sábado, julio 31, 2004

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Sigmur me escribe en un comment: “murió Seregni”.

Gracias al abyecto escandalete de los últimos días -motivado por la reposición de una fotografía de Seregni a la galería de generales comandantes de la 2ª División, de donde había sido bajada durante la dictadura y recién fue repuesta casi 20 años después del regreso de la democracia- Seregni había sido noticia y se habían hecho algunas menciones a la enfermedad, cáncer de páncreas, que finalmente lo mató. La reposición de la foto produjo un comunicado de protesta por parte de un grupo de generales que, en un país donde la justicia no fuera una farsa patética estarían colgando de los árboles, pero que ni siquiera significó la destitución del Comandante en Jefe. Las menciones respecto a la gravedad del estado físico de Seregni me hizo pensar en que, a los 88 años, la muerte debía estar rondando al general.

Qué figura incómoda Seregni; representante de el ala centrista del Frente Amplio y responsable de algunas jugadas polémicas, que tal vez le costaron las elecciones del 2000 al FA, era sin duda un dirigente moral, consciente de su poder simbólico, políticamente pragmático pero principista, al que le encantaba hacer de disidente dentro del partido que comandó durante muchos años. Milico hasta el fin, Seregni no llegó a ser el Perón que Perón nunca fue, pero posiblemente haya sido el último gran hombre de la política nacional. En tiempos en que los presidentes huyen en helicópteros de la debacle que cultivaron o practican el terrorismo ideológico desde fuera de fronteras a uno le resulta casi inverosímil el gesto de Seregni que, sabiendo que se enfrentaba a la cárcel, la tortura y tal vez la muerte, decidió conscientemente no escaparse de Uruguay después del golpe porque le parecía que el líder de la izquierda no podía huir ante la barbarie. Así fue torturado y luego encarcelado durante diez años y así adquirió una autoridad que nadie podía discutirle en lo moral, aunque sí en la praxis política, lo cual motivó algunas de las mayores pequeñeces de la historia reciente de la izquierda.

Rara vez estuve de acuerdo con Seregni, cuya voluntad conciliatoria produjo aberraciones como el Pacto del Club Naval. Yo estoy a favor de lo irreconciliable, de la justicia de sangre y fuego, del fin de la impunidad congénita y de un brumario de furia jacobina. Pero tal vez para el mundo sea mejor que haya políticos como Seregni y que yo me dedique a hacer catársis en un blog.

Es triste que el co-fundador del FA y su figura histórica indiscutible muera a meses de que dicho partido –posiblemente- llegue al gobierno por primera vez. Su último acto político, el discurso que dio en el homenaje que le hicieron en el Paraninfo universitario, fue extrañamente hermoso. Ahora sé que el hombre ya estaba marcado para la muerte cuando le hicieron ese homenaje, ese conocimiento hace brillar aún más su discurso.

Después de leer la noticia fui caminando hasta la casa de mi vieja, pensando en la muerte de Seregni, y pasé por el cruce de los bulevares, donde vivía el viejo general. Y me vino una tristeza enorme, una tristeza de recuerdos revueltos. Porque recuerdo cuando el nombre de Seregni se decía en voz baja y reverente, aún entre cuatro paredes, porque afuera estaba el infierno. Recuerdo el sonido subversivo y prohibido de su apellido, recuerdo la diferencia entre decir “Seregni” y decir “teta” o “culo”. Recuerdo una pared encalada en la que aún se podía leer su nombre escrito en una pintada abolida. Recuerdo preguntarle a mi tía o a mi madre sobre Seregni y por qué estaba preso y no entender la explicación. Recuerdo otro Uruguay, que agonizaba mientras pensábamos que estaba sanándose y que podemos enterrar con el cuerpo de Seregni. Recuerdo...

(entro al flog de Camila y, en lugar de encontrar uno de sus habituales autorretratos softcore-punk, me encuentro con una foto del General. Camila debía ser una bebé de semanas cuando lo soltaron, si había nacido, pero escribe que tiene un nudo en la garganta. Escucho a Gargano mientras se le quiebra la voz en la radio al pedir que vayan al velorio con las banderas. Escucho a Rosencof que recuerda que Seregni renunció al ejército en el 69 diciendo que "el ejército no fue creado para reprimir obreros y estudiantes". Yo tengo la sensación de estar viendo un enorme dirigible hundiéndose en el agua marrón del Río de la Plata. Escucho a Zitarrosa que en la radio canta el "Adagio en mi país". Yo veo colecciones de Mafalda incendiándose y creando espirales de humo. Yo veo un puño final sobre la garganta de un fantasma. Yo no reconozco esta sensación, este país atragantado.)

Y recuerdo cuando lo soltaron, en el orwelliano Montevideo de 1984. Recuerdo que fui a la manifestación espontánea que se formó ahí, en los bulevares, y recuerdo el rayo de electricidad que cruzó a la multitud cuando el tipo salió al balcón. No recuerdo nunca haber vuelto a sentir una vibración tan fuerte en una multitud. Recuerdo el silencio con el que se escuchó su discurso, recuerdo que su voz sonaba muy feliz. Recuerdo que me encontré con mi madre, que nunca fue frenteamplista. Recuerdo que el haber ido fue mi primera decisión política. Recuerdo que Seregni no parecía poderoso. Recuerdo banderas que nunca había visto ondear hasta ese momento. No recuerdo con quién fui. Recuerdo días después hablar sobre haber estado ahí con Jimena, de quién estaba enamorado por primera vez y sin mayores esperanzas. Ella también había estado ahí, pero no nos habíamos visto. Recuerdo esa charla y como le brillaban los ojos. Recuerdo que era muy linda. Recuerdo mi, en aquel entonces extraordinario, pin del Ché. Me recuerdo a mí.

Pero (cuando cruzo los bulevares veo gente mirando hacia arriba, hacia el balcón) sé que ese yo se murió hace tiempo, y ahora sigmur dice que se murió el General.

viernes, julio 30, 2004

El viejo, del otro lado de la cordillera

Esta noticia superó las fronteras chilenas y dio vueltas por el mundo:

SANTIAGO. AFP Y ANSA

La última palabra clara que salió por los parlantes de la Catedral Metropolitana de Santiago de Chile el sábado por la noche fue el "amén" del padre Faustino Gazziero De Stefani, a cargo de la misa. Después el altar quedó vacío y a los pocos minutos su grito desgarrador estremeció al recinto. Desde las sombras había salido un hombre vestido de negro que, con pocos movimientos, lo degolló mientras decía "por satán".

El cáliz que el cura llevaba en la mano rodó y fue el último ruido que se escuchó por el micrófono que el sacerdote no había alcanzado a apagar. El cuadro que encontraron los feligreses conmocionó ayer a todo Chile. Cubierto de sangre agonizaba el sacerdote y muy cerca de él, su atacante se lastimaba con el mismo chuchillo con el que había atacado al cura.

