La parquedad y la falta de moralina en un policial sobre drogas que exhibe esta película sin buenos ni malos, sin estruendos pero con una línea narrativa férrea, que mantiene a la película atadísima sin que jamás se vean las ataduras, es inimaginable hoy en día. Pero eso ya lo sabemos.
Pero en lo que me colgué esta vez -las grandes películas permiten que uno se cuelgue de sus distintas capas en forma infinita- no fue del personaje de Gene Hackman, ni del de Fernando Rey, sino de un enorme personaje, cientos de veces retratado por Hollywood pero que los directores de los setentas sabían como hacer brillar aunque la agarraran sin maquillaje: la ciudad de New York.
No conocí a New York hasta fines de los noventas, cuando había dejado de ser esa urbe peligrosa, creativa y carismática para convertirse en un símbolo turístico del poder estadounidense y su modo de vida, quedaban rastros fascinantes pero ya estaba claro que era otra cosa. Y otra cosa que Hollywood no podía captar: cuando veo películas filmadas en la ciudad en el período en el que yo estuve, de cualquier forma no se ve la ciudad -a pesar de ser películas llenas de exteriores como Contra el enemigo o Tienes un e-mail-, New York no está en ellas, tal vez porque New York ya no está en New York y porque Hollywood está ciega.
En cambio en Contacto en Francia... uno reconoce calles que tal vez no llegó a conocer, cada cara tiene una historia atrás y en cada esquina vive gente. Y no es una cualidad única de Friedkin, también pasa con otras películas neoyorquinas de la época, películas tan disímiles como Mean Streets, Looking for Mr. Goodbar, Manhattan,The Warriors, Saturday Night Fever, Shaft o Taxi Driver. Lo que me deja pensando en que, más allá del talento de aquellos directores, que tal vez en los setentas New York consiguió fundirse con su arquetipo, con la idea legendaria hecha de mugre, belleza y aventura que fuimos construyendo mientras escuchábamos discos de Richard Hell y nunca habíamos escuchado hablar de Giuliani.
El otro día capturé en televisión abierta Contacto en Francia (William Friedkin, 1971), viéndola deslumbrado por enésima vez. La parquedad y la falta de moralina en un policial sobre drogas que exhibe esta película sin buenos ni malos, sin estruendos pero con una línea narrativa férrea, que mantiene a la película atadísima sin que jamás se vean las ataduras, es inimaginable hoy en día. Pero eso ya lo sabemos.
Pero en lo que me colgué esta vez -las grandes películas permiten que uno se cuelgue de sus distintas capas en forma infinita- no fue del personaje de Gene Hackman, ni del de Fernando Rey, sino de un enorme personaje, cientos de veces retratado por Hollywood pero que los directores de los setentas sabían como hacer brillar aunque la agarraran sin maquillaje: la ciudad de New York.
No conocí a New York hasta fines de los noventas, cuando había dejado de ser esa urbe peligrosa, creativa y carismática para convertirse en un símbolo turístico del poder estadounidense y su modo de vida, quedaban rastros fascinantes pero ya estaba claro que era otra cosa. Y otra cosa que Hollywood no podía captar: cuando veo películas filmadas en la ciudad en el período en el que yo estuve, de cualquier forma no se ve la ciudad -a pesar de ser películas llenas de exteriores como Contra el enemigo o Tienes un e-mail-, New York no está en ellas, tal vez porque New York ya no está en New York y porque Hollywood está ciega.
En cambio en Contacto en Francia... uno reconoce calles que tal vez no llegó a conocer, cada cara tiene una historia atrás y en cada esquina vive gente. Y no es una cualidad única de Friedkin, también pasa con otras películas neoyorquinas de la época, películas tan disímiles como Mean Streets, Looking for Mr. Goodbar, Manhattan,The Warriors, Saturday Night Fever, Shaft o Taxi Driver. Lo que me deja pensando en que, más allá del talento de aquellos directores, que tal vez en los setentas New York consiguió fundirse con su arquetipo, con la idea legendaria hecha de mugre, belleza y aventura que fuimos construyendo mientras escuchábamos discos de Richard Hell y nunca habíamos escuchado hablar de Giuliani.
lunes, noviembre 07, 2005
Gurú, gurú
Parece que el insigne Francis Fukuyama se apresta a visitar Buenos Aires, tal vez con el objetivo de hacer una contra-contra-cumbre, o algo así. El hombre que hace más de diez años llegó a la conclusión de que no había sistema más perfecto, noble y con onda que el capitalismo salvaje y que gallardamente proclamó el fin de la Historia, aseveraciones ambas que sostuvo con notable poder de convicción -especialmente entre los entusiastas latinoamericanos- sin considerar variables molestas como la realidad o la naturaleza humana, viene a presentar su nuevo libro. O a ver minitas, o quién sabe. En todo caso consiguió ser tapa del suplemento Ñ de Clarín, en el cual da la buena nueva que es la idea central de su nueva obra: el Estado no es malo, malo, malo y de hecho hay que reflotar su concepto y su poder.