"El hombre lo tomó por el cuello y le propinó varios cortes, mientras se reía", indicó una acongojada feligresa. Otra mujer contó que "terminó la misa y por el micrófono se sintió un ruido muy extraño, como quien baja una escalera y se resbala. Fuimos a ver qué pasaba y el sacerdote ya estaba en el suelo, tenía mucha sangre en la cara. Más allá estaba la otra persona también herida".

"Todos corrimos a ver qué pasaba, porque fue muy espantoso el grito que se sintió. Esto ocurrió cuando nos retirábamos y el sacerdote con el cáliz ya estaba bajando las escalinatas", agregó la mujer a la televisión.

Después del crimen y, antes de ser reducido por los asistentes del cura y unos 70 fieles que asistían al oficio religioso, Orias Gallardo se autoinfirió graves heridas que obligaron a su traslado al hospital la Posta Central, donde informaron que estaba fuera de peligro.

Los informes indican que el homicida trató de matarse dándose varias estocadas en los brazos y el cuello, después de lo cual untó sus manos con sangre.




Es curioso, pero me doy cuenta de que, si bien hay toda una tradición de atentados satanistas contra los bienes materiales de la Iglesia, el conflicto personal de los seguidores del diablo con sus némesis de sotana es mucho más raro y el terrorismo anti-personal prácticamente inexistente, dejándole esos menesteres a los anarquistas.

Lo que me extraña es que aunque al parecer el atacante estaba tatuado y pertenecía a una secta llamada “los hombres de negro”, no hay ninguna mención a la música de ningún tipo. Y yo agrego con malicia: Chile es el país que tiene la escena de Black Metal más fuerte de Latinoamérica, inclusive el pirata más famoso de Immortal está grabado allí. Busquen, busquen que encuentran.

De cualquier forma, un cura que se llama "Faustino" en algo andaba, seguro.

sábado, julio 24, 2004

Mirando canciones (XII): Dicks Hate the Police

Hace algunos días veo en la televisión una escena notable; en un partido de fútbol en la pacífica y tolerante Suiza, un manifestante aprovecha las cámaras –ese ojo subjetivo que se hace el imparcial pero sólo apunta hacia un lado- para saltar a la cancha con un cartel pacifista. Los policías de seguridad empiezan a correr al atrevido que cae en el área, cerca de una de las tribunas populares que, como los suizos son civilizados, no tienen alambrado. Entonces tres policías enormes le saltan encima, lo inmovilizan y le comienzan a pegar potentes golpes cortitos de palo en la cabeza. Cuando están dedicados a esta forma policíaca de recreación, de la nada aparece volando un hincha de fútbol que le encaja una soberbia patada voladora en la cabeza al cana que estaba más contento en su divertimento represivo, y de pronto donde había tres grandotes uniformados pegándole a un gordito pacifista, hay tres grandotes uniformados tratando de salir de alguna forma de una cancha en la que todo el mundo decidió que estaban haciendo una hijadeputez y que había que equilibrar las cosas. Se fueron para el hospital. Lo pasaron en todos los noticiarios y todos los comentaristas hicieron comentarios de “qué barbaridad, qué salvajismo”, aunque alguno reconoció que la paliza dada a los representantes de la ley había estado bastante justificada. A mí me pareció un espectáculo edificante. Me hubiera gustado verla con mi sobrino y decirle “eso es lo que pasa, o lo que tendría que pasar, cuando la gente ve un abuso y le cree a sus ojos”.

"Dicks Hate the Police": Toda la gente de mi generación, generación de adolescencia grunge, conoce esta canción en la fantástica versión de Mudhoney, que supera ampliamente a la original, pero prefiero usar la versión original de la letra para hablar de un grupo tal vez más interesante que Mudhoney: los fabulosos Dicks, banda fundacional del hardcore texano, cuyo primer simple rezaba lo siguiente:

Mommy, mommy, mommy / Look at your son
You might have loved me / But now I got a gun
You better stay out of my way
I think I've had a bad day
I've had a bad day
I've had a bad day

Daddy, daddy, daddy / Proud of your son
He got him a good job / Killing niggers and Mexicans
I'll tell you one thing, it's true
You can't find justice, it'll find you
It'll find you
It'll find you

People tell policemen / They've met their match
They’re fighting in desert sands / The Dicks will catch
Dicks hates policemen, and it's true
You can't find justice, it'll find you
It'll find you
It'll find you
It'll find you

Mommy, mommy / Look at your son
Maybe you once loved me / But now I’ve got a gun
You better stay out of my way
I've had a bad day
I've had a bad day
Mommy, I've had a bad day
Mommy, I've had a bad day
Mommy


The Dicks, denominación que puede justificarse como el plural de un nombre propio, como The Ramones, pero que esencialmente quiere decir “Las Pijas”, fueron una prueba más de que Texas, además de ser cuna de fascistas todopoderosos, también es el estado del que provienen las bandas y artistas más radicales de E.E.U.U. Si no recuerden simplemente los nombres de Roky Erickson, Daniel Johnston, Scratch Acid, Stick-Men with Ray Guns, Butthole Surfers, Big Boys… y una larga lista de pirados de inédita agresividad, que sugiere que el ácido tejano debe ser muy bueno. The Dicks fueron la banda iniciática del hardcore tejano, aunque esencialmente eran más bien una banda de punk con una postura muy política, y que era liderada por uno de los frontman más colosales del hardcore: Gary Floyd.



Gordo, puto y comunista, a Floyd solo le faltaba ser negro para ser el arquetipo de la pesadilla americana. Famoso por los shows en vivo, en los que un Floyd en ocasiones trasvestido y cubierto por una bandera de Rusia solía arrojar condones llenos de mayonesa a la audiencia mientras hacía referencias ultra-explícitas a su vida (homo)sexual, Floyd también era un vocalista vigoroso, con una de esas voces graves de gordo blusero que son más bien inusuales en el hardcore. Una voz similar a la de P.W. Long, de Mule, por la que Henry Rollins hubiera vendido el alma y que era la principal característica distintiva de unas canciones algo toscas pero con inesperados ganchos melódicos. The Dicks y Floyd nunca llegaron a ser primeras figuras del hardcore de los ochenta, pero la impresión que dejaron fue profunda y duradera. De hecho, además del famoso cover de Mudhoney también fueron versionados por Jesus Lizard (“Wheelchair Epidemic”) y los Butthole Surfers compusieron un tema en su honor llamado “Gary Floyd”. Pero tal vez la banda que recogió el legado de los Dicks en forma más notoria sea la más notable banda del punk actual, Turbonegro. No sólo no hay que ser muy brillante para notar las similitudes entre las historias de homosexualidad obesa berreadas por Floyd con las de los noruegos, sino que el título de su “Turbonegro Hates the Kids” es un homenaje evidente a la canción de la que motivó este post.

“Dicks Hate the Police” fue su primer simple y es, además de una declaración de principios, tal vez su mejor tema. Aunque no llega a los dos minutos el tema tiene un desarrollo perfecto y suficiente en el cual los versos se suceden sin solos ni puentes propiamente dichos. No hay lugar para la menor redundancia ya que incluso la estrofa que se repite es cantada con una diferencia de intensidad tal que mal puede decirse que signifique lo mismo. La urgencia del “Mommy, Mommy” de la cuarta estrofa es tal que hace recordar incluso al “Mother” de John Lennon y es una de las señales más ricas de esta canción política pero ambigua, en la que el resentimiento hacia los poderes familiares se mezcla con la furia contra los poderes estatales con naturalidad. Es decir, no se trata de una canción de protesta tal y como la entendía el folk (o algunas bandas punk), que se apoyaban en un hecho concreto para denunciarlo, sino que el odio que la canción reivindica es casi existencial. Es “la policía” la odiada, no “los policías”, y ese tono casi filosófico y lleno de lecturas contradictorias tiene su momento más brillante en el asombroso y amenazante segundo estribillo: “You can’t find justice, it’ll find you” . Lo único concreto es de donde viene ese odio, ya que los Dicks firman la canción desde el nombre y vuelven a subrayarlo en la autorreferente tercer estrofa. ¿Cuántas bandas debutan así?, ¿qué banda saldría a la cancha con un tema así hoy en día? y, sobre todo, ¿por qué estas preguntas son retóricas?



La grabación es mala y la ejecución del tema es como mínimo rudimentaria, sin embargo una sola oída alcanza para que al menos su inigualable comienzo (“Mommy, mommy, mommy, look at your son / you might have loved me / but now I got a gun”) quede registrado en la memoria en forma definitiva. Los Mudhoney descubrieron que debajo de esa aspereza había una bestia de canción y la dejaron suelta en ese huracán de versión que grabaron para el Superfuzz, Big Muff, corriendo el riesgo de que dicha bestia se devorara por comparación el resto del disco, cosa que hubiera ocurrido si no hubieran incluido en el mismo el mayor de sus clásicos, “Touch Me I’m Sick”. Hasta el día de hoy el tema es obligatorio en cada recital de Mudhoney, quienes sabiamente cambian en la tercera estrofa el enunciado del odio sustituyéndolo en forma obvia por “Mudhoney hates the police”.

Hay un dos dobles sentidos obvios en ese definitivo nombre con el que bautizaron al tema. Uno bastante estúpido que es el de recordar que es una canción de 1980, lanzada justo en medio de una guerra underground que asolaba su ciudad natal de Austin entre “punks hardcore” y “new wave”, lo que permitiría pensar en la canción como una declaración de aversión a la banda de Sting, que reinaba insoportable por aquellos días (me niego a considerar esta lectura, pero tenía que mencionarla). El otro, más interesante, es considerar lo que pensaría un escucha que no supiera el nombre de la banda ni la autorreferente construcción del nombre, e interpretara literalmente lo de “Dicks hate the police”, es decir, “las pijas odian a la policía”. Y tal vez sea eso: las pijas odian a la policía, porque la naturaleza odia a la policía… Y las conchas odian a la policía, los culos, las bocas, los pezones, los muslos, los ombligos, los huevos, las lenguas, las manos, los dedos, los ojos… Los cuerpos doloridos, los cuerpos excitados, los cuerpos en movimiento, los cuerpos que no responden a la orden de “quieto”, los cuerpos que cortan el aire en el soberbio ballet de una patada justa y perfecta.

miércoles, julio 21, 2004

No en mi nombre

Hace algunos días una noticia pasó casi inadvertida en la prensa, en ella se contaba que Julio María Sanguinetti, el ex presidente intelectual, declaraba que el Foro -es decir el Partido Colorado- se oponía totalmente a la presencia de cualquier representante diplomático palestino en Uruguay. El motivo que esgrimía era sólido: no había forma de controlar si dicho representante no era un temible terrorista. Dijo que apoyaban la creación de un estado palestino independiente pero no que hubiera una representación diplomática de su gobierno, lo cual puede sonar paradójico pero está en sintonía con la política exterior uruguaya, que suele apoyar a Israel en todas sus políticas y reservar sus iras para Cuba, que cometió el pecado de hacer una serie de envíos de vacunas gratis a nuestro país justo cuando éste tenía que congraciarse con Estados Unidos, o Venezuela, bestia negra de Sanguinetti, que suele preocuparse por la temible dictadura populista de Chávez en notorios artículos escritos para la prensa europea, que siempre necesita a un intelectual como Sanguinetti para que le explique la realidad latinoamericana.

Hace casi exactamente un año atrás el representante de Palestina en Argentina fue invitado a ofrecer una conferencia sobre la realidad de su país en el Centro de Estudios Emilio Frugoni (PS). La conferencia fue interrumpida y boicoteada por un grupo de estudiantes judíos que decidieron que esa campana no debía ser escuchada. La intervención de los estudiantes fue notoriamente dirigida por el embajador de Israel, un acto de injerencia inédito por parte de un diplomático y que del tipo que generalmente merecen una expulsión inmediata del diplomático y el pedido de explicaciones al gobierno. No para el gobierno uruguayo de Jorge Batlle, que por un día pareció olvidar su tradicional obsesión por la tolerancia y la diversidad de discursos.



Hoy la ONU votó una moción de condena que exige a Israel el acatamiento del dictámen del Tribunal Internacional y el desmantelamiento del muro que alegremente están edificando en territorio palestino y el resultado fue de una unanimidad poco frecuente: 150 países votaron por la afirmativa, 6 por la negativa (contando a Estados Unidos y a Israel) y 10 se abstuvieron. Curiosamente Uruguay, el bastión de los derechos humanos, fue uno de los países que decidieron abstenerse, sumando su voto al de orgullosas potencias independientes como Nauru, El Salvador, Tonga y Uganda.

Ah, no tengo ganas de seguir escribiendo.

lunes, julio 19, 2004

¿Se acuerdan de las canciones monosilábicas del grunge?

Re-escuchando el irregular y por momentos impresentable primer disco de los Fugs, me vuelvo a encontrar con el que supongo es el mejor nombre para una canción que haya visto:

"In the Middle of Their First Recording Session the Fugs Sign the Worst Contract Since Leadbelly's."