¿Qué pasó? ¿se nos volvió keynesiano, o peor, socialista el bueno de Francis? No, no hay que desesperar. Como bien aclara el pensador en la nota de Clarín, no es el sistema económico lo que necesita de Estado y este no tiene que meterse a regular el proceder de ningún comerciante honrado ni a re-distribuir un carajo, sino que tiene que hacer de policía fuerte y malo ante los peligros que acechan a este sistema inmejorable. Es decir; según Fukuyama el Estado debe desaparecer, pero no tanto como para llegar a un relajo tal que permita el desarrollo de los enemigos históricos del capitalismo. ¿Quiénes son? Bueno, hombre, quiénes van a ser, todos los nombres del aquelarre: el terrorismo, las drogas, el SIDA y la pobreza.
A uno le surgen un montón de preguntas que se podrían hacer, como el por qué las drogas no entran en el canon del comercio capitalista, o por qué los laboratorios multinacionales que son tan buenos no podrían solucionar el problema del SIDA, o por qué la pobreza es el mal endémico del capitalismo moderno y en qué la combatiría el tener más policías (se me ocurren respuestas siniestras), pero no da para complicar al tipo, que es un intelectual prestigioso y uno es un pobre gil con un blog podrido. Con todo se le podría avisar que no es lindo poner como ejemplo de gobierno equilibrado al ciclo de Pinochet, que hay gente que no lo quiere mucho y que no piensa que Chile sea el paraíso de la clase obrera.
Una prueba de lo importantes que son las opìniones de este hombre, sobre todo para una derecha que tiene que aggiornarse con frases que no hayan sido quemadas en los noventas, es el calibre de quién va a disertar junto a él en la vecina orilla. Nada más y nada menos que el ex presidente de la R.O.U., Julio María Sanguinetti. Lo cual es totalmente lógico, si se tiene en cuenta de que yo por ejemplo descubrí la nota de Clarín gracias al fervoroso elogio radial de otro gran intelectual oriental, el señor Rodolfo Fattorusso.
jueves, noviembre 03, 2005
Ficción / realidad / ficción
Como bien se sabe en este blog se odia (un poquito) a la publicidad en general, y al parecer el sentimiento es mutuo porque la publicidad no para de agredirnos. Por lo menos hoy la entrega de los premios Grammy nos eximirá de seguir soportando el asombrosamente ofensivo "Hasta la victoria Drexler" sobre el que ya hablamos en el blog de ghetta.
Pero hay otra publicidad que me inquieta sobremanera. Se trata del anuncio televisivo de la próxima película de Leo Ricagni, llamada A Dios Momo (¿sacan? a-dios... adiós...) en el cual se acumulan algunas aterradoras imágenes carnavalenses, yuxtapuestas con sobre-impresos que presagian no sé qué desgracias relacionadas con el regreso de Obdulio Varela, la luna de febrero, algún cuplé infernal y otros sustos que me mantendrán bien alejado de los cines en los que la den (aunque para asustarme no era necesario ese anuncio, con el recuerdo de El Chevrolé alcanza y sobra para varias décadas).
Entre las frases presentes en el anuncio -que no es exactamente un trailer- una me llama poderosamente la atención. Se trata de la que reza "Una historia que solamente un Dios podría contar". Quiero y estoy obligado a creer que se trata de que la historia ficcional que la película desarrolla es narrada por un personaje que encarna al Dios Momo, lo deduzco en relación al nombre de la película y porque tengo la confianza de que el ego y la auto-apreciación de Ricagni debe tener algún límite. Porque, a falta de más datos, lo que dice explícitamente el anuncio es que es una película narrada y/o dirigida por un Dios, lo cual me parece un poco excesivo. Quiero decir, El Chevrolé no era precisamente divina.
Pero hay otra publicidad que me inquieta sobremanera. Se trata del anuncio televisivo de la próxima película de Leo Ricagni, llamada A Dios Momo (¿sacan? a-dios... adiós...) en el cual se acumulan algunas aterradoras imágenes carnavalenses, yuxtapuestas con sobre-impresos que presagian no sé qué desgracias relacionadas con el regreso de Obdulio Varela, la luna de febrero, algún cuplé infernal y otros sustos que me mantendrán bien alejado de los cines en los que la den (aunque para asustarme no era necesario ese anuncio, con el recuerdo de El Chevrolé alcanza y sobra para varias décadas).
Entre las frases presentes en el anuncio -que no es exactamente un trailer- una me llama poderosamente la atención. Se trata de la que reza "Una historia que solamente un Dios podría contar". Quiero y estoy obligado a creer que se trata de que la historia ficcional que la película desarrolla es narrada por un personaje que encarna al Dios Momo, lo deduzco en relación al nombre de la película y porque tengo la confianza de que el ego y la auto-apreciación de Ricagni debe tener algún límite. Porque, a falta de más datos, lo que dice explícitamente el anuncio es que es una película narrada y/o dirigida por un Dios, lo cual me parece un poco excesivo. Quiero decir, El Chevrolé no era precisamente divina.
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