Eso basta para entrar a mi historia del rock.

viernes, julio 16, 2004

La espiral descendente

En Montevideo comenzó a emitirse una inquietante publicidad anti-drogas, que parte del frecuente argumento de que las drogas livianas son un camino que conduce a las drogas duras. Un argumento que tiene un pie en la realidad, casi nadie empieza consumiendo morfina o crack -aunque sí alcohol, que es una droga dura-, pero que tiene la misma lógica nerd que decir que aprender a caminar es el primer paso para estrellarse con un auto en la rambla. Una óptica estadística que siempre toma en cuento el porcentaje, seguramente enorme, de consumidores de drogas aparentemente siniestras que comenzaron fumando marihuana, pero que nunca he visto contabilizar el porcentaje, que aventuro también enorme, de personas que comenzaron fumando marihuana y nunca tuvieron ni siquiera la más puta intención de darse un pico. En fín, pero supongamos que la teoría de la escalera tiene razón... 


 
Ahora, a lo que iba es a la dinámica misma de la publicidad: En pantalla aparece un porro que se multiplica mientras una voz femenina repite ominosamente "porro, porro, porro, porro..." (me hace acordar a algunos amigos míos). De pronto empiezan a aparecer intercaladas con las imágenes de los porros unas latas de refresco dobladas (las latas que se usan para fumar pasta base) y la voz empieza a intercalar a su vez la palabra "lata", convirtiéndo el mantra en "porro, lata, porro, lata, lata, porro, lata, lata, lata..." mientras la pantalla se cubre de latas. A continuación aparece una primera raya de frula y la cantinela se convierte en "lata, merca, lata, merca, merca, merca..." Por último sobre una pantalla ya cubierta de saques que tientan mi actual sobriedad aparece una jeringa y el cántico cambia, obviamente, a "merca, pico, merca, pico, pico, pico, pico..." Entonces hay un fundido en negro y una voz femenina juvenil hace la preocupante pregunta "Una vez que le dijiste que sí al porro... ¿Cómo podés asegurar que le vas a decir que no a lo demás?" Y sentencia, rebelde: "Tomá control de tus decisiones. No dejes que te controlen".
 
Dejemos de lado el análisis comunicativo y/o los logros y defectos de esta publicidad, me extraña el orden del consumo. No voy a entrar en el detalle, que es discutible, acerca de la mayor o menor toxicidad y peligro del inyectarse cocaína líquida en relación al de fumar pasta base, pero lo que sí discuto y me peleo es que haya un camino ascendente en el cual se va de la pasta base a la cocaína. Es ilógico y no tiene el más puto sentido.
 
Me explico: en términos de efecto es como decir que un alcohólico hace un camino descendente de profundización de su alcoholismo que lo lleva del tequila  a la cerveza. No es así, a no ser que fuera justamente una especie de desintoxicación. Quiero decir; si el ciudadano Víctor o el ciudadano Toto dejan de fumar pasta base y se dedican a jalar frula, bueno, supongo que su familia lo festeja porque indicaría el pasaje a una sustancia de considerable menor toxicidad, de efecto más prolongado y de mayor status social. Lo cual es otro punto: la brecha social y de status entre el consumo de pasta base y de cocaína no es considerado en absoluto en ese orden caprichoso, conozco consumidores de merca que se han pasado a la pasta, pero el pasaje ha sido en busca de mayor intensidad de pegue y menor inversión económica, y ha sido como rodar por la escalera.
 
Entonces me pregunto: ¿qué estaba pensando el publicista (y sus asesores técnicos) que elaboraron este orden? Me atrevo a suponer que imaginaron una pirámide en relación a las drogas ilegales que más se consumen, es decir: la más popular (la marihuana), la que la sigue (la pasta base), etc., y supusieron que estos números reflejaban la intensificación adictiva, cuando en verdad estaban contando vacas y gallinas como si fuera el mismo bicho. El efecto obvio es que hasta el más iletrado de los planchas debe reírse como loco al ver el reclame y decir, desde atrás de su nube de humo latero, "uy, voy a tener que parar con la pasta porque si no voy a caer en las garras de... la merca".
 
Otra teoría que tengo es que los creativos de la agencia tuvieron un ataque de cola de paja y para disimular sus malas costumbres recreativas decidieron hacer una pelotudez que les permita decir luego "ah, lo que pasa es que yo de drogas no sé nada, ¡nada, ni un poquito!!!".

Yo Beavis, Yo Corona....

En Salon leo el siguiente titular: "Stephen Hawking changes mind on black holes", que da pie a una fascinante noticia sobre algunos descubrimientos acerca de las misteriosas propiedades físicas de los agujeros negros, esa especie de embudos de luz que se crean cuando una estrella implosiona o algo así.
 
Pero el asunto es que cuando leí el titular, y antes de relacionar el nombre "Stephen Hawking" con el concepto "Física Cuántica", pensé cualquier porquería y cliquée el link convencido que me iba a encontrar con una historia irreproducible sobre un tal Esteban y el sexo anal.
 
¿A quién quiero convencer que este es un blog cultural..? 

Howling at the moon

El acceso eventual a una interesante cuponera de videos me permitió reincidir en uno de mis mayores y más persistentes vicios, el cine atorrante y comercial, dándome un atracón de películas de las que saqué algunas conclusiones que detallo:
 
a)  Agua Viva (Deep Rising, Stephen Summers, 1998) sigue siendo una película buenísima y Treat Williams es un héroe perfecto que no debería ser ninguneado.

b)  Es un misterio por qué El mundo está loco, loco, loco (Rat Race, Jerry Zucker, 2001) no fue el gran éxito que sus productores esperaban que fuera. Es la película más genuinamente alegre que haya visto en mucho tiempo.

c)  Después de ver ambas películas me noto seriamente enamorado de Famke Janssen y de Amy Smart.

d)  Misteriosamente The Rock es bastante divertido y elige (razonablemente) bien sus películas.

e)  Joel Schumacher debería ser ejecutado con crueldad y en público, para que sirva de ejemplo.
 
Pero lo más interesante para un junkie del cine de terror como quién esto suscribe fue descubrir una película de la que había visto las sinopsis y había descartado a priori como una pelotudez más de adolescentes y monstruos peludos. Se trata de Ginger Snaps (John Fawcett, 2000) película canadiense sobre licantropía que presenta sobre este trillado tema una mirada tan refrescante como la que ofrecieron El ansia (The Hunger, Tony Scott, 1983) y Near Dark (Kathryn Bigelow, 1987) al tema del vampirismo. De hecho el asunto de los lobizones sólo tenía como precedentes serios recientes la maravillosa  En compañía de lobos (The Company of Wolves, Neil Jordan, 1984) y la paródica Hombre Lobo americano en Londres (An American Werewolf in London, John Landis, 1981), dos antecesores más que dignos pero muy distintos a la película en cuestión. 
 
 
 
Ginger Snaps está relativamente cerca de The Company of Wolves en cuanto a que al igual que esta relaciona el tema de la licantropía con el despertar sexual, la pubertad y el miedo al cambio físico relacionado con las lunas, pero a diferencia de la encantadora película de fantasía folklórica de Jordan, Ginger Snaps es efectivamente una película de terror, inclusive se puede decir que es una película de horror, diferencia que implica además de la sílaba de diferencia una dimensión trágica, metafórica y existencial. Digámoslo así: Scream es una buena película (horriblemente autorreferente) de terror, cualquier película de Carpenter o de Romero es una película de horror, aunque no asuste. En fin, me estoy yendo por las ramas…
 
La trama de Ginger Snaps no es sencilla de resumir: en una localidad pequeña los perros comienzan a aparecer hechos pedazos, mientras tanto un par de hermanas –de aspecto algo gótico pero con demasiado sentido del humor para serlo- se divierten sacándose fotos cubiertas de sangre, imitando formas grotescas de muerte (las fotos van pasando detrás de los créditos de apertura, probando de saque que la película no es una de esas mierdas para adolescentes imbecilizados que ahora se considera “terror”). Una noche son atacadas por un bicho licantrópico que muerde a una de ellas antes de ser atropellado y reventado por una camioneta. En los días subsiguientes la chica mordida comienza a sufrir algunos cambios físicos simultáneamente a la llegada de su primer período menstrual, produciendo una notoria confusión entre la llegada a la madurez sexual y la metamorfosis en un animal sanguinario. No voy a desarrollar más la trama, que no es demasiado previsible por otra parte, pero voy a señalar algunas características singulares que la destacan dentro del género, o dentro del cine contemporáneo a secas: 



* Los licántropos presentes en la película no siguen ninguna de las reglas de vida/muerte (luna llena, balas de plata, etc.) codificadas por ejemplos poco imaginativos del género.

* La sangre es un elemento esencial de cualquier película de terror que se precie, y aquí hay suficientes litros como para poder incluirla dentro del gore, pero dentro de esos litros hay bastante sangre que corresponde a la hemorragia tradicionalmente no representable en el cine de entretenimiento: la sangre menstrual.

* Se sabe que hay dos clases de muertes que el cine violento de hoy no permite y tácitamente prohibe: las muertes de niños y las de perros. En Ginger Snaps no se matan niños, pero hay un canicidio espectacularmente violento cada diez minutos. Por suerte los canes no le dan pelota al tubo catódico, porque de lo contrario J.C.B., enroscado frente al televisor, la habría pasado horrible.

* Al igual que en The Faculty (Robert Rodríguez, 1998) el mejor aliado de las protagonistas contra la adversidad y el terror es el traficante local de drogas, que es el único que entiende algo de la realidad y la supra-realidad. Y por supuesto es el único que tiene un poco de onda fuera de las hermanas.

* La protagonista no atractiva no sufre cambios “de gusano a mariposa” y culmina la película tan poco agraciada (o no, depende de los gustos) y tan freak como la empezó.
 
Algún preciosismo inútil de cámara y una iluminación no muy climática (aunque hay una genial escena alumbrada solo con una linterna) afean o vulgarizan un poco esta película que no tiene nada de vulgar. Haciendo un pequeño search por la web descubro que los méritos de la película han sido ya descubiertos por cientos de personas que la consideran un pequeño clásico y que de hecho ya existen un par de secuelas que me imagino totalmente innecesarias. El final abierto de Ginger Snaps, si bien podría sugerir la posibilidad de una continuación, en realidad le da ese plus de tristeza e incompletud que hace a las películas serias.
 
Y ahora, cuando estoy a punto de decir alguna idiotez sobre señales de vida auspiciosas en el cine norteamericano, recuerdo que la película es canadiense y que la diferencia entre el arte estadounidense y el canadiense es abismal, como sabe cualquiera que haya escuchado un disco de Godspeed You Black Emperor! o de Propagandhi. Canadá, terror, modificaciones corporales, horror sexual… parece que el virus Cronenberg sigue activo.   

miércoles, julio 14, 2004

No

En la última Rolling Stone, revista a la que no mirábamos desde hacía un tiempo pero que acaba de sacar un número muy interesante, el tecladista bajofondense (iba a escribir “uruguayo” pero el hombre tiene una nacionalidad complicada) Luciano Supervielle es entrevistado por Gabriel Peveroni con respecto a sus devenires locativos y musicales, y sobre la idea de Bajofondo Tango Club, que tanto ha gustado fuera del Río de la Plata o entre los rioplatenses ambientados, aunque siempre me extrañó que Santaolalla no mencionara el precedente de Nacha Guevara en sus reportajes. Pero a lo que iba es que en un momento, hablando sobre su próximo disco solista y tras una observación de Peveroni sobre la influencia piazzollesca del mismo Supervielle declara: “Piazzolla tiene groove de repeticiones de estructuras largas, a veces minimalistas. Y esa particularidad tiene que ver con el hip hop. Piazzolla es muy hip hop”.



Bueno, desde esta humilde tribuna me permito decir que es una declaración equivalente a decir que los Rolling Stones son muy tangueros porque se parecen a los Piojos y los Piojos son tangueros. El hip hop tiene una característica extraordinaria y es que es el más blanco de los estilos negros, de hecho tiene la particularidad de que si uno tironea sus raíces se termina encontrando a algún alemán serialista y electrónico. Obviamente que es mucho más que eso y que incorpora mil cosas de la música negra, pero la repetición mecánica del sampleado es justamente una característica no-negra y proveniente de la música culta europea. A lo que voy es: ¿por qué carajo invertir los conceptos en aras de cierto modernismo sin sentido, especialmente ahora que el hip-hop ya cumplió sus buenos 25 años? ¿por qué aliar, para darle actualidad conceptual, al más maravilloso de los músicos rioplatenses (voy a difundir la incomprobable teoría de que Piazzolla es uruguayo) hay que relacionarlo con un paradigma musical que habría hecho que al buen Astor se le cayera el bigote? Me parece que una concepción jerárquica totalmente atroz ya que invierte los términos de importancia -no los términos cronológicos, que también los invierte pero que todos los que leímos "Los precursores de Kafka" lo permitimos-, sino la cadena de preponderancias. Es la biblia no junto al calefón sino abajo del calefón. Si lo que se quiere decir es que Piazzolla es más fácil de samplear que Aníbal Troilo, si, supongo que estoy de acuerdo, ahora ¿Piazzolla es “muy hip hop”?

No, Piazzolla no es nada hip-hop y si llego a escuchar un texto de Horacio Ferrer rapeado va a correr la sangre.

sábado, julio 10, 2004

Addenda cinéfila al post anterior

Me quedo pensando en la escena de Cop Land que comentaba en el post anterior y me doy cuenta de que no es, ni mucho menos, la única vez que una canción del Boss tiene relevancia en la ambientación o la trama de una película y me permito anotar algunas.

En primer lugar dos películas cuyas bandas de sonido originales presentan canciones originales de Springsteen. La ya casi clásica y siempre polémica Jerry McGuire (1996) de Cameron Crowe presenta en una de sus escenas más sensibles la formidable y emotiva “Secret Garden”, canción que tiene un cierto parentesco melódico con la no menos efectiva “Streets of Philadelphia”, que se robaría la banda de sonido de Philadelphia (Jonathan Demme, 1993) si no fuera porque Neil Young compuso la increíble balada homónima que hizo que todo el mundo largara el cuajo en la escena del funeral del personaje de Tom Hanks. Dos grandes canciones para dos películas que tal vez puedan ser acusadas del mismo facilismo que la obra de Springsteen, pero que consecuentemente exhiben una similar efectividad.

Más raro es el caso de The Indian Runner (1991), debut en la dirección del inquieto Sean Penn que hace algo bastante peculiar pero que prueba las habilidades narrativas de The Boss; la película está basada argumentalmente en Highway Patrolman, una impactante balada de curioso punto de vista moral (es la historia de un policía que deja escapar a su hermano homicida), reproduciendo casi con exactitud el relato de la canción. No es una película tan memorable como el tema, pero sirve.

Pero por último, y sabiendo que me olvido de otra participación, dejo la más notable utilización de un tema de Springsteen, que pertenece a una de mis películas favoritas y que ilustra a la perfección la relación que mucha gente, incluyéndome, tiene con el compositor de Ashbury Park. Se trata de ese monumento de originalidad y clase que es Palombella Rossa (1989) de –pónganse de pie- Nanni Moretti, director que quién me diga la acostumbrada imbecilidad de que es “el Woody Allen italiano” se puede ligar una trompada. Esta poco resumible película trata de un partido de water-polo que es, a la vez, una representación directa de las discusiones internas del Partido Comunista Italiano. Suena mal, pero hay que verla para darse cuenta de lo graciosa y efectiva que es la parábola, además de ser una película que no se parece a nada.



La escena referida a Springsteen y que no puedo evitar contar es la siguiente: en uno de los descansos entre tiempos del partido de water-polo uno de los jugadores más jóvenes saca de la nada un rotundo radiograbador que enciende y del cual sale a gran volumen “I’m on Fire”, produciendo que los ánimos, caldeados por el partido, se apaciguen mientras el estadio entero parece tararear la íntima y perfecta canción sobre deseo y sexo extra-matrimonial que cierra el lado A del Born in the U.S.A. El personaje de Moretti, comunista orgánico, observa la reacción del estadio con fastidio e incredulidad y cuando parece estar a punto de pararse a protestar se da cuenta de que su rodilla, independiente y colonizada, está siguiendo el suave ritmo del tema, preocupado de que nadie lo haya notado la sujeta para que se quede quieta. Es una escena graciosísima (en la película, no espero que se rían de mi pobre reducción a palabras) cuya conclusión dura apenas unos segundos, pero que ilustra la difícil relación de la intelectualidad de izquierda –europea en este caso- con la obra de alguien tan idiosincrásicamente yanqui, pero el encanto candoroso con que la escena está filmada –y el encanto de la canción, la escena nunca podría haber sido filmada con “Glory Days” de fondo- resuelve el problema con evidente cariño.

Cuando años más tarde Moretti utilizó “By this River” de Brian Eno para enmarcar el emocionante final de La Habitación del hijo (2001), ya no tenía que probarle nada a nadie y tenía las manos libres para aliar cada fotograma con el sonido que le pareciera representativo del mismo, viniera de donde viniera. Bueno, no me alcanzan los elogios para hablar de Moretti, y te repito, si volvés a decir que es el Woody Allen tano, no respondo de mí.


Mirando canciones (XI): Stolen Car

En Cop Land (1997), la correcta película de James Mangold, hay una escena fantástica. En ella Freddy, el sheriff medio sordo y medio imbécil encarnado por Sylvester Stallone está en su casa hablando con la casi separada Liz (Annabella Sciorra), de quién está enamorado sin ser correspondido desde hace más de diez años. Luego de un silencio significante, Liz le pregunta por qué nunca se casó y el Freddy –con una sonrisa avergonzada que justifica y perdona toda la carrera cinematográfica de Stallone- le contesta “All the best girls were taken.”

Siempre me pareció una gran escena, pero también le tuve siempre un poco de desconfianza, no tanto por lo improbable de la perfecta actuación de Stallone sino más bien por un elemento extra que podría ser considerado chantaje y que volvería melancólicamente bella hasta a una escena de Los Roldán, y que es la canción que suena desde el tocadiscos enmarcando el diálogo: “Stolen Car”, de Bruce Springsteen.

I met a little girl and I settled down / In a little house out on the edge of town
We got married, and swore we'd never part / Then little by little we drifted from each other's hearts
At first I thought it was just restlessness / That would fade as time went by and our love grew deep
In the end it was something more I guess / That tore us apart and made us weep

And I'm driving a stolen car / Down on Eldridge Avenue
Each night I wait to get caught / But I never do

She asked if I remembered the letters I wrote / When our love was young and bold
She said last night she read those letters / And they made her feel one hundred years old

And I'm driving a stolen car / On a pitch black night
And I'm telling myself I'm gonna be alright
But I ride by night and I travel in fear
That in this darkness I will disappear


Springsteen es un compositor incómodo de admirar, principalmente a causa de un montón de malentendidos con respecto a lo que connota, malentendidos que en su momento llegaron hasta el propio Ronald Reagan, que hizo la misma malinterpretación de “Born in the U.S.A.” que hizo casi todo el mundo –a pesar de que la canción es transparente en su carácter de anti-himno-, y que tienen que ver con el natural rechazo hacia todo lo explícitamente norteamericano que sienten todos los no-nacidos en la potencia. Pero el rechazo a Springsteen tiene también un asidero firme en cualidades explícitas en su música o para ser exacto en la actitud de la misma, en esa permanente actitud grandilocuente, épica, heroica y moral que denota que, aunque siempre ha sido presentado como el eslabón perdido entre Elvis y Bob Dylan, Springsteen es ante todo un hijo de los setenta, y si uno rastrea puede encontrar en su teatralidad larger than life la marca de artistas que uno imaginaría a priori alejadísimos del hijo de Jersey como Alice Cooper, Genesis, Meat Loaf o Bowie. El que el Springsteen épico haya compuesto algunas de las mejores canciones de los últimos treinta años no impide el señalar este prejuicio hacia su obra como lógico, especialmente viniendo de una óptica más o menos punk.

Pero reducir a Springsteen al beatnik tardío de carretera que desafía al mundo en nombre del rock en Born to Run es, aunque sea una impresión válida, perderse al otro Springsteen, a un Springsteen de canciones pequeñas, canciones de una intimidad que hace parecer a Ira Kaplan o a Iron & Wine un par de hooligans desaforados, canciones casi invariablemente trágicas y que casi invariablemente tratan sobre el lado oscuro de Estados Unidos, un lado que el supuestamente nacionalista Springsteen ha retratado con furia casi hardcore a pesar de cantar en susurros. Es este Springsteen el que se ganó la admiración de otro gran susurrador como Lou Reed, quién le dejó recitar un formidable monólogo en la formidable “Street Hassle” y que suele florecer a la sombra de sus canciones más extrovertidas, como es el caso de “I’m on Fire”, que aparece casi de colada en el Born in the U.S.A., pero a veces ocupa discos enteros como los hermosísimos Nebraska y The Ghost of Tom Joad –este último escrito desde una sensibilidad tan de protest-song que si estuviera en castellano parecería un disco de Daniel Viglietti-, y en ocasiones aparece disfrazado como en el Tunnel of Love, una de las más formidables colecciones de canciones de amor que se hayan hecho y que puede colocarse con total tranquilidad al lado del Blood on the Tracks de Dylan.



“Stolen Car” es una canción colada, junto a la no menos emotiva “Wreck on the Highway” en el The River, un disco expansivo hasta el límite de la tontería. Trata, como muchas otras canciones de The Boss, del crecimiento y la caída de un romance en un pueblo chico. Pero a pesar de presentar la situación en términos muy concretos es tal vez la más reticente de todas, de hecho el rápido resumen de la situación que da paso a la descripción más meticulosa de algunas acciones significantes de un paisaje interior recuerda inmediatamente a Raymond Carver, que no era el más yanqui ni el más heroico de los escritores norteamericanos. Springsteen tiene esa cualidad única de los grandes minimalistas de poder switchear de la pequeña observación concreta y detallista a la gran reflexión existencial sin que ambos planos entren en conflicto, en sus canciones “pequeñas” el primer elemento predomina, en sus grandes éxitos el segundo. El diferenciarlos como yo estoy haciendo tal vez sea un error.

Hay un elemento moderadamente autodestructivo en el narrador de “Stolen Car” que, como el personaje de El juguete rabioso, parece querer lastrarse con un castigo, con una culpa, que elimine su libre albedrío y su capacidad de cometer errores. Es un punto de vista profundamente humano y posiblemente imposible de entender para alguien que no haya cumplido los veinticinco años, en parte porque la información social no suele informar sobre las muertes que no matan, en parte porque la libertad suele considerarse, cuando uno es joven, como algo inmanente. Pero la tranquila desesperación de la historia está atemperada por el simple acto que realiza el narrador mientras espera ser detenido y puesto fuera de circulación: manejar de noche, una actividad para la que todos los solitarios de corazón están hechos. La canción no lo dice, pero todos sabemos que mientras maneja escucha la radio. Al no dar detalles Springsteen deja que cada uno de nosotros pueda programar esa radio.

Los arreglos de “Stolen Car” están tocados con tanta delicadeza que parece que estuvieran tocando en secreto, empieza con una guitarra reducida al rasca-rasca, después un piano extraordinario pero casi imperceptible, y así se van sumando. Ninguno de los instrumentos parece querer interponerse con el paseo del narrador, y en su sucesiva superposición van delineando una de las bases más exquisitas que la E Street Band, un grupo discretamente virtuoso, haya hecho. Para cuando llegan a los versos que dicen “But I ride by night and I travel in fear / That in this darkness I will disappear” ya están casi todos presentes y tocando con el dramatismo que dichos versos necesitan. El verbo “desaparecer” posiblemente no tenga para un nativo de New Jersey las aterradoras connotaciones que hace resonar en un oído rioplatense, pero para el narrador de “Stolen Car” también es motivo de un profundo miedo, el miedo a la disolución de la propia historia, del propio pasado disuelto junto a un futuro estropeado. Desaparecer sin desaparecer en medio de tiempos trastocados en los que gente joven se siente viejísima y gente libre que detesta esa libertad. Son cosas muy jodidas, cosas de ese infierno con sordina y cotidiano que poco tiene que ver con la épica del rock. Sacar de eso algo tan sensible como “Stolen Car” tal vez sea sí una tarea secretamente heroica.


martes, julio 06, 2004

Evidentemente manijeado

Leo el artículo sobre los Eels salido en la última edición de Perfect Sound Forever y me deja intrigado. Habiendo escuchado el Beautiful Freak cuando salió lo había descartado como exactamente todo lo que no me gusta de un disco y un artista. Me había parecido básicamente una mezcla de lo peor de la auto-lástima depresiva de Seattle más una notoria influencia de dos de los artistas más sobrevalorados de la historia: Beck y Prince. Para peor el hombre detrás de Eels se llamaba "E". Por motivos extraños, sin embargo, aprendí a tocar en la guitarra el tema "Manchild", que rescataba del desastre, y eventualmente lo tocaba en casa. Me extrañó entonces muchísimo que la coqueta Perfect Sound Forever le diera tanta pelota a un adolescente tardío depresivo cuya única virtud parecía haber fracasado donde los demás de su generación triunfaron. Pero la nota, escrita con el sospechoso entusiasmo de alguien llamado Luis Sánchez, no sólo cubría la carrera de E sino que hablaba maravillas de la misma, poniéndo a E como el gran genio perdido de su generación. Inevitablemente intrigado puse dos discos de los tipos en el search de Sslk, diciendo "estoy intrigado pero ninguna revista online u offline me convence en contra de mis justos juicios". Resultado obvio: hace dos o tres días que no paro de escuchar el Electro-Shock Blues.



Pero no quería escribir un post sobre el último disco que estoy escuchando ni sobre los Eels y su indestructible bajón, sino sobre la sensación ambigua que le produce a los melómanos (a este melómano al menos) el confrontarse con una opinión formada que tiene con respecto a algo, sobre todo cuando esa confrontación proviene además no de un amigo sabio ni de un crítico respetado sino de un ignoto Luis Sánchez. La reacción de resistencia a modificar una opinión estética es algo que veo habitualmente por todos lados (especialmente en la blógsfera) y sus motivos van desde la simple soberbia o ignorancia al simple deseo de que algunos referentes se queden quietos, no tanto por fidelidad a esos referentes sino más bien por el obvio deseo de querer ser fieles al lugar en el que estábamos cuando coincidimos o no con ellos. Quiero decir; yo era ocho años mejor cuando no me gustaban los Eels.

Pero bueno, hay algo musical en el sonido de un prejuicio rompiéndose.

Me quedo pensando en el concepto borgeano de que las obras no llegan a uno sino que uno llega a las obras, y que la relación que uno tiene con ellas, la música en este caso, habla mucho más sobre uno mismo que sobre la obra, que no pasa de ser un montón de números binarios que misteriosamente suenan. De alguna forma me gusta el descubrir que tal vez mi gusto ya no se parece mucho a mí y me alegra el haberme encontrado con una canción como "P.S. You Rock My World" en este momento. Quiero decir, es una buena canción.

viernes, julio 02, 2004

El cuerpo del delito

Durante todo el día me encuentro con la siguiente y flamante publicidad televisiva: Un hombre de cincuenta años sale de su casa a pasear a su perro, un hermoso labrador color chocolate parecido a mi can, J.C.B., sólo que más pequeño y más feo. A medida que camina empieza a demostrar signos de inquietud; el modelo de un cartel que dice "TRAMP" parece mirarlo, las sirenas de los autos suenan a su alrededor, un muñeco medio ortiba lo acosa, el ambiente se enrarece, la gente lo mira... El hombre se apura y llega a su casa y apenas entra apaga una lámpara. Entonces surge una placa negra en la que se lee: "Si robás energía se nota", entonces aparece el logo de UTE (Usinas y Transmisiones Eléctricas), evidente damnificado del hurto de energía eléctrica, y luego una nueva placa negra en la que se lee "La energía que algunos roban la pagamos todos".



Bien, yo estoy de acuerdo, robar energía eléctrica está mal, mal, mal...

Pero que te roben el perro está mucho peor, porque al atento director del comercial, tal vez preocupado por motivos menos baladíes, no se dio cuenta de que el culposo ladrón de energía eléctrica estatal sale con un semejante perro y vuelve sin él. Y no hay ninguna indicación argumental de que dejó el perro en algún lado, o que el perro también lo repudió por sacarnos lo que es de todo, o que se quedó abotonado con alguna perra... Nada, the dog was abducted!. Es más, por la actitud paranoica, contrariada y preocupada del protagonista yo me animo a aventurar de que le importa tres carajos la energía eléctrica que está robando y que lo que le preocupa es que algún cobrador de UTE, vengativo y mala onda, le sacó el perro y lo convirtió en combustible lumínico.

Oh brillante director publicitario, si puedo perturbarte en tu esforzada producción de creatividad desbocada, me atrevo a sugerir el slogan para la segunda parte de tu justiciero anuncio: "si te roban al perro, uy, también se nota".

Argentina (hoy)

Cuando Diego Armando Maradona colapsó por enésima vez hace un par de meses, la prensa buitre olió carroña y montó una formidable y desesperada máquina de asedio que sin embargo no tuvo éxito en su intención de meterle una cámara en la cama al Diegote. Los motivos del fracaso fueron por un lado el fantástico respeto que el pueblo argentino tiene aún para con su máximo ídolo popular, y la muralla que Claudia Maradona, ex mujer del ídolo y su familia montaron a su alrededor.

Pero resultó que esa muralla respondía no sólo al deseo de intimidad, sino también al deseo de protección de la propiedad privada de Diego Maradona, tal vez la única posesión valiosa en términos económicos que le queda: su historia. Y ante la rabia inconmesurable de los Riales, los Viales, los Venturas y cía, decidieron vender esa historia al mejor postor, que resultó ser Susana Giménez que puso 80.000 dólares en la mesa para entrevistar al Diez y escuchar en boca de él el relato de su crack. (Paso un chivito: Su, divina, por 800, bah, por 80 verdes te cuento el detalle de lo que recuerdo de la vez que me mamé en el Polonio, hablé en lenguas, bailé con una columna a la que casi me levanto y misteriosamente no terminé en el hospital. Mandame un mail, divina, te quiero, glamour, glamour, ciao). Los señores del chimento tragaron bilis y se quedaron en el molde, porque con el Diez no te metés, apenas hicieron un gesto de simpatía con su amigo devenido némesis Guillermo Cóppola.

Pero resulta que ahora la que hizo lo mismo fue Claudia Maradona, quién no hizo ninguno de los goles contra los ingleses, quién se divorció del Diez después de que éste le metiera los cuernos diez mil veces y tuviera como diez hijos ilegítimos, y que además es la ideóloga de la férrea defensa de la privacidad patrimonial de los Maradona, es decir, la que dijo: "si quieren currar con nuestras vidas paguen". Y los que pagaron no fueron siquiera gente del medio (amigos, digamos) sino unos españoles, que pusieron una bolsa de entre quince y veinte mil euros arriba de la mesa.



Para qué, Claudia Maradona despertó las fieras, que descubrieron que para el imaginario popular Claudia Villafane ex Maradona, no tiene la inmunidad de su ex marido, y ahora le quieren dar una lección. Así que le están tirando con toda la artillería, rescatando cosas tan lejanas en el tiempo y tan irrelevantes en el contexto actual como la relación de Diego con Lucía Galán, a quién al parecer el Diez -que evidentemente tiene sangre de conejo- se garchó en una noche de duetos melosos y que al parecer contaba con la mirada cariñosa de su madre. Asombrosamente, inclusive empezaron a rastrear a la mega-conchuda de Mariana Nannis para ver si le pueden tirar de la lengua por unos pesitos para que le arroje un poco más de mierda clasista a la ex del Diez. La patética mujer de Caniggia seguramente acepte su papel de sicario, y haga una nueva demostración de que tan repugnante puede ser un ser humano para la felicidad de Rial y los suyos. Me extraña que aún no hayan hecho un juego de palabras con "Villa" y "Afane".

No tengo opinión sobre Claudia Maradona, mujer de extracción muy humilde y general bajo perfil, quién supongo que está tratando de sacar el mayor provecho económico posible para su familia. No me importa, yo no le pagaría para saber si piensa que su ex marido va a reventar o no porque no es mi problema, allá ellos los que lo paguen y lo consuman. Pero veo a sus nuevos adversarios y me sorprendo, porque mueven y mueven los labios diciendo mil y una cosas pero lo único que se escucha es: "quién te creés que sos, villera, vamos a mostrarte dónde estamos nosotros y dónde tenés que estar vos. Vamos a hacer un ejemplo".

Argentina (ayer)

Tengo una duda que dirigir a los visitantes de allende el Plata: ¿Cuál era con Los Pillos? Siempre los escucho mencionar como una nota al pie de la página que habla sobre la ausencia de punk (o after punk) con cabeza en el Río de la Plata, pero parece que su obra es de muy difícil acceso. A lo que voy y confío en sus opiniones es: ¿leyenda o realidad? ¿banda a ser reividicada o puro cuento? y además, ¿qué pasó con esos muchachos?

jueves, julio 01, 2004

Today your blog, tomorrow the world

Me invitan a dividir mi grafomanía entre Fuck You Tiger y este experimento de blog colectivo formado por gente de dolby surrender, french heroin y the puny experience. Es decir, a introducir un poco de sensatez y derrotismo charrúa entre el resto de la hispanidad indy y bloggera.

Acepté por supuesto, igual están muy lejos como para pegarme.

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